Historia de roma grimberg

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"demócratas", apenas entrados en funciones, introdujeron una serie de reformas políticas de acuerdo con ese programa. La autoridad del Senado fue de nuevo limitada y los tribunos populares fueron restablecidos en las prerrogativas, de las que el propio Sila los había despojado. La mayoría de las reformas de este dictador desaparecieron. El pueblo aplaudió el retorno de la libertad y entonó alabanzas a Pompeyo, su bienhechor. Pompeyo era, a los treinta y cinco años, el primer hombre de Roma.

Guerra a los piratas Existía una humillación permanente que ensombrecía la dicha del pueblo romano. Roma era dueña del mundo mediterráneo y, sin embargo, no conseguía destruir a los piratas que infestaban aquel mar que los romanos apellidaban con orgullo Mare Nostrum. La piratería era una plaga, sobre todo en la cuenca oriental del Mediterráneo. Ya en su tiempo, Alejandro había emprendido auténticas guerras contra los piratas. Las luchas de los diádócos explican que los bandidos volvieran a levantar cabeza. Al llevar los romanos la guerra al Mediterráneo oriental, sembraron general confusión. El mar se convirtió en refugio de casi todos los desesperados. La crueldad de los piratas crecía por momentos. Al principio actuaban separadamente, pero luego organizaron verdaderas escuadras. Tenía almirantes propios que lanzaban sus rápidas naves a verdaderas expediciones de rapiña. Aprisionaban los navíos, saqueaban costas e islas y capturaban numerosos prisioneros que vendían como esclavos, pues, en esa época, este tráfico odioso era el negocio más lucrativo. Había ciudades costeras, en otro tiempo prósperas, que debían dedicar todas sus fuerzas a rechazar los ataques piratas. En otros lugares, los habitantes abandonaban casas y riquezas para escapar a otro destino más penoso: ser presos por los corsarios. Los templos situados en el litoral de Grecia y Asia menor fueron despojados de sus tesoros. La piratería se extendía por todo el Mediterráneo; la escoria de todos los pueblos mediterráneos iba a engrosar las filas de los bandidos. Ningún marino se sentía seguro. Los piratas tenían su principal guarida en la costa de Cilicia, Asia menor. Allí acumulaban los tesoros robados, en fortalezas inexpugnables en las rocas. Si la piratería pudo desenvolverse sin obstáculos, no fue sólo por la debilidad de los romanos, sino más bien por la codicia de sus gobernantes. En efecto, piratería y comercio de esclavos estaban íntimamente ligados: los piratas eran los principales abastecedores de esta mercancía humana de la que tenían apremiante necesidad los grandes terratenientes y los capitanes de empresa. Los intereses de los capitalistas se complementaban de hecho con los de los piratas. Los romanos dejaron a los piratas amplia libertad de acción mientras saquearon navíos extranjeros. Después de cada redada, observan satisfechos la baja de precios en el mercado de esclavos de Delos. Pero, a la larga, los corsarios se extralimitaron, llegando a saquear el litoral italiano. Incluso Ostia, el puerto de Roma. Se apoderaron de navíos romanos y de cargamentos de víveres destinados a Roma, amenazando así de hambre a la población. El pueblo romano se lamentó entonces y los gobiernos reconocieron que la dignidad del Estado exigía el castigo de los bandidos. Para poner fin a situación tan humillante, propuso un tribuno de la plebe, en el año 67 antes de Cristo, investir al gran Pompeyo con poderes extraordinarios, no sólo en el mar, sino también en todas las regiones costeras del imperio romano. Pusieron a su disposición unos 130,000 hombres y quinientos navíos de guerra; además, se le autorizó a sacar fondos de las arcas de la capital y de las provincias. El Senado se opuso a esta proposición, pues no quería que recayera un poder tan grande en manos de un solo hombre. Los senadores pusieron en juego todos los medios imaginables. Uno de los más acérrimos optimates dirigió a la


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