Cronica de una muerte anunciada

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algo, y entonces se viste para salir a alertar a la mamテ。 de Santiago Nasar; pero antes tiene esta extraordinaria conversaciテウn con su marido, quien le pregunta adテウnde va: A prevenir a mi comadre Plテ。cida -contestテウ ella-. No es justo que todo el mundo sepa que le van a matar el hijo, y que ella sea la テコnica que no lo sabe. -Tenemos tantos vテュnculos con ella como con los Vicario -dijo mi padre. -Hay que estar siempre del lado del muerto -dijo ella. Pero cuando sale a la calle le dicen que ya lo mataron. Y asテュ, todos los que quieren prevenir la muerte son cuidadosamente apartados: sus mensajes no llegan. En realidad, el テコnico en todo el pueblo que no sabe del crimen es la propia vテュctima, perdido entre otras cosas por el cambio en los hテ。bitos diarios que supone, muy de maテアana, la visita de un obispo que ni siquiera puso el pie en el puerto y que los bendijo desde el barco, alejテ。ndose entre resoplidos de vapor. Si en esas lejanテュas del Trテウpico se castigara como delito la ツォno asistencia apersona en peligroツサ, habrテュa que meter a la cテ。rcel a todo el pueblo, incluidos el cura y el alcalde. Crテウnica de una muerte anunciada es, por lo demテ。s, una joya rara en la obra de Garcテュa Mテ。rquez, pues es テゥl mismo quien relata la historia en primera persona. El ツォyoツサ inquietante que desde el principio reconstruye los hechos se va reconociendo en el autor hasta descubrirse del todo, pues dice: ツォMuchos sabテュan que en la inconsciencia de la parranda le propuse a Mercedes Barcha que se casara conmigo, cuando apenas habテュa terminado la escuela primaria, tal como ella misma me lo recordテウ cuando nos casamos catorce aテアos despuテゥsツサ. Mercedes Barcha es la ツォGabaツサ, asテュ le dicen sus mテ。s テュntimos amigos. De este modo el tテュtulo del libro se acaba de llenar de sentido: no sテウlo es una muerte anunciada, sino que ademテ。s se trata de una crテウnica, en el mejor estilo periodテュstico. Garcテュa Mテ。rquez, el cronista, cita las fuentes de cada informaciテウn precisando el origen, sin que nada quede al azar de la imaginaciテウn. Y es aquテュ en donde el libro adquiere su mテ。xima precisiテウn de relojerテュa suiza. Las fronteras de la crテウnica periodテュstica y de la literatura se disuelven y ningテコn dato queda suelto, nada de lo narrado aparece sin una previa justificaciテウn. La costa atlテ。ntica colombiana, por los aテアos en que se publicテウ esta novela, era aテコn vista desde la capital del paテュs como algo remoto, y en esa mirada habテュa テュnfulas de superioridad y de arrogancia justificadas sテウlo por el hecho de que en Bogotテ。 estaban los edificios grecorromanos del Capitolio y el Palacio Presidencial. Esa costa, y lo costeテアo -llamado despectivamente ツォcorronchoツサ por los del interior-, con su mezcla de tradiciones caribes, hispanas, negras y テ。rabes, era acusada de ser la madre de todos los vicios, la repテコblica de la pereza, de la corrupciテウn, del nepotismo, del machismo y del trago, de la irresponsabilidad, en fin, de todo lo negativo, mientras que Bogotテ。, con su rancia aristocracia, se consideraba a sテュ misma la Atenas de Amテゥrica, la cuna de la cultura y la elegancia, el Londres de los Andes. Pero hoy al cabo de dos dテゥcadas, la cultura de esa proscrita costa atlテ。ntica, en la que se inscribe este libro y casi toda la obra de Garcテュa Mテ。rquez, es una de las pocas cosas que a los colombianos nos permite paliar las vergテシenzas que ocasionan, en la acartonada capital, esos dos presuntuosos edificios grecorromanos. No recuerdo cuando leテュ por primera vez esta Crテウnica de una muerte anunciada, pero sテゥ que fue en Bogotテ。, hace ya mテ。s de quince aテアos, recuerdo, eso sテュ, el extraテアo y


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