Franz Kafka - El Proceso

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El proceso

Franz Kafka

brevemente y yo les daré una respuesta detallada por escrito. Lo mejor sería, sin embargo, que vinieran otro día. Estas proposiciones de K dejaron a aquellos hombres, que habían esperado inútilmente tanto tiempo, tan asombrados que se miraron mutuamente sin decir palabra. ––Entonces, ¿estamos de acuerdo? ––preguntó K, y se volvió hacia el empleado, que traía su sombrero. A través de la puerta abierta del despacho de K se podía ver que nevaba con fuerza. K se subió el cuello del abrigo y se abrochó el último botón. En ese instante, el subdirector salió de su despacho, miró sonriendo cómo K, con el abrigo puesto, trataba con los señores, y preguntó: ––¿Se va ya, señor gerente? ––Sí ––dijo K enderezándose––. Tengo que terminar un negocio. Pero el subdirector ya se había vuelto hacia los señores. ––¿Y los señores? ––preguntó––. Ya esperan desde hace tiempo. ––Ya nos hemos puesto de acuerdo ––dijo K. Pero los señores ya no se callaron, rodearon a K y explicaron que no habrían esperado tantas horas si sus asuntos no fueran importantes y no fuera necesario tratar los confidencial y detalladamente. El subdirector les prestó atención, contempló a K, que sostenía el sombrero en la mano y le quitaba el polvo, y dijo: ––Señores, hay una solución muy fácil. Si no tienen nada en contra, asumiré encantado las gestiones del señor gerente. Sus asuntos, naturalmente, deben ser tratados en seguida. Somos hombres de negocios y sabemos valorar en su justa medida el tiempo de los hombres de negocios. ¿Quieren entrar a este despacho? ––y abrió la puerta que conducía a su antedespacho. ¡Cómo se las arreglaba el subdirector para apropiarse de todo a lo que K se veía obligado a renunciar! ¿Acaso no renunciaba K a más de lo que era necesario? Mientras se apresuraba a visitar con pocas e inciertas esperanzas a un pintor desconocido, su prestigio allí sufría un daño irreparable. Habría sido mucho mejor quitarse el abrigo y ganarse a los dos señores que aún esperaban. K lo habría intentado si en ese instante no hubiese visto al subdirector en su despacho, buscando en los anaqueles de libros, como si todo fuera suyo. Cuando K, irritado por la intrusión, se aproximó a la puerta, el subdirector exclamó: ––Ah, aún no se ha ido ––y volvió el rostro, cuyas arrugas no parecían ser huellas de la edad sino un signo de fuerza, y comenzó de nuevo a buscar. ––Busco la copia de un contrato ––dijo––, que, según el representante de la empresa, tendría que estar en su despacho. ¿No quiere ayudarme a buscar? K dio un paso, pero el subdirector dijo:


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