EL AMANTE DE LA CHINA DEL NORTE - MARGUERITE DURAS

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Delante de la reja, sola, está la madre con su hijo mayor. Pierre, el que se va. No hay allí sino unas cuantas personas de raza blanca. Parece la partida de unos forzados. Entre los «pasajeros de cubierta», hay policías indígenas en uniforme caqui, descalzos. Siempre los hay cerca de los trasatlánticos a punto de zarpar. Debido a los traficantes de opio, a los evadidos de las cárceles, a los rateros, a la escoria de todas las razas, de todos los tráficos. Las cubiertas de primera y segunda clase están ocupadas por hindúes que desembarcarán en Colombo y otros pasajeros de color indeciso que deberán de desembarcar en Singapur. Es una partida como otra cualquiera. En la cubierta inferior del barco está el hermano mayor. Ha bajado de la cubierta de primera para estar más cerca de la madre. Ella hace como si no le viera. El intenta reír como lo haría de una broma. No ve a su hermana y a su hermano. Mira a esa mujer que se avergüenza, a su madre, y se pone a sollozar. Es su primera separación de ella. Tiene diecinueve años. La niña y el hermano pequeño lloran el uno junto al otro, sellados por una desesperación de sangre que no pueden compartir con nadie. Thanh los mantiene abrazados, acaricia sus rostros, sus manos. Llora por sus llantos, llora también por el llanto de la madre. Por amor a la niña. La madre. Se ha girado hacia el barco. No le vemos la cara. Da media vuelta. Va hacia las rejas, se apoya en la reja al lado de los hijos que le quedan. Llora sin ruido, bajito, ya no tiene fuerzas. Ya está muerta. Al igual que Thanh acaricia el cuerpo de sus dos hijos separados del otro, su hermano mayor, ese hijo perdido por el amor de su madre, un error de Dios. La sirena del barco ha sonado. La madre enloquece. La madre se pone a correr. Se escapa hacia el barco. Thanh abre la reja y le da alcance. La coge entre sus brazos. Ella no se resiste. Dice: —No lloro porque se va... lloro porque está perdido, eso es lo que veo, que ya está muerto... que no quiero volver a verle, ya no vale la pena. Mientras el barco se aleja, Thanh la impide ver. El hermano mayor se aleja, la cabeza gacha, abandona la cubierta, ya no mirará a su madre. Desaparece en el interior del barco. Habían permanecido allí mucho tiempo, abrazados los tres. Y luego Thanh soltó a la madre. Ella ya no miró. Sabe que ya no vale la pena. Que ya no se distingue nada, ni los cuerpos ni los rostros. Thanh es el único que todavía llora. Llora por el conjunto. Por sí mismo también, huérfano devuelto a su único estado de niño abandonado. La puerta de la garçonnière está abierta. Ella entra. El chino fuma opio. Se muestra indiferente a la niña. Ella se acerca a él, se acuesta allí, junto a él, pero apenas, sin casi tocarle. Llora por rachas. El la deja. Ella está dulce, como distraída de él. El lo sabe. Silencio. El dice: —Se ha acabado. —Sí. —He oído las sirenas.


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