José Luis Gutiérrez Robledo
Cabezas y lorones románicos en el tambor de la cúpula de La Lugareja de Arévalo
Sin duda alguna, hay razones socioeconómicas para que se abra paso este tipo de construcción de románico pobre y ello hace que se prodigue extraordinariamente allí donde no hay canteras de piedra, ni grandes recursos económicos y abundan los de carne de pollo o minoría aplastada: mudéjares con oicio de constructores y carpinteros y ofreciendo una mano de obra barata. El clero secular, incluso el de las pequeñas aldeas, puede así convertirse en patrón de esas construcciones. Y la concepción del ediicio sigue siendo románica, teológica, claro está; pero el alarife y el carpintero la traducen necesariamente en estética -que es a la vez teología inevitablemente- islámica: los espacios vacíos y umbrosos, los mihrabs ahora de ladrillo, los arcos de herradura o amudejarados, la decoración de azulejo, los arabescos de la madera, las techumbres simbólicas del paraíso, el aliz que enmarca las puertas». También dirá Jiménez Lozano «que es en las iglesias pobres de este arte donde el mudéjar debe ser gustado seguramente», apuntando a la economía de medios como elemento fundamental de esta estética condicionada tanto por el ladrillo, como por la madera, en la que es conveniente insistir en la singularidad que a estos ámbitos y formas proporcionan tales elementos. La importancia que en la apuesta por el mudéjar como conigurador de esta arquitectura medieval morañega tiene la falta de la piedra con la que se levantó el románico, se maniiesta en los varios templos que se coniguran sumando elementos románicos y mudéjares, cuatro en Arévalo y uno en Espinosa. En Arévalo: San Martín con pórtico meridional, puerta al norte y constancia arqueológica de un ábside románico; el Salvador con un ábside lateral visible en el interior, vestigios considerables del central y los formeros de las naves bajo cubiertas y aún sillares en 26