La doncella de hielo

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CAPÍTULO 3

Cora Dana nació en 1876, el año en que el señor Alexander Graham Bell inventó el teléfono. Su padre, Bayazid Fenimore Dana IV, era propietario de dos astilleros y un banco. Su madre era una Cronwell, descendiente de la rama perteneciente a la colonia de la bahía de Massachussetts, entroncada a su vez con la familia del lord Protector. Habitaban una mansión de once estancias en la calle Beacon, no lejos del Ateneo de Boston. Nathaniel Hawthorne describió la zona en una famosa carta a Herman Melville: “Las calles son hermosas — escribía —, alineadas con ringleras de arces y árboles de hoja perenne; por su lado los edificios son espaciosos, limpios y decentes, con una noble disposición de los aguilones y de una solidez rectangular que garantiza que las cuatro partes posean la misma largura. De aire bizantino en lo que respecta a su grandeza y majestuosidad, con cervatos de mármol en el césped.” La habitación de Cora se encontraba en el segundo piso en la parte trasera de la casa, de tonalidades brillantes por el empapelado de girasoles, con dos ventanas que daban a un huerto y a un estanque con peces. En su tocador privado se contaban tres armarios normandos, uno para sus vestidos, otro para sus sombreros y otro para las muñecas; en su aseo privado había una bañera redonda de hojalata que perteneció en tiempos a John Quincy Adams. En el piso inferior estaba la biblioteca con tres mil volúmenes. También componían el inmueble una habitación para el billar, la sala de armas, un estudio y una galería de pintura que contenía cinco óleos de John Singleton Copley, cuatro de Gilbert Stuart y dieciséis aguafuertes enmarcados realizados por E. R. Morse. En el cuarto de billar se hallaba su juguete preferido, una rueda de ruleta que papaíto trajo a casa desde Baden-Baden, en el año 73. Ella era la única a la que se permitía tocarla y habitualmente pasaba las horas muertas haciéndola girar y dejando caer la diminuta bola de plata en el remolino. Perdía y ganaba fortunas imaginarias y a menudo osaba arriesgar le tout pour le tout, sus anillos, pulseras, su paga semanal, su relicario o su collar de concha marina, a un solo número, normalmente el treize noir. Cuando tenía cinco años poseía su propio pony, a los siete una calesa y a los nueve la tarjeta personal de la biblioteca pública. Aquel año devoró Los tres mosqueteros, Tom Jones, Jane Eyre, Moby Dick, Ivanhoe, Los misterios de París, David Copperfield, El primo Pons, Cándido y El último de los mohicanos. A los diez años se apuntó en la escuela Quincy Bay de la señora Burroughs, en East Milton. En esa institución para señoritas aprendió a tocar la flauta, el arpa y el violonchelo, a hablar latín y francés, a leer a Tácito y Virgilio, las Fables de La Fontaine, a pintar acuarelas, a bordar y a bailar la gavotte de cuádruple compás. Allí, asimismo, dio los pasos primeros e inocentes por el reino de lo Desconocido. La señora Harriet Amy Burroughs fundó la escuela durante la guerra de 1812. Antes de aquello había trabajado como secretaria en las oficinas de la Compañía Mutua de Seguros contra Incendios de Paul Revere y antes de eso fue la amante de John Hancock. Durante el sitio de Boston fue costurera y mientras duró la guerra franco-india estuvo empleada como fregona en la casa del comandante John Vassal, en el 105 de la calle Brattle, en Cambridge. Sesenta y siete años antes había sido la esposa de un tal George Burroughs, un pastor de la aldea de Salem, quien fue colgado por brujería en la colina de los Ahorcados en 1692. 11


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