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Presentación

200 puestas en escena, 200 jueves, 200 meses… 20 años continuos y sin tregua, con el ideal de mantener encendida la llama de un escenario que propició el encuentro, la interacción, el diálogo y la dinamización de los imaginarios estéticos de la ciudad; un performance que se reanudaba mes a mes, con lenguajes, acciones y sonoridades diferentes; una experiencia que se nutrió de la participación colectiva, de la pluralidad del público asistente, de la simpatía y tolerancia de los vecinos, de la capacidad creativa y renovadora de los artistas, de la persistencia de los gestores culturales y de la solidaridad de un número amplio de instituciones, que se sumaban en apoyo al proyecto.

Hoy, cuando nos disponemos a reconstruir la memoria de este trayecto, tomo la palabra en representación del equipo, de quienes se quedaron en el camino y de los que, por las jugadas del destino, ya no están físicamente con nosotros; todos ellos aportaron la fuerza y la razón para persistir.

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Aquí consignamos el testimonio y el registro visual de los aportes individuales y colectivos de los participantes en el proyecto; la memoria de una propuesta que se construyó y se transformó de forma natural, con la espontaneidad y la libertad que animan los procesos creativos.

La Cuadra nació con el objetivo particular de acercar los públicos a los talleres de los artistas, por eso hablamos de «talleres abiertos»; se trataba de una invitación para que las personas interesadas en penetrar el misterio, que todavía entraña la creación, se aproximaran a los espacios privados de los artistas, para participar de su intimidad y dialogar con ellos desde la mediación que posibilitan las singularidades del acto creador. De esta iniciativa fueron partícipes los vecinos, quienes rápidamente se convirtieron en cómplices y aliados del proyecto; no de otra forma hubiese sido posible lidiar con el crecimiento exponencial de público que fue teniendo cada apertura, hasta el momento en que se hizo necesario contar con el cierre completo de la vía, para garantizar la movilidad y la seguridad de los asistentes.

En principio, la idea era que muchos artistas abrieran también sus talleres, que se creara un circuito y que a su vez las instituciones encargadas de fomentar las políticas culturales vieran en esta

práctica otra manera de fortalecer los procesos creativos, que ya reclamaban otras opciones. Así lo hicieron desde finales de siglo XX los artistas de París y de otras ciudades de Francia a través de los Ateliers Ouverts o los Open Workshops posibilitando interacciones que, incluso, aportaban en cierto modo a movilizar una forma de mercado del arte. Si bien esa aspiración siempre fue esquiva a nuestras conquistas, es claro que La Cuadra sí logró cultivar otras dinámicas que comprometieron: la ampliación de las nociones de arte y estética, la creación de una pedagogía de los procesos de mediación artística, la construcción de estrategias de movilización ciudadana y la articulación de procesos de gestión para la apropiación y el uso del espacio público, en función del disfrute colectivo.

Dar cuenta de la suma de experiencias derivadas de este proyecto, ha sido una empresa compleja, porque como sabemos, el olvido siempre acosa a la memoria, empuja la pérdida anunciada de los recuerdos. Por eso decidimos recurrir a muchas de las personas que nos acompañaron en esta aventura, para que nos ayudaran a recuperar la memoria de tantos momentos vividos: a quienes, en medio del afán, participaron de la preparación de cada jueves de apertura y a quienes, de manera incondicional, aparecían en el furor de la programación, para animar el encuentro. De esta manera, el libro se configura a partir de una sumatoria de textualidades, imágenes, relatos, testimonios y memorias que se desplazan del fragmento a la totalidad, de la percepción a la reflexión, de la impresión al significado, para ir construyendo una suerte de caleidoscopio de temporalidades e impresiones, que se encuentran en el esfuerzo paralelo que hicimos por acotar una línea de tiempo, que cobija los 20 años del proyecto. Aunque el poco rigor con el que hemos manejado el archivo a lo largo del tiempo y la falta de sistematización de cada evento nos pasaron cuenta, es importante reconocer que también este ejercicio nos permitió dimensionar el caudal de información disponible y las posibilidades que anidan en este acumulado, para proyectos futuros.

Hasta 2012 el desarrollo de la programación de La Cuadra fue posible gracias al esfuerzo de los fundadores y al apoyo de unas cuantas empresas, vecinas del sector, que contribuían con pequeños aportes para que pudiéramos disponer de la postal para la difusión, los refrigerios y transporte para los artistas invitados a los conciertos o para la amplificación de sonido. A todos ellos manifestamos nuestra gratitud, porque entendieron el significado que tienen las pequeñas acciones para animar proyectos colectivos; se trataba de una suma de voluntades, no de una imposición tributaria. Esta confianza nos permitió mantener la independencia que necesitaba el proyecto para alcanzar su mayoría de edad.

Luego nos aplicamos en la tarea de fundamentar el proyecto para aplicar al Programa de Concertación Nacional y Municipal, lo que llevó a La Cuadra a comprometerse con otras posibilidades y a

garantizar la logística que empezaba a demandar el aumento de público. No todo fue color de rosa, claro, porque los vaivenes de la administración pública le hacen mucha mella a los procesos culturales. En varias ocasiones el aparente “éxito” del proyecto se nos vino encima, como en 2019, año en el que, además de ver disminuidos los recursos asignados por Concertación Municipal, entramos en la lista de “grandes espectáculos de la ciudad”, con las implicaciones logísticas y económicas que esto arrastraba y que hacían inviable el sostenimiento económico de las actividades proyectadas.

La Cuadra nunca fue un espectáculo, ni los gestores unos empresarios de la cultura, como nos quisieron etiquetar, para alinearnos con las exigencias de la Ley de Espectáculos Públicos. Esta situación nos puso en una encrucijada y disparó las alarmas sobre la continuidad del proyecto; además llamó la atención sobre la falta de criterio del ente responsable de valorar procesos culturales, como el que representaba La Cuadra. La reacción del público no se hizo esperar y rápidamente fue interpretada por la Administración Municipal que se apresuró a construir alternativas para subsanar el impase. En la movilización también participaron organizaciones del sector, empresas y empresarios de diferentes áreas, dispuestos a posibilitar soluciones para garantizar que el ritual del primer jueves de cada mes se mantuviera. Superadas estas dificultades, La Cuadra continuó el desarrollo de las actividades proyectadas para 2019, con la decisión ya asumida de llegar hasta el cumplimiento de los 20 años del proyecto, en marzo de 2020. En este sentido, queremos reconocer el gran soporte que representa, para las organizaciones del sector cultural, la existencia de programas y fuentes de cofinanciación, como los que impulsa la Secretaría de Cultura de Pereira y el Ministerio Nacional de Cultura. Sumados a la capacidad del equipo gestor, estos apoyos se convierten en un incentivo real, tanto para dignificar el trabajo de los agentes culturales que intervienen en una apuesta de la magnitud de este proyecto, como para ampliar el alcance de las iniciativas que se promueven desde él.

Un espacio particular merece el público que acompañó los procesos de La Cuadra. A pesar de no contar con una plataforma comunicativa especializada para convocar a los eventos, fue notable el crecimiento acelerado de la comunidad de adeptos. No se trataba solo de los amigos de nuestra generación o de personas vinculadas con algún campo del arte; fueron públicos de todas las edades, con gustos diversos, que no se dejaron encasillar en una estética determinada. Muchos de ellos iniciaron su peregrinación por La Cuadra de la mano de sus padres, así que crecieron con ese ritual y fueron contagiándolo, con desenfado y libertad a sus amigos, porque en esa cuadra luminosa y variopinta, todos encontraban un lugar, un espacio para danzar, cantar, tomar una cerveza, vender bombones o simplemente estar en medio de la multitud.

Una mención especial merece nuestra amiga y gestora cultural Lucía Molina; gracias a ella fue posible que el Colombo Americano se convirtiera en socio y cómplice del proyecto, habilitando, además, la sede ubicada en el perímetro de La Cuadra para acoger la programación mensual. La vinculación del Colombo, animó a otros vecinos a activar sus espacios; así sucedió con la Iglesia Presbiteriana, con UNE Telefónica de Pereira, la Fundación Germinando, el Taller de Silo, la Fundación Raíces y, últimamente, con el Muro Líquido del Centro Comercial Pereira Plaza, entre otros. De alguna manera se había creado un ambiente de camaradería que, sin duda, fue también el impulso para que algunos negocios se motivaran a abrir locales comerciales en la zona, ampliando la oferta de restaurantes, cafés y tiendas de diseño. Los relevos en la coordinación cultural del Colombo Americano nunca afectaron los compromisos de la institución con La Cuadra; María Elisa Moorwood, Natalia Forero, Adriana Giraldo, Daniela Botero y Sandra Martínez, supieron articularse a la dinámica del equipo y aportar, desde su saber y hacer, a la labor que nos empeñaba a todos.

En el trayecto, algunos de los fundadores manifestaron su agotamiento y decidieron salir del equipo. Primero fue el artista Carlos Enrique, «El Flaco Hoyos» quien se retiró después de cuatro años; luego lo hizo Viviana Ángel, después de haber permanecido siete liderando el proceso con nosotros. Sin embargo, su salida no representó una ruptura con el proyecto. Ambos mantuvieron un vínculo estrecho con el grupo y fueron un referente muy valioso para las decisiones que año a año se tomaban.

Cuando se hizo necesario formalizar el proyecto para conseguir una personería jurídica, tuvimos la fortuna de contar con el apoyo del gestor Martín Ibáñez. Gracias a su vinculación La Cuadra Talleres Abiertos, se configuró como una «Corporación», con vida jurídica plena. Asimismo, Martín asumió el papel de coordinador del proyecto, aportando su experiencia a la gestión de las nuevas demandas de la iniciativa. En este cargo lo sucedió María García, luego José García y por último el fotógrafo Edwin Laverde, quien además asumió un papel fundamental como animador y coordinador de las actividades en la calle. En este devenir, fue invaluable la participación de Daniel Herrera, responsable de amplificar los conciertos y demás presentaciones en el espacio público; su permanencia en los 20 años de la iniciativa, da cuenta del vinculo que constituyó con el equipo.

En suma, fueron muchas las solidaridades que participaron de esta construcción, bien aportando a iniciativas y propuestas para alimentar la programación de cada taller, dentro de las temáticas proyectadas, o bien ampliando las opciones para el espacio público, con una rica oferta de productos gastronómicos, emprendimientos, objetos artesanales o de diseño, porque en La Cuadra casi todas las ideas eran bien acogidas y acompañadas.

En la última década, contamos con la vinculación de María García y Pablo Calle, quienes nos relevaron en muchas de las tareas que estaban a nuestro cargo. María, asumió la dirección general del proyecto y los procesos de gestión para la cofinanciación del mismo. Con ellos llegamos a la meta que nos habíamos fijado: los 20 años.

Con inmensa alegría entregamos a ustedes este libro polifónico, con la certeza de que, en la pluralidad que concitan las diferentes voces y miradas invitadas, se configura un primer ejercicio cartográfico de lo que fue La Cuadra Talleres Abiertos.

Jesús Calle

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