Los enemigos de roma

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quererlo se había convertido casi en prisionero de su propia gente, se vio obligado a volver hacia el sur. Probablemente Espartaco pudo haber abandonado su ejército en aquel momento y en aquel lugar. Su ingenio ya le había librado de un barracón de esclavos celosamente vigilado y le había evitado ser derrotado por los sucesivos ejércitos que se habían enviado contra él. Pero Espartaco el luchador por la libertad tenía una vocación más noble que la de sus predecesores como Espartaco el desertor y Espartaco el bandido. Fuese por lealtad o por falta de inclinación para hacer otra cosa, Espartaco eligió conscientemente una vida de pillaje y rapiña. En Roma, la población dudaba seriamente de que los cónsules pudieran derrotar a Espartaco, que ya estaba en su tercer año de libertad. Nadie quería el trabajo hasta que se postuló para el mismo el aristócrata Marco Licinio Craso. Craso era uno de los hombres más ricos de Roma, en parte gracias al dinero que había obtenido con la muerte de hombres inocentes en la época en que fue amigo del dictador Sila. Sin embargo, era un excelente general, y el pueblo romano se volvió hacia él con gratitud. Craso fue nombrado pretor, y de inmediato se dispuso a armar un ejército suficientemente grande para enfrentarse a un enemigo tan numeroso. «Es vergonzoso tener que llamarlos enemigos», escribe Floro —lo que demuestra que Craso fue extraordinariamente patriótico al presentarse—. Había muy poca gloria en el hecho de derrotar a unos esclavos, mientras que la desgracia de ser derrotado por ellos era inmensa. Craso reunió dos legiones a partir de las cuatro legiones consulares derrotadas, y añadió otras seis por medio de reclutamientos forzosos y voluntarios (en cierta ocasión dijo que cualquier hombre rico podría permitirse pagar una legión de su propio bolsillo). Espartaco dio señales de no sentirse intimidado por este ejército al derrotar a un contingente a las órdenes de Mummio, legado de Craso. Craso respondió diezmando las cohortes que habían huido en primer lugar. La práctica de diezmar las tropas propias era un antiguo castigo mediante el cual era ejecutado un hombre de cada diez, y su recuperación por parte de Craso demostró que iba muy en serio. Espartaco se replegó hacia el sur. Estableció su campamento en Thurri y se vio asediado de inmediato por mercaderes y agentes de acaudalados italianos que pretendían rescatar los bienes que Espartaco había saqueado en sus propiedades. Éste todavía deseaba escapar de Italia, y más aún después de que Craso se abalanzara sobre una banda de unos 10.000 esclavos fugitivos y los masacrara. Esta carnicería llevó a Espartaco a trasladarse hasta Reggio, en la punta de la bota de Italia. Si a sus hombres no les apetecían los bosques de Germania, quizás preferirían el clima más suave de Sicilia y la calurosa bienvenida que les dispensarían los esclavos de la isla, cuyas dos rebeliones en el pasado todavía eran un recuerdo muy reciente. El transporte a través de los estrechos se acordó con los piratas cilicios aliados del rey Mitrídates del Ponto (capítulo 5), que era, como se relató en su momento, enemigo de Roma. Pero los piratas cogieron el dinero de Espartaco y se hicieron a la mar, dejándolo varado en Reggio, que Craso estaba separando del

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