Huellas, trazos y trazas

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cuados por cierto para otras ocasiones lo que más nos importaban eran los debates. Lo que contaba era testimoniar cuidadosa y pudorosamente , relatar sin querer decirlo todo sobre otros compartir, discutir, debatir, comprender. Así al principio todo esto se daba en el interior de los grupos constituidos cobijados por escuelas antrionas donde se llevaban los textos y se leían en voz alta para dar lugar a preguntas, inquietudes, ecos y resonancias pedagógicas y elaboraciones que, lejos de rehuir de la teoría, evitaban hacer de ella una gura rígida. También constatamos a poco de leernos las líneas escritas y de comentarlas, la noción de experiencia era difícil de atrapar en su sentido más profundo. Las palabras no siempre alcanzaban a dar cuenta de lo que había conmocionado el hacer pedagógico. Sin embargo, no renunciamos a escribir ni a dar cuenta de algunas experiencias que habían afectado las biografías de educadores, pero comprendimos que contar una experiencia no era nada sencillo y que lo que entre nosotros hacía experiencia, era el intercambio y el volver concretos en esos diálogos los conceptos con los que nos encariñábamos (conanza, respeto, reconocimiento, desnaturalización, desetiquetamientos, entre otros). El devenir de las trazas Podría decirse que Huellas dejó trazas en los que formamos parte del proyecto. Más allá de los modos en que cada escritura singular nos haya conmovido y de los conceptos que pusimos a discutir y a trabajar para entender, se trató todo el tiempo de poner en común sin buscar consenso; de detenerse a pensar en efectos; de expresar disidencias y tramitar pedagógicamente las diferencias, buscando comprender lo que se había puesto en juego en tantas cotidianeidades, intentando ver qué nociones nos permitían comprenderlo mejor, lo que ponemos en juego en las aulas a sabiendas que exige ser tratado con seriedad y sin solemnidad. Es posible que para muchos de nuestros lectores algunos escritos evoquen circunstancias similares, conictivas semejantes, dudas parecidas, identicaciones y porqué no admitirlo, que otros textos produzcan desacuerdos, distanciamientos y hasta molestias. Coincidencias y disidencias merecen por igual una lectura cuidadosa (no acrítica, pero no criticona). Los textos ameritan el respeto a la osadía de dar a conocer, de hacer pudorosamente públicas historias, decires, pensares, y de hacerlo con total honestidad intelectual. Los textos presentados, organizados en arbitrarios capítulos, no se ofrecen al estilo de aquellos que tienen la pretensión de dictar sentencia de prácticas exitosas para que las mismas se incluyan en un repertorio de lo imitable. Lo que se ha puesto en juego no es una escritura sobre un supuesto saber hacer sino el de un hacer abierto al saber, dispuesto a revisarse, a reconsiderarse. Letras de educadores intentando compartir con otros instantes de sus biografías pedagógicas, y perseverando en elaborar la complejidad cotidiana en la que tantas variables juegan a cruzarse y hacer lío, como si fuera todo tiempo de un recreo en el cual lo inesperado siempre puede acontecer. ¿Por qué haber invitado a escribir?, ¿por qué aceptar teniendo como telón de fondo principios, ideas, propósitos sin atender en demasía al hecho de cumplir con el formato de una género literario? Quizás, sencillamente porque entendimos que toda escritura es un esfuerzo para que los olvidos no desalojen a algunos recuerdos, para que queden trazas de lo hecho, lo reexionado, lo que conmovió y dio a pensar y, como lo señala la reexión de Pontalis citada al comienzo, para que la traza no quede muda había que hacerlo con otros.

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