Historia de vida de 50 estudiantes gitanos y gitanas

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caso, se sentía apartada de la clase: “Yo siempre levantaba la mano y nunca me preguntaban. Creían que no merecía la pena. Pensaban que, tarde o temprano, lo iba a dejar. No piensan que puedas salir adelante”. Luego, en la Universidad, tenía que oír a algunos profesores decir: “Que no fuéramos a ciertos barrios, porque había gitanos”. En su tercer año de carrera, le hicieron una entrevista para un periódico de Salamanca y fue cuando, en su Facultad, se enteraron de que era gitana. Había considerado conveniente no decirlo hasta que no la conocieran más, por miedo a la discriminación: “Mis compañeros me decían que no parecía gitana, estaban alucinando, no se lo creían. Me decían que parecía como los demás, que sí me tenían por ‘rara’, porque ni fumaba ni bebía, pero por nada más”. Recibió el Premio Extraordinario de Fin de Carrera y el Decano la llamó a su despacho. “Me dijo que por qué no le había dicho antes que era gitana, que su abuela también lo era. La paradoja es que él fue uno de los profesores que dijo eso de que tuviéramos cuidado con los barrios gitanos”. Para Elisabeth, ser mujer es una discriminación más. “Ser mujer me ha condicionado, especialmente por parte de mi comunidad, pero no por parte de mi familia. Las personas más mayores siempre han estado en contra de que yo estudiase, aunque tengo que decir que siempre he contado con muchos apoyos de las generaciones más jóvenes”. Ahora está muy contenta porque su hermana pequeña quiere seguir sus pasos hacia la Universidad.

Apoyo a la familia El apoyo de su madre tiene un gran significado sentimental para ella. Siempre supo que le deseaba un porvenir mejor que el que ella había tenido. La familia materna, más conservadora, la había sacado del colegio en quinto de EGB. Cuando terminó el Instituto, no tenía claro lo que iba a hacer con su vida ni qué carrera estudiar. Su idea inicial había sido hacer un Ciclo Formativo tras el Bachillerato, así que no preparó mucho el examen de Selectividad. Sin embargo, obtuvo muy buenos resultados, siendo ella la primera sorprendida. Y ahora, ¿qué hacer? Nos cuenta, al hilo de esto, su llegada a Salamanca con su madre, sin tener nada atado: “Llegó octubre y todavía no me había inscrito en ningún sitio. Mi madre decidió que nos íbamos a Salamanca a resolverlo. En las universidades públicas ya no había plazas, habían cerrado el plazo de inscripción y me dijeron que me aceptarían para el siguiente año. Fuimos a la Universidad Pontificia y allí no me pusieron ningún problema; me incorporé al día siguiente”. Ese mismo día y, por pura casualidad, Elisabeth alquiló un piso: “No sabíamos qué hacer, mi madre y yo, ya que no tenía ningún sitio buscado para vivir. Todo había ido tan deprisa… Nos sentamos en un banco a pensar en cómo buscar piso. Justo a nuestro lado había una señora que iba a distribuir carteles que ponían: ‘Busco chica para alquilar piso’. Le preguntamos y se lo alquilamos a ella. Todo fue saliendo rodado, por pura casualidad”. Con 3.000 euros que les había dado su abuelo, pagaron todos los gastos y Elisabeth empezó las clases y una nueva etapa de su vida. Sus años de estudiante en la Universidad han sido difíciles. Se encontraba sola, alejada de su familia a la que siempre había estado muy apegada; además, Elisabeth tenía que arreglárselas para trabajar: dependienta en una tienda, azafata de congresos, coordinadora de una agencia de modelos… Gracias a sus buenas notas ha ido obteniendo diferentes ayudas económicas: “Mis padres no me podían mantener estando fuera de casa. Siempre he tenido becas del Ministerio, de la Fundación Secretariado Gitano y mis premios Universitarios, por los que estaba exenta de pagar matrícula”. Elisabeth valora mucho el apoyo y el esfuerzo de los suyos por entenderla: “Si no hubiera sido por mi madre, mi padre y mi abuelo, yo no estaría aquí; seguramente estaría casada, con hijos y no sé si mi marido me dejaría trabajar”. En la actualidad, trabaja con inmigrantes, sobre todo con niños pequeños, y da clases de alfabetización en Cáritas; además, es profesora en un Master de Interculturalidad. Cuando termine su Doctorado, quiere dar clases en la Universidad y tener alumnado gitano o trabajar en la Fundación Secretariado Gitano: “Creo que, con mi experiencia, puedo ayudar a romper estereotipos; cuando la gente vea dónde estoy y que soy gitana, dejarán de decir lo que generalmente se dice de los gitanos”. Esta tenaz y valiente joven sigue formándose. Considera que, hoy en día, con lo que se aprende en la Universidad, no es suficiente. Así que, los veranos, se va sola a Inglaterra a perfeccionar su inglés: “Me voy con una beca del Ministerio, a casa de una familia inglesa. Mi familia se siente muy orgullosa de mí”.

“Había profesores que creían que no merecía la pena preguntarme. No piensan que puedas salir adelante” 33


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