Que las Runas te susurren el Secreto

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Los brazos se elevan por el frente y se dirigen hacia el cielo y hacia adelante. Las palmas de las manos est‡n enfrentadas y la cabeza un poco levantada. Observemos que tanto las manos como la cabeza y la mirada, van hacia lo alto y hacia delante. ÀPodr’a decirme d—nde queda la felicidad? Hace muchos a–os conoc’ una persona que preguntaba a la gente por la calle: ÀPor favor, podr’a decirme d—nde queda la felicidad? La pregunta era formulada r‡pidamente, como si se tratara de la averiguaci—n de una direcci—n. Las respuestas eran tan variadas como inveros’miles: Òyo no soy de aqu’Ó, Òno conozco el barrioÓ, Òno tengo ni ideaÓ, etc. Casi sonaba divertido observar la poca atenci—n que las personas otorgan a las palabras que aparentemente escuchan, y c—mo cobra importancia, en cambio, el gesto o la manera de formular la pregunta. Me sigue interesando saber en d—nde est‡ la felicidad, pero con certeza no se halla en el aire que flota entre seres que no logran o’r a otros. En mi experiencia cotidiana como persona ciega, advierto que el escuchar tiene mucho de comprometerse, de poner toda la atenci—n en ese momento y en ese lugar. El apuro del adentro que se inventa en la gran ciudad o tal vez tambiŽn en otros lugares internos, prioriza la velocidad y deja de lado el intercambio de energ’as. De eso se trata el saludo: unas pocas palabras que hacen sentir la presencia de otro ser humano que tambiŽn transita por esos caminos. Resulta bastante frecuente que personas mayores ofrezcan 35


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