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Jos茅 Reydecel Calder贸n Ochoa

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Generales Cruz Dom铆nguez Gamboa y Juli谩n Granados

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José Reydecel Calderón Ochoa Otoño de 2009


A Paty y a Cecy, mis hijas, que transcribieron y me acompa帽aron al Archivo Hist贸rico. Pasamos momentos agradables.

A Paty, mi esposa, mi coautora, mi todo.



Contenido Encuentro/13 Prólogo/15 Gracias/17 Las raíces Carichí, el lugar de las casas/21 Los rarámuri y la misión/22 Carichí mestizo/25

La revolución Carichí en la revolucion/33 Crónica/35 La Revolución/36 Pancho Villa/38 Julián Granados/39 Cruz Domínguez Gamboa/41 La batalla de Cerro Prieto/43 Los vecinos de Cerro Prieto/46 Ciudad Juárez/52 El ataque a Ciudad Juárez/62 Los colorados/64 La Decena Trágica/66 En la Ascención/68 Nace la División del Norte/74 La junta de la loma/76

La división del norte A Torreón/81 Chihuahua/83 El tren de Troya/86 Tierra Blanca/89 Chihuahua en poder de Villa/90 La toma de Ojinaga/92 La segunda toma de Torreón/95 Zacatecas/104 La batalla de Zacatecas/108 Al norte/114


Entrevista con el general Obregón/117 Desconocimiento del primero jefe/121 Rumbo al sur/123 La Division del Norte en México/127 El cuartelazo del gral. Gutiérrez/130 Celaya/135 Muere el gral. Agustín Estrada/139 Gral. Cruz Domínguez, comandate de la brigada Guerrero/141 Sobre el guaje/115 La división del Norte llega al recodo de su vida/150 La audacia de villa y el valor de Obregón/154 La opinión del general Ángeles/155 El drama de Trinidad/158 Ochenta cargas de caballería villista/159 Padre nuestro que estas en los cielos/161 Obregón astuto/163 Seis cargas villistas/165 Obregón queda manco/168 El desastre/170

Epílogo: sus vidas Belén/177 El Santo Niño: Dios/178 Al extremo/182 El asalto/184 Volveré/186 La muerte/186 Resistencia/187 Posdata/188

Anexo Biografía del general Granados Biografía del general Domínguez Iglesia Nombre de Jesús Carichí Fotografías


Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: Esos son los imprescindibles. Belrtolt Brecht



EL ENCUENTRO

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n esta montaña, cuando apenas era un niño adolescente, mi padre me enseñó el oficio de pastor y la vocación de la esperanza. Estación tras estación, un ciclo y luego el otro, por las mismas veredas y por los mismos ancones de los arroyos; siguiendo cordones y mesetas de pinos y margaritas, de amapolas coloridas; escuchando el silbido de las águilas y el toctoc de los carpinteros en blanco y negro. Aquí viví la rebeldía, la persistencia y la soledad también. La madrugada de una noche de mucho tiempo después pude verme con el general frente a frente. Yo me apeé del caballo y él permaneció montado en el suyo, solemne y elegante. “General —le dije— Estoy aquí, en esta cima, porque aquí confirmaste tu destino… Volveré, —le dijiste a mi madre—. Y porque… por tu rebeldía nosotros soñamos”. El general se fue desvaneciendo poco a poco. Yo, volví rumbo al pueblo. Era entonces la aurora de un nuevo día.



PRÓLOGO

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stas palabras que ahora escribo son el relato que escuché de mis padres Luisa y José. De mis abuelos, Julia y José; Belén y Catarino. Nacieron y crecieron en el campo, libres, bajo la sombra de un árbol en un día de sol; bajo el Orión o la luna llena de Carichí, Chihuahua, el Lugar de las Casas. Pretendieron ser en un principio la semblanza de la vida del general Cruz Domínguez Gamboa, en particular; pero a las primeras líneas el general fue claro al señalarme que él sólo fue una parte de los sueños de un pueblo…, que en la Revolución ellos habían actuado juntos y solidarios…, son, por tanto, la historia de la Revolución que hicieron, asiendo un arado o una carabina 30-30, más allá de sus montañas y de sus límites. De sus soldados y generales, Julián Granados y Cruz Domínguez. Quieren ser el encuentro con otros relatos y el gusto de descubrirlos y compartirlos por compartirlos. Quieren ser también la oportunidad de ahondar en el mito y en la historia y aprender de ella para convivir, rebeldes, pero en paz. Los sentimientos que los motivaron están enraizados en la cultura que les dio vida, en el Carichí de los indios y de las Misiones Católicas Jesuitas y en el mestizo de los siglos XIX y XX. Descubrir y describir esa cultura es una tarea de alcances mayores. Solo


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quiero dar testimonio de su valor. Por razones sin explicación, el rastro histórico escrito de los hechos de estos generales es breve. Pero los historiadores actuales, cada vez más, nos develan el verdadero valor de sus hechos. En este escrito el Dr. Friedrick Katz en sus obras sobre el Villismo, nos ofrece un marco y un fondo histórico coherente y seguro. El señor Alberto Calzadíaz Barrera, que en paz descanse, en su obra histórica Hechos Reales de la Revolución Mexicana nos narra como nadie, detalles, contextos y relaciones que he querido citar íntegros; sobre todo, la Batalla de Cerro Prieto, la Toma de Ciudad Juárez, y las Batallas de la División del Norte en el Bajío de México. Los carichienses son orgullosos y celosos de su historia. Ellos nos narran con emoción, pero con respeto, las leyendas siempre nuevas de sus generales Granados y Domínguez. Mis lazos cercanos y de afecto, así como familiares con el general Domínguez, primer esposo de mi abuela, la Sra. Belén Domínguez, me llevan a dedicarle unas palabras más a su semblanza.


GRACIAS

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l hombre es la arquitectura que se hace desde adentro, desde el corazón; como la golondrina que al hacer su nido lodo a lodo termina por hacerse a sí misma. Gracias Ángela.

En este camino nos hemos encontrado a un grupo de personas, escritores e investigadores de la historia, objetivos y comprometidos, que nos han compartido a través de sus obras una nueva visión de la Revolución y del Villismo, un nuevo sentimiento también: Frederick Katz, Paco I. Taibo II, Pedro I. Salmerón, Rubén Osorio, Víctor Orozco, Jesús Vargas, y otros. Por ellos hemos llegado a Rafael Muñoz y sus novelas “Vámonos con Pancho Villa” y “Se llevaron el cañón para Bachimba”. A Nellie Campobello, que nos relata con poesía: Cartucho. A don Alberto Calzadíaz Barrera, a quien siendo un niño, en el poblado de Namiquipa, Chihuahua, Pancho Villa le prometió que volvería por él para llevárselo a la guerra, no volvió; pero él escribió “Hechos Reales de la Revolución”, basado en entrevistas y pláticas que sostuvo con soldados sobrevivientes del villismo y del carrancismo. Es una obra oportuna y llena de pasión. Descubre hechos y personajes que estaban olvidados por la historia oficial. Gracias a él, los generales Granados y Domínguez, sí tuvieron quién les escribiera.


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Al señor Victoriano Díaz, que en paz descanse, historiador de la región. A Macario Orozco y Epitacio Gutiérrez, soldados de Carichí, que se la rifaron junto con la brigada Guerrero en las peores batallas. Ellos nos narraron cómo los generales eran los primeros en entrar al combate y las balas no los tocaban; sólo les agujereaban los sombreros. Gracias a Humberto y Cruz Domínguez Núñez, nietos del general Domínguez por mantener viva la llama del altar en el que creyeron sus abuelos y nosotros también. A los muchachos Calderón y Domínguez, que crecieron juntos y supieron abrirse camino en la post revolución. A la familia Granados, prolífica y generosa, carichienses orgullosos de su historia. Gracias a Belén, la jovencita de quince años y ojos claros que contempló azorada la batalla de Cerro Prieto, Chihuahua, en diciembre de 1910. Que un poco más tarde se casó con el general Cruz Domínguez, y conoció el triunfo, la derrota, la persecución y la injusticia. Ella fue la madre del hijo del general, Cruz. A Belén, gracias por volverse a enamorar de alguien que también la amó y creyó que tan valioso era abrir un surco como plantarse en una columna militar, con Catarino Calderón. Por ellos conocí la vida… y la revolución.


LAS RAICES



CARICHÍ, EL LUGAR DE LAS CASAS

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os rarámuri de Carichí, el lugar de las casas (de carí: casa y chi: lugar de), ya estaban allí y habían hecho cambios profundos y definitivos en su cultura antes de que los europeos se dieran cuenta de que había otros mundos más allá. Descendientes de guerreros y nómadas, acostumbrados en los últimos años al ataque y a la defensa, habían vivido amurallados contra acantilados y cañones, en cuevas y refugios naturales, hostiles a otros indios, hasta los días en que sintieron que el valle les brindaba la paz y un lugar sagrado para Dios. Desde entonces aparecieron hospitalarios y abrigadores, casi sedentarios, agricultores, artesanos, artistas, poetas y teólogos… juntos, pero independientes, construyeron a valle abierto sus casas repechadas contra el monte; y terminaron por moldear una cultura para la vida aquí y en el más allá. Con una lengua de sonidos alegres y simétricos, tejidos con precisión, elegantes y sencillos, expresaban su humanidad y se comunicaban entre sí. Los indios rarámuri habían encontrado veredas sorprendentes para transitar y corregir el rumbo aprehendido en siglos de existencia y revelación. Caminando sin prisa, por esas veredas, los indios se sentían de pies ligeros.


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El Lugar de las Casas ya era en el año de 1492.

LOS RARÁMURI Y LA MISIÓN La misión de Carichí nació en noviembre de 1675. Fue fundada por el padre Tomás de Guadalajara de la Compañía de Jesús. Para entonces los españoles y los misioneros llevaban casi medio siglo en la vasta región de la Sierra Tarahumara. Los rarámuri de Carichí habían tenido contacto con ellos. Cultivaban el maíz. Criaban gallinas, borregos y tenían caballos. Dispusieron de un largo tiempo para soñar y para volver a soñar el encuentro con los misioneros. A pesar de los consejos y arengas de los sucurúame y owirúame (hechiceros y médicos), muchos otros viejos, sabios, un día decidieron salir al encuentro sin remedio. Los indios de Carichí fueron a Santa Ana para suplicar al padre Tomás de Guadalajara que los fuera a visitar. En efecto fue allá el padre Tomás a caballo, atravesando las llanuras que riega el río San Pedro hasta sus nacimientos, y tramontó después la serranía hasta llegar a los márgenes de otro arroyo que corre hacia el sur siendo tributario del Conchos casi también en su nacimiento. Se extiende allí un fértil valle, donde yace el pueblo de Carichí; sus rancherías están esparcidas en las fecundas tierras regadas por el agua del arroyo. Los de Carichí tributaron al padre una recepción realmente regia, e hicieron grandes fiestas… El padre Guadalajara bautizó a más de un centenar en un solo día, y cuando terminó la ceremonia, todos, cristianos y paganos, muchos de ellos a caballo, organizaron una procesión portando dos grandes cruces…, conforme avanzaban los fieles tarahumaras en su recorrido, el entusiasmo crecía y embargaba más y más sus corazones, y llenos de emoción, corrían alrededor del misionero


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y lanzaban gritos de alegría… los indios procedían así, escribiría después Guadalajara para confundir a los hechiceros que habrían pretendido mantenerlos alejados de los misioneros…, el padre Guadalajara se aprovechó de esta situación para dar un nuevo nombre al pueblo. Era viernes nueve de noviembre y la Iglesia celebraba la dedicación de la Basílica del Salvador, y el misionero se inspiró para ello en las palabras del oficio del día, tomadas del Canto de Habacuc, que dicen: “Yo me alegraré en Dios mi salvador, mi Jesús”, y así fue el nombre que se le dio al pueblo de Carichí, desde entonces fue conocido como Jesucarichí. Los indios prometieron al padre Guadalajara construir una iglesia y una casa para el misionero. Y cumplieron su palabra. En quince días levantaron un humilde jacal que fue la capilla. Y el 9 de noviembre de 1675 quedó fundado el cristiano pueblo de Carichí.1 El ruido, la fiesta y la estridencia no solo confundieron a los hechiceros. Al misionero también. Confundido pero sincero, de pie en aquel lomerío dorado de noviembre, sintió que el lugar donde estaba era sagrado y que los indios lo estaban invitando a recorrer con ellos su propia historia. En el lugar de las casas se fincaba un compromiso. A la vuelta de tres años Carichí contaba con un misionero de planta, el padre Diego de Contreras. Y tan solo dos años después, con el padre Rolandegui. En 1681 llegaron a Carichí, procedentes de Europa el padre José María Ratkay, húngaro, y el padre José Neumann, alemán. Además de filosofía y teología, estos padres conocían de agricultura, de medicina, de oficios como tallar madera, soldar con estaño, coser pieles y telas, construir, escribir y otros más. Habían empezado ya el estudio a fondo de la lengua tarahumara que hablarían después con gusto y soltura. El padre Ratkay permaneció en Carichí dos años. Una extraña y lenta enfermedad le aquejó y le ocasionó la muerte. Algunos dirían después que los hechiceros le hicieron algún mal. Lo sucedió el padre Francisco María Pícolo, siciliano, quien terminó la 1 Peter Masten Dunne S.I. Las antiguas misiones de la Tarahumara. pp. 159-160


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construcción del nuevo templo. El padre Neumann fue asignado a Sisoguichi donde permaneció diez años, después regresó a Carichí donde pasaría la mayor parte de sus cincuenta y cuatro años de misionero. El encuentro de indios y misionero nunca fue fácil. El padre Neumann en los primeros años en Sisoguichi narraba así su experiencia: “…no puede negarse que con esta gente los resultados no compensan tan duros trabajos, ni justifican la buena semilla al ciento por uno… exteriormente están de acuerdo con el misionero, y en su modo de vivir tienen toda la apariencia de ser muy buenos; pero en lo particular se ponen de acuerdo con sus subordinados para disimular borracheras y vicios.” 2 Unos cuantos años después, Neumann lo mismo que los otros padres, se encariñaron con los indios y alababan la generosidad de éstos y la bondad de su corazón. Rolandegui, en Carichí, escribió en febrero de 1682 un brillante informe acerca del progreso de la Misión de la Tarahumara. Pide con gran urgencia el envío de nuevos misioneros para recolectar la mies que está madura y que sólo espera la siega. Para 1697 Carichí contaba con 3308 personas; tenía una hermosa iglesia de tres naves que había construido el padre Pícolo quien residió allí por largos años desde la muerte del padre Ratkay; recibió limosnas de sus amigos y contó con la mano de obra de los indios para levantar una de las más hermosas misiones de todo México, según asegurara Neumann. En los años de los levantamientos de los rebeldes indios, Carichí era como la Betania del Evangelio. El lugar donde se iniciaba una nueva búsqueda del sentido de la existencia, como Juan bautizando en el Jordán; y el lugar donde se abrigaba y cuidaba a los misioneros como a Jesús en casa de Martha y María. Los indios y los misioneros tras un poco más de un siglo de convivencia llegaron a comprometerse en nuevas veredas, juntos. 2 P. M. Dunne. Op. cit. Págs. 207-208


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Ambos confiaron en la verdad del otro. Pero los padres no eran tan buenos médicos ni tan comprensivos como se esperaba y obligaban a los indios a esconderse para sobrevivir y convivir, o como podrían hacerlo sin tomar tesgüino. Cuando se referían a Dios, unos eran abstractos y hablaban de un Dios padre creador; otros, los indios, concretos pero simbólicos adoraban al sol y a la luna como padre-madre, pero ambos se sentían hijos, protegidos. Después de los padres, como lo sabían y esperaban, llegaron los españoles mineros, ganaderos, comerciantes. Los misioneros y los indios se defendieron entonces de la avaricia y de la esclavitud. Cultivaban la tierra, cuidaban y criaban ganado. Se educaban y aprendían unos de otros. Practicaban un sistema comunitario de propiedad y producción. Hasta el día 24 de junio de 1767 en que el rey Carlos III de España ordenó la expulsión de los jesuitas de toda América. Aquí, en estos valles, como en otros, quedó trunca una experiencia que comenzó como conquista y se convirtió en convivencia. La cultura que cimentaron fue tan honda que permea pueblos tres siglos después. Hasta hoy.

CARICHI MESTIZO El Carichí mestizo es un descendiente directo del Carichí indio y de la Misión Católica de los siglos XVII y XVIII, con una visión sagrada de la realidad. Con la expulsión de los jesuitas en 1767, aparecieron españoles y criollos, algunos ricos mineros e influyentes que aprovecharon el desconcierto y el vacío legal y real para adueñarse de tierras y propiedades, sin considerar su carácter comunitario.


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A principios del siglo XIX, a partir de 1825, llegaron al valle los nuevos mestizos, aprovechando las oportunidades de población del Estado de Chihuahua y la ley que autorizaba la reducción de los bienes comunales de los pueblos indios a propiedad particular. Los mestizos encontraron un pueblo de cimientos hondos y macizos. No tardaron en comprender que los indios eran un pueblo de valores, y en muchos sentidos, mejores que ellos; tras el encuentro, como los jóvenes misioneros del pasado, empezaron a validar y hacer suyas muchas costumbres, mitos y rituales. Compartieron el valle, la montaña, el cielo, la tierra, las enfermedades y los miedos. El sentido trascendente de las personas aquí y más arriba. Se intrincaron también entre una moral católica romana y otra que ellos podían y querían vivir: era el nudo sin deshacer heredado desde 1675. Los muertos se iban a lo alto y allí descansaban, pero había que ayudarlos a llegar. Las fiestas religiosas se compartían y eran esperadas año con año como un solo pueblo. Hacían procesiones y vigilias, bailaban matachín o por lo menos lo presenciaban; comían tónari, pinole y bebían tesgüino. Organizaban apuestas y se emocionaban en las carreras de bola. La Iglesia, el lugar sagrado que les heredaron los indios, se volvió propia y un símbolo de identidad que aceptaron y respetaron. Mirando hacia el sol que nace, todos se sentían en diálogo con Dios y fincaron sus casas en procesión en ese sentido. La salud física y mental era un asunto que preocupaba a todos y que no acababa de resolverse. Arreglaban sus problemas en común; pero había violencias y rencillas internas que no lograban dirimir y los flagelaban. Muchos niños morían en los primeros años de vida. Los médicos cercanos y únicos, eran los naturales, personas con gran conocimiento, experiencia y magnetismo humano. Conocían de ritos y hierbas para curar o para dañar; y danzaban convertidos en bolas de lumbre, en concierto y desconcierto, sobre cosechas, caminos


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y tejados. La comunicación era un bien común, y a veces un mal común: estaban al pendiente de lo que pasaba y de quién pasaba. Se cuidaban entre sí y a veces se esclavizaban entre sí. La capacidad de observación de los indios fue aprehendida por los mestizos. Los rasgos físicos, las miradas particulares jamás se olvidaban y tenían un significado especial. El cielo, la tierra, las cosas comunes, no eran planas sino sorprendentes, como sus montañas y valles. Discretos en su interior, eran como sus hogares, generosos, sencillos y limpios. Con paciencia podían distinguir y seguir la huella del alma de una persona o de un grupo y, sin pretenderlo, se aproximaron al corazón de los indios. El sentido del humor era parte de ellos mismos. Reían de todo, de amigos y enemigos, de tragedias y de historias comunes. Narraban con llanto sus tristezas, pero al mismo tiempo con risas. Y así hablaban con un tono particular que los distinguía de los mestizos de los llanos y desiertos y los semejaba a sus hermanos los indios. Su particular idioma español lo enriquecieron con palabras, modismos, giros y hasta con el sentido de muchas expresiones del rarámuri. La palabra dada, la conversación llana e ingenua, la hospitalidad y el respeto eran valores que se aprendían y cultivaba con espontaneidad. Los carichienses, indios y mestizos, soportaron sequías, abandonos, invasiones de franceses, norteamericanos, apaches y comanches, bandoleros y rurales. Son, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, territorio y punto de reabasto de conductas repletas de barras de oro y plata, procedentes del mineral de Batopilas, que el Señor Shepherd enviaba hacia los Estados Unidos de Norteamérica.


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Vivían el tiempo de la bonanza ajena y una tensa calma los envolvía. En medio de la rutina, un corresponsal del periódico El Correo de Chihuahua, enviaba sus notas fechadas el día 5 de noviembre de 1910: “Las carreras de tarahumaras de que hablé en anterior, se verificaron el próximo pasado octubre. Eran dos indígenas del rancho de Sisoguichi, contra dos de Pasigochi, habiendo ganado uno de este último punto; su compañero y los dos contrarios se fueron rindiendo de más o menos tiempo, y él completó las vueltas de compromiso, que al final fueron diez, con un recorrido como de 40 leguas. Se trajo al centro del pueblo en medio de aplausos y fue coronado el vencedor que se llama Rodrigo. Se dice que pronto habrá otras en que se crucen mayores apuestas que en éstas, y en las que las vueltas sean más”. Y luego otra: “...los Señores Marcial Cordero, comerciante, y José D. Borja, sub recaudador de rentas, ambos de aquí, se hallan un poco enfermos de diferentes males. Hacemos votos porque ambos señores, que son de los más caracterizados del lugar, pronto estén del todo bien”. El 16 de noviembre de 1910 escribía: “...nos alegramos mucho que los estimados caballeros, los señores Cordero y Borja estén del todo bien, ya trabajando como de costumbre”. Y en otra: “En atento ocurso, y signado por los mas caracterizados vecinos, se solicitó del Director General de Correos, el servicio de giros postales en ésta. Se espera una contestación favorable del celoso y atento Señor Domínguez. El Corresponsal” Muchos ciudadanos del pueblo no ignoraban lo que de verdad pasaba y habían comenzado a dialogar entre sí. La Patria, la casa


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grande, la de Hidalgo y Juárez, la de todos, ya no era la de ellos. Era de terratenientes nacionales y extranjeros, de políticos lejanos, del Secretario de Hacienda José Ives Limantour, de Terrazas, de Hearst… Estaban enterados y comentaban los hechos de Cananea, de Pinos Altos, de Tomóchi, Río Blanco, de rebeliones y de represiones. Se relacionaron con otros pueblos como Cusihuiríachi, San Isidro, Namiquipa, Satevó, Santa Isabel… Apreciaban a hombres de honor, liberales, como Don Manuel Herrera, como Don Celso González, ex gobernador interino del Estado. Con la esperanza de ser auténticos y de recobrar su patria, se comprometieron con Abraham González y con las intenciones de fondo del Plan de San Luis Potosí de Francisco Ignacio Madero, en noviembre de 1910.



LA REVOLUCIÓN



CARICHÍ EN LA REVOLUCIÓN

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l pueblo de Carichí decidió entrarle a la revolución en noviembre de 1910 y enfrentar las consecuencias. Las sufrió leal y estoico.

“Fue Daniel Rodríguez, jefe de la conspiración en Carichí quien invitó a ella a Albino Frías y a Pascual Orozco, que era pariente suyo.” Antes del 20 de noviembre de 1910, los Ciudadanos en Armas de Carichí, habían formado ya el primer pie de ejército con el que se hacen presentes en la historia. El 2 de diciembre toman la plaza de Carichí, el 5 de diciembre la de Satevó. El 11 combaten en Cerro Prieto. El 15 de diciembre son los primeros en enfrentar a los federales en Pedernales, Chihuahua, en un ataque que sería combinado con las fuerzas rebeldes de Pascual Orozco, José de la Luz Blanco, Gabino Cano, Luis García, y José Rascón Tena, quienes acuden tarde, pero logran el primer triunfo importante después de una larga cadena de fracasos. Los carichienses son masacrados y aportan sus primeros mártires a la Revolución. Unos meses después, Julián Granados hace un relato de los hechos y mártires de los primeros días. “… En Pedernales, Chihuahua, fueron muertos el mayor en jefe del Ejército Libertador, que con heroísmo peleó durante el com-


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bate, Daniel Rodríguez, casado, y con domicilio en Chihuahua; y los valientes soldados del mismo Ejército Libertador: José María Chávez, casado; José Mantilla, casado; Juan Mendoza, casado; Ignacio Mendoza, casado; José Mendoza, casado; Isidro Meraz, casado; Antonio Varela, casado; Eulogio Gutiérrez, casado; Refugio Nevárez, casado; Avelino Villa, casado; Emiliano Gutiérrez, casado; Isaac Renova, casado; Longino Lozano, soltero; Pedro Anchondo, soltero; José María Jaira, soltero; y dos individuos más que se ignora su nombre y residencia. Todos estos que he señalado antes, son naturales y vecinos de la municipalidad de Carichí, distrito Benito Juárez, y víctimas por las fuerzas del general Navarro, pues nosotros después de haber sostenido el fuego todo el día, sin poder mitigar la sed y cansados por la superioridad en número de los federales, pues nosotros éramos únicamente setenta y cinco hombres, y habiéndosenos acabado el parque al final del día, rompimos el sitio solamente diecinueve hombres, entre los que salieron heridos Manuel Rodríguez, Bernardo Mendoza, Manuel Rentería, y Ruperto Ríos, naturales del distrito Arteaga. De los que asistieron a la batalla de Malpaso a mi mando fueron muertos Balbino Caraveo, casado y vecino de la sección de Sisoguichi de la municipalidad de Nonoava, el día 23 de enero, más uno de apellido Arreola del estado de Jalisco, y cinco tarahumaras del pueblo de Nonoava. En este pueblo el día 5 de febrero, en la segunda batalla, fueron muertos Pedro Chacón y siete individuos más que no se pudieron identificar. El día último del mismo mes fueron heridos el señor Cesáreo Urbina, y el señor Fidel Ávila. Éste en Camargo, y aquél en Nonoava…”3 Los carichienses y la gente de los pueblos y ranchos de los alrededores, como Nonoava, San Francisco de Borja, Tepórachi, Baqueachi, el Álamo, la Ciénega, y otros, aportaron a la Revolución Mexicana su valor y valía desde 1910 hasta 1917. La defendieron contra el orozquismo en 1913, contra Huerta en 1914 y contra 3 Periódico “El Correo” de Chihuahua, Chih., junio 21 de 1911


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Carranza de 1915 hasta principios de 1917. Vencidos, buscaron a través de la defensa social, del trabajo y del sentido común, rehacer el rumbo de la revolución que comenzaron. La historia en la que participaron comenzó a ser asimilada. La memoria de las hazañas, la derrota, el dolor de sus soldados y generales se platicaba discreta mientras se iba tejiendo: el mito. En Cerro Prieto, en Pedernales, después en Celaya y en León, Guanajuato, ellos contribuyeron a cimentar la historia de la lucha por una nueva patria.

CRÓNICA En el mes de mayo de 1911, en Ciudad Juárez, los rancheros y serranos norteños de Chihuahua y Sonora, junto a otros mexicanos, vencen al régimen del Porfiriato. El señor Francisco I. Madero, Don Abraham González y otros líderes, parecen no comprender ni valorar el espíritu de los revolucionarios. Les comunican que la revolución ha terminado y se apoyan para tomar la nueva Patria en personas que no habían disparado un solo tiro en la batalla como Don Venustiano Carranza y otros, de quienes opinó el coronel Francisco Villa que eran los curros que han de volver para colgarnos del pescuezo. Muchos de aquellos norteños, soldados desconocidos de enorme valor humano, vuelven a defender la democracia y la libertad en 1913 contra Pascual Orozco, la oligarquía y muchos compañeros de la revolución en las batallas de Parral, Rellano, Conejos, Tlahualilo y Bachimba. Y son después la base de la naciente División del Norte en los pueblos del noroeste de Chihuahua, que luchan ahora contra el


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Huertismo; y en Ascensión logra Pancho Villa conjuntar otra vez a sus tropas: Son unos muchachos sanos y carismáticos que se ayudan entre sí y atraen las voluntades de la gente de los pueblos. Ellos son capaces de presentar varias batallas y derrotar en San Andrés, Chihuahua, a los Huertistas que comanda Félix Terrazas. Unos meses después, en Torreón Coahuila, en septiembre de 1913, el general Villa se sorprende del tamaño de su ejército. Muchos militares y civiles se suman al triunfante villismo, algunos desertores del ejército federal derrotado que ocupan ahora puestos oficiales importantes. Los muchachos que con Villa cruzaron el Río Bravo en los últimos días de febrero y los que los alcanzaron en Ascensión, entendieron el momento y se comportaron a la altura. Disciplinados y con sentido común buscan ser útiles en la creciente organización. En innumerables batallas y circunstancias, en el gobierno de un estado, demuestran lealtad, sacrificio y voluntad. La Revolución triunfante los vence y trata de borrarlos de la historia y tachonar sus páginas. Pero ellos saben perder y morir como villistas. Los generales Granados y Domínguez, el teniente Valentín Vázquez, no necesitan justificación, tampoco reconocimiento de sus grados oficiales, ni estatuas de bronce… ellos cabalgan al lado de los norteños que iniciaron la revolución antes de tiempo y al lado de los que hoy son rebeldes y trabajan por la justicia.

LA REVOLUCION En noviembre de 1910 Porfirio Díaz parecía controlar muy firmemente el país y muchos de los futuros rebeldes aún se resistían a sublevarse. Esperaban un signo de debilidad por parte del régimen o que algún grupo revolucionario se le enfrentara con éxito. Así,


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se creó un círculo vicioso en el que casi todos esperaban a que los demás dieran el próximo paso. El único movimiento revolucionario que lo rompió, que puso al descubierto la debilidad del gobierno y que por fin, desencadenó rebeliones en todo México, tuvo su centro en el estado de Chihuahua. A este respecto Chihuahua desempeñaría un papel similar al de Boston en la revolución estadounidense de 1776. París, en la revolución Francesa de 1789. Petrogrado en la Revolución Rusa de febrero de 1717, y Moscú y Leningrado en la derrota del golpe conservador de 1991. No es fácil explicar el papel excepcional que desempeñó Chihuahua en 1910-1911 y de nuevo en 1913, como catalizador de la revolución mexicana.4 La revolución que estalló en Chihuahua fue resultado del odio exacerbado que los habitantes de los pueblos, principalmente, habían acumulado contra el clan de Terrazas y Creel, y contra los funcionarios locales que éstos habían nombrado. Pero a pesar de esos odios profundos, el alzamiento fue en sus primeras fases una revolución blanda. No hay semejanza entre la revolución Chihuahuense y las clásicas jacqueries de Francia, rebeliones locales en que los campesinos franceses de la Edad Media expresaban el odio hacia sus señores asesinando al amo, al su familia y a sus criados, incendiando la casa señorial hasta convertirla en cenizas. Con escasas excepciones, los revolucionarios chihuahuenses de 1910 no ejecutaron a terratenientes o funcionarios, ni quemaron casas o haciendas, ni causaron destrucciones graves. Lo que se produjo fue una rebelión masiva de la sociedad civil contra un redimen que había llegado a ser intolerable para la mayoría. El primero alzamiento revolucionario del país ocurrió en el pequeño pueblo de Cuchillo Parado, en el norte de Chihuahua. Toribio Ortega, que en 1903 había conducido a los habitantes del pueblo en un intento por recuperar sus tierras, se había convertido en dirigente del Partido Antirreeleccionista en Cuchillo Parado.5 4 Frederick Katz. Pancho Villa Tomo I. Págs. 77-78 5 Toribio Ortega. Op. Cit. Ma. Teresa Kovock. Space and revolution


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…Ortega se convenció de que no había otra salida para él ni para los demás vecinos del pueblo que la revolución, y le prometió todo su apoyo a Abraham González cuando éste llamó a un levantamiento general en apoyo a Madero. Ortega y sus seguidores habían planeado rebelarse el 20 de noviembre, pero una semana antes, la noche del 13 de noviembre, les llegó la noticia de que las autoridades se habían enterado de su plan. Había órdenes de arrestar a Ortega el 14 de noviembre; éste decidió tomar la iniciativa.6

PANCHO VILLA “Los dos hombres que surgieron como principales dirigentes de la Revolución en el occidente de Chihuahua, Pascual Orozco y Francisco Villa, habían sido reclutados por el dirigente estatal del Partido Antirreeleccionista, Abraham González, quien tenía la intención de asignarles funciones subordinadas en la jerarquía militar de la Revolución. Los dos hombres que en su opinión debían encabezar el movimiento revolucionario eran los dirigentes políticos más destacados del Partido Antirreeleccionista: Albino Frías, un hombre de negocios y ranchero de San Isidro, y Cástulo Herrera, dirigente del Sindicato de Caldereros. Frías y Herrera eran organizadores políticos de primera, pero conforme la revolución avanzaba resultaron ineptos en términos militares, de modo que el mando pronto pasó a sus subordinados: Pascual Orozco y Francisco Villa.7 Al mismo tiempo que Orozco y sus hombres empezaban su movimiento en San Isidro, un segundo grupo de revolucionarios se reunió en un pequeño rancho llamado la Cueva Pinta, en las montañas de la Sierra Azul, no lejos de la Cd. de Chihuahua. Como recordaba un testigo dos años más tarde: en la madrugada del 20 de noviembre 6 Fredrick Katz. Op. cit. pág. 80 7 Ibídem, pág. 82


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de 1910, varios grupos de hombres armados se hallaban sentados en torno a sus fogatas en la plaza principal de La Cueva Pinta. Tan pronto como despuntó la luz a través de la oscuridad de la noche, todos los participantes formaron un gran círculo. Allí se leyó el Plan de San Luis y a continuación los participantes procedieron a elegir a sus jefes militares. Cástulo Herrera, que había encabezado el Partido Antirreeleccionista en la capital del Estado, fue elegido para dirigir el grupo por ser el más conocido de la gente. Después de que fueron designados otros dos miembros del partido para que compartieran el poder con él, el grupo procedió a elegir a los dirigentes de segundo nivel, que debían encabezar las cuatro compañías en que los hombres habían sido divididos. La primera compañía constituida por el comandante Francisco Villa, el teniente Eleuterio Armendáriz, y seis cabos con cuatro hombres cada uno. Así, Pancho Villa entró en la historia de la Revolución Mexicana como un jefe menor, al mando de 24 hombres, pero también como alguien que había sido elegido para ese puesto de mando por activistas revolucionarios serios. Es poco probable que nadie en aquella asamblea revolucionaria que se reunió en La Cueva Pinta, incluido el propio Villa, sospechara el papel que en poco tiempo estaría llamado a desempeñar.8

JULIÁN GRANADOS Nativo de Carichí. Es el pionero militar de la revolución mexicana en la región serrana. Cuando toma las armas rebasa un poco los treinta años de edad, ha formado una familia, un patrimonio, creado una amplia red de amistades y conocidos. Es el guía del pueblo que comienza la revolución con su propia gente. Independiente toma plazas y presenta batallas. Otras veces 8 Ibídem, pág. 84


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se conjunta con otros caudillos y grupos de rebeldes. En Satevó, con Manuel Chao. En Pedernales y Malpaso con Pascual Orozco, José de la Luz Blanco, Luis García, Agustín Estrada y otros. Cuando en la primavera de 1910 recibe la invitación del señor Francisco I. Madero para reunirse en la Hacienda de Bustillos con el fin de formar un solo ejército, él, ya ha decidido hacer frente común con el bandolero Francisco Villa, y así se lo hace saber en comunicación escrita al Señor Madero. El contingente con que aparece en la revolución es importante. Esto y sus cualidades humanas y guerreras hacen que ocupe un lugar destacado en el ejército recién formado, el Libertador. A su lado, se labran personajes de la revolución y del villismo como el general y gobernador del estado Fidel Ávila, quien hace una labor destacada en 1914. Con él militan futuros dorados como Gorgonio Beltrán y crece como guerrero el general Cruz Domínguez. Los ‘Cazadores de la Sierra’ es el regimiento que conjunta para reunirse con Pancho Villa en Ascensión, Chihuahua, en 1913. Es uno de los formadores de la naciente División del Norte que se inicia en las llanuras del noroeste de Chihuahua y se consolida en la Junta de Camargo y en la Hacienda de La Loma, Durango. Crea, junto con Agustín Estrada, Cruz Domínguez y Valentín Vázquez, la Brigada Guerrero, que en un principio se funde a la Brigada Villa comandada por el propio General Villa, luego por Toribio Ortega y José E. Rodríguez. En la toma de Torreón, Coahuila, la brigada Guerrero alcanza madurez y en adelante participa independiente en las batallas de San Pedro de las Colonias, Zacatecas y del Bajío Mexicano. En una época de intereses mezquinos, Julián Granados permanece leal y es pilar de la Revolución Mexicana. Borrado de la historia oficial, permanece vivo y crece en la imaginación del pueblo. Pero no hay estatua de bronce que pueda igualar el recuerdo que de él hace un niño de la escuela oficial primaria 10 de Mayo de Carichí, Chihuahua, cien años después.


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CRUZ DOMÍNGUEZ GAMBOA Natural del pueblo de Carichí del año de 1888. Fue su madre María Gamboa; su padre, Amado Domínguez. Sus hermanos, Prisciliano, José Dolores, Amado y Jesús María. Unos cuantos años antes, habían llegado al Valle de Carichí, procedentes de Santa Cruz de Mayo, de la región hermana de San Francisco de Borja. Como otras familias de entonces sembraban, querían y cuidaban la tierra. En un palmo y con una pizca de agua producían el maíz y el frijol suficiente para alimentarse. No asistió a la escuela formal porque no había. Pero pronto aprendió a leer, escribir, a sumar y a valerse por sí mismo. Conoció la historia, como la narraban los mayores. En temporadas fue arriero, donde conoció gente, caminos, pueblos y fantasías. En otras temporadas minero, donde conoció el uso de la pólvora, las condiciones de trabajo y la riqueza que se extraía. Fue un joven de sueños e ideales. La vida se los hizo buenos. Con ojos asombrados atendía las razones de los ciudadanos en armas de Carichí a través de Daniel Rodríguez y Julián Granados, que hablaban de justicia y de libertad, de levantarse en armas. Con ellos, una noche de noviembre de 1910, cabalgó y amaneció rebelde en Cerro Prieto, en Satevó, en Pedernales… en Ciudad Juárez. Allí, los villistas se organizaron en dos grupos para combatir, él quedó bajo las órdenes directas del mayor Félix Terrazas y del oficial Alejandro Aranzubía, quienes recibieron la espada rendida del general federal Juan J. Navarro, que defendía la plaza. Fue un soldado de la Revolución y del Ejército de la División del Norte de 1910 a 1916. Tras la toma de Zacatecas, en junio de 1914, se definió a sí mismo ante un juez civil en el mineral de Cusihuiríachi, Chihuahua, como agricultor, católico, soltero, de 26 años de edad, natural del pueblo de Carichí, Chih., y juró amar y respetar a la señorita Belén


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Domínguez González, natural de Los Llanos de Reforma, de19 años de edad. En la guerra, en la paz, en las líneas de fuego, en los estados mayores, en la vanguardia de las columnas, en la comandancia de las brigadas, contribuyó a engrandecer la revolución mexicana. Aunque fue hombre muy cercano al General villa, supo ser independiente. Hizo equipo y respetó las jerarquías de los generales Julián Granados, Fidel Ávila, Agustín Estrada, Julio Acosta, José E. Rodríguez de la Brigada Villa, Rodolfo Fierro, Valdivieso y otros. Su capacidad de liderazgo y el destino lo pusieron al frente de la Brigada Guerrero en los combates del Bajío mexicano, Torres Moches, Celaya, Trinidad, León, Aguascalientes. Sin parque, sin apoyo y después de meses de guerra constante, hubo de acatar la orden de retirada, sin haber perdido. Guiando, junto al general Argumedo, a lo que quedaba de la División del Norte, en la Contención, todavía hubo de defenderse de tropas federales, del desorden, del desánimo, la codicia y deserción de oficiales. En la ciudad de Camargo, Chihuahua, último puesto de la División Villista, conoció la noticia de la tragedia y la derrota del villismo en Agua Prieta, Sonora. Unos días después recibió la orden de fusilar al señor Silvestre Terrazas, que viajaba al sur para negociar con los Carrancistas; pero no la acató. En los días de Navidad de 1915 reportó con sus 500 dragones en la Quinta Luz de Chihuahua. Lo recibió, solo, el General Villa. No participó en la invasión a Columbus, Nuevo México. Pero él y Julio Acosta manifestaron a la nación que se levantaban en armas contra Carranza y la expedición norteamericana que perseguía a Villa por suelo mexicano. En condiciones desiguales y precarias los enfrentaron en varias ocasiones. En la noche triste de aquellos días perdió su última batalla en el poblado de Tepórachi, Municipio de San Francisco de Borja, contra el general Ramos.


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Fue preso, martirizado y muerto por el general Elizondo. Con su muerte se encendió una lucecita más de esperanza y libertad. Cien años después perdura y se aviva. Nosotros hoy la compartimos.

LA BATALLA DE CERRO PRIETO Tras la llegada de Villa y de Cástulo Herrera a Ciudad Guerrero, se recibió la noticia de que los federales, en fuerte columna compuesta de las tres armas se aproximaban a Cerro Prieto, Chihuahua. Pascual Orozco convocó a una junta de jefes y después de discutir la mejor manera de hacer frente al enemigo, se decidió por salir en la madrugada, yendo la columna de Villa y la gente de Francisco Salido en la vanguardia y Pascual Orozco con el grueso de los revolucionarios. Por el correo que recibieron se sabía que los federales llegarían a dicho punto. En la extrema vanguardia de la gente de Villa iba el Capitán Javier Hernández con 50 hombres, cuando a las nueve de la mañana del día 11 (de diciembre de 1910), se avistó la vanguardia federal al este de Cerro Prieto. La columna de Villa se componía de cuatrocientos hombres, más cien de Francisco D. Salido. El Capitán Javier Hernández se enfrentó a la extrema vanguardia federal y los federales retrocedieron. Los revolucionarios de Villa y Salido se posicionan del cerro que está al sureste de Cerro Prieto, siendo atacados por los federales en gran número con un nutrido fuego de artillería. Los revolucionarios contestan, permanecen firmes en sus posiciones y rechazan a los federales. Las bajas son apreciables por ambas partes. Los federales se organizan y reemprenden el ataque sobre el cerro, posición de Villa y Salido. Empeñado, el total de la infantería de los federales avanzan


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sobre los revolucionarios, atacando éstos con nutrido fuego de artillería… la caballería de los jefes revolucionarios Gabino Cano, José Rascón Tena, Fortunato Casavantes, Cenobio Orozco y José Orozco, al mando de Pascual Orozco en persona se despliegan por el lado izquierdo del cerro, en furioso combate se enfrentan con la caballería federal del Coronel Trucy Aubert, que no pudo con el empuje de los revolucionarios y se repliega. Los federales se reorganizan y la infantería que ataca al cerro donde están Salido y Villa se reúne al grueso, de donde apoyada por el fuego de artillería inicia el avance. Pascual Orozco vuelve a la carga con su caballería por el lado sur del enemigo siendo blanco de intenso fuego de artillería y sufre muchas bajas. Nunca se ha aclarado por qué J. de la Luz Blanco con sus jinetes no dio apoyo a Orozco. En cuanto a Villa, la situación de éste era muy comprometida, pues la gente de Salido y Villa había recibido fuerte castigo. En la segunda carga que Orozco personalmente encabezó lo reforzaron los hermanos Caraveo y la gente de Julio Acosta. El primer encuentro duró más de tres horas y el segundo como dos. En cuanto la caballería de Pascual Orozco se dejó ver en el llano próximo al pueblo, los federales tocaron reunión y se replegaron rápidamente. Mientras arreciaba el fuego de artillería bombardeando las posiciones de Villa y Salido. En un momento que amainó el fuego, Salido salió de su parapeto y una granada le hizo pedazos el pecho y dejó mal herido a Miguel Salazar y a José Almeida. Para entonces ya habían caído muertos los capitanes José Chacón y Tadeo Vázquez. La artillería federal había dispersado a la caballería revolucionaria con Pascual Orozco al frente y sin embargo, Orozco valientemente pudo todavía resistir por más de una hora a los federales en el Rancho Chopeque; también la gente de José Rascón Tena y Gabino Cano se sostuvieron ante los pelones cerca del Rancho de Los Pérez, y en la Hacienda de Los Álamos de San Juan. Pancho Villa, no pudo dar auxilio a Orozco, como tampoco pudieron dárselo otros jefes de la gente de José de la Luz Blanco. Orozco se retiró durante la noche faldeando la Sierra del Picacho. Y,


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Villa, ante la imposibilidad de auxiliar a Orozco amparado por las sombras de la noche emprende la retirada llevándose a sus heridos y las armas de los muertos. Salido y Villa habían encadenado la caballería atrás del cerro, rumbo al sur y ocultos a la vista del enemigo, dejando un soldado al cuidado de cada seis caballos. En este combate de Cerro Prieto el día 11 de diciembre de 1910, los revolucionarios, hombres neófitos por completo en los menesteres de la guerra se enfrentaron a soldados de línea del ejército federal, bien organizado y mandado por oficialidad bien preparada y educada precisamente para la guerra y bajo el mando de un competente general de carrera Don Juan J. Navarro… Ya no se escucharon más disparos de arma. Al fragor de aquel combate sucedió el silencio; silencio eterno para los que cayeron ese día para siempre: Pancho D. Salido, Ignacio Valenzuela, José Chacón y Tadeo Vázquez, cayeron de cara a las estrellas, y les siguieron en el último viaje, sus compañeros de ideal Antonio Frías, José Caraveo, Alberto Orozco, Graciano Frías, Flavio Hermosillo, José María Márquez, Eduardo Hermosillo, Laureano Herrera, Joaquín González, Antonio González, con muchos elementos de tropa. Les hicieron una descarga cerrada y algunos de ellos recibieron heridas leves y como no fueron rematados, aprovechando la oscuridad de la noche se salieron como pudieron y se fueron a sus hogares con miles de penalidades; entre otros Juan Olivas de Namiquipa, Chih. Pascual Orozco y Pancho Villa se vuelven a reunir como a la media noche en el Rancho de la Capilla. Unidos por el mismo sentimiento, deciden incrementar la lucha contra los federales. Nadie más que ellos, lo han decidido, sin consultar el parecer de los otros jefes. Fue la noche del día 11 al 12 de diciembre de 1910. El General Juan J. Navarro permanece en Cerro Prieto hasta el día 15, dando sepultura a los muertos y también una azotiza a todas las mujeres de los rebeldes del lugar…9

9 Alberto Calzadíaz Barrera. Hechos Reales de la Revolución. Tomo I. Págs. 42-44


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LOS VECINOS DE CERRO PRIETO …Con fecha once de diciembre próximo pasado se dirigía a la plaza de Cerro Prieto de tránsito para Ciudad Guerrero la columna militar compuesta de las tres armas a cargo del Sr. Militar J. J. Navarrro; que antes de su llegada, como a media legua distante del pueblo en un punto llamado Arroyo Bajo, a inmediaciones de los ranchos de los señores Treviño y Armenta, fue atacada por una pequeña fuerza maderista que después de una hora de combate, más o menos, el que principiara como a las once de la mañana, las fuerzas federales lograron desalojar de sus posiciones a los maderistas, quienes se dirigieron en retirada hasta la sierra de “Labor Vieja”, que mientras la caballería federal emprendía la batalla sobre aquellos, la infantería se ocupaba de levantar el campo, habiendo rebasado la expresada caballería el pueblo de Cerro Prieto: que después de esto, como a la una de la tarde, se dejó ver por el rumbo de los ranchos de Santiago una fuerza comandada por el señor Pascual Orozco, hijo, la que inmediatamente fue atacada por la caballería federal, cuya refriega tuvo efecto como a una milla del mencionado pueblo del Cerro Prieto rumbo al norte, mientras la infantería iba aproximándose al pueblo por el oriente, pero destinada como antes se dijo, a levantar el campo, y sin tener al frente ni siquiera un individuo de los contrarios: que al arribar a las primeras casas, cuya entrada fue verdaderamente triunfal por ellos, se dio principio a ejecutar hechos que provocan pavor con tan sólo oírlos relatar: hechos espeluznantes que sembraron la desolación y luto en todos nuestros hogares, quitándonos nuestra única protección y amparo y confundiéndonos en el más triste cuanto sombrío porvenir. No quisiéramos ni por un instante recordar esos dramas que se llevaron a cabo de manera tan inaudita en las personas de tantos inocentes padres de familia, esposos y adorados hijos, porque en verdad nos embargaría la más profunda tristeza y el irremediable desconsuelo; pero ya que nos inclinamos en demandar de justicia para dilucidar responsabilidades que ameritan un severo castigo ejemplar contra los que resulten comprendidos, procederemos a consignar en este ocurso hecho al co-


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rrer de la pluma algunos detalles relativos al asunto que nos ocupa. Es el caso: las primeras víctimas fueron los señores Marcelino Aguirre y Dulces Nombres Hernández. Quienes se encontraban en sus respectivas casas, ambos fueron intimidados por la federación para que se dieran por presos y salieran en el acto de sus alojamientos; mas como el último se hallara gravemente enfermo, y no pudiera caminar en pié sino solamente que se para de la cama a la puerta de la pieza, antes de que hiciera sus esfuerzos para salir, recibió una terrible descarga de fusilería que le arranca instantáneamente la existencia, habiéndolo dejado en el pavimento de su habitación bañado en su propia sangre; entre tanto, procedieron a amarrar a Marcelino y a conducirlo hacia el rumbo del señor Domingo Corona. Éste se hallaba también en el lecho del dolor, pero a este pesar fue brutalmente aprehendido y amarrado lo condujeron hasta donde se encontraba Marcelino Aguirre. La misma suerte hubiera corrido su padre don Diego Corona, si por fortuna no se hubiera encontrado en Madera, trabajando. Así pues, compuesta la cuerda con dos víctimas se dirigió la horda de verdugos para la casa del señor Ignacio García. Este señor no se encontraba igualmente en su casa, pues que andaba temeroso de algún atentado; pero visto que fue por la federación su hijo: Francisco García, se llevó a cabo su aprehensión, amarrándolo y conduciéndolo hasta el punto donde se hallaban las dos primeras víctimas, y aumentando la cuerda, echan ésta por delante hasta llegar al domicilio del señor Rosario Chávez. Este otro pacífico individuo se encontraba desde por la mañana, beneficiando un marranito que había sacrificado para su consumo, y aún después de que un soldado federal se había servido de chicharrones, llegó un cabo ordenando su detención, amarrándolo bruscamente, y extraído de su hogar, lo incorporaron a la tantas veces referida cuerda; de aquí se dirigieron las citadas fuerzas federales al domicilio de Francisco Estrada. Quién, aprehendido que fue lo ataron también de los brazos y lo


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condujeron hasta el lugar que ocupaban sus compañeros de infortunio, habiendo tocando enseguida el domicilio de Lauro Estrada. Quien como Chávez se encontraba beneficiando otro marranito para el consumo de su familia; igualmente fue aprehendido y arrancado del seno de su inconsolable familia, para aumentar el número de víctimas entre las que se encontraba su hermano Francisco; de aquí siguió aquel cuadro aterrador con rumbo a la casa de su padre, don Ignacio Estrada. Había que completar la obra, o, más bien dicho, había que segar la vida de un padre y dos hijos dejando en su orfandad a sus familias; este señor, a pesar de su decrepitud, dada su avanzada edad de 80 años, fue arrojado de su hogar empleándose el más increíble lujo de crueldad, pues que después de amarrado, a cintarazos lo condujeron a las filas de los que sólo esperaban ante aquella turba de asesinos su futuro y funesto desenlace; de este sitio continuó la procesión hacia la casa del señor Luis Holguín. Quien al escuchar la orden de su aprehensión echó a correr para debajo de la cama, donde se encontraba completamente tullida y sin acción su señora madre, Juana Zapata; pero a pesar de las súplicas y llantos de esta pobre madre, la tropa ejecutó sus descargas para el interior de aquella cama, en cuyo sitio quedó exánime aquel infeliz hombre presentando en su cuerpo siete balazos. En esta misma casa se encontraba el señor Pedro Holguín. Esta persona había ido con el exclusivo objeto de instruir a Luis, del mismo apellido, sobre los diversos trabajos de campo que tenían de antemano, pues que el occiso prestaba como mayordomo sus servicios; en el acto fue intimado para que se diera por preso, amarrándolo enseguida y conduciéndolo para engrosar las filas de inocentes, de donde continuaron su marcha hasta encontrarse con Rafael Villegas. Quien caminaba para la casa de su madre María Villegas, y sin mediar el más insignificante motivo para proceder en su contra fue aprehendido y amarrado intempestivamente confundiéndolo entre aquella masa compacta de federación, hasta hacerlo ocupar el pues-


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to de sus demás compañeros de patíbulo. Acto continuo pasaron a la casa de Manuel Domínguez. Quien se hallaba dispuesto a comer con su familia que lo rodeaba, pero aquellos supremos instantes fueron trastornados en verdaderas escenas fúnebres, sembrando la angustia y el terror entre aquella pobre familia, supuesto de que fue en el acto aprehendido dicho señor y conducido al grupo de inocentes que había hecho preso la misma fuerza federal. Eufrasio Domínguez, también fue rigurosamente atado de brazos en la citada casa de su padre, y conducido al sitio en el que fue puesto este señor Paz Domínguez. Hermano del anterior se encontraba en la referida casa preparándose para el alimento pero corrió la misma suerte que aquellos, sucediendo lo mismo con su otro hermano: Dolores Domínguez. Pues, aún sin embargo de su menor edad, doce años, fue víctima de los mismísimos rigores de crueldad hasta incluirlo en la cuerda que se iba formando. Siguió el afán inconcebible de aquella turba de malhechores, dirigiéndose a la casa de otro vecino llamado José María Arana. Este señor contaba con la edad de ochenta años; pero a este pesar fue sorprendido en su hogar, y amarrándolo lo echaron por delante hasta incorporarlo con la tanta veces mencionada cuerda, la que caminando desfallecida y sin esperanzas de ser atendida por parte de sus verdugos, llegaron a la casa del señor José Ángel Escárcega. Este infeliz hombre fue arrebatado de sus pequeños hijos a quienes contemplaba en sus brazos, acariciándolos y rindiéndoles su profundo amor paternal; pues una vez que procedieron a su aprehensión, lo amarraron, en los mismos términos que a los demás y lo afiliaron a la cuerda de la que se viene haciendo mención, a la que hicieron continuar su marcha hasta el domicilio del señor Félix Escárcega. Quien se encontraba acompañado de su familia y esposa; hecha la intimación de aprehensión en su contra y escuchada por su re-


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ferida esposa Aurelia Domínguez, ésta se tendió en sus brazos creyendo ponerlo a salvo de aquella turba salvaje, pero sus esfuerzos resultaron estériles y aún peligrosos para su propia vida, toda vez que la tropa disparó un tiro que hizo blanco en la persona de su marido, cuyo proyectil fue a herir también a ella pasado el cuerpo de aquel quien quedó inmediatamente sin vida, tirado sobre el suelo. Después de este hecho se pasaron a la casa del señor Santiago Miramontes, no habiéndose encontrado a éste, sino solamente a su hijo Isidro Miramontes. De quince años de edad, quien creyó salvarse debajo de la cama en que se hallaba su señora madre Leonarda Mendoza, enferma de parto; pero esa creencia no era mas que el origen de su reconocida inocencia, pues no tardaba en acomodarse junto a su madre cuando la fuerza federal hizo una descarga sobre él, dándole cinco tiros, y no conformes con este procedimiento, lo sacaron moribundo para aplicarle otro disparo en la cabeza, con todo lo cual terminó la tragedia de aquel humilde hogar. Enseguida se encontraron con el señor Estanislao Castillo. Quien acababa de entrar a la población, porque venía del pueblo de Álamos, y al enfrentarse con él la referida tropa le disparó dos tiros, no obstante que aquel enarboló un pañuelo blanco, como para indicar que era hombre pacífico, y con la circunstancia además, de que les hacia presente de que era empleado del ayuntamiento, que por lo mismo esperaba no ser objeto de muerte tan violenta cuanto enteramente injusta; pero todas estas súplicas le fueron inútiles y desatendidas, supuesto que siempre le privaron de la existencia. Valentín Zapata y Silvano Holguín se encontraban en la casa del antes mencionado señor Estrada, comiendo chicharrones, fueron aprehendidos y confundidos entre la masa de las otras víctimas. Verificadas todas las aprehensiones y hechos sangrientos que se han detallado, echaron la cuerda por delante con rumbo a la orilla del llano, y a inmediaciones de unas labores que están junto al campo mortuorio de Cerro Prieto, en cuyo lugar permanecieron como hasta las tres de la tarde.


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El señor Pedro Holguín, después de haber implorado de la fuerza federal que lo soltaran, y haberlo conseguido, llegó del centro de Cerro Prieto el capitán Enrique Pulido, acompañado de otro señor de igual categoría, y como vieran que el señor Holguín estaba desatado, se dirigió a la tropa interpelándola sobre por qué razón procedían a desligar a aquellos bandidos, obteniendo por razón que el referido Holguín demostraba suficientemente su inocencia, y que por lo mismo se había dispuesto a hacer cesar sus sufrimientos; pero el dicho capitán Pulido, volviendo a tomar la palabra, manifestó que acababa de tener informes de que ese viejo Pedro Holguín y sus partidarios eran los primeros bandidos, siendo capitán el viejo, y que en el acto procedieran a fusilar a toda aquella gente, como en efecto lo verificaron, designando como lugar del sacrificio, un corral de piedra que esta hacia el oriente del poblado, en cuyo sitio permanecieron los cadáveres a disposición de toda clase de animales hasta el día 13 del citado diciembre por la tarde, en que se logra el permiso del general Navarro, para darles sepultura. La relación que se acaba de consignar, relativa al capitán Pulido, explicaría el señor Rosario Chávez en presencia de su señora Adela Maldonado, Ignacio García y otras personas que concurrieron a su casa antes de morir; pues debemos hacer presente que el expresado Chávez no falleció en el campo designado para las ejecuciones pudiendo haberse levantado después de que se alejó la federación y logrado llegar hasta su domicilio, que se hallaba muy inmediato, con la ayuda de su familia. Tales son en concreto los horribles crímenes perpetrados por la columna militar del señor Juan J. Navarro.” Periódico El Correo. 4 de Agosto de 1911 Las familias de las víctimas


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CIUDAD JUÁREZ Por fin, después de muchos contratiempos, las tropas revolucionarias, en condiciones desastrosas en cuanto a vestuario, llegan a las cercanías de Ciudad Juárez, Chihuahua y le ponen sitio. El cuartel general se establece al sur de la fundación, teniendo el señor Madero su oficina dentro de una gran cueva. Estando el señor Madero sentado dentro de dicha cueva dictando órdenes a su secretario el señor Salvador Gómez, llega el Señor Silvestre Terrazas y como se diera cuenta que estaba pasando una tropa, salió a presenciar su paso. Se trataba de una columna de caballería compuesta por 800 dragones, perfectamente formada y montada, llevando cada soldado dos cartucheras terciadas y otra en la cintura; los soldados con las riendas en la mano izquierda, sujetaban a sus corceles a fin de mantenerlos a paso moderado; dando un espectáculo imponente, pues parecían invencibles. Momentos después se presentó ante el señor Madero, el jefe de dicha caballería, dando parte de su llegada y pidiendo órdenes. El señor Silvestre Terrazas, atento, permanecía observando al recién llegado y luego le pregunta al señor Madero: —¿Me permite usted una súplica? —Diga usted, contestó el señor Madero —Tenga usted la bondad de presentarme al señor jefe de la caballería que acaba de llegar. —¡Como no! ¡Conozca usted a Pancho Villa!10 Todas las tropas se sentían muy animosas, y ¿para qué negarlo?, es a Pancho Villa a quien se debe que la gente tenga fe en el triunfo. Nosotros estábamos a las órdenes de José de la Luz Blanco y de José Rascón Tena que nada sabíamos de los menesteres de la campaña, pues eran unos simples novatos que en nada se podían comparar con Pancho Villa; éste si conoce lo que trae entre manos. Pascual 10 A. Calzadíaz Barrera. Op cit,págs. 63-64


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Orozco era un valiente y gran organizador y sin embargo, para todo consultaba con Villa, más que con los jefes del estado mayor del señor Madero. Agustín Estrada, Faustino Borunda, Isaac Arroyo, Isidro Chavira, Julián Granados, Fidel Ávila, entre otros, no se apartaban de Villa. El día 7 de mayo, se presentó una comisión del cuartel general en el campamento de los sonorenses de Miguel S. Samaniego; la encabezaba Guillermo Valencia, ayudante personal del señor Madero. Repartieron muchas provisiones entre la tropa y les comunicaron la orden de que ya se podían retirar todos, cada quien a su casa, porque ya había terminado la revolución. Extrañados y sorprendidos por lo que se les acababa de informar, emprendieron la marcha, unos a caballo y otros a pie, rumbo a Sonora, siguiendo un camino paralelo a la línea divisora. Habían caminado unos diez kilómetros cuando fueron alcanzados por unos emisarios de Pancho Villa, que les instaba a regresar porque ya iba a comenzar el ataque. Miguel S. Samaniego, una vez que se enteró de un recado personal de Pancho Villa, ordenó la contramarcha. —No se vayan compañeros, regresen; ya vamos a comenzar la pelea contra los pelones (así le decían a los federales)… Regresaron y tomaron un puesto de combate de acuerdo con las indicaciones que les dio Villa. ¿A qué se debió aquella retirada y la orden que llevó Guillermo Valencia? Se ignora y lo único que se ha sabido es que el señor Madero no tenía intenciones de atacar la plaza. Pero Pascual Orozco y Pancho Villa, que eran los jefes de las fuerzas rebeldes, pensaban diferente y con ellos estaban todos los revolucionarios. Miguel S. Samaniego era un hombre muy ilustrado; hizo estudios de teología en el seminario; pero no sintiendo a fondo la vocación de cura, abrazó la causa de la revolución por el amor a su pueblo y el deseo de ver grande y libre a su patria. Cuidadosamente observaba a Pancho Villa y demás jefes y a pesar de ser él un hombre muy prudente escogió de estos últimos al más inquieto para ponerse a su lado y en cuanto conoció el plan de Pancho Villa, se puso a sus órde-


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nes. Ciudad Juárez, Chihuahua, había estado sitiado por las tropas y revolucionaros por más de 15 días y el señor Madero seguía sosteniendo conferencias con los representantes del general Díaz y no se había decidido a dar a sus jefes Pascual Orozco y Pancho Villa, la orden de atacar a los federales, orden que los revolucionarios con ansias esperaban; sino al contrario, del cuartel general se dio a los sonorenses y a otros contingentes de la sierra, la orden de retirada, y gracias a la atrevida orden en contrario, dada por Pancho Villa, la gente de Samaniego estaba nuevamente en su puesto de combate, esperando la orden de abrir fuego. Para Pascual Orozco y para Pancho Villa, aquello se estaba prolongando demasiado tiempo. Además, ellos habían empezado a sentir inseguridad en aquel ambiente. El señor Madero tomaba muy enserio la opinión de sus consejeros militares, sobre todo la del general Viljoen, persona de muchos méritos, que había hecho su carrera militar y adquirido mucha experiencia guerrera en el Transvaal luchando contra los invasores de su patria y habiendo ofrecido sus servicios al señor Madero, le fueron aceptados, y nombrado como miembro del Estado Mayor. La opinión de este general era determinante en el ánimo del señor Madero. Así iba transcurriendo el tiempo, mientras Pascual Orozco y Villa platican a solas y por largo rato todos los días. Entre ambos deciden un plan: Villa junta a todos sus capitanes que de él dependen. Desde luego todos los capitanes acataron las órdenes de Villa, porque en ellos al igual que en Villa, acabar con el enemigo, ya no era solo un intenso deseo, sino una obsesión. Por otro lado, se sentían envalentonados por los triunfos que habían logrado sobre los ‘’pelones’’ y estaban indignados por los muchos fusilamientos que los federales habían ejecutado con los prisioneros y heridos maderistas que habían caído en su poder. Ese día, 7 de mayo de 1911, Pancho Villa no se dio un momento de reposo, prácticamente se multiplicaba para estar en todas partes, y por la noche de ese día 7 al 8, no se separó se los jefes de la tropa: Fidel Ávila, Andrés U. Vargas, Julián Granados, Félix Terrazas, Por-


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firio Talamantes, Miguel S. Samaniego, etc. Entre la gente de Miguel S. Samaniego, sonorense, iban dos muchachos que portaban camisas de color muy chillante, uno de color rojo, y el otro azul. Los dos eran ex mineros del Mineral de El Tigre, Son., pero oriundos de Casas Grandes, Chihuahua. Estos dos muchachos fueron llamados por Villa, quien les dio órdenes precisas, en presencia de Samaniego y demás jefes; eran las 4 de la tarde del día 8 de mayo, cuando los dos muchachos, de acuerdo con las instrucciones de Villa, salieron de la acequia que les servía de trinchera, rifle en mano y resueltos, cual hombres que saben cumplir órdenes superiores, avanzaron valientemente hasta estar muy cerca de las avanzadas de los federales, haciéndoles fuego, mismo que les fue contestado en el acto por el enemigo, hiriendo mortalmente a uno de ellos. Como es de todos sabido, con esta provocación se inició el combate, principalmente en el lugar que ocupaban los sonorenses. Nuevamente el señor Madero, manda traer a Villa y a Orozco. —¿Qué pasa con esa gente que no se retira? les pregunto el señor Madero. —Está muy dispersa y no la pueden juntar, contestáronle Villa y Orozco. —Pues a ver que hacen para que cese el fuego. —Muy bien, señor presidente, mandaremos más fuerzas a ver si logran reunir esa gente que anda muy dispersa y qué es la que se tirotea con los federales. Y, efectivamente mandaron más fuerzas, pero con la consigna de avivar el fuego para que se prendiera la mecha por todo el frente. Cuando el señor Madero en su desesperación porque no se cumplían sus órdenes, se fue a buscar a Villa y a Orozco, y en cuanto los encontró les pregunta con tono que a las claras se demuestra su disgusto: —¿Qué pasa? ¿Por fin retiran o no retiran esa gente? —Señor presidente, la retirada ya no es posible. Los ánimos entre


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la tropa ya están muy exaltados y no quieren más que pelear —Le contestaron resueltamente, Orozco y Villa. El señor Madero permanece serio, como si estuviera ajeno a toda decisión, y luego les contesta: —Pues si es así, que le vamos a hacer’’ Estas son las palabras que aquellos dos grandes guerreros, los más grandes del norte, habían estado esperando. Cuentan los testigos presenciales, que Orozco y Villa se dieron un fuerte abrazo. Inmediatamente, manos a la obra. Se pusieron de acuerdo en todo y se asignaron cada quien su lugar, los puntos que habrían de ocupar durante la noche. Ellos habían previsto todo, no se les escapó nada, a fin de evitar un serio fracaso. Por dignidad querían triunfar, frente al general Viljoen, quien había manifestado al señor Madero, que ningún ejercito era capaz de tomar Ciudad Juárez, con las magníficas fortificaciones que contaba para su defensa. Pancho Villa mueve a su gente y durante la noche del día 8 al 9 la extiende por el lado del Panteón, tiende a su izquierda a las tropas de Blanco y por su derecha a los sonorenses de Samaniego, que a su vez tenían a su lado a la gente de Garibaldi y la de Soto… La gente de Villa avanza hasta llegar a las bodegas de los alemanes Ketelsen, donde oyen el primer grito de “¡quién vive!” y en aquel mismo momento les abren fuego los federales que tienen una ametralladora en los patios de la Escuela de Agricultura. Por un lado y por otro les hacen fuego cerrados los federales que estaban posesionados del corralón de los jaripeos y Villa pierde gente y le hacen veinte o más prisioneros. Villa con su gente se ven obligados a replegarse con dirección a la Estación del Central, donde se hacen fuertes y de ahí mantienen a raya a los federales. El combate se generaliza por todo el frente, combatiendo furiosamente desde las cuatro de la mañana. Villa concentra casi toda su gente sobre los que defiende la escuela y reductos adyacentes; los federales resienten ese fuego y comienzan a ceder, replegándose, pero sin dejar de combatir. Villa sigue atacando tenazmente sobre esa


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parte de la línea de fuego, obligando a los federales a replegarse, en virtud de que la gente sonorense de Samaniego ya estaba atacando a los federales de caballería estacionados en el corralón de los jaripeos… El combate seguía con verdadera furia. Los valientes: José Orozco, Marcelo Caraveo, Cenobio Orozco, Agustín Estrada, Pablo López, hermano de Martín, ayudante de Villa, todos a una, iban haciendo retroceder al enemigo… El día 10 de mayo por la mañana se seguía combatiendo con intensidad increíble. Los federales retrocedían, batiéndose en retirada. Mientras los revolucionarios iban haciendo horadaciones en las casas, corrales y patios, y así iban conquistando las posiciones de los federales y acorralándolas. Casi no había casa que no hubiera sido horadada. Por supuesto que los federales estaban combatiendo con dignidad. Cada posición que perdían era defendida con gran arrojo y se retiraban porque de lo contrario los revolucionarios los flanqueaban, a través de las horadaciones que iban haciendo. Los sonorenses de Samaniego, desalojan a los federales del corralón del jaripeo, que era gente de caballería, y es ahí donde los federales tenían a los prisioneros que le habían hecho a Pancho Villa la madrugada del día anterior. Al viejo León Ruiz le toca rescatar a un joven a quien los federales tenían amarrado. Aquel joven era el secretario de Pancho Villa, su nombre era Martín López, futuro general villista. Viendo el general Juan. J. Navarro que le era inútil seguir resistiendo, ordena tocar reunión y se repliegan todos hacia su cuartel general, batiéndose con admirable valor; pero los revolucionarios atacaban con furia, resueltos a vencer o morir. Los federales seguían haciendo verdaderos estragos con sus cañones y enormes agujeros en las casas. La población civil estaba sufriendo horriblemente las consecuencias de aquella masacre, El general Navarro arengaba a sus soldados, y a Villa que estaba a la vista hacia otro tanto con sus hombres, alentándolos… Por fin llegó el momento inevitable: el general Juan J. Navarro


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manda tocar ‘parlamento’. A Las tres de la tarde del día 10 de mayo, se rinden los defensores de Ciudad Juárez, Chih. Los revolucionarios de la gente de villa, sitiaron en su cuartel general, al general Juan J. Navarro. El primero de los jefes que sitiaban dicho lugar, en entrar, fue el teniente coronel Félix Terrazas, que al ver a Pancho Villa, le pregunta: —¿Qué hago, mi coronel? Pancho Villa le ordena desarmar la tropa, oficialidad y al propio general Navarro. Luego Pancho Villa, montado en su brioso corcel y seguido únicamente de su asistente y secretario Martín López, futuro y temerario general Villista, se dirige al cuartel general del señor Madero, a rendir parte de novedades, es decir, que ya la plaza de Ciudad Juárez era de la revolución. Sucedió así: Pancho Villa, con la mirada ardiente y con paso firme y seguro, llegó atrayendo sobre él las miradas respetuosas de todos los presentes. Su rostro radiante, acusaba la confianza en sí mismo y la satisfacción de ser él quien informaba al jefe de la revolución diciéndole: —El general Juan J. Navarro con sus oficiales y todas sus fuerzas, están en poder de la revolución y a disposición de usted. La plaza de Ciudad Juárez se ha rendido ante las armas de la revolución. Si usted gusta, señor Madero, ya nos podemos ir a la ciudad. El triunfo de la revolución dio lugar a que se manifestara el entusiasmo popular, con desfiles, discursos y borracheras en masa de la gente civil; pero pasado aquel momento de regocijo popular, los soldados victoriosos se empezaron a quejar por la mezquina dotación de provisiones de boca que se les daba, y no estaban conformes con el trato que se estaba dando a la tropa. Sin embargo, los políticos, para comer bien y dormir a gusto se pasaban al lado americano. Por otro lado, y en verdad, se guardaban muchas más consideraciones a los prisioneros federales, que a los soldados maderistas. Así comenzaron, cosa que nunca debió de


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haber sucedido, las dificultades entre la familia revolucionaria. El general Juan J. Navarro, jefe de los federales, había quedado bajo la protección directa del señor Madero. Sin embargo, Orozco y Villa, fuertemente presionados por sus jefes subalternos exigen que el federal Navarro sea pasado por las armas. El señor Madero se opone fuertemente a tomar tal medida. Los jefes Orozco y Villa le alegan con firmeza que Navarro debe pagar con su vida todos los crímenes que ha cometido, fusilando personas por el solo hecho de ser parientes de revolucionarios Rematando a los heridos y matando a los prisioneros con ametralladora. Detrás de Orozco y Villa estaba el respaldo absoluto de los principales jefes, Marcelo Caraveo, don Albino Frías Sr. José Orozco, José María Caraveo, Juan Dozal, Agustín Estrada, Miguel S. Samaniego, Julián Granados, Félix Terrazas, Félix Chávez, Faustino Borunda, Julio Acosta y otros, con mando de tropa. —Para nosotros, decía el valiente coronel Marcelo Caraveo, se esta incurriendo en una absoluta inconsecuencia. Navarro es un asesino. Recuerden lo que hizo en Cerro Prieto, el día 11 de diciembre por la noche, en el camposanto del lugar, con nuestros hermanos y compañeros. Encerró en el panteón a los heridos y prisioneros y con ametralladora remató a unos y a otros…” Es en aquel momento cuando el señor Don Venustiano Carranza, que estaba cerca del grupo, dijo algo tratando de calmar los ánimos de los revolucionarios. Pero allí estaba el bravo coronel Marcelo Caraveo, que dirigiendo fuerte y resuelta mirada hacia el señor Carranza, le dice: —Aquí apesta mucho a polilla porfirista, nos provoca asco. Aún no se habían serenado los ánimos cuando otro percance viene a exaltar más el ambiente, de por si ya bastante caldeado: ocurre que se enteran Orozco y Villa de que se acaba de nombrar Ministro de Guerra y Marina al señor Venustiano Carranza…


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El día 12 de mayo se encontraban reunidas unas 300 personas frente al Edificio de la Aduana, en Ciudad Juárez, cuartel general del señor Madero, cuando en eso sale el señor don Abraham González y les dirige la palabra en los siguientes términos: —Señores, la revolución ya terminó. Ya podemos regresar a nuestros hogares. Una revolución es, como haciendo una comparación, si en un motor o en un trapiche se rompe o desgasta un piñón, éstos dejan de funcionar normalmente, o bien parando su marcha por completo, y es pues, necesario quitar el piñón averiado y reemplazarlo con uno nuevo, y el motor vuelve a funcionar como si nada hubiera sucedido. Pues en realidad, esto es lo que ha sucedido. El general don Porfirio Díaz, por haber permanecido tanto tiempo en el poder, se desgastó en la maquinaria gubernamental, y por eso fue necesaria la revolución para quitarlo del poder y como ya pusimos en su lugar a un hombre nuevo, la maquinaria gubernamental volverá a tomar su curso normal, como si no hubiera sucedido absolutamente nada. Todas las personas que estaban allí presentes se miraban unas a otras, sin poder salir del asombro que les había producido aquella infantil explicación. “Desde aquel momento comprendí que de aquella peregrina conclusión, nada bueno se podía presagiar’’, dice el general Enrique León Ruiz. Pancho Villa ha dejado el mando de sus tropas, sin embargo cuando las fuerzas revolucionarias emprenden la marcha para la capital de Chihuahua, él va al frente de ellos. Hacen alto en la Estación del Sauz, para agruparse y en espera de la orden superior para hacer la entrada triunfal a la ciudad de Chihuahua. En este lugar se han reunido todos los principales jefes del movimiento. Todos, arrogantes, orgullosos y muy bien vestidos, mientras que los elementos de tropa, mal vestidos y mal comidos. No estoy recriminando a nadie, es la verdad. Por fin, el día 23 de mayo de 1911 los habitantes de la ciudad de Chihuahua, entre alegres y azorados, reciben en aplausos


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a los victoriosos revolucionarios. Las fuerzas federales hacen valla a lo largo de la Avenida Juárez hasta el Palacio del Gobierno Federal, en donde están reunidos con el señor don Abraham González, el general Antonio Rábago, un numeroso grupo de oficiales federales y personas civiles. Los revolucionarios avanzan lentamente y el público les aplaude ¡Viva Villa! Gritó la multitud que se apiñaba a lo largo de las banquetas al paso de Pancho Villa que montado en su briosa yegua negra, en medio de Merced Arroyo y Martín López, iba a la cabeza de la columna, los seguían Nicolás Fernández, Cruz Domínguez, Andrés U. Vargas, Trinidad Rodríguez, Julián Granados, Julio Acosta y muchos otros desconocidos. ¡Viva Madero! ¡Viva la Revolución! ¡Viva Orozco! Eran los gritos que se escuchaban y las tropas seguían desfilando por la Avenida Juárez, y en cuanto la multitud de espectadores ve pasar a los sonorenses de Miguel S. Samaniego prorrumpen con una aclamación estruendosa ¡Vivan los sonorenses! La revolución había triunfado, los vencidos eran simples espectadores. El general Porfirio Díaz salió del país con destino a Europa, de donde no regresó jamás. 11

11 Ibidem, págs. 65 - 80


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EL ATAQUE A CIUDAD JUÁREZ Por el coronel Julián Granados Aunque la prensa no hace mención en el ataque dado a Ciudad Juárez por el ejército libertador, un deber de dignidad y patriotismo me obliga a publicar lo siguiente, para que no se nos tilde de cobardes: serían las once de la noche del día 11 de mayo del año en curso, cuando se libraron las órdenes de marcha para efectuar el ataque: pues bien, caminamos toda la noche para rodear la población para penetrar por el lado sur de la ciudad, a las 4 de la mañana llegamos a la garita y se decidió la entrada; para esto, el cuerpo que traíamos se componía de unos 300 hombres, pues los demás se entraron sin órdenes de ataque. De los trescientos hombres que traíamos nos pareció bien dividirnos en dos grupos, uno pequeño que se componía de 70 hombres a mi mando, y el grueso a las órdenes directas del coronel Francisco Villa. De la gente que estaba a mis órdenes logramos posesionarnos de una casa y pudimos penetrar en ella en el momento en que el enemigo rompía el fuego sobre nosotros; yo inmediatamente mandé hacer fuego a la mitad de mi gente, para que se contuviera al enemigo, mientras la otra mitad horadaba las casas vecinas para comunicarnos con estas y continuar mi avance hasta el centro de la ciudad; pero luego que vimos que el fuego de los cañones del enemigo comenzaba a hacer su efecto sobre nuestras posiciones y que las ametralladoras nos tenían sin hacer fuego directo sobre el enemigo, ordené a mi gente que me siguieran. Así lo hizo, pero en esos momentos hicieron sus fuegos, tan certeros, que destruyeron por completo nuestras posiciones. Tan es así, que muchos de nuestros compañeros aseguraban que habíamos quedado sepultados en las ruinas de aquella casa; pero no fue tal, pues repito que avanzamos por entre los edificios para salir a otra azotea que dominaba perfectamente el enemigo y que nos dividía de ellos muy pocos metros; esta fue la manera en que acudimos al ataque dado a Ciudad Juárez hasta que se rindió la federación.


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El coronel Villa, con el grueso principal se dirigió hacia el norte de la ciudad, pero por la oscuridad de la mañana no vio las posiciones del enemigo, y éste ya que vio al ejército libertador distante de ellos como unos treinta metros les marcó el ¡quién vive!; entonces Villa con voz de trueno contestó ¡Madero! Entonces el enemigo rompió el fuego y mató a cinco compañeros que quedaron en el campo de batalla; y el ejército libertador no tuvo más recursos que buscar unos pequeños parapetos y resistir todo el día el fuego de su adversario; hasta en la noche fue cuando se retiraron para ir al campamentos a buscar alimento y mitigar la sed, pues en el día el enemigo no los había dejado efectuar ninguna marcha, y con esto, ni de agua pudieron proveerse. El objeto de esta marcha era también para regresar en la misma noche y poder hacerse de posiciones estratégicas donde se pudiera atacar perfectamente al enemigo. La lista de los muertos de nuestro cuerpo, y residencia que fue de estos, es la siguiente: Gabriel Guerrero, del Rancho de Sancones, Satevó; José Herrera, Hacienda de Santa Gertrudis; Edmundo Freuto Alemán, su residencia no se sabe. Ezequiel Hernández, La Joya; Heraclio Palacio, San Andrés; Ramón Ontiveros, Chihuahua; Andrés López, San Ignacio, Municipio de Olivos; Juan Martínez, Rancho de Pascuales; Gabriel Jurado, Tepehuanes; Marcelino Núñez, San Andrés, Chihuahua. La lista de los heridos es la siguiente: Daniel Salinas, Gorgonio Beltrán, Máximo Rosas, Sabino Cansino, Delfino González, Amado Zubía, Manuel Bustillos, Gabriel Sáenz, Zenón Gutiérrez, Carlos Cano, Arcadio Ochoa, Fidel Ávila, Bernardino Payán, Guillermo Zaporte, José Delgado, Remedios Hernández, Celso Arenívar, Rosendo López. Ahora me es grato publicar en la prensa lo siguiente para conocimiento del público: pues bien, el 23 del mes en curso salió de este lugar rumbo a Chihuahua, con veinte hombres el coronel Francisco Villa, dejándonos a mí y al teniente coronel Raúl Madero, como jefes del cuerpo. El teniente coronel Julián Granados (Publicado en el periódico El Correo, en mayo de 1911)


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LOS COLORADOS El 1 de marzo de 1912, Orozco lanzó un manifiesto al pueblo de México, donde anunciaba la separación del mando de la zona rural. Cuando venció el plazo señalado por la Secretaría de Gobernación para aceptar su renuncia a este cargo y la entregó al coronel Agustín Estrada.12 El 2 de marzo, puso fin a sus vacilaciones y aceptó el mando que finalmente le ofrecían José Inés Salazar, Emilio P. Campa y los otros jefes magonistas y vazquistas. Bajo el lema de reforma, libertad y justicia, el 25 de marzo firmaron el Plan de la Empacadora, Pascual Orozco hijo, José Inés Salazar, Emilio P. Campa, Jesús José Campos y Benjamín Argumedo; los coroneles Demetrio Ponce, Gonzalo C. Enrrile y Feliciano Díaz, José Córdova, secretario, firmaron también David De la Fuente, Silvestre, Rodrigo y Arturo Quevedo, Roque Gómez, Lázaro Alanís, Ricardo Gómez Robelo, Juan B. Porras, Máximo Castillo y otros. Se llama a deponer a Madero por haber falseado y violado el Plan de San Luis; a defender la tradicional autonomía de los pueblos del norte y del viejo federalismo de los caudillos liberales norteños del siglo XIX; a rechazar la injerencia estadounidense en las cuestiones mexicanas… A la creación de pequeños propietarios libres e independientes, según la experiencia agraria de Chihuahua… Si Orozco no hubiera estado convencido de que la revolución había empezado a desviarse del curso trazado en el Plan de San Luis Potosí, las maquinaciones de los intereses creados por sutiles que fueran probablemente no hubieran tenido éxito. Orozco se rebeló contra Madero por la misma razón por la que se había rebelado contra Díaz: en su forma sencilla, él había deseado la implantación de un programa revolucionario que satisficiera las vehementes aspiraciones del pueblo mexicano. El general no había perdido el contacto con las masas a pesar de la tenue alianza con la aristocracia 12 Guadalupe Villa. Chihuahua, una historia compartida. Pág. 211


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de Chihuahua.13 Muchas veces antes (Orozco) habló con Villa y con Domínguez, con Granados, para pedirles su apoyo en contra del gobierno de Madero. En el parteaguas aquella decisión era difícil. Pero a ellos la intuición los guiaba y vieron en el fondo de sus ojos la indefinición. En el mes de marzo volvieron a la guerra. En los primeros encuentros los villistas fueron derrotados por los colorados. Los federales también. Un ánimo de incertidumbre permeaba entre los solados que peleaban contra sus antiguos compañeros. Estaban perdiendo la guerra, la gente y la moral. Contra todo, marcharon sobre la ciudad de Parral donde derrotaron a Campa. Y un poco después, recibieron la orden de incorporarse al ejército federal en Torreón, Coahuila, comandado por Victoriano Huerta, que sustituía a González Salas derrotado en la Estación de Rellano por los colorados. “Las fuerzas del gobierno salieron de Torreón el 6 de marzo de 1912, iniciando el lento camino que, pasando por las victorias de Conejos, Rellano y Bachimba, los llevó a Chihuahua. Durante la marcha y los combates, el cuerpo de guías del ‘’honorario’’ Villa combatió en la extrema vanguardia con resultados casi siempre satisfactorios.14 El 26 de mayo, sin embargo, en ciudad Jiménez, el general Huerta dio órdenes de pasar por las armas a Villa, alegando indisciplina y el robo de una yegua. Los hermanos Madero y dos oficiales federales, Francisco Castro y Guillermo Rubio Navarrete lograron salvar a Villa del pelotón de fusilamiento. Fue remitido preso a la ciudad de México, en el primer tren que partió. Las fuerzas de Villa fueron amenazadas y refundidas en otras corporaciones, en las primeras oportunidades fueron desertando. En Chihuahua, don Abraham González reasumió el ejecutivo estatal tan pronto como las tropas federales tomaron las ciudades de Chihuahua, el 7 de julio y de Juárez el 13 de julio. Pero se fraguó una 13 Michael C. Meyer 14 Pedro Salmerón. La División del Norte. Pág. 282


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enemistad con Victoriano Huerta. Mientras los federales guarnecían las ciudades, Toribio Ortega, Guadalupe Gardea, Trinidad Rodríguez, Isaac Arroyo, Rosalío Hernández, Maclovio Herrera, Candelario Cervantes, Elfego Bencomo, Julio Acosta y otros irregulares realizaban una campaña de contra guerrilla. Esa era la situación cuando en febrero de 1913 empezaron a llegar noticias del cuartelazo de la ciudadela. Pancho Villa estaba preso en la ciudad de México desde fines de mayo de 1912 y ahí se enteró de las conspiraciones que florecían en el ejército contra el gobierno de Madero. Pancho Villa escapó de la prisión el 26 de diciembre de 1912, y en compañía de Jáuregui que le ayudó a escapar, llegó hasta la frontera. Desde El Paso, Texas, le escribió una carta a don Abraham González poniéndose a sus órdenes y avisándole de la conspiración militar que se fraguaba. Ahí estaba todavía en febrero de 1913.

LA DECENA TRÁGICA… EL CUARTELAZO El 9 de febrero de 1913, se sublevaron los generales Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz, contra el gobierno constituido, con el primer regimiento de artillería y la escuela de aspirantes. Pusieron en libertad a don Félix Díaz y al general Bernardo Reyes, (presos por rebelión), y marcharon hacia Palacio donde Reyes fue muerto por tropas que mandaba el dignísimo general Lauro Villar. Félix Díaz corrió a la Ciudadela, donde disponiendo de abundante parque y armamento, inició con Mondragón la llamada Decena Trágica en que Huerta, nombrado jefe de las operaciones, simuló cumplir con su deber, mientras pactaba con los sublevados traicionando al gobierno. Apoderándose de las personas del presidente Madero y vicepresidente Pino Suárez, éstos fueron inmolados la noche del 22 de fe-


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brero, produciéndose gran estupor, seguido de indignación, entre el pueblo mexicano y hasta en el extranjero. El derrocamiento ilegítimo del honorable Presidente don Francisco I. Madero, fue fraguado por el sector reaccionario del país y por una parte del Ejército. Desgraciadamente, el embajador norteamericano Henry Lane Wilson, faltando a sus más elementales deberes como diplomático, cobró gran odiosidad al presidente Madero, porque éste se negó a autorizar que siguiera dándosele al señor Embajador la fuerte subvención que antes recibía. En su animosidad, Lane Wilson daba a su gobierno exagerados informes desfavorables al gobierno de Madero; dirigía a éste comunicaciones descomedidas e irrespetuosas y acogía las intrigas de la conspiración reaccionaria. Fue en la embajada norteamericana donde se firmó el pacto conocido como “Pacto de la Embajada”, en que Victoriano Huerta, jefe de la guarnición de México, pactó con el rebelde Félix Díaz, y el general Manuel Mondragón. En la embajada norteamericana fue celebrado el triunfo de los traidores, a la caída de Madero, y Lane Wilson declaraba a este nombre gobernante, “loco”, haciendo los mayores esfuerzos porque el gobierno del usurpador Victorino Huerta, fuese reconocido. Hasta el presidente Wilson llegaron las protestas y los detalles de la negra traición del jefe militar y de la carnicería de la Decena Trágica, que sacrificó a muchos hombres acabando con la vida de los primeros mandatarios. Huerta se proponía ahogar en sangre el levantamiento vindicatorio del pueblo de México. Henry Lane Wilson fue destituido y se negó el reconocimiento al gobierno de Huerta. El Presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, se significó por su simpatía hacia el movimiento revolucionario que calificó


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como del ochenta por ciento de LOS OPRIMIDOS EN CONTRA DE SUS OPRESORES.15 Para muchos mexicanos, como José Vasconcelos, con la muerte de Madero se rompió el hilo de la democracia y allí debería de volverse a encontrar. Los villistas lo supieron desde 1910, y sus decisiones han de verse desde esta ventana.

EN LA ASCENSIÓN “El día 8 de marzo de 1913, Pancho Villa cruza la línea divisora hacia México, con los compañeros: Juan Dozal, Miguel Saavedra Pérez, Pedro Sapién, Darío W. Silva, Carlos Jáuregui, Manuel Ochoa, Pascual Álvarez Tostado y Tomás Morales. Otro grupo de compañeros que se encontraban en la casa del mayor Isaac Arroyo, en los límites de Ciudad Juárez ya se había unido al general Villa; con este grupo llegó el coronel Manuel Baca, hasta la Hacienda del Carmen, de donde Villa lo comisionó para Namiquipa y ciudad Guerrero, en compañía de Jesús Acosta. Esta noticia se hizo correr de rancho en rancho, de pueblo en pueblo y de hacienda en hacienda por correos especiales. Así fue como se prendió la mecha que hubo de encender los ánimos de los hombres que ya estaban marcados por el destino para formar el pié veterano de los revolucionarios al lado de Pancho Villa y desde aquel momento procedieron a reunir gente”.16 “Para esta misma fecha el coronel Julián Granados, con fuerte contingente se incorpora al general Villa. Cruz Domínguez se hallaba a esa hora, reclutando gente en la región de Carichí y San Borja, Chihuahua. Julio Acosta y Pedro Bustamante habían reunido mucha gente en la región de Guazapares, San Juanito, Témoris y Yoquivo. Los hermanos Jalmo, Erasmo, Juan y Silvestre , de la región 15 Federico Cervantes. Francisco Villa y la Revolución. Pág. 48 16 Alberto Calzadíaz Barrera. Op. cit. pág. 103


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de San Madera, con Cirilo Pérez, iban ya en camino a unirse al general Villa que los esperaría en la Hacienda de Bustillos, y con Gorgonio Beltrán y Agustín Estrada, llegarían a dicha hacienda de un momento a otro. En efecto, Villa andaba reuniendo a sus mejores hombres; ya traían a su lado a Trinidad Rodríguez con sus hermanos Samuel y Juan, lo mismo que a Javier Hernández con la gente de Ciénega de Ortiz y a Faustino Borunda. Así se iniciaba la revolución más tremenda, sangrienta y cruel de nuestro país, como resultado directo de las injusticias de aquella época y la acción de esa pléyade de hombres fuertes, de recia voluntad y pronta decisión, que supieron pelear por las justas aspiraciones de un pueblo sediento de libertad y mejor destino social”. “El día 18 de junio de 1913, desde muy temprano se notó cierta actividad en el cuartel de los revolucionarios de Namiquipa y se pusieron algunas banderas en el edificio del Ayuntamiento y una bandera grande en la casa de don Victoriano Torres, que servía de cuartel, y luego el pueblo se enteró con asombro que estaba por llegar la tropa del general Francisco Villa. Lo fueron a encontrar los jefes Vargas, Hernández y Cervantes, en un punto que se llama ‘’El Terrero’’, al sur de Namiquipa. Al llegar el general Villa a la plaza había mucha gente en las aceras y deseosa toda de conocer al general Francisco Villa. Este se instaló en el edificio del ayuntamiento y una orquesta de instrumentos de cuerda tocaba en el kiosko de la placita y las campanas de la Iglesia repicaban sin cesar. Ese día, Francisco Villa dejó en el alma de aquella gente humilde la impresión de su presencia. Lo acompañaron sus dos hermanos Hipólito y Antonio, Trini Rodríguez, Isaac Arroyo, Darío W. Silva, Catarino Ponce, Julián Granados, Juan Dozal, Gorgonio Beltrán, Cruz Domínguez, etc…”17 “Poco más de un mes permanece el general Villa en el pueblo de la Ascensión, Chih. allí se le incorporan muchos y valiosos elementos. Y es allí, precisamente, donde el general Villa idea y empieza a 17 Ibídem, pág. 116


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dar forma al Cuerpo de Guardias Especiales, que desde el día 15 de junio del siguiente año han de ser mundialmente conocidos como Los Dorados de Villa. A mediados del mes de junio de 1913, llega a la Ascensión, Chih., el coronel Porfirio Talamantes conduciendo un gran cargamento de armas y parque que el teniente coronel Plutarco Elías Calles, jefe del sector militar de Agua Prieta, Son., mandaban al general Villa. A cambio de este equipo Villa le mandó ganado. Es allí, en la Ascensión, Chih, donde se presentaron los señores Alfredo Breceda y Juan Sánchez Azcona, ante el general Villa con la comisión del señor don Venustiano Carranza, para proponer al nuevo caudillo que reconociera el Plan de Guadalupe y Villa que no discutía méritos lo acepta, estableciéndose así la subordinación del uno para el otro. Era realmente interesante ver cómo todas las tardes, soldados y jefes como Isaac Arroyo, Trinidad Rodríguez, Samuel Rodríguez, Belisario Ruiz, Pancho Sáenz, Cruz Domínguez, Celso Apodaca y muchos otros, jineteaban caballada bruta, pues eran verdaderos centauros. Los soldados todos unos a otros se daban la mano herrando sus corceles. Todos sabían arreglar sus propias monturas. Eran todos hombres serios, sanos y no viciosos. Rememoran los sobrevivientes de esa época: lo que nos hacía reír a carcajada batiente era el detallito chusco, que hasta el último de los soldados lo festejaba y era que el señor Carranza le había mandado decir al general Villa que debería hacerse respetar por la tropa y obrar con toda energía, evitando que la tropa abusara de las mujeres ¡Pequeñito anticipo de la intriga! Por la tarde del día 29 de julio de 1913, empezaron a salir de Namiquipa rumbo al sur, las fuerzas del general Villa. Eran cinco columnas. Partió la primera columna, cabalgando en la cabeza iban: Porfirio Ornelas, coronel, y José Valles. Seguía Toribio Ortega con su estado mayor y escolta; con el mayor Epitacio Villanueva y Liborio Pedroza (hermano de Juan), cada columna llevaba en la retaguardia varios carros y mulas cargados con la impedimenta. Namiquipa es un pueblo situado a lo largo del río de Santa Ma-


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ría, que corre de sur a norte y que nace en la sierra de Bachíniva, Chih, pasando por Cruces, San Buenaventura, Galeana y el Águila, desemboca en la Laguna de Santa María. Este pueblo se compone de una serie de barrios unidos a otros por una sola calle, que es camino real en forma de rosario: de norte a sur, Pueblo Viejo, La Plaza, Arivechi, La Hacienda, Casas Coloradas, El Chupadero, El Molino, San Antonio y El Terrero. El Barrio de Arivechi y el de La Hacienda están separados por una distancia no mayor de tres kilómetros y a media distancia entre uno y otro, estaba la casa del que escribe estos apuntes. Las fuerzas del general Villa salen de Namiquipa, pasan por la Hacienda de San Jerónimo sin detenerse y al llegar a Las Varas se dividen en dos columnas, una sigue hasta la Hacienda de La Quemada y la otra faldeando la sierra llega a Bachíniva. La última a las órdenes directas del general Villa. El día 23 de agosto salimos de Bachíniva, partiendo por el sendero que va a El Rayo, donde se mató mucho ganado para provisión de la tropa y se recogió mucha caballada. De esa tarea se ocupó la tropa de Namiquipa, mientras las demás fuerzas siguieron hasta las haciendas de San Diego y Ojo Caliente. Nosotros nos quedamos bajo las órdenes de Toribio Ortega quien iba como segundo jefe de nuestra brigada; su gente había quedado bajo el mando de Porfirio Ornelas y Epitacio Villanueva, con José Valles, Crispín Juárez, José San Román, Melitón Ortega y otros. También se detuvieron en El Rayo, Benito Artalejo y Rafael Casto, con un escuadrón de la tropa que mandaba el coronel Juan N. Medina. Con esta gente iban dos americanos, hombres de a caballo, en verdad hombres de campo y muy listos en el manejo de las armas, pues eran magníficos tiradores. Se llamaban Emil Holmdahl y Tracy Richardson. Tanto Benito Artalejo como Castro y los citados americanos remudaron bestia y jinetearon caballada bruta por puro placer. Al mediodía dimos alcance —dicen los serranos— al grueso de la tropa en San Diego, de donde partimos después de dar agua a la caballada y al caer la tarde empezamos a tirotearnos con las avanza-


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das de los huertistas al mando de Manuel Gutiérrez, replegándose éstos para San Antonio de los Arenales, de nuevo para la Hacienda de Bustillos, donde los alcanzamos y batimos, poniéndoles en fuga. Nosotros, la gente Namiquipa, permanecíamos siempre juntos. Salimos de Bustillos después de un ligero descanso, caminamos toda la noche, llevando adelante la gente que mandaba Agustín Estrada que iban de guías y antes de aclarar el día 26 de agosto, estábamos en las cercanías de San Andrés, que era el objetivo de mi general Villa. Cruzamos la vía férrea al poniente de San Andrés, juntándonos con una tropa nuestra que se acercaba por el camino de San Juan. Para esa hora ya se estaban tiroteando por el lado del puente del ferrocarril, que era la gente donde iba mi general Villa, por esa parte se estableció el cuartel general. Ese sector estuvo al mando del coronel Juan N. Medina. Era bien sabido que el enemigo era muy fuerte en número de hombres y en equipo. Sin embargo, se decidió que allí se diera la batalla. A nosotros, prosiguen los serranos, nos tocó pelear bajo las órdenes inmediatas de Juan Pedroza y como jefe superior Toribio Ortega. En esa ocasión iban muchos futuros jefes cerca de mi general Villa y de continuo nos tocaba estar bajo el mando de distintos de ellos. Con Martiniano Servín, en la escaramuza de San Antonio de los Arenales y después con Santiago Ramírez en la Hacienda de Bustillos. Quiero hacer hincapié de que es en esta ocasión cuando el general Villa pone en práctica por vez primera la idea de formar lo que se dio a conocer mundialmente por Dorados de Villa. Casi en los momentos que se corrió la voz de ¡Al asalto! notamos la presencia entre nosotros de varios de los hombres de confianza del general Villa, que pistola en mano nos arengaban-gritando ¡Viva Villa!- ¡Adelante muchachos! ¡No se rajen! ¡jijos! La tropa empezó a contagiarse del valor de aquellos centauros y todos avanzamos hasta hacer salir de sus fortines a “los colorados’’ y federales. Los que nosotros combatimos se retiraron rumbo a La Estancada, ordenadamente primero y luego en precipitada fuga, pues una retirada de tropa de la línea de fuego por muy ordenada que se quiera efectuar, si son perseguidos, la retirada se convierte en una desbandada, y eso es lo


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que sucedió con los federales del general Félix Terrazas. Sobre ellos estuvimos en cada momento desde que se dio la orden de: ¡Al asalto! Y ellos no nos resistieron. Después de la media noche regresamos de la persecución que les hacíamos a los federales y en la estación nos encontramos con trenes cargados de provisiones de boca en abundantes cantidades. Tan pronto como aclaró el día 27, se nombraron las fajinas que se encargaran de levantar el campo; una la mandó el capitán primero Nicolás Fernández (actual general de división, pensionado), a quién tocó con nosotros –refiere el capitán Matilde Flores Franco-, levantar los cuerpos de los capitanes Natividad Rivera y Encarnación Márquez y llevarlos al edificio del ayuntamiento, por orden expresa del general villa, que los lloró como si hubieran sido sus hermanos. El capitán Encarnación Márquez era el oficial que declaró a favor del general Villa, en el juzgado de la prisión militar de Santiago, de la ciudad de México y el capitán Natividad Rivera fue uno de los que con Casimiro Cazares, Baudilio Uribe, Triburcio Maya, José Chavarría y otros, lo habían acompañado desde el principio compartiendo sufrimientos y peligros. El pueblo en masa se conmovió por la muerte de estos dos revolucionarios y a la hora del sepelio acompañaron al general Villa hasta el camposanto donde fueron sepultados los cadáveres. Los heridos fueron concentrados todos en la estación y por tren se embarcaron para San Pedro Madera, de donde prosiguieron para Corralitos, conducidos por el coronel Fidel Ávila. En Corralitos, Chih, se encontraron con el mayor Miguel S. Samaniego que procedente de Agua Prieta, conducía un cargamento de doscientos mil cartuchos que el teniente coronel Plutarco Elías Calles le mandaba al general Villa. De allí, Samaniego, regresa a Sonora llevándose los heridos, Fidel Ávila recibe el parque y presto regresa para la región de Conchos, Chih. Con el coronel Ávila iba esa ocasión el capitán Eduardo Andalón Félix, actual general de división, sonorense. Por la tarde de ese día 27 de agosto de 1913, se citó en la orden del día los nombres de los oficiales y soldados que se distinguieron


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en la acción de armas del día anterior, por su valor y arrojo. La lista la encabezaban el mayor Benito Artalejo, Martín López, el norteamericano Emil Holmdahl, Baudilio Uribe, José María Fernández, José San Román y otros. Dispuso el general Villa, que en forma razonable y equitativa se distribuya entre los moradores del pueblo una gran cantidad de provisiones que los federales abandonaron en su huida ante el ataque nuestro —rememoran los serranos—. De la ciudad de Chihuahua se tuvo noticia que los federales en poderosa columna se aprestaban a salir batirnos. A su vez, el general Villa, da la orden de salida. Partimos en la noche pasando al oriente de Bustillos sin tocar dicha hacienda, prosiguen los serranos. En la vanguardia íbamos nosotros, la gente de Namiquipa, con Andrés, con toda su dotación y cofres. Pasamos por Cruz de Mayo sin detenernos y fuimos a comer a La Joya de donde partimos por la tarde y llegamos a Satevó, en donde pernoctamos. Allí se incorporó Gorgonio Beltrán —futuro general y leal villista— con él se hallaban Domingo Navarrete y José Vera, también futuros jefes villistas.18

NACE LA DIVISION DEL NORTE “Sin perder de vista los movimientos del enemigo, los pequeños y grandes núcleos de voluntarios que los emisarios que el general Villa había comisionado han reunido por diversas partes del extenso estado de Chihuahua, se han ido incorporando a la columna en marcha y al llegar a ciudad Camargo, se pudo comprobar que los efectivos que propiamente dependen del general Villa, pasan de los 3,000; sin contar los grupos que comandan los jefes que a esa hora desempeñan comisiones del general Villa en algunas partes del estado, entre ellos el mayor Candelario Cervantes, de Namiquipa; el mayor Julio Acosta en ciudad Guerrero, donde a diario se presentan 18 Ibídem, págs. 103 - 123


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voluntarios de los pueblos de la comarca a causar alta en el cuartel de Acosta… El grueso de la columna del general Villa había ido siendo objeto de continua organización, hasta donde las circunstancias lo permitían. Indudablemente que faltaba mucho por hacer, claro es. Sin embargo, era el núcleo revolucionario más respetado y temido en aquella época y después. Tan grandes son los adelantos logrados por el general Villa, a esa fecha, en cuanto a refuerzos de sus unidades, que al llegar a Camargo se hallaba rodeado de valiosísimos elementos. En ciudad Camargo, celebra el general Villa una junta con sus jefes, la mayoría son mayores y solo unos cuantos coroneles: Fidel Ávila, Toribio Ortega, Julián Granados y Juan N. Medina; tenientes coroneles: Eleuterio Hermosillo, Cruz Domínguez y Manuel González. Mayores: Porfirio Ornelas, José Valles, Andrés U. Vargas, Manuel Baca, José San Román, Saúl Navarro, José Rivas, Juan Pedroza, Rafael Licón, Manuel Tarango, Domingo Gamboa, Macedonio Aldama, Isidro Chavira, Santiago Ramírez, Benito Artalejo, Enrique Santoscoy, Manuel Ochoa, Martín López, Blas Flores, Miguel Saavedra P., José María Fernández, el Ingeniero Licona, Juan B. Vargas, Pablo C. Seañez, Gabino Durán, Antonio Villa, Mercedes Luján, Tomás Ornelas, Joaquín Terrazas, José Torres Day, Francisco Sainz, Francisco Chávez, Fortunato Casavantes, José de la Luz Nevares, Carlos Almeida, Ramón Mendoza, Rafael Castro, Pablo López, Encarnación Murga, Epitacio Villanueva, Melitón Ortega, Sóstenes Garza y Julio Piña. El general Villa presidió esa junta y tuvo a su derecha al general Maclovio Herrera y a su izquierda Dr. Samuel Navarro. Todos esos mayores llegaron unos a coroneles, los más a generales y fueron de los que ayudaron al general Villa a llenar muchas páginas de historia. Muchos de los hombres que llegaron a famosos generales, como Nicolás Fernández eran en esa fecha, simples capitanes e ibas ascendiendo lentamente. Decíales del general Villa en esa junta: En las horas de la lucha casi nada se puede hacer si no hay en el ejército


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unidad de mando, las tropas organizadas en batallones, regimientos y brigadas, bajo el mando de un jefe responsable, ayudado por oficiales y clases competentes, cuyo comportamiento sirva de ejemplo a sus soldados. En seguida el coronel Juan N. Medina, en uso de la palabra, pasa a exponer que por sus efectivos la columna del general Villa es ya una división y que por lo tanto, era de necesidad inaplazable darle la debida organización a sus contingentes. Y así se empieza a hacer desde ese día.19

LA JUNTA DE LA LOMA “En la madrugada del 29 de septiembre de 1913 varios centenares de hombres sucios y mal vestidos, pero montados en briosos caballos y armados hasta los dientes, empezaron a llegar al viejo casco de la Hacienda de la Loma, Durango, situado en la ribera derecha del río Nazas, unos cuantos kilómetros antes de que este haga su entrada a la Comarca Lagunera por la Boca de Calabazas: eran los revolucionarios chihuahuenses de las brigadas Villa y Benito Juárez, y los durangueños de la brigada Morales. Con el famoso guerrillero Pancho Villa, jefe de la brigada que llevaba su nombre, venían Toribio Ortega, Fidel Ávila, Trinidad Rodríguez, Agustín Estrada, Julián Granados, Feliciano Domínguez y otros ameritados guerreros, jefes de los rebeldes pueblos del centro y centro occidente de Chihuahua, del desierto oriental de su estado. Con el general Maclovio Herrera Cano, caudillo de la brigada Benito Juárez, venían Federico Chapoy, Ernesto García, Eulogio Ortíz, Luis Herrera y otros jefes de prestigio de Hidalgo del Parral y el sur de Chihuahua. El general Tomás Urbina, jefe de la brigada Morelos, llegó acompañado de José E. Rodríguez, Rodolfo Fierro, Pablo 19 Ibídem. Págs. 126 y 127


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Seañez, Petronilo Hernández y otros jefes famosos por su valor. Poco después arribaron las vanguardias de las brigadas primera de Durango y Juárez de Durango, con sus jefes natos, los generales Orestes Pereyra y Calixto Contreras, acompañados de oficiales que llevaban tres años combatiendo en la región de los valles y el semidesierto de Durango y en la comarca lagunera, entre los que destacaban Severino Ceniceros, Mateo Almanza, Uriel Loya, José Carrillo, Valente de Ita, Máximo Mejía Sanabria, Canuto Pérez, Bibiano Hernández, Pedro Favela y muchos más. Tras ellos llegaron sus hombres, no tan bien armados y montados como los de Chihua­ hua, pero igualmente bravos. Ya avanzada la mañana, desde la región de San Pedro de las Colonias y Matamoros, donde habían dejado a sus tropas, llegaron fuertemente armados seis coroneles que tenían el mando de los revolucionarios de la comarca Lagunera: Eugenio Aguirre Benavides, Juan E. García, José Isabel Robles, Sixto Ugalde Guillen, Raúl Madero González, y Benjamín Yuriar. Los acompañaban algunos oficiales fogueados, como Máximo García, Juan Pablo Estrada, Santiago Ramírez, Mariano López Ortiz, Canuto Reyes, Roque González Garza y Enrique Santos Coy. Los principales jefes se reunieron en la casa grande de la hacienda y Pancho Villa, quien los había convocado en ese lugar para planear el ataque a la cercana ciudad de Torreón, tomó la palabra diciendo que las necesidades de la campaña exigían la unificación de todas esas fuerzas bajo un mando común, por lo que proponía que de inmediato se eligiera, de entre los presentes, a un jefe que asumiera dicha responsabilidad, para lo cual Pancho Villa se proponía a sí mismo o a Tomás Urbina y Calixto Contreras como opciones alternativas. Siguieron en el uso de la palabra varios de los presentes sin hacer otra cosa que darle vueltas al asunto, hasta que el coronel Juan N. Medina, jefe del estado mayor de la brigada Villa, explicó claramente la situación mostrando que cuanto podía alcanzarse mediante la lucha guerrillera se había alcanzado ya, y que era llegado el mo-


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mento de pasar a la guerra regular o estancarse y ceder la iniciativa al enemigo; y la guerra regular, dijo, requería una organización superior y una indiscutible unidad de mando. Finalmente reiteró las candidaturas de los generales Villa, Urbina y Contreras a la que añadió la del coronel Juan García. A la exposición de Medina siguió un silencio que interrumpió el general Calixto Contreras, quien se puso de pié y tras rechazar su candidatura por no considerarse capacitado para asumir la enorme responsabilidad que implicaba el nuevo mando, resaltó, como contó después un testigo presencial, “el prestigio del general Villa, como hombre de armas y experiencia, indiscutible valor y capacidad organizadora y pide a todos que reconozcan a Francisco Villa como jefe de la división del norte”. Entonces terminaron las vacilaciones y todos a una y sin mayores discusiones aclamaron a Pancho Villa como jefe. Así nació la División del Norte, y con ella apareció en escena el villismo como movimiento revolucionario autónomo y con características propias.20

20 Pedro Salmerón. Op. cit. Págs. 7-8


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A TORREON

E

l mismo 29 de septiembre (1913) iniciaron un avance por la ribera norte (del Río Nazas), las brigadas Benito Juárez y Madero, más una fracción de la Juárez de Durango, llevando como reserva a un contingente de voluntarios laguneros puestos a las órdenes de Julio Piña. Estas fuerzas pelearon todo el día contra las caballerías orozquistas, a las que desalojaron de sus posiciones ya entrada la noche. Por la ribera sur avanzaron las brigadas Villa, Morelos, primera de Durango y el grueso de la Juárez de Durango, con la gente de Yuriar como reserva. La vanguardia federal se había hecho fuerte en Avilés, que fue atacada por los villistas al medio día. Al atardecer el combate se había consumado con la derrota absoluta de los federales, que perdieron más de 300 hombres, incluidos su jefe, el general Álvarez, 600 fusiles y dos cañones. Villa, cumpliendo otra vez con las disposiciones de Carranza (y obedeciendo también a su temperamento) dio la orden de fusilar a los oficiales, hasta que el coronel Juan N. Medina imploró por la vida de los que restaban, siendo incorporados algunos técnicos de ingenieros y artillería a la división del norte, entre ellos el capitán Ing. Elías L. Torres. El general Alvires había mandado el combate con valor e imprevisión, al encerrarse en la ratonera en que se convirtió Avilés. Los ferroviarios encargados de conducir los trenes en los que Alvires pensaba retirarse a Gómez Palacio, inutilizaron las máquinas y se pasaron a los rebeldes (pág. 348). Al amanecer del día siguiente, 30 de septiembre, cruzaron el río las brigadas Juárez de Durango y Villa.


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El mando de ésta última lo llevaba el coronel Ortega. Poco después, el general Villa, con los coroneles José Rodríguez y Juan N. Medina, cruzó por el mismo camino para dirigir personalmente el ataque a Lerdo y Gómez Palacio, mientras Urbina, al frente de su gente, de la brigada de Pereyra y de los hombres de Yuriar, avanzaba desde Avilés por la ribera sur del Nazas, cubriendo el flanco derecho de la formación. Villa atacó de frente con la gente de Ortega, Rodríguez y Contreras, mientras Herrera y García hacían un movimiento envolvente para situarse frente al cerro de La Pila. En la noche la gente de Villa y Ortega expugnó el Cañón del Huarache, con lo que Gómez Palacio quedó a su alcance. Los federales se replegaron y la gente de Maclovio Herrera pudo ocupar Gómez Palacio desde el norte. Hacia las quince horas, todos los contingentes federales estaban encerrados en Torreón, con los cerros de la Polvorera, Calabazas y La Unión como línea defensiva exterior. Las fuerzas con las que podía contar Munguía a estas alturas apenas sumaban los 2,500 hombres. Pasadas las diecisiete horas, los revolucionarios atacaron por toda la línea: las brigadas Villa y Morelos el cerro de Calabaza y la gente de Aguirre Benavides y Yuriar el de la Polvorera; Contreras, García y Pereyra avanzaron entre esta última posición y el cerro de Cruz; y Robles atacó el rumbo de la Alameda, por el oriente. Maclovio Herrera permaneció de reserva con su gente, en Gómez Palacio. Antes de la media noche las infanterías federales que habían sido desalojadas del cerro de la Cruz emprendieron la retirada rumbo a Matamoros y a las tres de la madrugada del 1 de octubre Munguía reunió al resto de sus fuerzas, 1,708 hombres, y evacuó la plaza protegido por las caballerías de Argumedo. Las tropas de la división del norte entraron en perfecto orden a Torreón y los connatos de saqueo y vandalismo, por parte de la población fueron rápida y vigorosamente sofocados… El 2 de octubre Pancho Villa hizo formar a la brigada Villa a lo largo de la Alameda entre Lerdo y Gómez Palacio, y separando de ella 900 hombres pertenecientes a los Regimientos 1º y 4º, formó


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la brigada González Ortega, con el coronel Toribio Ortega como comandante en jefe, y el teniente coronel Porfirio Ornelas como segundo. El coronel José E. Rodríguez, que por comisión del general Villa venía desempeñándose como segundo jefe de la brigada Morelos, fue nombrado comandante en jefe de la brigada Villa en sustitución del coronel Ortega. Una semana después, en ciudad Jiménez, se tomaron de la brigada Villa los jefes, oficiales y el cuadro de una nueva brigada, la Cuauhtémoc. Estos hombres eran nativos de la región de Huejotitán y Balleza, Chihuahua, y Guanacebí, Durango. Fue nombrado jefe de la brigada Cuauhtémoc el teniente coronel Trinidad Rodríguez; segundo al mando y jefe de estado mayor el teniente coronel Isaac Arroyo; con los mayores Macedonio Almada, Rafael Castro, Juan Pedroza, Rafael Licón, Manuel Tarango y Samuel Rodríguez. Luego de esta segunda amputación, quedaron en la brigada Villa como jefes como mando de tropa los coroneles Agustín Estrada y Fidel Ávila, más los tenientes coroneles Miguel González, Santiago Ramírez, Carlos Almeida, Julián Granados y Anacleto Girón, y los mayores Margarito Gómez, Enrique Portillo, Benito Artalejo, Crispín Juárez, Porfirio Talamantes, Martín López, Gregorio Beltrán, Cruz Domínguez, Feliciano Domínguez y Espiridión Piña. El doctor Saúl Navarro continuó al frente de los servicios médicos de la brigada Villa.21

CHIHUAHUA “Al pardear la tarde del día 8 de octubre, la columna de 500 hombres al mando del coronel Agustín Estrada, de la brigada Villa, llega a la fundición de Avalos. Esa misma noche los exploradores al mando del mayor Carlos Almeida, llegaron hasta descubrir las posiciones del enemigo en las faldas del cerro del Coronel. A la llegada 21 Ibídem, págs. 350 - 352


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del grueso de las fuerzas, se pudo comprobar que la ciudad estaba admirablemente fortificada… la plaza se hallaba bien fortificada y protegida por alambradas eléctricas, con gran cantidad de artillería y defendida por 12,000 soldados entre federales y orozquistas, mandados por los generales: Manuel Mercado, José J. Mausilla, Manuel Lande, Pascual Orozco, Marcelo Caraveo, Manuel Gutiérrez, José Inés Salazar, Lázaro Álvarez, Rafael Flores Alatorre y Félix Terrazas.22 Comenzaba a oscurecer cuando las fuerzas constitucionalistas empezaron a tomar contacto con los huertistas en sus primeras posiciones. En las estribaciones del cerro Coronel por el lado de Tabalaopa y la vía del ferrocarril, se rompió el fuego. Nosotros, comandados por el coronel Agustín Estrada, Cruz Domínguez y Andrés U. Vargas, desalojamos a los colorados que se nos oponían en su primera línea de tiradores. Muy pronto se generalizó el combate por toda la línea de fuego y los cañones del enemigo, emplazados en el cerro de Santa Rosa, dirigían sus fuegos contra nuestros compañeros que teníamos a la izquierda, que eran los hombres del coronel y en cambio nos hacían un fuego graneado de fusilería y ametralladoras del lado de la Junta de los Ríos y la estación de Santa Eulalia… Por el lado del cerro Grande atacaba un regimiento de la brigada Villa con el coronel Julián Granados, Saúl Navarro y Miguel Fernández, zacatecano. Esta gente tenía a su izquierda a los valientes soldados de la brigada Juárez, de Durango, al mando del general José E. Rodríguez. …al segundo día de iniciado el ataque, dos capitanes, Pedro Sosa y Apolonio Cano, de la gente de Maclovio Herrera, con sus escuadrones, a rienda suelta de sus corceles, se lanzaron sobre el enemigo, en un paréntesis de valor salvaje y llegan en un arrojo hasta confundirse con el enemigo en sus líneas de defensa. Es en aquel momento cuando Maclovio Herrera, viendo que una parte de sus dragones corría peligro, se lanza en auxilio de éstos pero como el enemigo no se resolvió a perder esta oportunidad para batir a los villistas, 22 Alberto Calzadíaz Barrera. Op cit. Pág. 147


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sale de sus posiciones envolviendo a Maclovio Herrera y el General Villa que ha estado observando todo, manda la brigada Zaragoza a proteger a Herrera. Pocos minutos después, un escuadrón de jinetes al mando de Valentín Vázquez, se precipita sobre los federales que defendían las lomas frente al barrio de San Pedro y el Plan de Álamos. Se traban en furioso combate, tomando 50 prisioneros, ayudados por Agustín Estrada que tuvo que auxiliarlos. Salen los colorados a presentar batalla y los villistas se baten como unos tigres, aferrados al terreno que han conquistado. Salen de las defensas mas colorados y los villistas de Trinidad Rodríguez entran en acción, para auxiliar a Valentín Vázquez, en cuya acción estuvo a punto de perder la vida el valiente Manuel Tarango, pues llegaron hasta las alambradas del enemigo. Al aclarar, los villistas se alejan, conservando únicamente el terreno que han conquistado en lugares que no eran batidos por los certeros disparos de los cañones del enemigo, emplazados en la cima del cerro de Santa Rosa. Tan cerca de la línea de fuego se hallaba el puesto de mando del general Villa, que las granadas estallaban a su alrededor. Una granada explotó a un lado de donde estaba sentado el doctor Samuel Navarro, hermano de Saúl, matándolo y haciendo rodar por el suelo a los ayudantes del estado mayor, Darío W. Silva; hiriendo al teniente coronel Eleuterio Hermosillo, al coronel Agustín Estrada, en una pierna, al estar dando unos informes al general Villa; al capitán Valentín Vázquez y matando al capitán José López, de Cusihuiríachi, Chih, y ayudante del coronel Estrada… El cuarto día se presentó lo inesperado. Del cuartel general, que en aquellos momentos se hallaba establecido en una cañada próxima a la Presa del Chuvíscar, salen los oficiales de órdenes, con instrucciones verbales del general Villa, para los distintos jefes con mando de tropa. La situación que ocupaban las tropas del general Villa ese día 12 de noviembre de 1913, frente a la ciudad de Chihua­ hua, era una especie de media luna, comenzando desde las Quintas


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Carolinas, lugar situado al noroeste, siguiendo por el poniente hasta rodearla por el lado sur, terminando en las estribaciones del cerro Grande, al sudeste de la población. Todas las tropas constitucionales fueron abandonando sus posiciones a la vista del enemigo, hasta rodear la población por el sur; tomaron rumbo a Santa Eulalia, mineral que se encuentra al noroeste de la tantas veces citada ciudad de Chihuahua. Ya de noche, hicieron alto y quebraron rumbo al poniente, únicamente las fuerzas de caballería. Antes de la media noche pasamos por el norte de la ciudad de chihuahua y nos amaneció en la Estación del Cobre, sobre la vía a ciudad Juárez. Ahí en ese lugar el general Villa personalmente estuvo apartando jefes y oficiales tomándolos de las distintas unidades. Desde que el general Villa se desprendió con su escolta de la Hacienda del Charco, el general Chao se separó con instrucciones de retirarse con rumbo a Camargo, con todos los trenes infantería y las impedimentas, yendo con el citado general Chao una escuadra de la escolta del general Villa, mandada por los hermanos Juan y Ramón Vargas, y por alguna razón iba también Miguel Baca Valles, con una pequeña escolta. He ahí la mano del general Villa. 23

EL TREN DE TROYA “Estábamos pues, allí, en la estación y el general Villa había seleccionado a unos jefes y gran cantidad de oficiales y se habían recogido de las haciendas cercanas muchos carros y mulada, se había matado ganado para la tropa, cuando, en la tarde, se avistó el humo de una locomotora que avanzaba del norte con destino a Chihua­ hua. Se tomaron las precauciones del caso y esperamos con calma la llegada de aquella máquina; era un tren con góndolas cargadas de carbón. Aminoró su marcha y paró ante la señal roja que se le puso y enseguida la tripulación fue detenida. 23 Ibídem, págs. 150 - 152


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… dentro de la estación se hallaban con el general Villa, Manuel Madinabeitia y Daniel Delgado; los dos telegrafistas. Estaba detenido el telegrafista que acababan de traer del Sauz y con la ayuda de éste se pudo comunicar a Chihuahua, usando la señal del enemigo. Se nos fue casi toda la noche en descargar las góndolas de carbón y por alguna razón permanecimos en dicho lugar todo el día 14 y siendo cerca de la media noche llegaron unos exploradores conduciendo a un señor que resultó ser Martín Uzueta, quien era portador de alguna información para el general Villa. Se informa a la oficina de Chihuahua que el tren avanzaba sin novedad y luego se cortó la línea al sur del Cobre. Así y todo, el día 15, una vez que todo estuvo listo, el general Villa, rodeado de sus oficiales superiores les expuso su plan, diciéndoles: —Compañeritos, necesitamos una plaza en la frontera, más que la misma capital del estado. Nos vamos a ciudad Juárez; unos vamos a amanecer en dicha plaza y otros en el otro mundo. ¿Me entienden? ¿Entendido? Bueno, ¡adelante, muchachitos! Se emprendió la marcha, después de haber embarcado a dos mil hombres escogidos, dejando la caballada y el resto de la fuerzas de caballería, bajo las órdenes de los coronel Toribio Ortega, Julián Granados, Fidel Ávila, Manuel Madinabeitia, y el general Rosalío Hernández, para que por tierra siguieran a lo largo de la vía rumbo al norte y en todo caso, si fuera necesario, levantando la vía y quemando puentes si el enemigo hace acto de presencia. Avanzó aquel tren mágico rumbo al norte, haciendo alto en cada estación y comunicando el “sin novedad”. En la máquina iban con el maquinista y fogonero, Rodolfo Fierro y Manuel Banda, dos piezas de grueso calibre, muy útiles al general Villa. De acuerdo con el croquis que el general Villa había recibido por conducto del señor Martín Uzueta, y que le fue proporcionado por el coronel Timoteo Cuéllar, se pudo conocer bien y determinar por dónde se podía atacar la plaza. Con el general Villa iban los generales: José Rodríguez y Macolvio Herrera, más los tenientes coroneles Santiago Ramírez, Benito Artalejo, Martín López, Cruz Domínguez, Trinidad Rodrí-


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guez, Isaac Arroyo, Porfirio Talamantes, Saúl Navarro, Andrés V. Vargas, Manuel Baca, Pablo C. Seáñez y Eulogio Ortiz, etc. Serían las once de la noche del día 15 de noviembre de 1913, cuando el tren de los villistas aminoró su marcha y lenta y silenciosamente llegó hasta la estación; sólo unas cuantas personas civiles, ajenas a lo que estaba por suceder, transitaban por allí. La tropa descendió del tren de acuerdo con las instrucciones previas, y cada jefe se hizo cargo de sus hombres y, rápidamente, se fueron cada quien al sitio señalado. Decididos todos se presentaron a tomar por asalto, lo repito, sus objetivos, previamente señalados Andrés V. Vargas, con sus muchachos se fue derechito al cuartel Hidalgo, por un lado; por otro, iba Maclovio Herrera, con sus hombres. Referíame al teniente coronel Reinaldo Mata que nadie notó la presencia de ellos y que al llegar a la puerta del cuartel Hidalgo, el guardia los vió; pero ya siendo tarde para éste, que abriendo la boca por la sorpresa, dejó caer el rifle y viendo que varios fusiles resueltamente le apuntaban, gritó: ¡estoy rendido! Tiburcio Maya se apoderó apresuradamente del banco de armas. Solamente unos oficiales desde adentro del cuartel trataron de resistir, haciendo fuego con sus pistolas, pero al ver que la tropa se rendía, todos se entregaron, y todos quedaron prisioneros. La sorpresa fue completa. Del mismo modo habían procedido los demás jefes y para esa hora habían caído prisioneros todos los federales y los orozquistas. Con la excepción del fuerte grupo de orozquistas que comandaba el mayor Pedro Topete, que se incorporaron a los constitucionalistas, por ser éste amigo del general Villa. A las doce de la noche comenzó a recorrer las calles de la ciudad la banda de música de los federales, bajo la vigilancia de un piquete de soldados al mando de Carlos Almeida. Tocaba una diana Jesusita en Chihuahua, y la Marcha Zacatecas, y las volvían a repetir una y otra vez por horas y sin cesar. El general Villa se estableció en el Edificio de la Aduana y posteriormente en una casa de la calle Ledo, propiedad del señor Bermúdez. Luego, después de haberse apoderado de la población por com-


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pleto, se estableció el servicio de vigilancia. A la tropa se le advirtió que, soldado que se emborrachara, soldado que sería pasado por las armas. Por disciplina, o bien por miedo a desobedecer una orden de Villa, la orden fue obedecida. Los salones de juego quedaron bajo vigilancia y control de los villistas. Uno de los oficiales que se encargaron de dicho asunto era Carlos Jáuregui. A los revolucionarios les quedó estrictamente prohibida la entrada a centros nocturnos y cantinas. La vigilancia militar quedó a cargo del teniente coronel Cruz Domínguez…24

TIERRA BLANCA “Días después, una poderosa columna de rescate fuerte en 5,500 hombres, avanzaba sobre Ciudad Juárez, y Villa, ignorante, sin los más elementales conocimientos militares y de alta política, rehusó defenderse dentro de la plaza para evitar un conflicto internacional por los daños que se causaran a la ciudad americana de El Paso y a sus habitantes, y salió con la mayor parte de sus tropas rumbo a Tierra Blanca para esperar al enemigo. Los días: 22, 23 y 24 de noviembre de 1913, las fuerzas villistas permanecieron en acecho en aquella plaza, hasta la mañana del 25, en que las tropas huertistas iniciaron la ofensiva valientemente. La lucha fue sangrienta y fiera. Las infanterías federales se batían desesperadas, y en el momento en que desembarcaban su artillería, Villa cargó sobre ellos brutalmente, con lo mejor de sus caballerías, como sabía hacerlo, y la columna federal fue destrozada, emprendiendo la retirada en el más completo desorden, ante el empuje arrollador de los centauros del norte. Esta espantosa derrota hizo que el comandante militar de aquella zona, con cuartel general en la plaza de Chihuahua, la evacuara 24 Ibídem, págs. 152 - 155


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cobardemente, dirigiéndose con cerca de 6,000 hombres, rumbo a Ojinaga, presentando aquella caravana el espectáculo más triste y doloroso, pues dejaban en el camino armas y municiones y todo su equipo pesado, para aligerar su carga. … todas las brigadas se empeñaron en aquel asalto y cargaron con furia haciendo pedazos al enemigo. El general Villa, comandando a dos escuadrones de su propia escolta, cargó de frente sobre la vía. Manuel Banda, Santiago Ramírez, y Rodolfo Fierro, se desprendieron en la curva y cortaron retirada, alcanzando a uno de los trenes del enemigo, y es cuando Fierro desconecta varios carros. El enemigo retrocedió completamente derrotado. Isidro Chavira, que comandaba el cuerpo de guías formado por pura gente de la región, ayudada por la gente de ciudad Guerrero, del mayor Julio Acosta y el valeroso capitán Domínguez Pulido, fueron a quienes se les debió la captura del tren con soldados enemigos, rememoran los sobrevivientes. La batalla de Tierra Blanca fue una batalla campal y una de las más importantes que diera Francisco Villa. Obró su perseverancia, su audacia, visión y firmeza de carácter. Principió el día 24 y terminó la noche del 26 de noviembre de 1913. Los federales perdieron mil y tantos hombres, diez piezas de artillería y tres trenes. Todos los heridos fueron llevados a ciudad Juárez.25

LA CIUDAD DE CHIHUAHUA EN PODER DE VILLA “El general Villa se instala en una residencia de la Av. Juárez, Quinta Prieto, y el cuartel general en el Palacio Federal. El rústico y sentimental Pancho Villa, temerario y rudo, templado en el dolor y el hambre, en la explotación y en la ignorancia, ha venido orga25 Ibídem, págs. 159


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nizando la División del Norte, con asombrosa rapidez, barriendo a los federales, sostén de Victoriano Huerta, y ahora lo hemos de ver demostrando su temple para resolver grandes problemas al ejercer, provisionalmente, el poder ejecutivo del estado de Chihuahua. En Pancho Villa, su condición de clase humilde inspiró su lucha por el pueblo y como él es hombre de decisiones rápidas, lo hemos de ver disponiendo que durante tres meses se distribuya la carne de pulpa a 15 centavos el kilo y 10 centavos la carne con hueso. Las reses se toman de las haciendas de los terratenientes enemigos del movimiento revolucionario. Se distribuía carne entre la gente pobre no solo de la ciudad de Chihuahua, sino también en todos los pueblos del estado. Decretó la fundación del Banco de Chihuahua con carácter de institución oficial, con capital de diez millones de pesos, garantizados con los bienes confiscados a las personas comprometidas con el gobierno de Victoriano Huerta, para refaccionar a los agricultores y empresas particulares. Al pasar el gobierno del estado a manos del general Manuel Chao, provisionalmente, obrando con prontitud y sin rodeos, expidió un decreto cediendo 25,000 hectáreas de tierras confiscadas a los latifundistas del estado de chihuahua, a verdaderos campesinos. A los explotadores de la clase pobre los expulsó del estado, y les confiscó sus propiedades. Con histórico decreto, pasaron las propiedades, al gobierno constitucionalista, 7,000,000 de hectáreas y empresas comerciales de la familia Terrazas, así como las inmensas posesiones de los Creel, quizá los más grandes latifundistas de la época. La gran pasión de Pancho Villa fueron las escuelas, creía firmemente que la tierra y las escuelas resolverían todos los problemas del campesino mexicano. La Escuela de Artes y Oficios se llenó de niños de las clases necesitadas y de huérfanos. Nada hubo que faltara en aquella escuela para su buena marcha. Se organizaron los talleres de imprenta, fragua, carpintería y talleres mecánicos. Se dotó a los alumnos de uniformes nuevos, calzado, ropa interior y todo lo necesario. Se acondicionaron los comedores, debidamente equipados y se mantuvo esmerada limpieza. Buenos y limpios dormitorios. Allí estuvieron muchos niños que el general Villa adoptó por hijos; de


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éstos, Carlos Jáuregui se encargó de llevar a la Hichtkock Military Academy cerca de San Francisco, California, a los niños Eugenio Acosta Oaxaca, Francisco Gil Piñón, Eustaquio Rivera, Ignacio Baylón, Zenaido Torres, Manuel Baca Madrid, Mariano Loera, Manuel Díaz, José Gabriel, Valentín y Jesús Corral. Ingenieros, doctores y otros profesionistas fueron ayudados en sus estudios por el rudo Pancho Villa.26

LA TOMA DE OJINAGA “Habiendo ocupado el general Villa triunfalmente la ciudad de Chihuahua, el 22 de diciembre de 1913, envió una columna de cerca de 3,000 hombres sobre Ojinaga al mando del general Pánfilo Natera. Los federales estaban bien fortificados, pero de los numerosos contingentes con que el general Mercado había contado en Chihua­ hua, reforzados con 5,000 hombres que Orozco le llevó de México, después de los desastres de Ciudad Juárez y Tierra Blanca sólo llegaron a Ojinaga unos 3,500 hombres desmoralizados. La situación de esa guarnición se hacía más difícil por la presencia en la ciudad de numerosas familias, que, tras ocho días de penosa caminata desde Chihuahua, llegaban exhaustos y sin recursos. La mayor parte trataba de cruzar el río bravo para refugiarse en Estados Unidos. La columna comandada por Natera, encontró en San Sóstenes nuevo material de ferrocarril, armas, municiones y vestuario que los federales habían dejado en su retirada. Cuatro días después de su salida pasaron por La Mula y otros días después, llegaron al Mulato, para el día siguiente entablar combate con tropas de Caraveo y Flores Alatorre, a los cuales derrotaron 26 Ibídem, pág. 161


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haciéndoles 260 prisioneros y recogiendo cuatro ametralladoras y diez mulas cargadas de parque. En esta acción Caraveo salió herido. El día primero de enero de 1914, se iniciaron los combates frente a Ojinaga y estos continuaron por cinco días más, encontrando una obstinada resistencia de los defensores. Estos desmontaron una pieza de artillería de los revolucionarios y les hicieron muchas bajas obligándolos a replegarse; para el día siguiente continuar el combate sufriendo la pérdida de 200 hombres. Todavía al siguiente día la caballería federal apoyada por su artillería, salió al encuentro de los atacantes y después de combatir duramente se retiró abatida por los cañones de Servín. El general Ortega tuvo 80 hombres muertos y 130 de los suyos cayeron prisioneros, habiendo sido fusilados en Ojinaga por los federales. La falta de buen éxito de los ataques provocó entre los jefes Toribio Ortega, Natera, José Trinidad Rodríguez, Borunda, Martín López y Carlos Almeida, dificultades que los inducían a retirarse y solamente porque Martiniano Servín se sostuvo enérgicamente, los demás permanecieron hasta el día 6 de enero en que el general Villa, sabedor de este principio de fracaso, ordenó con urgencia al general Rosalío Hernández que se embarcara con toda su topa y telegrafió a Maclovio Herrera que con la brigada Juárez, avanzara en trenes rumbo a Ojinaga, marchándose él con su escolta. A los tres días, 4 de la tarde del día 10 de enero, sufriendo fuerte helada y vientos que lastimaban a la tropa, el general Villa citó a los jefes y los exhortó al cumplimiento del deber. Al día siguiente les pasó revista y dispuso que por la noche bien comidas y municionadas las tropas, a razón de 200 cartuchos por plaza, se efectuaría el ataque en tres columnas: por el sur Rosalío Hernández y José Rodríguez, con 800 hombres y en medio de ellos la artillería de Martiniano Servín. Por el lado izquierdo, entre el Conchos y el Bravo, o sea por el oriente, avanzaban 900 hombres, mandados por Trinidad Rodríguez y Macolvio Herrera. Allí estaría el cuartel general. Por el lado derecho o sea por el poniente estaría


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Toribio Ortega con 700 hombres, más los auxiliares de San Carlos al mando de Chavira. Encadenados los caballos y resguardados por un hombre por cada diez caballos avanzarían sobre la ciudad llevando todos el sombrero a la espalda. La señal sería “Juárez” y la contraseña “fieles”. En caso de confusión, al poner el arma uno apuntando al pecho del contrario, le preguntaría ¿Qué número?; si era de los suyos contestaría “uno”; si no contestaba o daban otro número habría que hacer fuego. El ala derecha con la gente de Maclovio Herrera y Trinidad Rodríguez, derrotó en 15 minutos a las tropas de Antonio Rojas y Fernández Ortinel. Por el sur, Mancilla y Salazar, casi no ofrecieron resistencia a las fuerzas de José Rodríguez y Rosalío Hernández. Y por el poniente que fue donde más se combatió, las tropas de Caraveo resistieron 45 minutos para retirarse. Villa esperaba que la plaza sería tomada en hora y media; pero lo fue en solamente una hora y cinco minutos. Esta victoria se consumó la noche del 11 de enero de 1914. Las pérdidas de los revolucionarios fueron de 35 hombres muertos, entre los cuales se contó Jesús Felipe Moya, acabado de ascender a general. El enemigo tuvo 400 muertos habiendo dejado su caballada, monturas, fusiles, ametralladoras y cañones. Solo Marcelo Caraveo con su escolta y Desiderio García con unos cuantos hombres, se negaron a pasar al lado americano marchando rumbo al sur. Los generales Salvador Mercado y Pascual Orozco, así como muchos jefes y oficiales, cruzando el río Bravo pasaron a territorio norteamericano, entregándose a las tropas de este país que los condujeran presos a Fuerte Bliss. El general John J. Pershing, jefe del ejército norteamericano, pasó al lado mexicano a conocer y saludar, felicitándolo, al general Villa,


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por sus notables triunfos y le ofreció sus hospitales para atender a los heridos; oferta que Villa declinó cortesmente. El general Villa comunicó el triunfo al señor Carranza con este lacónico mensaje: “Marfa, 11 de enero de 1914: Señor V. Carranza. Navojoa, Son. Tengo la satisfacción de participar a usted que anoche a las nueve y media después de reñido combate, tomamos la plaza de Ojinaga, haciendo al enemigo pasarse a los Estados Unidos, dejando en nuestro poder todos los pertrechos de guerra con que contaban. Respetuosamente. El General en Jefe. Francisco Villa.27

LA SEGUNDA TOMA DE TORREON (Marzo de 1914) “A las 4 de la mañana, salió de Conejos la Brigada Villa, al mando de su ameritado jefe José E. Rodríguez, yendo en la vanguardia Cruz Domínguez y Benedicto Franco, cuyas fuerzas hicieron contacto con las avanzadas del enemigo, que rápidamente se replegó. Los Dragones, tanto de Domínguez como de Franco, les seguían muy de cerca en su retirada hasta llegar a Bermejillo, Durango. Donde los federales de Eutiquio Munguía y los rurales de Benjamín Argumedo ofrecieron fiera resistencia.” “Por otro lado —me cuenta el Teniente Coronel Reynaldo Mata— el General Villa dispuso que un escuadrón de la escolta al mando de los Hermanos Vargas tomen la vanguardia. Como ya es bien sabido de todos, bajo la férrea disciplina del General Villa, surgió el cuerpo de la escolta como un grupo idóneo y como unidad para el ataque; 27 Federico Cervantes. Op. cit pág. 83


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era ya para aquella fecha la más poderosa de la División. Así que al llegar a Estación Perenal los cien dragones desbarataron en cuestión de minutos a la avanzada federal, que abandonando sus bagajes huyen rumbo a Bermejillo. Luego llegaron los del resto de la escolta y todos los del Estado Mayor, con el Coronel Manuel Madinabeitia y al llegar a Bermejillo, nos encontramos con que la Brigada Villa ya había derrotado a los rurales de Benjamín Argumedo y Eutiquio Munguía.28 “Entre cuatro y cinco de la tarde del día 28 después de la junta de generales, el jefe Villa pasó revista a varias corporaciones que apenas se habían organizado y que iban por primera vez a entrar en combate algunas de ellas, como por ejemplo Cazadores de la Sierra del Coronel Pablo López, el Regimiento del Coronel Agustín Estrada, que fue la base de la Brigada Guerrero y tiene como segundo al también Coronel Julián Granados… “El ataque a Torreón se había iniciado de la siguiente manera: por el oriente atacaban las caballerías de los generales Maclovio Herrera, Eugenio Aguirre Benavides, y José Robles; y por el poniente Calixto Contreras y Orestes Pereira. Cerca de la media noche en el puesto de mando de la Brigada Villa se encontraban con el General Rodríguez, los jefes: Coronel Andrés U. Vargas, Candelario Cervantes, Javier Hernández, capitanes Martín D. Rivera y Juan B. Muñoz, cuando el coronel Nicolás Fernández, y Andrés L. Farías, con la orden del General Villa de que las Brigadas Villa, Morelos, Ortega y la Victoria avancen por el centro inmediatamente, y apenas inician el ataque, se deja sentir el cañoneo enemigo. Al lado derecho de la Brigada Villa, se despliega la Morelos, con Mateo Almanza, Pablo Rodríguez y Faustino Borunda; y a la izquierda, la Victoria con el Coronel Miguel González, Teniente Coronel Fortunato Casavantes, Mayor Mercedes Luján y Teniente Coronel Domingo Gamboa; a un lado, la Cuauhtémoc con el Teniente Samuel Rodríguez en lugar de Trinidad, que estaba herido, con el Mayor Rafael Castro, y la tropa al mando de los Ma28 Alberto Calzadíaz Barrera. Op. cit. Págs. 182 -184


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yores: Rafael Licón, Juan Pedroza y Manuel Tarango, avanzando hasta estar cerca de la línea de fuego donde esperan ordenes. Para aquella hora el combate ya se había generalizado. Se combatía con tremenda dureza durante la noche. El avance del centro era apoyado por la artillería del General Ángeles y la artillería de García Santibáñez protegía el avance de las fuerzas de Calixto Contreras y Orestes Pereira. Al medio día del día 29 de marzo entró a la lucha el grueso de nuestra Brigada Villa, al mando directo del General Rodríguez y el total de la Morelos del General Urbina, bajo su mando. Y en nuestro avance empujamos el enemigo hasta los cerros de la Presa Del Coyote, donde concentró poderosos elementos… Por el lado de la Alameda, los Generales Francisco Benavides, Maclovio Herrera y José Isabel Robles, arrollaron a los federales, entrando hasta las defensas de los cuarteles, de los cuales dos cayeron en nuestro poder. En uno de dichos cuarteles hallaron muchos federales heridos a los cuales respetaron. Entre los oficiales que mandaban la gente que se apoderó de este cuartel iban: Manuel Leyva de Ojinaga; Manuel Mendoza de Santa Rosalía de Camargo, y Justo Ávila de Músquiz, Coahuila. También iba una fracción de los futuros Dorados bajo el mando del temible Miguel Baca Valles. Este era un hombre bastante grueso y había sido ranchero, dueño de un rancho cerca de Parral, Chih. Para este hombre la vida humana no tenía más valor que la de los animales; para él, matar no tenía mayor importancia. Andaba otro Baca, éste era Manuel Baca González de Namiquipa, y que había sido compañero y amigo del General Villa desde años antes de la Revolución. Los dos eran del cuerpo de la escolta y los dos eran igualmente fríos y crueles; alternaban con Urbina, Fierro y Seáñez en crueldad.29 El día 2 de abril, en el cuartel general de la División en Gómez Palacio se deducía que los federales estaban prácticamente vencidos, pues según los partes que rendían todos los jefes de brigada, regimiento y batallón, el enemigo había sido rechazado en todo el frente 29 Ibídem, págs. 203 - 205


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de batalla. Sin embargo, serían las 10 de la mañana cuando la artillería enemiga inició un furioso bombardeo sobre toda la ciudad de Gómez Palacio, sin cesar por espacio de dos horas. Mas a pesar de haber sido muy intenso dicho bombardeo, las granadas no causaron daños de consideración. Después de las doce del día, llegó al cuartel general el general Villa, acompañado del general Ángeles, coronel Agustín Estrada y varios oficiales superiores, Pablo Seáñez, Rodolfo Fierro, Enrique Banda, Nicolás Fernández, Porfirio Ornelas, y otros. Los oficiales del estado mayor se movían de un lado a otro muy activos y el coronel Ángel Ocón hablaba con varios jefes. Los miembros de la escolta del general Villa desmontaron y desensillaron sus corceles. Era un ir y venir de jefes y oficiales. El bombardeo de la artillería enemiga había cesado y sólo se escuchaban descargas muy lejos. Se ordenó a todos los jefes con mando de tropa en la línea de combate conservar sus posiciones arrebatadas al enemigo y que se les llevara comida. Por considerarlo de importancia, reproduzco un extracto del siguiente documento histórico: Brigada Villa. Informe del 3 de abril, Torreón Coahuila. El día 3. Precauciones. El saqueo es evitado. Las fuerzas constitucionalistas entran ordenadamente. Centenares de heridos y prisioneros. El orden se restablece. Una a.m. continúan en el centro de Torreón las descargas en la misma forma, no hay duda que el enemigo ha evacuado la plaza, sin embargo, nuestras fuerzas exploran avanzando con mucha prudencia para evitar una sorpresa. Concluye: de dos a seis de la mañana, calma completa. En el campamento de Gómez Palacio, Durango. Son aprehendidos algunos soldados federales que al desertar del ejército enemigo han ido a caer prisioneros de nuestras fuerzas, precisamente por ignorar el camino propio para escaparse. Los Generales Pánfilo Natera y Eulalio Gutiérrez, acompañados de sus respectivas escoltas, llegan al cuartel general, se dirigen al


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norte del país con el objeto de arreglar importantes asuntos militares. Siete a.m. El pueblo de Torreón, en pequeños grupos inician el saqueo. En el ex cuartel general de Velazco en la estación del FFCC Central; pero castigados severamente algunos individuos por las fuerzas del general Herrera se dispersan los grupos y se evitan actos que hubieran arrojado una mancha sobre la gloriosa jornada. Ocho a.m. Hacen su entrada al centro de Torreón los Generales Maclovio Herrera, Eugenio Aguirre Benavides, Orestes Pereira y el Coronel Raúl Madero; por la izquierda y por la derecha entraron las fuerzas de Calixto Contreras hasta coronar la cumbre de todos los cerros y por el centro lo hicieron las fuerzas de la Brigada Villa, con José E. Rodríguez, la Morelos con el general Urbina, la Guadalupe Victoria con Miguel González, y el Regimiento del coronel Carlos Almeida y la Brigada Madero con el coronel Benito García. A las nueve a.m. El Señor General en Jefe acompañado de su escolta y Estado Mayor sale de Gómez Palacio para Torreón; en el camino lo acompañan algunos jefes y oficiales entre ellos el Coronel Juan Palma con parte de su gente; en el camino se detienen para admirar el heroísmo de sus soldados que cayeron al pié de las trincheras enemigas… Las bajas de los federales son más de 2,360 muertos y 3,257 heridos; 1,500 desertores y 1,491 prisioneros. Los constitucionalistas pierden 1,781 muertos y 1,937 heridos; a la fecha ya han sido cubiertas las bajas en el ejército del pueblo por nuevos contingentes. Dos horas después de ocupada la plaza de Torreón por las fuerzas constitucionalistas, todos los servicios están al corriente; el comercio abre sus puertas y apenas si hay algunos indicios para recordar lo que poco antes fuera teatro de sangrienta lucha. Para el día cuatro de abril ya los constitucionalistas habían tomado posesión cabal de Torreón, Coahuila. Por orden directa del General Villa se hizo cargo de la jefatura de armas el General Eugenio Aguirre Benavides y se aprovecharon los servicios de muchas personas civiles que se presentaron ante los organizadores manifestando sus deseos de colaborar con la revolución. Por orden del


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cuartel general se nombraron diversas comisiones, que ayudaron a restablecer la normalidad en la ciudad… Las fuerzas federales en su retirada siguieron el camino a Viesca y se alejaron al sur. Por ese mismo camino habían estado recibiendo refuerzos de tropa y elementos de guerra en abundancia y regularmente, hecho que obligó al General Villa a prolongar el asedio a las fortificaciones enemigas sin haber logrado resultados decisivos en varios días. El hecho de que el General Villa no haya ni siquiera intentado cortarles a los federales esa vía de comunicación es un misterio. Las consecuencias del descalabro sufrido por los federales en la batalla de Torreón no se hicieron esperar: el General Federal Joaquín Maass, Comandante de la División del Nazas, concentró poderosos elementos en San Pedro de las Colonias, amenazando a Villa por el oriente y otros elementos de la federación, fuertes en ocho mil hombres, por el lado de Paredón. Posteriormente se comprobó que en Paredón había cinco mil hombres al mando de los Generales Ignacio Muñoz y Francisco Ozorno, y en Ramos Arizpe, Pascual Orozco con tres mil irregulares, con Caraveo, Landa y el valiente Manuel Gutiérrez, teniendo Ozorno y Muñoz abundante artillería. Era seguro que los federales tratarían de organizarse a todo trance, para lo cual no ahorrarían esfuerzos, tratando de atraer la atención del General Villa hacia varios puntos a la vez obligándolo a dividir sus efectivos para abatirlo con mayores probabilidades de éxito. Pero el general Villa comprendió desde luego la necesidad de evitar que los federales se repusieran de los descalabros que habían venido sufriendo y que acumularan elementos de guerra en cantidad peligrosa, y se dispuso a no darles tregua, para cuyo objeto se planeó mandar varias brigadas a combatir a San Pedro de las Colonias, cuya dirección estaría encomendada al general Tomás Urbina. Desde el día ocho de marzo de 1913, que el general Villa con nueve hombres inició la lucha en el norte, hasta la fecha de tomar Torreón, 13 meses de lucha constante, ha tenido que lamentar 2000 bajas y cerca de 2500 heridos que se encuentran distribuidos en los


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hospitales de Parral, Chihuahua y Ciudad Juárez. Estas bajas han sido cubiertas con creces en esta fecha, de todas partes afluía gente a Torreón, a incorporarse al general Villa. La ciudad de Torreón era en aquella fecha, presa de febril actividad. Se organizaban nuevos cuerpos bajo el mando de nuevos jefes. Se acoplaban refuerzos en las tropas que arribaban a Torreón a incorporarse a la División del Norte. De Zacatecas llegó el coronel Pancho López, con un fuerte contingente de tropas, con sus jefes: Amado Zúñiga y el aguerrido Porfirio Agüero, de Cuencamé, Dgo. Con esa gente iba el hoy capitán Ambrosio Calderón Rosales. Se organizaron nuevas brigadas. La Bracamontes al mando del general Pedro Bracamontes, con los coroneles Macario Bracamontes, Manuel Bracamontes, Indalecio Godoy, Juan Fermiza, teniente coronel Pascual Contreras, los mayores Francisco Valles, de Camargo, Chih., el mayor José Manuel Contreras, el general Hernández, capitán Manuel Gutiérrez (a éste el general Villa le decía “el kirique”), teniente Valente de Anda, de Jiménez, Chih., teniente Arcadio Rodríguez. Se organizó la brigada Guerrero al mando del general Agustín Estrada, con los coroneles Julián Granados, Cruz Domínguez, teniente coronel Valentín Vázquez, Julián Pérez, Alejandro Aranda, Leovigildo Gómez, Gumersindo Estrada. En aquella tarea de organización de hombres y suministros intervinieron jóvenes oficiales que el general Villa había venido formando, los cuales demostraron que a más de inteligencia y preparación técnica en estas labores se requería aplomo, energía, y la firme decisión de servir con lealtad. Para el día 5, amaneciendo, ya se habían concentrado las brigadas: Contreras, Guadalupe Victoria, la Madero, y se había incorporado el regimiento del coronel Toribio de los Santos y la brigada Chao, que mandaba el coronel Sóstenes Garza, más las tropas del general Agustín Estrada. Todas estas fuerzas ocuparon su sitio de acuerdo con el plan que se trazó para atacar San Pedro de las Colonias, mismo que fue propuesto por el general Tomás Urbina y aprobado en principio por el


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General Villa. Se tendió el frente de batalla en una línea cuyo centro lo ocuparon las brigadas de Urbina, José E. Rodríguez, Rosalío Hernández y Maclovio Herrera, que es donde quedó la jefatura de operaciones. Este centro estaba al poniente de San Pedro, y se extendía a la derecha es decir hacia el sur, con las brigadas de Calixto Contreras que, por hallarse herido, las mandaba el coronel Severino Ceniceros; la Robles, la Zaragoza, al mando de Raúl Madero; por el lado izquierdo se desplazaron las fuerzas de las brigadas de Toribio Ortega, la Victoria de Miguel González, los regimientos de Agustín Estrada y el de Toribio V. De los Santos. Esta línea formó casi un semicírculo. Dice el capitán Martín D. Rivera: el día 9 de abril mi general Villa al frente de los oficiales ayudantes de estado mayor y su escolta, con la cual iba yo, llegamos al puesto de mando del General Tomás Urbina a San Pedro de las Colonias. Acompañaban a mi general Villa los jefes, Benito García, Rodolfo Fierro, Nicolás Fernández, Cruz Domínguez y otros que esperaban órdenes. El día 12 de abril por fin, comenzamos a avanzar acercándonos y tomando posiciones frente al enemigo. Entre las brigadas Guadalupe Victoria y la Madero, se desplegó en formación de combate el regimiento de Agustín Estrada; lo sostenía el regimiento del coronel Julio Acosta, con la gente de Témoris, Guazapares, Yoquivo, y Cd. Guerrero, Chih. Toda esa gente era de la vieja guardia. El capitán Julián Pérez, de Pedernales, y los ex vaqueros de la Hacienda Rubio, al mando del valiente Belisario Ruiz y los hermanos Jalomo, de San Pedro de Madera, Chih. El estruendo de la fusilería y cañones y bombas de dinamita era sencillamente infernal. Cerca del cuartel general enemigo se produjo un encuentro verdaderamente furioso y los constitucionalistas se sostuvieron a pesar del tremendo fuego de los federales y después de una media hora de combate llegaron los escuadrones de la gente de la brigada Madero, al mando de los capitanes Alberto Carbajal, Aureliano Rodríguez y Juan Madrid, con el mayor Manuel Acosta y reforzaron a los aguerridos chihuahuenses. Con el general Agustín


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Estrada iban muchos muchachos ex–mineros del Mineral de Cusihuiriachi, Chih, muy hábiles en el manejo de la dinamita y todos atacaban a los federales con bombas de dinamita. Serían las tres o cuatro de la tarde, cuando la caballería federal de Argumedo trató de hacer una salida por el lado sur, cual si se tratara de ejecutar un movimiento envolvente por el lado donde estaba la gente de Raúl Madero, de José Isabel Robles y las Brigadas Juárez de Durango. Siendo los federales batidos por lo vigoroso de ataque de los constitucionalistas, retroceden y se alejan en desorden rumbo a Saltillo. A la misma hora, los constitucionalistas de los generales Toribio Ortega, Orestes Pereira y los Batallones del general Luis Herrera, se enfrentan a la caballería huertista de Juan Andrew Almazán. Unos veinte minutos después de estos hechos, corrió la orden a lo largo de todo el frente, de arreciar el ataque porque se consideraba que el enemigo ya estaba por abandonar sus posiciones. Para esa hora se apreciaban muchas humaredas de incendios que los federales estaban provocando. Ese día trece de abril, el general Villa obtuvo una doble victoria: hizo pedazos a dos ejércitos federales en la Batalla de San Pedro de las Colonias. Para ganar esta batalla el general Villa tuvo que sostener una lucha encarnizada y su plan se basó, como de costumbre, en la rapidez de movimiento y aprovechando al máximo las sorpresas, tanteos y cargas de caballería. Se enfrenta a un enemigo fuerte de doce mil hombres mandado por los mejores generales federales y ayudados por los irregulares: Almazán, Argumedo y Campa. Sin embargo, la audacia y rapidez con que efectuó sus movimientos sorprendió y arrolló por el movimiento envolvente que el propio general Villa, dirigió. (ACB T-1 pág. 224) En cuanto el general Villa terminó de levantar el campo y organizar los servicios de San Pedro, emprendió la marcha rumbo a Torreón, de donde prosiguió hasta la cuidad de Chihua­hua, acompañado de su estado mayor. Era el quince de abril de 1914. Fue en esa ocasión cuando al sostener una conferencia con el general Án-


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geles tuvo esta exclamación: “Para ganar esta batalla he tenido que arrear con una recua de veintidós generales”.30

ZACATECAS (Junio de 1914) Zacatecas estaba en el punto de mira del general Villa, y hacia ese fin concurrían todos los preparativos que tan escrupulosamente en persona dirigía. Para esa fecha ha hecho lo imposible, y es así como lo hemos de ver salir a la vanguardia de los demás generales de la revolución.31 Para el general Villa no había más preocupación que destruir a su enemigo Victoriano Huerta. Es tan manifiesto su propósito que, entregado por completo a la organización de su cada día más poderosa división, no pierde tiempo; lo gana. El día 9 de junio de 1914 se preparan desde temprana hora las tropas de la División del Norte para pasar revista. A los contingentes de las tropas de las veteranas brigadas se suman nuevos cuerpos independientes recién organizados. En la Alameda de Gómez Palacio y Ciudad Lerdo, desfilan ante el general Villa las tropas de las nuevas brigadas: la Chao, la Bracamontes, la Segunda Villa, la Guerrero y Los Cazadores de la Sierra, más varios cuerpos independientes de las brigadas, municionadas y reorganizadas. Allí estaba, pues, el rudo Pancho Villa, pasando revista a la División del Norte, en vísperas de la gran batalla que habría de dar el triunfo a la revolución. Allí estaba Villa frente a los generales que le habían ayudado a limpiar de federales todo el Estado de Chihua­ hua. Casi todos amigos de él y valientes. Era evidente que el general Villa abrigaba el propósito de poner 30 Ibídem, págs. 217 - 236 31 Ibídem, págs. 253 - 258


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los nuevos cuerpos de tropas en la batalla que estaba por librarse; pues en la elección de jefes y oficiales de los cuadros en las nuevas tropas, él, personalmente, tomó parte, y tuvo el cuidado que se incluyeran muchos de los hombres fogueados que él conocía por experiencia. Terminada la revista a la División del Norte, se comprueba que sus efectivos eran 27,000 hombres. Al día siguiente, el general Villa recibe del primer jefe, el famoso primer telegrama. El ya tiene conocimiento pleno de que el primer jefe Venustiano Carranza pensaba cercenarle sus fuerzas. Si el señor Carranza estaba decidido a deshacerse de Villa, éste no había permanecido mientras tanto con los brazos cruzados. Tiene en Torreón, 27,000 hombres, la mayoría bajo el mando de jefes nuevos, jefes que él ha formado, comprometidos únicamente con la revolución y con él, Francisco Villa. Lo sucedido es demasiado conocido para volver sobre ello en forma cabal. Sin embargo, es necesario citar con obligada brevedad, lo más importante, reproduciendo los telegramas que se cambiaron el primer jefe del Ejército Constitucionalista y el general Francisco Villa. Estos telegramas nos revelan con admirable vigor la seriedad de aquella situación, pues las relaciones entre los generales de la División del Norte y el señor Carranza llegaban a su máxima tensión. Estos telegramas fueron publicados en el folleto: Ejército Constitucionalista. División del Norte, editado en los talleres de la Escuela de Artes y Oficios de la Cd. de Chihuahua, en el mes de septiembre de 1914. …Sexto telegrama, de Saltillo a Torreón, Junio 13 de 1914. Señores Generales, los antes citados: Siento tener que manifestar a ustedes que no me es posible cambiar la determinación que he tomado de aceptar la dimisión del


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mando de la División del Norte que el señor general Villa ha presentado por exigirlo así la disciplina del ejército, sin la cual vendría la anarquía en nuestras filas. Hace tres días ordené al general Villa, enviara refuerzos al general Natera, y hasta ahora no lo ha hecho, sin tomar en consideración que bien pudo no mandar fuerzas de la División del Norte, que son las suyas, sino las de los generales Contreras, Pereira, Aguirre Benavides y García. Y las que pertenecen al general Carrillo, que no son de la División del Norte y que agregadas a las de él por mi orden han contribuido a los últimos triunfos. Espero que tanto ustedes como el señor general Villa sabrán cumplir con sus deberes de soldados y aceptarán las disposiciones que he dictado con motivo de la división del mando del general Villa. Creo ustedes habrán tomado sus acuerdos sin la presencia del expresado general y si no hubiere sido así, lo harán después de impuestos de lo anterior. Atentamente el P.J. del E.C. Venustiano Carranza Contestación: De Torreón a Saltillo, Junio 14 de 1914 Señor Venustiano Carranza. La resolución irrevocable que hemos tomado de continuar bajo el mando del señor general Francisco Villa, como si ningún acontecimiento desagradable hubiera tenido lugar, ha sido detenidamente meditada en ausencia del jefe de la División del Norte. Nuestras gestiones acerca de este jefe han tenido éxito y marcharemos prontamente al sur. Todos los firmantes pertenecemos a la División del Norte: Toribio Ortega, Maclovio Herrera, Trinidad Rodríguez, Severino Ceniceros, Martiniano Servín, Felipe Ángeles, José Rodríguez, Orestes Pereira, Canuto Reyes, Tomás Urbina, José Isabel Robles, Eugenio Aguirre Benavides, Máximo García, Mateo Almanza,


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Rosalío Hernández, Manuel Madinabeitia, Agustín Estrada, Raúl Madero, Andrés U. Vargas y Fidel Ávila. Séptimo telegrama. De Saltillo a Torreón. Junio 14 de 1914 … En vista del contenido del mensaje de ustedes de hoy, podría yo designar quién deba sustituir al señor general Francisco Villa en el mando, pero antes de hacerlo deseo proceder aún de acuerdo con ustedes, para lo cual creo conveniente, que vengan a esta ciudad mañana para tratar este asunto los generales, Ángeles, Urbina, Herrera, Ortega, Aguirre Benavides y R. Hernández. Atentamente el P.J. del E.C. Venustiano Carranza Contestación. De Torreón a Saltillo Junio 14 de 1914 Señor Don Venustiano Carranza: Su último telegrama nos hace suponer que usted no ha entendido o no ha querido entender nuestros dos anteriores. Ellos dicen en su parte más importante que nosotros no tomamos en consideración la disposición de usted, que ordena deje el general Villa el mando de la División del Norte, y no podíamos tomar otra actitud en contra de esa disposición antipatriótica, anticonstitucionalista y antipolítica. Hemos convencido al general Villa de que los compromisos que tiene contraídos con la Patria, lo obligan a continuar con el mando de la División del Norte como si usted no hubiera tomado la malévola resolución de privar a nuestra causa democrática de su jefe prestigiado en quien los liberales y demócratas mexicanos tienen cifradas sus más caras esperanzas. Si lo escuchara usted, el pueblo mexicano que ansía el triunfo de nuestra causa, no sólo anatematizaría a usted


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por solución tan disparatada, sino que vituperaría al hombre que en camino de dar libertad a su país de la opresión brutal de nuestros enemigos, abandonaba las armas, para sujetarse a un principio de obediencia, a un jefe que va defraudando las esperanzas del pueblo, por su actitud dictatorial, su labor de desunión en los estados que recorre y su desacierto en su dirección en nuestras relaciones exteriores. Sabíamos bien que esperaba usted la ocasión de opacar a un sol que opaca al brillo de usted y contraría su deseo de que no haya en la Revolución hombre de poder que no sea incondicional carrancista. Pero sobre los intereses de usted están los del pueblo mexicano, a quien es indispensable la prestigiada y victoriosa espada del señor general Villa. Por lo expuesto participamos a usted que la resolución de marchar hacia el sur es terminante y por consiguiente no pueden ir a esa los generales que usted indica. De Usted, atentamente. Calixto Contreras, por sí y por el general Urbina, Mateo Almanza, T. Rodríguez, Severino Ceniceros, Aguirre Benavides, José E. Rodríguez, Orestes Pereira, Martiniano Servín, J. I. Robles, Felipe Ángeles, R. Hernández, Toribio Ortega, Maclovio Herrera, Máximo García, Manuel Madinabeitia, Raúl Madero, Agustín Estrada y Andrés U. Vargas.

LA BATALLA DE ZACATECAS Los federales se hallaban fortificados en la plaza de Zacatecas en número de más de 12,000 hombres, entre soldados federales y orozquistas; los primeros a las órdenes del general Medina Barrón y los segundos al mando del aguerrido general Benjamín Argumedo, con abundantes municiones y cañones; decididos no sólo a detener a Francisco Villa, sino a destruirlo. La victoria sobre las fuerzas huertistas que defendían dicha pla-


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za, significaba el tiro de gracia para el gobierno de la usurpación. El general Villa así lo comprendía, y el general Huerta lo sabía, que allí se iba a jugar sus mejores y últimas cartas. El día 15 de junio sale de Torreón la cabeza de la División del Norte, la Brigada Cuauhtémoc, del valiente Trinidad Rodríguez. Llegan a Estación Calera y los trenes se detienen entre Calera y Pimienta, el 17 de junio. Las brigadas fueron llegando una tras otra a Estación Calera, donde se estableció el cuartel general, bajo el mando accidental del general Tomás Urbina mientras llegaba Villa. El plan de operaciones fue trazado por el general Urbina, ligeramente modificado por el general Ángeles y aprobado por el general Villa. Las fuerzas de la División del Norte fueron avanzando y combatiendo con las avanzadas de los federales y poco a poco se iban acercando a las posiciones del enemigo, al cual tuvo que combatir constantemente, pues éste no se resignaba a dejarse sitiar y de continuo trataba de romper el cerco que se le estaba poniendo. Las brigadas, Zaragoza, comandada por el general Raúl Madero; la Ceniceros, al mando del general Severino Ceniceros, Pedro Fabela, Santos Sánchez, Maclovio Sánchez, Lorenzo Ávalos, Bernabé González; la brigada Robles, mandada por el general Eugenio Aguirre Benavides, por estar herido José Isabel Robles, Sixto Ugalde, Margarito Salinas, Eugenio Padilla, Canuto Reyes y Félix Guzmán; la Morelos, comandada personalmente por el general Tomás Urbina, Faustino Borunda, Petronilo Hernández, Mateo Almansa; la Guerrero, al mando del general Agustín Estrada, Julián Granados, Cruz Domínguez, Julio Acosta y Pablo Rodríguez —el serrano—, cubrieron el sector noroeste. Las brigadas, Villa, comandada por el general José E. Rodríguez, con los coroneles Saúl Navarro, Andrés U. Vargas, Abel Serratos, José Torres Day; la Cuauhtémoc, al mando del general Trinidad Rodríguez, recién ascendido, con el coronel Isaac Arroyo, tenientes


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coroneles Manuel Tarango, Rafael Castro, Juan Pedrosa, Macedonio Aldama, Rafael Licón, Mercedes Luján, Liborio Pedroza, Miguel L. Montes y con los capitanes Francisco Montoya Meléndez, Rito E. Rodríguez, Miguel García, Francisco Armendáriz, Eustaquio Quintana, Tomás Quintana, José Rodríguez —sobrino de Tomás—; los tenientes coroneles Samuel Rodríguez y Fortunato Casavantes, el el famoso Árabe, etc. La brigada del general Rosalío Hernández, gente de Camargo, Chih., con Práxedes Giner Durán, Francisco y Domingo Bustamante, Manuel Licón, Miguel Medina, etc. Estas fuerzas hacían contacto con las de Mateo Almansa y las de Servín por el extremo derecho noroeste y éstas a su vez, con las de la brigada González Ortega, las de Maclovio Herrera y las de la brigada Chao, las cuales se unían en su derecha sureste con las de Pánfilo Natera, Santos Bañuelos, José T. Cervantes; Rafael y Pedro Caloca, seguían a la derecha sur y sureste. Las fuerzas de Durango de Arrieta y Carrillo, más las de Martín Triana, quedaron de reserva; haciendo contacto a su derecha con las fuerzas de Urbina, Ceniceros, Zaragoza, de Raúl Madero y el regimiento de Herón González, Gonzalitos. Con el general Chao iban los coroneles López Payén y Sóstenes Garza. Con Maclovio Herrera iban su hermano Luis, Enrique Colunga, Federico Chapoy, Alfredo Artalejo, Pedro Sosa, Ernesto García, Apolonio Cano, Eulogio Ortiz y José Ballesteros, yendo como jefe de la escolta Miguel Orozco. Cuando nos íbamos acercando a tomar posiciones frente al enemigo, que fue la noche del día 21 de junio, nos comenzó a llover. Se nos había dotado de unos capotitos de hule cortos y que tenían una como especie de capuchín que cubría la cabeza. El general Toribio Ortega no llevó consigo su capote y se mojó mucho. Para la madrugada, ya no pudo dar ni un paso, lo atacó una fiebre terrible que casi le cortaba la respiración. Llevaron al doctor Silva y en cuanto lo vio se sorprendió que se hallara allí con semejante fiebre. Se lo llevaron en una camilla y el general Villa acudió inmediatamente al carro del servicio sanitario y ordenó que se alistara una máquina con un carro especial y se llevaran inmediatamente a Chihuahua al general Ortega. Sufría un ataque de fiebre tifo.


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Al iniciarse el asalto sobre los federales nos tocó entrar y combatir a los defensores del Cerro frente a Guadalupe —ellos estaban fortificados en una serie de trincheras que les permitía cambiarse de una a otra sin peligro. El combate fue brutal. Poco a poco fuimos escalando por la falda del cerro y sólo, gracias al certero fuego de nuestra artillería, nos movíamos adelantando. Pasado el mediodía, los federales comenzaron a dejar sus fortificaciones y bajaban del cerro por el otro lado para la ciudad, se dio la orden de entrar todos a pie a tierra. Cuando combatíamos ya en las primeras casa de la orilla de la ciudad, iban junto a mí los soldados de la gente de los capitanes Becerra; a uno de ellos le dieron en el estómago y murió luego. Desde el día 20 hasta el día 22 que acantonamos en Las Pilas y Hacienda Nueva —dice el mayor Juan B. Muñoz— estuvimos sosteniendo encuentros aislados continuamente con los federales. A nosotros, de las brigadas Villa y Cuauhtémoc, nos tocó iniciar el ataque sobre el cerro de Loreto, partiendo de la Haciendo Nueva el día 23 de junio de 1914 a las 10 de la mañana. Por nuestra parte, entró en línea de tiradores una fracción del regimiento del coronel Andrés U. Vargas. Aquí iba y o —rememora el mayor Juan B. Muñoz—, por sobre nuestras cabezas pasaban las granadas de nuestra artillería y limpiaban el terreno a nuestro frente, por el costado que da para el lado del cerro La Bufa. El ruido que producía la artillería de ambos lados y la fusilería con las ametralladoras es sencillamente, infernal. Cuando uno comienza a avanzar en el combate, o mejor dicho, a entrar al combate, la nerviosidad le hace a uno disparar sobre todo lo que uno ve o cree que se mueve al frente; todo le parece a uno que es el enemigo. Grita y dispara uno casi inconsciente, en los primeros minutos de la pelea. Así se pasó el tiempo y a las 11 del día me mandó el coronel Andrés U. Vargas con un parte al puesto de mando de la brigada. Allí estaba el general Villa con el general José E. Rodríguez y muchos otros jefes, entre éstos el mayor Mercedes Luján por quien me enteré de la herida mortal que había recibido el general Trinidad Rodríguez.


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El coronel Vargas le pedía al general Rodríguez que le diera su auxilio para acallar la ametralladora que no nos dejaba avanzar. En aquel preciso momento llegó el general Ángeles con el mayor Cervantes y el general Rodríguez aprovecha la ocasión y pide que le haga disparos directos de artillería a punto que señalaba el coronel Vargas. “—Adelante —dijo el general Villa, no quiero sacrificios inútiles. Que Vargas se mantenga en el sitio que ocupa mientras le silencian la ametralladora”. Ahora veamos lo que nos afirma el mayor Rito E. Rodríguez, otro de los supervivientes de aquella jornada: “El general brigadier, Trinidad Rodríguez, fue herido por una bala perdida en la batalla de Zacatecas el día 23 de junio de 1914, en la mañana, cuando íbamos subiendo un cerro entro La Bufa y El Grillo a tomar posiciones. La bala le pegó en el cuello y según el parte del médico en jefe de la brigada sanitaria, doctor Garza Cárdenas, le atravesó la médula, por lo cual quedó paralizado todo el cuerpo y además perdió el habla y se comunicaba con nosotros por escrito. Cuando recibió el impacto, se cayó de la yegua que montaba y se quedó atorado de un estribo, por lo cual el animal, asustado, lo arrastró varios metros. Todos los de la escolta corrimos a levantarlo lo acomodamos en una cobija a modo de camilla y en compañía de Samuel, su hermano (Samuelito) lo bajamos por un cañón hasta donde se pudo llegar a su automóvil, y en él, lo llevamos hasta Calera donde estaba el cuartel general. La orden era de llevarlo hasta Chihuahua, pues por medio de un papel y lápiz le pidió al doctor Garza Cárdenas que le diera vida hasta llegar a Chihuahua y ver a su hijo, Samuelito, y después no le importaba morir. En Torreón, Coahuila, y tras de acordar con Samuelito, el doctor Garza Cárdenas ordenó que lo bajáramos, y en una ambulancia lo internamos en el Sanatorio Español, donde dejó de existir uno de los hombres más valientes de la División del Norte, como a las 5 de la tarde del día 25 de junio de 1914. Apenas las fuerzas de Urbina, Ceniceros, Eugenio Aguirre Benavides y el coronel J. Herón González se apoderaron de La Sier-


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pe, cuando ya nosotros (rememora el mayor veterano villista Juan B. Muñoz), los de la brigada Villa, con la brigada Cuauhtémoc, al mando de Isaac Arroyo, nos lanzábamos al asalto del cerro El Grillo, por un lado y por otro la brigada Zaragoza, al mando del coronel Raúl Madero. El primer regimiento de nuestra brigada Villa, al mando del coronel Saúl Navarro y los hombres del namiquipense Andrés U. Vargas, comenzamos a tendernos en línea de tiradores sobre la falda del Grillo en medio de aquel aguacero de balas. Después de furioso combate, los federales abandonaron sus posiciones en la Bufa, sufriendo terribles bajas muriendo el general Cayetano Romero y el valiente coronel Altamirano. El general Faustino Borunda, de las fuerzas del general Tomás Urbina, es de los primeros jefes villistas en llegar a la cima de La Bufa y al toque de diana se izó la bandera villista. Cuando el mayor Gustavo Durán González recibió la orden de mover sus cañones a otro sitio, del cual pudieran dar efectivo auxilio a las fuerzas que atacaban el Grillo, tuvo que, pistola en mano, obligar a sus ayudantes a cumplir dicha orden, pues la artillería enemiga les asediaba certeramente. Y el general Villa mandó una fracción de Dorados a dar auxilio al mayor Durán González, recuerda el teniente coronel Reynaldo Mata, y añade que, el valor de aquellos artilleros era mucho pero que la maniobra era demasiado audaz. Sin embargo, los atacantes del Grillo recibieron la ayuda de la artillería que tanto necesitaban y triunfaron. Serían las 5:30 de la tarde cuando El Grillo cayó totalmente en poder de las fuerzas de las brigadas Villa, Cuauhtémoc, Robles, con Raúl Madero, Rosalío Hernández y contingentes de la Madero y Refugio Servín. Los federales comienzan a evacuar la plaza, para cuyo fin el valiente coronel Hildefonso Azcona en vano se sacrifica tratando de despejar el camino a Guadalupe, que lo defienden las fuerzas del general Natera, Martín Triana y los Arrieta. Los federales, desesperados, no encuentran por donde salir del cerco que les tiene puesto los villistas y los de Natera.


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Las victoriosas tropas de la División del Norte habían tomado la plaza de Zacatecas, cuyas calles se hallaban sembradas de cadáveres, cuadro tétrico y horrible. Al amanecer del día 24 de junio de 1914, la población se encontró al abrir sus puertas con las calles sembradas materialmente de muertos y sangre regada. Banquetas y paredes estaban salpicadas de rojo por la sangre. Con la batalla de Zacatecas, la estrella de Villa ha llegado a su cénit.32

AL NORTE Mientras tanto, el general Villa hace una gira visitando Parral, Chihuahua y las Nieves, Durango; invitado por los hermanos Herrera y el general Tomás Urbina. El día 18 de Agosto de 1914, se da la orden para que la escolta de Dorados del general Villa embarque en carros jaula la caballada y también las monturas de los oficiales de estado mayor. Se embarcan los regimientos de la brigada Villa, mandados personalmente por el general José E. Rodríguez, Andrés U. Vargas y Candelario Cervantes. El Carro especial del cuartel general lo abordaron el licenciado Luis Aguirre Benavides, generales Rodolfo Fierro, José E. Rodríguez, Uriel López Loya, y Pablo Seáñez. Coroneles Candelario Cervantes, Cruz Domínguez, Manuel Baca, y los ayudantes de estado mayor, Darío W. Silva, Miguel Trillo y Leobardo Álvarez. En ciudad Camargo se incorpora el general Lucio Frayre, recién ascendido. El mayor Jesús María Ríos era el oficial de guardia. El coronel Juan B. Vargas iba de jefe de la escolta, y en la plataforma de los carros del cuartel general, había doble centinela. 32 Ibídem, págs. 270 - 287


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Todo era alegría; nadie sospechaba que habríamos de combatir de nuevo, que fuera entre nosotros mismos los revolucionarios constitucionalistas. Cuando llegamos a Parral, se volcó el pueblo, materialmente, para saludar al general Villa. Las fuerzas de las brigadas Chao y Juárez formaban una valla. Y los clarines tocaban atención y marcha de honor. La banda de música del general Villa inicia la marcha tocando la Marcha Zacatecas, que hizo vibrar de entusiasmo a la multitud que gritaba con todas sus fuerzas “¡Viva Villa!”. El general Villa caminaba en medio de los generales Luis y Maclovio Herrera, siguiéndole los generales que lo acompañaban. Ahí recibía el general una de las aclamaciones más grande y sincera, por venir del pueblo, que más lo conocía y al cual él pertenecía. …El señor Don Pedro Alvarado, el hombre que más dinero había tenido en la región, platicando con Villa, de quién era amigo desde años atrás, le hizo esta advertencia: “Pancho, no te creas mucho en las atenciones que te dispensen los Herrera. Don José de la Luz Herrera es ambicioso y según yo he sabido, emisarios del señor Carranza le han dicho al oído algo acerca de la gubernatura del Estado. Haz como si no tuvieras nada que sentir de ellos”. “Pancho siempre has estado alerta ante la contingencia; pues así debes de seguir. Ten presente que los generales Herrera y Chao se odian entre sí y tratan de eliminarse el uno al otro; pero es el caso, que es a costa tuya”. Villa sale de Parral con rumbo de Las Nieves, Durango. A los Herrera les ha dicho que dentro de unos días los verá de nuevo y que a su regreso desea hablar con ellos, ya que de momento no dispone de tiempo. En Las Nieves, espera a Villa el recibimiento del general Tomás Urbina, quien lo ha invitado a que le bautice un niño. El general Urbina, tiene acantonada a toda su brigada Morelos, cerca de 3,500 hombres. Y no escasa de dinero ni de provisiones de boca. A la llegada de Villa, hay serenatas rancheras, coleaderos, jaripeos, bailes y peleas de gallos. Todos toman licor, menos los que van con Villa, ni


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él tampoco. Villa no nació para perder el tiempo en ligerezas. Él sabe que Urbina lo quiere como amigo y que lo respeta. Pero también sabe que lo envidia y algo más, sabe lo teme. Urbina a su vez sabe quién es Pancho Villa. Sabe que es un hombre de extremos. Terriblemente malo y brutalmente bueno. Estando el general Villa en la Hacienda de Las Nieves, recibe la noticia de que el primer jefe Venustiano Carranza había entrado a la capital de la República el día 20 de agosto y que el general Álvaro Obregón la había ocupado con su cuerpo del Ejército del Noroeste desde el día 15 del mismo mes. Villa perseverante y audaz por nacimiento, apenas ha bautizado al niño del general Urbina, cuando le manifiesta a éste que negocios urgentes reclaman su presencia en el estado de Chihuahua. Todavía Villa no está plenamente desengañado de la deslealtad de los Herrera, y dispone hacer escala en Parral, de regreso a Chihuahua. Al llegar a un punto que se llama Adrián, abordan el tren del general Villa, el coronel Manuel Ochoa y el teniente coronel José Ballesteros. El primero es uno de los ocho hombres que acompañaban a Villa cuando éste se internó a territorio nacional para iniciar la revolución, y el segundo era el subjefe del regimiento de Eulogio Ortiz. Por ellos se entera el general Villa que los Herrera ya, prácticamente, no estaban con él. Luego, abordan el tren los generales Freire y Moya, insistiendo ante Villa de que se les debe quitar a los Herrera el mando de la brigada Juárez, porque saben que éstos ya no están con los de la División del Norte. Llegan a Parral y se encuentran con que los Herrera, padre e hijos, están en la estación, lo esperaban en el andén, lo reciben con muestras de mucha amistad. El general Villa, ha hecho llegar primero a la brigada Villa, con el general José E. Rodríguez y el coronel Carlos Almeida. Los soldados de las fuerzas de Maclovio Herrera están apostados a lo largo de la calle partiendo de la estación. No han terminado los saludos cuando empiezan a llegar las tropas de la brigada Morelos. Los caballos de la escolta Dorados están en sus carros, pero ensillados y listos para cualquier emergencia. Si los Herrera tuvieron la intención de aprehender a


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Villa en su llegada, no tuvieron la menor oportunidad. El general Villa estimaba mucho a los Herrera, y a eso se debía que no hacía caso de lo que le decían sus generales. Todavía, el general Máximo García hizo viaje especial de Torreón a Chihuahua, para poner a Villa al tanto de que Maclovio Herrera había hecho una invitación a varios generales, entre ellos a él, para separarse de Villa y unirse a Don Venustiano Carranza. Pues nada, Villa seguía teniendo la esperanza de que todo aquello no pasara de ser habladas.33

LA ENTREVISTA CON EL GENERAL OBREGON. DESCONOCIMIENTO DE VENUSTIANO CARRANZA34 El día 15 de septiembre de 1914, se recibió en el cuartel general un mensaje, fechado el mismo día en Torreón, Coahuila, dando parte de que acababa de pasar rumbo al norte el tren del general Álvaro Obregón. A las doce de la noche se recibió otro mensaje, anunciando que a las 4 a.m. arribaría a la ciudad de Chihuahua, el citado tren. Arribó el convoy del general Obregón y se estacionó al norte de la Estación del Central, a un costado del molino harinero. En representación del general Villa, lo esperaba el general Rodolfo Fierro. Después de los saludos abordaron el automóvil particular del general Villa y se fueron a la casa de éste, en la Av. Juárez. Desde el Palacio de Gobierno, juntos Villa y Obregón permanecen por cuatro horas presenciando el desfile de la División del Norte, hasta las dos de la tarde. Son las tres de la tarde del 16 de septiembre, cuando Villa y Obregón se separan para verse después de la comida. —Pase para acá, compañerito —le dice el general Villa al general Obregón. 33 Ibídem, págs. 287 - 294 34 Alberto Calzadíaz Barrera. Hechos Reales de la Revolución. Tomo II, pág. 67


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Solos, los dos, entran al despacho de Villa, sala de la casa. Cuando los dos generales entran a la pieza, Villa, visiblemente enojado, le muestra a Obregón un mensaje que lleva en la mano, mismo que le había entregado el general Castillo Brito, hacía un momento. Decíale Villa a Obregón: —Usted me está engañando y es un traidor. El general Obregón con toda su energía, le contestó: —Yo no lo estoy engañando, general Villa, y no soy traidor. Se cerró la puerta de la pieza y quedaron, los dos generales completamente solos. —Lo voy a fusilar —decíale Villa. —Muy bien —contestó Obregón— desde que puse mi vida al servicio de la Revolución he creído que sería una fortuna para mí, perderla. A mí, personalmente, me harían un favor, porque con la muerte me darían una personalidad que jamás he pensado tener. El único perjudicado sería usted. Villa escuchó estas palabras sin contestar nada. Abre la puerta y pide una escolta para fusilar al general Obregón. Sale de la pieza llevando en su mano izquierda la pistola del general Obregón, y ordena al Güero Corral, que desarme a los ayudantes del general Obregón, coronel Francisco R. Serrano y capitán Carlos Robinson, los cuales quedan detenidos en la misma recámara que se había preparado para el general Obregón. Pasan unos cinco minutos y dan parte de que había llegado la escolta. La manda el mayor José Cañedo. Para aquel entonces ya había llegado el Lic. Luis Aguirre Benavides, quien, al darse cuenta de lo que estaba por suceder, llama inmediatamente por teléfono al general Raúl Madero. Instantes después de haber llegado la escolta, lo hace el citado general Madero. Llegan también los generales Isabel Robles y Eugenio Aguirre Benavides y el coronel Roque González Garza. Aprovechando que con la llegada de la escolta, Villa sale de la pieza, los generales le suplican que no


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fuera a dar la orden para fusilar al general Obregón. Juntos todos los generales se retiran con Villa, al interior de la casa. Mientras tanto, el general Obregón permanece sentado, solo, esperando la orden de Villa para ser fusilado. Una hora después de haber llegado la guardia, Villa la manda retirar y una media hora después, retiran el centinela de vista que había en la puerta. Pasan unos cinco minutos y Villa entra de nuevo a la pieza donde ha estado el general Obregón. (Dejemos que el general Obregón nos relate lo sucedido). “Como a las 6:30 p.m. entró en la pieza y, tomando asiento, me invitó que me sentara a su lado. Nunca había estado yo más consecuente en atender una invitación. Enseguida tomé asiento en el sofá que Villa me señaló al invitarme. Villa, con una emoción que cualquiera hubiera creído real, en tono compungido, me dijo: —Francisco Villa no es un traidor. Francisco Villa no mata a hombres indefensos, y menos a ti, compañerito, que eres huésped mío. Yo te voy a probar que Pancho Villa es hombre, y si Carranza no lo respeta, sabrá cumplir con los deberes de la Patria. Aquella emoción tan bien fingida, continuó en crecimiento, hasta que el llanto apagó su voz por completo, siguiendo a esto un silencio prolongado, el que vino a turbar un mozo que, de improviso, entró en la habitación y dijo: —Ya está la cena. Villa se levantó y enjugando su llanto me dijo: —Vente a cenar, compañerito, que ya todo pasó. El 18, antes del mediodía, se reunieron los generales Obregón y Villa, sosteniendo una charla prolongada. Allí fue donde el general Obregón expuso a Villa cuál era el motivo de su viaje. Así es que al siguiente día Villa convoca a una junta de generales y se da a conocer la invitación que el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista V. Carranza, hacía, estando presente en dicha reunión el general


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Obregón. La mayoría de los generales de la División del Norte estuvo en esa primera reunión, escuchando que el motivo del viaje del general Obregón tenía por objeto invitarlos a asistir a la conferencia de generales y gobernadores que el señor Carranza convocaba para el día 1 de octubre de ese mismo año. Para aquellos lo de la invitación era simplemente el pretexto que el general Obregón necesitaba para introducirse en la División del Norte, pues ese mismo día, 18 de septiembre, los telegrafistas de Parral recibieron, para el general Maclovio Herrera, un mensaje dirigido de Monterrey y firmado por el general Antonio I. Villarreal, prodigando las mayores ofensas e insultos para el general Villa. Este mensaje fue entregado al general Herrera hasta que se recibió copia en el cuartel general de Villa. Todos aquellos insultos eran dirigidos por elementos interesados en hacer que Villa perdiera la cabeza, precisamente en los momentos en que éste tenía allí a la mano al enviado del señor V. Carranza. Villa seguía con la creencia de que Obregón lo engañaba, pero, a la vez, maliciaba que Carranza trataba de deshacerse de Obregón y que lo había escogido a él, Pancho Villa, para que fuera el que lo asesinara. El 20 de septiembre hay otra y última reunión de generales de la División del Norte, a la cual concurre el general Obregón. Después de que se hacen algunas consideraciones de carácter nacional, el general Manuel Chao, explica, dirigiéndose al general Obregón, que ya en ocasiones anteriores el señor Carranza había enviado a otras personas en busca de entendimiento, como en el caso de las conferencias de Torreón, Coahuila, sin que se hubiera logrado nunca resultados prácticos. Para que luego salga con que asambleas improvisadas no le impresionan y no las toma en cuenta, dejando introducir su enemistad por la División del Norte y su jefe cuantas veces ha podido. El general Agustín Estrada, revolucionario de firmes convicciones, hombre de pies a cabeza y por los cuatro costados, pide que se examinen, tanto las proposiciones que a nombre de los generales Obregón y Villa habían hecho al Primer Jefe y la respuesta de éste a las mismas. En seguida el general Felipe Ángeles, Lic. Díaz


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Lombardo y el Dr. Miguel Silva, pierden el tiempo, no fue otra cosa, analizando, examinando y comentando, punto por punto, cada una de las seis proposiciones de que se componía el pliego que se había presentado al señor Venustiano Carranza. El estado de ánimo de los generales de la División del Norte revelaba, evidentemente, el resentimiento de éstos con el Primer Jefe. El hecho de que tanto Villa como los generales de la División del Norte hayan aceptado por fin mandar representantes a la citada junta que convoca el Primer Jefe, es un triunfo para el general Obregón, máxime si se tiene en cuenta las circunstancias de que éstos ya estaban hartos de las chapucerías del señor Carranza. Puede pues, el bravo general Álvaro Obregón, regresar a México, con la conciencia de haber cumplido con su peligrosísima tarea. Lo acompañan en su viaje los generales Isabel Robles y Aguirre Benavides. Después se les juntarán los generales Fidel Ávila, Isaac Arroyo, y Manuel Chao. Van a declarar a nombre de Villa al Primer Jefe, las razones que habían tenido para tomar aquellas decisiones y decirle también, que Villa no asistiría en persona pero que mandaría un representante que llevara su voz.

DESCONOCIMIENTO DEL PRIMER JEFE El tren del general Obregón había partido, saliendo de la estación de Chihuahua a las 11 p.m. Sin contratiempos avanzaba rumbo al sur. Se daba la sensación de que ya todo se había arreglado. Pero unas horas después de haber salido el general Obregón de Chihua­ hua, el general Villa recibe un mensaje del general Pánfilo Natera, comunicándole que acababa de recibir órdenes telegráficas del Primer Jefe, Venustiano Carranza, de destruir la vía entre Zacatecas y Aguascalientes y de atacar a las fuerzas villistas que se movieran al sur de Coahuila. Se trataba de aislar a la División del Norte. ¿A qué se debía aquella orden del Primer Jefe? El señor Carranza había


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tenido conocimiento oportunamente, de que ya el general Obregón regresaba a México, y que los generales de la División del Norte, habían aceptado asistir a la junta que él convocaba. Entonces ¿a qué se debía esa nueva provocación? Hasta un niño lo entiende. He ahí quién era el que realmente buscaba la desgracia del general Obregón. Provocaba a Villa en los precisos instantes en que el general Obregón se encontraba frente a Villa. Regresa el tren del general Obregón a la ciudad de Chihuahua y en la estación lo esperaba el Lic. Luis Aguirre Benavides. Villa se encuentra muy enojado, naturalmente, no podía menos, con el señor Carranza. Para cuando el general Obregón regresa a Chihuahua, ya el general Villa había sostenido dos reuniones con todos sus generales. No habiendo estado presentes ni Aguirre Benavides ni Isabel Robles. Se había reunido con sus verdaderos generales, que por ser del pueblo, son en verdad los generales que sostienen a Villa: Fidel Ávila, Isaac Arroyo, Madinabeitia, César Felipe Moya, Julián Granados, Cruz Domínguez, Pedro F. Bracamontes, Manuel Banda, Rodolfo Fierro, Tomás Urbina, y con el respeto de todos, estaba el general Agustín Estrada. “Nos hemos reunido aquí para enterarnos, por enésima vez, de un acto de engaño y traición, -empezó diciendo el general Madinabeitia- voy a dar lectura a un mensaje que en el cuartel general se acaba de recibir, del general Pánfilo Natera. Con ironía, más que con odio, se enteraron aquellos generales de ese mensaje y deciden, todos de un mismo parecer, desconocer a Carranza como Primer Jefe y, desde luego, se dicta y manda el siguiente telegrama: “Al C. Venustiano Carranza, México, D. F. Notifiqué a usted que el general Obregón y varios generales míos, salieron anoche de Chihuahua rumbo a México para resolver allá, con usted, las graves cuestiones que nos embargan. Pero,


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mirando yo ahora los procedimientos que usted usa y que son de ánimo contrario a la paz y sólo calculados para que las dificultades crezcan, también le informo que ya di órdenes para que los dichos generales suspendan su viaje y regresen a Chihuahua. Es decir, que esta División a mi mando, no asistirá a la junta de gobernadores y generales, aunque ya habíamos aceptado la invitación. Y, además de esto, le comunico que mi División lo desconoce a usted como a su Primer Jefe, y lo deja en libertad de obrar según mejor le convenga. General Francisco Villa” Una vez más, el general Obregón, tras soportar por cerca de 40 horas la infernal incertidumbre de su suerte, sale en su tren, de Chihuahua rumbo a México. Pasa aquel tren por ciudad Camargo. Llega a Jiménez. Pasa Jiménez. Llega a Corralitos. Pasa Corralitos. Llega a Escalón. Pasa Escalón, entra al estado de Durango. Llega a Ceballos y el tren hace alto. Luego, se entera una vez más del telegrama, ordenando Villa que regresen a Chihuahua con el general Obregón… gracias a la intervención del general Roque González Garza, se convence a Villa y el tren sigue su marcha. El general Obregón ha escapado por fin a la furia de los generales de la División del Norte.35

RUMBO AL SUR “Contempla la ciudad de Chihuahua, y será por última vez, a los soldados de la División del Norte salir en sus trenes rumbo al sur, desbordantes de entusiasmo. Fue el 24 de septiembre de 1914. Hacía tres días que el señor Venustiano Carranza había sido desconocido por la División del Norte y, como a Villa todo le gustaba en caliente, ordena el avance de sus fuerzas hacia el sur. El incansable Centauro 35 Ibídem, págs. 68 - 79


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del Norte y a estaba en Torreón para esas fechas. En las oficinas del cuartel general aún permanecían los generales Madinabeitia y Valdivieso, Enrique Santos Coy y Darío W. Silva y otros oficiales. En la Estación del Central se embarcaba la impedimenta y algunas piezas de artillería, al cuidado del coronel Licona y el capitán Manuel Saavedra. Por la Estación del Noroeste pasó la caballería del cuerpo Cazadores de la Sierra, al mando del valiente general Pablo López; iban también, sus dos hermanos, capitanes Vicente y Jesús; Martín iba en la escolta de Villa. En esta gente venían los coroneles Julián Pérez y Javier Hernández. Toda, gente de la Sierra de Chihuahua, dependiente de la brigada Guerrero. Pasaron trenes con la gente de la brigada Bracamonte, con Macario Bracamonte y Pancho Valles Jordán, de Camargo, Chih. Seguían otros contingentes en los cuales iban los hermanos Margarito y Antonio Orozco. Esta era la brigada Morelos. Pasa la caballería del general Carlos González y sigue la impedimenta. A la Estación del Pacífico llega un tren de la sierra y la gente se acerca para ver a sus parientes o amigos. Serio y estoico desciende de dicho tren el general Agustín Estrada, purísimo revolucionario, íntegro, valiente cual el más y leal compañero. Ese es el comandante de la brigada Guerrero. En el andén de la estación se encuentra con el general Manuel Madinabeitia, de quien recibe un sobre y se despide. El tren está compuesto por una interminable hilera de carros-jaula llenos de caballos y los techos de soldados, más dos carros de pasajeros. Allá van los generales Julián Granados y Cruz Domínguez. ¡Viva Villa! Gritaba la multitud que despedía a los serranos de Agustín Estrada. En Ávalos había enorme cantidad de trenes que pedían paso. Primero pasaron los que procedían de Ciudad Juárez y luego los del noroeste. Hasta allá los siguió la gente civil, hombres, mujeres y niños, viejos y jóvenes. El último general que sale de Chihuahua es Manuel Madinabeitia.36 36 Ibídem, pág. 86


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De Torreón emprendían el avance a sur las brigadas de José Isabel Robles, Eugenio Aguirre Benavides, Manuel Chao y la Trinidad Rodríguez, que manda Isaac Arroyo, haciendo alto en Zacatecas. Ahí han de sostener conferencias dichos generales, con la comisión de generales que encabeza el general Álvaro Obregón, pues, como si en verdad se tuviera el deseo de evitar la división entre la familia revolucionaria, llega a Zacatecas la comisión de generales: Eduardo Hay, Ramón F. Iturbe, Rafael Buelna, Ernesto Santos Coy, Andrés Saucedo y el general Álvaro Obregón. Después del rompimiento de los generales de la División del Norte con el señor Carranza, éste convocó a una convención a los generales con mando de tropas y gobernadores que le eran afectos, dando principio las labores de dicha convención el día 1 de octubre de 1914, en el edificio de la Cámara de Diputados, en la ciudad de México, sin la asistencia de los generales de la División del Norte, y del Ejército Libertador del Sur. Por tal motivo, las resoluciones de dicha convención no podían tener la fuerza requerida para que el elemento revolucionario las acatara. Así es que, en tal virtud, los delegados, animados de los mejores deseos para lograr zanjar las dificultades y conseguir la unificación de los revolucionarios, propusieron, durante la junta del día 3, que se nombrara una comisión para que se procurara persuadir al general Villa y generales de la División del Norte, a fin de que asistieran, ya fuera personalmente o por medio de delegados que los representaran a dicha convención. Seguía la farsa. Por tal motivo, se reunieron los ya citados generales con los de igual grado Eulalio Gutiérrez, Pánfilo Natera, Martín Triana, José Isabel Robles, Eugenio Aguirre Benavides, Isaac Arroyo, Fidel Ávila, Agustín Estrada y Manuel Chao. Fue el 5 de octubre. Una hora antes de que llegara a Zacatecas el tren del cuartel general de Villa, se retiró de dichas juntas el general Obregón, yéndose para Aguascalientes. La comisión partió, informando telegráficamente, después de entrevistar al general Villa, que fue a raíz de su llegada, que tanto éste


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como los demás jefes, para evidenciar la sinceridad de sus procedimientos, así como su desinterés, patriotismo y anhelo por el triunfo de los principios revolucionarios, aceptaban concurrir a la convención, siempre y cuando ésta se trasladara a Aguascalientes, como ya antes lo había propuesto el general Obregón, de común acuerdo con los generales Villistas’’. (Ramírez Plancarte) El cuartel general de la división del norte, se estableció en Guadalupe, Zacatecas, donde permaneció el general Villa con su escolta de dorados y todo el personal del estado mayor. 37 Los acuerdos de la convención de Aguascalientes terminaron nombrando presidente de la República al general Eulalio Gutiérrez y jefe de las fuerzas del Gobierno de la Convención, al general Francisco Villa, con tal motivo, vino la división definitiva del elemento revolucionario con carrancistas y convencionalistas. Terminada la convención, las fuerzas de la División del norte avanzan desde Zacatecas hacia el sur… En el trayecto de la Hacienda a León se disgustaron el teniente coronel Fortunato Casavantes y el capitán primero Eustaquio Quintana, sin que se haya sabido cual fue el motivo Quintana le dio un balazo en la cara a Casavantes. Íbamos llegando a un pueblecito que se llama San Francisco del Rincón, donde hacen sombreros de palma, cuando, en formación, escuchamos unos disparos y sin saber de qué se trataba vimos que corría, fuera de la columna, un oficial y tras él el general Arroyo. Que al pasar éste frente a Samuelito y a mi —coronel Samuel Rodríguez y Rito E. Rodríguez— el general Arroyo le disparó al oficial, que resultó ser el capitán Eustaquio Quintana, pegándole un balazo en la cabeza y cayendo éste muerto en el acto. (Fortunato Casavantes era de Matachí, Chihuahua, revolucionario sin tacha de 1910. Eustaquio Quintana era un hombre muy rústico, primo hermano de los hermanos Trinidad, Samuel y Juan Rodríguez, nativos de Huejotitán, Chih.) 38 37 Ibídem, págs. 66 - 67 38 Ibídem, pág. 90


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LA DIVISION DEL NORTE EN MÉXICO SE INICIAN OPERACIONES CONTRA CARRANCISTAS El día 2 de noviembre de 1914, llegamos a Tacubaya, donde se detuvo el tren del cuartel general. Allí estableció mi general Villa su cuartel general. La comitiva que le acompañaba era numerosísima compuesta por generales y coroneles y destacadas personalidades civiles. Cuando salieron del carro especial los generales Felipe Ángeles, José E. Rodríguez, Manuel Madinabeitia y Calixto Contreras, la multitud, que observaba, guardó un silencio profundo, y al ver al general Villa seguido de los generales Fierro, Moya, Valdivieso, Agustín Estrada y Frayre, exclamó “¡El General Villa!” El general Villa, serio e impetuoso les dijo a los corresponsales: “Mi única misión es la de ayudar al gobierno a establecer el orden en México, sin tomar venganzas personales. En ese empeño obraré, no como un soldado abusivo sino como respetuoso servidor del gobierno salido de la Convención de Aguascalientes. Respetaré, con todo escrúpulo la propiedad, nacional y extrajera, y no terciaré sino en pro del orden y de la justicia”. Histórico. Prosigue el coronel José María Jaurieta: “A nosotros nos tocó estar presentes de la llegada del general Eulalio Gutiérrez, a Palacio Nacional, el día 3 de noviembre. Allí lo esperaba también, un nutrido grupo de jefes y oficiales encabezado por el general Emiliano Zapata. Nosotros, los villistas, en número de unos 300, la mayoría oficiales y muchos jefes. Iban con nosotros los generales Lucio Frayre, José Torres, Gabriel Valdivieso, Nicolás Fernández, Enrique Banda, Cruz Domínguez, y otros. El general Zapata dio la bienvenida al señor presidente, general Eulalio Gutiérrez. Muy emocionado, con su mirada humedecida, decía entre otras muchas cosas: “Señor Presidente: yo le hice promesa a mis generales y soldados de que, al tomar la capital de nuestra República, quemaría, inmediatamente, la silla presidencial, porque


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parece que todos los hombres que llegan a ocupar esta silla, que parece tener maleficio, al momento olvidan las promesas que hicieron cuando eran simples revolucionarios, y solo les preocupa permanecer en el puesto presidencial”. Luego agregó: “Desgraciadamente, no he podido cumplir mi promesa pues se dice que Don Venustiano Carranza se llevó dicha silla por creerse él el presidente”. Todos los presentes aplaudieron con entusiasmo. Continuó: “Señor presidente, los hombres revolucionarios del sur no nos hemos levantado en armas en busca de puestos públicos, ni adueñarnos de palacios para habitarlos. Ni buscamos adueñarnos de buenos y lujosos automóviles. Hemos tomado las armas para derrocar las tiranías y conquistar las libertades para nuestro querido pueblo.” Al día siguiente nos tocó acompañar a mi general Villa todo el estado mayor y la escolta de Dorados al pueblo de Xochimilco, donde se celebró la conferencia de los generales Villa y Zapata. Acompañado, Zapata, de los generales Eufemio Zapata, Manuel Palafox, Otilio Montaño, Amador Salazar, Samuel Fernández, Francisco V. Pacheco, Antonio Borona, Vicente Navarro, coronel Serafín Robles, Alfredo Serratos y otros con sus respectivos estados mayores y escoltas hicieron su arribo a Xochimilco. Al encontrarse frente a frente los dos caudillos, Emiliano Zapata y Francisco Villa, todos guardaron respetuoso silencio, y al verlos estrecharse en fuerte abrazo, todos prorrumpimos con vivas para ambos generales y para los Ejércitos Del Sur Y Del Norte. El día siguiente, que fue 6 de diciembre, estábamos todos listos para el desfile por el centro de la ciudad de México. Nosotros salimos de Chapultepec en perfecta formación. Al frente iba el coronel Andrés U. Vargas, Francisco González, Pedro Saldaña, Cirilo Pérez y José de la Luz Nevares. Haciendo alto en la calzada de Chapultepec, se pasó revista rápidamente. Llegaron los generales José E. Rodríguez y Daniel Valdivieso, y se dispuso iniciar la marcha, yendo a la cabeza los citados generales y la escolta del general Rodríguez, quedando a su izquierda el general Saúl Navarro Saavedra y a su


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derecha y el clarín de órdenes. Seguíamos nosotros los del coronel Vargas con Pablo Salinas; seríamos 3,000 hombres de caballería. Luego en formación de cuatro en fondo, los generales Villa, Zapata y Ángeles, Buelna y Everardo González, acompañados de su estado mayor. El general Villa vestido con flamante uniforme de general de división. El general Zapata con elegante traje de charro. El general Ángeles con uniforme de campaña y salacot. Igualmente el general Buelna. Seguimos por el Paseo de la Reforma, Av. Juárez, 5 de Mayo, dimos vuelta por un costado de la Plaza de la Constitución, para pasar frente a Palacio Nacional, en donde el Presidente, General Eulalio Gutiérrez y sus ministros, rodeado de generales y coroneles, presenciaba el desfile de los Ejércitos del Norte y del Sur. Seguía a los estados mayores la columna zapatista, infantería y caballería, encabezadas por el general Eufemio Zapata, con su estado mayor. Detrás de éstos marchaba la banda de clarines y tambores de la División del Norte. Luego seguía el famoso cuerpo de los Dorados, guardia especial del general Villa. La formación de los Dorados era perfecta y su presencia imponía por su marcialidad… seguía el grueso de la División del Norte: la brigada Guerrero del general Agustín Estrada; las brigadas Fierro, Ceniceros, Madero, del general Máximo García. La Artalejo de José Ruiz, González Ortega, con el general Cesar Felipe Moya; Chao del general Manuel Chao; Bracamontes; brigada Triana, del cura Dionisio Triana y Ángel Ocón. El general Villa en junta de generales, entre ellos José Isabel Robles, que era el Ministro de la Guerra en el gabinete del general Gutiérrez, traza un plan de operaciones, el cual recibe la aprobación de todos y desde luego, Villa pone manos a la obra. Sólo que al mismo tiempo el general Eulalio Gutiérrez comienza a ponerse de acuerdo, por trasmano, con los generales Álvaro Obregón y Cándido Aguilar, para terminar con Villa. Se inicia la traición. Carranza sigue haciéndola. Esperaba, esperaba, pero sin perder el tiempo. La traición tomaba cuerpo.


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Se inicia la contienda. En Sinaloa, Villa cuenta con el general Buelna, que se enfrenta a Iturbe y derrota a Juan Carrazco en Escuinapa, y después el general Luis Herrera, en la Hacienda de la Moralla. Rafael Buelna luego es derrotado por el mismo general Herrera en el mismo punto. En Nuevo León y parte de Coahuila el general Felipe Ángeles, con los generales Máximo García, Raúl Madero, Severino Ceniceros, Emilio Madero y Orestes Pereira, contra Luis Gutiérrez y Maclovio Herrera y muchos otros jefes. En Guanajuato, Abel B. Serratos y Agustín Estrada. En San Luis Potosí Tomás Urbina y Manuel Chao. En Michoacán Gertrudis R. Sánchez, que desconoce al Gobierno de la Convención. Entre tanto, ya el general Manuel M. Diéguez se había apoderado de la plaza de Guadalajara, desde los postreros días del mes de noviembre de 1914. Ante la superioridad numérica de las fuerzas del general Diéguez, el general Juan M. Medina abandonó la citada plaza después de una desigual pelea.39

EL CUARTELAZO DEL GENERAL EULALIO GUTIÉRREZ El día 14 de enero se recibió en el cuartel general un mensaje del general Manuel Madinabeitia, dando parte de que el presidente Eulalio Gutiérrez había abandonado la capital de México, llevándose la mayor parte de las fuerzas, sus ministros y generales José Isabel Robles, Aguirre Benavides, Mateo Almansa, y otros. Que en la ciudad de México sólo permanecían leales las fuerzas de los generales Agustín Estrada, con la brigada Guerrero y las que el mismo 39 Ibídem, págs. 93 - 101


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Madinabeitia y Giner Durán tenían a su mando. Junto al general Villa se hallaban en ese momento histórico, los generales Tomás Urbina y Manuel Chao. ¡Se quitaron por fin la careta esos jijos! —decía el general Chao. Recordaba el coronel Enrique Pérez Rul: “Estos tres días que permanecimos en Aguascalientes, no tuvimos tiempo ni siquiera para dormir. Fueron días de intensa actividad”. La marcha sobre el estado de San Luis Potosí Nosotros sabíamos, con desprecio, que los gutierristas, los de Aguirre Benavides y José Isabel Robles, y algunos contingentes de la división del general Lucio Blanco, comandados por el general Miguel M. Acosta, estaban abandonando la plaza de San Luis Potosí. Por la vía de San Luis a Querétaro salían rumbo al sur, por lo cual los contingentes de Guanajuato salimos de León, cruzando la sierra para Dolores, Hidalgo. (Mientras tanto, allá en Guadalajara, el general Fierro era derrotado por Diéguez y Murguía). Cruzamos dicha sierra y comenzamos a combatir a los citados gutierristas y a los de la División de Blanco, desde los días últimos de enero de 1915, derrotando a las fuerzas de Miguel M. Acosta los villistas de los generales Julián Granados y Cruz Domínguez, de la brigada Guerrero, más otros contingentes de los generales Manuel Banda y Fernando Reyes, todos bajo el mando superior de Agustín Estrada. Sucedió que Miguel M. Acosta había llegado hasta más delante de San Felipe Torres Mochas, y es ahí donde fueron derrotados. Acosta se repliega y en Torres Mochas deja parte de sus fuerzas, y él, con el grueso de su gente, se fue para la Hacienda de La Quemada, la cual está junto a la estación del ferrocarril. Rememora el capitán primero Francisco Montoya Meléndez. El día último de enero llegamos a la Hacienda de la Quemada, primero; luego arribaron los contingentes del general Agustín Estrada, con los serranos chihuahuenses de la brigada Guerrero, siendo los regimientos de los coroneles Julián Pérez y Javier Hernández, Alejandro Aranda y Valentín Vázquez, con los aguerridos genera-


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les Cruz Domínguez y Julián Granados. Igualmente llegan las fuerzas de los generales Félix Bañuelos, Tomás Domínguez, Francisco Carrera Torres, Saturnino y Magdaleno Cedillo y Alberto Carrera Torres. Estos elementos estaban bajo el mando superior del general Agustín Estrada. Obedeciendo al plan del cuartel general de Villa, estos contingentes tenían la misión de copar y destrozar a los gutierristas. Así fue. Tan pronto como arribamos, los elementos que dependían del general Abel Serratos, en cooperación con los del citado general Estrada, atacamos a los gutierristas, quitándoles ese día 22 ametralladoras y los 4 cañones de montaña que ellos habían capturado unos días antes, al detener un tren que, de México, conducía esos elementos para el general Ángeles que se encontraba en Monterrey. Durante ese combate en la Hacienda de la Quemada, hubo una confusión. Resulta que, durante el momento más duro de la batalla llegó en auxilio del general Miguel Acosta el poderosos contingente que él mismo había dejado en San Felipe Torres Mochas, el cual se componía de los contingentes de Eugenio Aguirre Benavides, y el general Moreno con una parte de la brigada Robles, más fuertes contingentes del general Mateo Almansa y otro de Gonzalo Novoa. Sucedió que el general Agustín Estrada había ordenado al general Manuel Banda que retirara los trenes. En esto, los elementos de las brigadas Zaragoza y la Robles, entran en acción contra nosotros, y en el momento más reñido del encuentro, éstos se dan cuenta que combatían contra la División del Norte y hacen alto, bajan las armas. Luego se nos unen y abren fuego contra los gutierristas y carrancistas. Fue aquello una terrible confusión y es cuando el general Manuel Banda, creyendo que nos habían envuelto y acabado, se fue con los trenes hasta donde estaba el cuartel general de Villa, a dar parte. En medio de aquella confusión, cayó mortalmente herido el general Eugenio Aguirre Benavides, ex villista. No se sabe si fue victimado por sus propios oficiales, pero allí quedó. Nosotros tuvimos que lamentar la muerte de uno de nuestros paisanos, el leal y va-


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liente coronel Mercedes Luján de Villa López, Chih. Fue sepultado en la puerta de la iglesia de la Hacienda de la Quemada, el día 1º de febrero de 1915. Al día siguiente, nos tocó combatirlos de nueva cuenta. Los atacamos en sus trenes en San Felipe Torres Mochas, con rudeza brutal, haciéndolos materialmente pedazos. Eran algo más de 16,000 hombres. Junto con todos los contingentes que comandaba el general Agustín Estrada, tomaron parte los de Guanajuato, mandados por el general Abel Serratos, quien fungía como gobernador y comandante militar del estado. En esta acción de armas, de tan desastrosos resultados para los gutierristas, sucedió lo mismo que en la Quemada, pues tan pronto como se dieron cuenta de que combatían contra la División del Norte, gran parte de la gente del ex villista general Mateo Almansa, voltearon sus armas contra los gutierristas y al grito de “¡Viva Villa!”, se juntaban con nosotros. Se pasaron a nuestro lado, con todos los elementos a sus inmediatas órdenes, el general Leonicio García, coroneles Bernabé Ávila y Salvador Segura con algunos elementos de San Pedro de las Colonias. Después de estas acciones de armas, por disposición del cuartel general, los contingentes de Guanajuato, del general Abel Serratos, se regresan a León, donde ha quedado establecido el gobierno del Estado de Guanajuato. Los soldados del general Agustín Estrada levantan el campo de Torres Mochas y esperan los trenes que se había llevado el general Manuel Banda creyendo que habíamos sido derrotados. Mientras tanto, después de que el general Villa hubo dispuesto la salida de todos estos contingentes de Aguascalientes, y enterado de que sus fuerzas empezaban a tomar contacto con el enemigo, continuó su viaje rumbo al sur. Se detuvo en Irapuato, reorganizando otros contingentes y embarcándolos para Aguascalientes. De allí, de Irapuato manda por delante un tren explorador, con fuerzas norteñas comandadas por lo generales José E. Rodríguez y Pablo C. Seáñez, rumbo a Querétaro, con órdenes de explorar hasta el sur de


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dicha plaza. Tras la llegada del cuartel general a Irapuato, llega la confirmación de la derrota sufrida por los generales Calixto Contreras y Rodolfo Fierro, por contingentes carrancistas que comandaban los generales Manuel M. Diéguez y Francisco Murguía, los cuales se movían por los estados de Michoacán y Jalisco, teniendo como objetivo la plaza de Guadalajara. Se recibió esta noticia en el cuartel general del Ejército del Norte, el día 29 de enero en la mañana, en la Estación de Irapuato, Guanajuato., y, una hora escasa habían tenido para comentar esta noticia, cuando llega el general Manuel Banda, con los trenes y la novedad de que el ejército del general Agustín Estrada había sido completamente derrotado en la Hacienda de la Quemada. Recuérdese que ya se dijo que cuando Manuel Banda retiraba los trenes por orden del general Estrada, sucedió la confusión que provocó la gente de la brigada Zaragoza, que se pasó al bando villista, al darse cuenta de que los estaban enfrentando a sus compañeros, y es cuando murió el que fuera jefe de esa gloriosa brigada, general Eugenio Aguirre Benavides. “Tan triste pintaba Manuel Banda la situación del ejército de Agustín Estrada, que Villa se enfureció y no acataba qué era lo que mejor convendría hacer, si lanzar todos los elementos disponibles a salvar al general Estrada, o reunir todas las fuerzas desde Aguascalientes y lanzarlas sobre Guadalajara, contra Diéguez y Murguía. “Pero, en todo momento de desesperación suprema, hay, en los hombres intuitivos un chispazo de intuición. Villa pide al jefe del servicio telegráfico del cuartel general, que se comunique a la Estación Torres Mochas, y el milagro se realiza. Hay comunicación y, para mayor fortuna, contestan los telegrafistas del general Agustín Estrada. En ese instante mismo, se anuncia que se va a pasar un mensaje para el general en jefe.


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De San Felipe Torres Mochas a Irapuato. Al ciudadano general de división Francisco Villa, comandante en jefe del Ejército del Norte. Hónrome comunicar a usted, haber destrozado por completo al ejército bajo las órdenes de los generales infidentes Eulalio Gutiérrez, José Isabel Robles, Miguel Acosta, Lucio Blanco y Mateo Almansa, en Estación Torres Mochas. En estos momentos se procede a levantar el campo. Una vez que se termine esta maniobra, rendiré parte detallado. Respetuosamente. El general jefe de la columna A. Estrada. Con esta noticia Villa veía cambiar por completo el panorama; pero sin dejarse arrastrar por el júbilo que provocó la noticia de la destrucción del ejército de los gutierristas, llamó al general Manuel Banda y lo increpó duramente. —Para que otra vez no venga usted con cuento, lo voy a fusilar, para que esto sirva de escarmiento a los demás, -exclamó Villa frenético. Quedó Banda detenido en el mismo cuartel general y su cautiverio duró solamente por la noche. Al aclarar del día siguiente, quedó en libertad al ordenársele que regresara con los trenes a donde lo esperaba el general Agustín Estrada.40

CELAYA A primera hora del día 6, Villa inicia su avance partiendo de la región de Salamanca partiendo en tres columnas de marcha: una por el norte sale de Cerro Gordo; otra por el centro, siguiendo el camino paralelo a la vía férrea, y la tercera va por el sur, partiendo de La Cal. Las dos exteriores son de caballería, mandadas por Agustín Estrada la del norte y por Abel Serratos la del sur. En el cen40 Ibídem, págs. 115 - 123


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tro marchan las brigadas de José Herón González, Dionisio Triana, Bracamontes y San Román, seguidas por la artillería. Posiblemente la División del Norte encuadra en esta fecha unos 20,000 hombres con 22 piezas de artillería. Ninguna de las batallas libradas por el general Obregón tuvieron su fase inicial más infortunada que esta primera de Celaya. Ha sido ya víctima de una sorpresa estratégica al aceptar que el encuentro ocurriría más adelante, en Irapuato; idea que lo llevó a dispersar su caballería a varias jornadas hacia sus flancos. Lo veremos ahora sorprendido tácticamente por la destrucción de su vanguardia, que lo obliga a comprometer efectivos importantes al tratar de salvarla, distrayéndose él mismo en esta operación, con detrimento de los preparativos para empeñar la batalla formal. En la mañana del día 6, cuando los villistas marchan sobre Celaya, el comandante de las fuerzas de seguridad avanzadas, general Maycotte, se encuentra precisamente en Celaya, tratando asuntos de servicio; es ahí donde se recibe la noticia de que se esta combatiendo seriamente en El Guaje. Sale para allá en el mismo automóvil en que había venido y a su arribo informa que esta siendo cercado por el enemigo en El Guaje y que el resto de sus tropas se baten en retirada. Desde el primer aviso, el general Obregón ordenó que se alistara un tren para embarcar 1,500 hombres a las órdenes del general Laveaga, a fin de ocurrir en auxilio de Maycotte; dispuso al mismo tiempo que saliera, con igual objeto, el general Triana al mando de la caballería de su brigada más los tres regimientos de la brigada Antúnez. Al llegar el parte del general Maycotte indicando la gravedad de la situación, el general en jefe decidió ir personalmente, dejando a Laveaga en Celaya. El tren parte a las 12:00. Apenas ha recorrido unos diez kilómetros cuando empiezan a descubrirse fracciones de la brigada Maycotte en plena retirada, sin cohesión orgánica, arrolladas materialmente por el alud villista que desborda y envuelve sus flancos.


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Obregón decide avanzar más para frenar el ataque y atraer sobre sí la atención del enemigo. Con fuego y silbatos de locomotora consigue su propósito, permitiendo a Maycotte salir de El Guaje y al resto de sus fuerzas aliviarse del acoso rumbo al este. A continuación se retira él, lentamente, sin romper el contacto, engolosinando al atacante con la esperanza de capturar el tren. Esta operación no termina hasta las 16:00 hrs. Las bajas de la brigada Maycotte fueron estimadas al incorporarse en unos ochocientos hombres entre prisioneros, muertos, heridos y dispersos, y las del agrupamiento Triana en unos doscientos aproximadamente. Cuando partió el general Obregón al encuentro del enemigo ordenó al general Hill mantener las restantes en apresto para salir en auxilio si fuera necesario. Al incorporarse el general en jefe con los villistas pisándole los talones, el general Hill había dispuesto ya que la infantería tomara posiciones de combate en los linderos de la plaza, a caballo sobre la vía del ferrocarril central, mientras el general Castro agrupaba la caballería en el interior de la ciudad para darle nuevas misiones”. Hasta aquí el general Francisco J. Grajales.41 A las primeras horas de la madrugada del día 6 se escuchó en el campamento el toque Levante y Forraje. Cinco minutos después ya todo en un ajetreo que iba de lo lógico y sereno hasta el entusiasmo. Acampábamos a un lado del canal que hay en las labores del Cerro Gordo y al rayar el alba partieron del campamento los regimientos de los coroneles Samuel Rodríguez, Jesús Manuel Castro con el general Julián Granados; siguieron Encarnación Murga y Julián Pérez con elementos de la brigada Guerrero. Estos contingentes inician la marcha y luego se incorporan a la formación las fuerzas del general Leoncio García, zacatecano dependiente de la brigada Robles que 41Ibídem, pág. 173


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comanda el general Canuto Reyes; siguen otras corporaciones en las cuales iba el coronel Almaguer; poco más adelante se reúne al grueso la gente del general Tranquilino Moreno, con el propio general Canuto Reyes e Inés Vargas y Félix Guzmán. A un ladito del camino y junto al puente del canal se hallaba el general Agustín Estrada, rodeado de sus ayudantes y escolta, pasando revista a todos aquellos contingentes. A su lado se hallaba el general Cruz Domínguez, jefe de su estado mayor y el mayor Rafael Mendoza, por encontrarse herido Alejandro Aranda, era el jefe de la escolta del revolucionario chihuahuense. Por un momento se hizo alto en la Hacienda de Baúles, donde se recibieron órdenes del general en jefe. De este lugar partieron dos columnas de caballería, yendo una comandada por Agustín Estrada y la otra por Canuto Reyes, Pablo Díaz Dávila y el coronel José Meraz. Con Agustín Estrada se incorpora la gente de la Querétaro del mando del valiente general Joaquín de la Peña. En cuestión de minutos comenzamos a escuchar el grito, que tan nerviosamente espera todo soldado. ¡El enemigo al frente¡ ¡Ahí está!, ¡Duro con él!, se iniciaba el combate en El Guaje. A nuestra derecha simultáneamente, había ido avanzando a la par con nosotros, la infantería en trenes, llevando tras ella la artillería y a la derecha de la vía iba la columna de caballería de las Morelos, del mando del general Abel Serratos, con los generales Bonifacio Soto, Felipe Dussart, Francisco Hernández Díaz, Guillermo Maya, y los de la Trinidad Rodríguez del mando de Isaac Arroyo con Manuel Tarango, Juan Pedroza, Domingo Gamboa, Macedonio Aldama y Ramón Vega. Estos contingentes vivaqueaban en los terrenos de la Hacienda de La Cal. Al acercarse los trenes conduciendo las infanterías de Triana y Bracamontes que formaban la vanguardia del convoy y sin esperar órdenes, los soldados bajaban de los carros y se lanzaban a paso veloz sobre la línea de fuego. El general Macario Bracamonte, jefe del estado mayor de dicha brigada, sólo pudo detener parte de aquella gente que sin organización, se aventuraba al frente donde se distinguía el enemigo. Pues ya para entonces se estaba combatiendo


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contra las caballerías del denodado coahuilense Fortunato Maycotte, que estaba siendo atacado por las caballerías de Canuto Reyes y Agustín Estrada, vanguardia del ejército villista. Si la actividad del estado mayor de Villa fue siempre febril, en esa ocasión fue más notable. Los momentos habían sido demasiado agitados para haber podido tomar nota de lo que estaba sucediendo durante las horas en ese furioso combate, me relataba el coronel del estado mayor José María Jaurieta, y agregaba, se desarrollaron con tanta precipitación aquellos hechos que no fue posible apreciar lo que sucedía cuando los jinetes norteños atacaban al tren que, en auxilio de los atacados en El Guaje, se adentró atrevidamente en la zona de combate, se trataba el tren donde venía el general Obregón personalmente. Los norteños acometían con furia y a cada momento que pasaba, el enemigo era acosado por nuevas y nuevas fuerzas de refresco que entraban en acción, pues a medida que iban arribando los contingentes del grueso del ejército, se disponían de inmediato al combate. Por supuesto, para esa hora el enemigo se iba batiendo en retirada rumbo a Celaya.”42

MUERE EL GENERAL AGUSTÍN ESTRADA (26 de febrero de 2009) La batalla siguió con singular arrojo cuando otro percance viene a determinar la derrota villista. El grueso de la caballería villista combatía a las órdenes del general Agustín Estrada que luchaban deteniendo a los carrancistas que, cual gigantesca ola de mar embravecido se le venía encima a la infantería villista. El general Agustín Estrada, en un esfuerzo de máxima desesperación, contraataca doblegando en parte el empuje de las caballerías carrancistas, llegando un momento en que ambos combatientes se confundieron tirando a tiro de pistola y cuerpo a cuerpo en algunos casos. Se com42 Ibídem, pág. 175


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batía con un valor a la altura de la muerte. La caballería del tenaz Fortunato Maycotte retrocede y Agustín Estrada con el brazo derecho despedazado por bala expansiva se detiene. En esos instantes los carrancistas contraatacan con mayor número de soldados. Me cuentan los sobrevivientes que el general Agustín Estrada no quiso retirarse de la lucha y que sus oficiales lo rodearon, queriendo ayudarlo en algo. No se preocupen por mí, les decía aquel viejo soldado de la revolución. A su alrededor los soldados caían acribillados. Luego en cuestión de instantes, sus ayudantes vieron al general Estrada estremecerse, como si algo le hubiese sacudido, se inclinó del lado derecho con su frente sangrando, recibiéndolo en sus brazos el coronel Valentín Vázquez que en ese instante llegaba. Una segunda bala le abría partido la cabeza. Lo sacaron en brazos y fue sepultado esa noche en la hacienda de El Guaje, Guanajuato. Paz a su espíritu. Allí reposan los restos mortales del viejo y puro revolucionario que en forma tan efectiva ayudó al triunfo de la Revolución de 1910 el día once de mayo, en el ataque y toma de ciudad Juárez, Chih. Estuvieron a su lado en esos momentos finales Miguel Gutiérrez, de Cerro Prieto, Chih; Lorenzo Gutiérrez de la hacienda de Rubio, Chih; Rafael Bustamante de la hacienda de Rubio, Chih; David Rodríguez de Namiquipa, Chih y Miguel Armendáriz de Satevó, Chih. Lo consigno en honor al recuerdo de estos soldados que el Dios de los hombres dio a la Revolución. Cuando aquellas tropas norteñas se vieron sin su general de inmediato se desconcertaron y, viéndose ya sin guía, comenzaron a retirarse.


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EL GENERAL CRUZ DOMÍNGUEZ, COMANDANTE DE LA BRIGADA GUERRERO Revistadas las fuerzas el día doce, se continúa con la re-organización de todos los contingentes que han estado arribando. Se parquea a las infanterías y se recuerda que se entregó 175 cartuchos por plaza. Por ejemplo a la brigada Guerrero, la cual ha quedado bajo el mando del general Cruz Domínguez por haber muerto su jefe nato el general Agustín Estrada, se le dio una dotación de 200,000 cartuchos para los 1,200 hombres que eran su efectivo, correspondieron 175 cartuchos por plaza los que deberían ser repartidos entre la tropa una vez en la línea de fuego y en el momento que lo necesitaran.43

SOBRE EL GUAJE Son las primeras horas de la madrugada del día 13 de abril, fecha inolvidable para los norteños, cuando se deja oír el clarín tocando levante y una hora después botasilla. Animosos, corrimos todos a ensillar nuestras bestias. En el vivac se habrían de quedar solamente los elementos encargados de la impedimenta, una reducida escolta y las familias de la tropa, soldaderas y chamacos. Cuando el soldado sale a combate dejando a su soldadera en el campamento, se ha de ver con cuanta tristeza la mujer y chamacos se despiden del juan soldado. Con lágrimas chorreándoles por las mejillas se acercan los chamacos diciéndole a uno muy quedito: el Santo Niño de Atocha te acompañe. Se despiden riendo y a la vez llorando. El soldado, muy serio y movido por un sentimiento de amor, o no se qué, se saca todo lo que lleva en sus bolsillos y lo pone en las manos de la soldadera, musitando quedito: “—ahí te dejo eso vieja, por aquello de que tu sabes… tal vez….” El estado espiritual del soldado antes y después 43 Ibídem, págs.186 - 187


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del combate es muy sensible a la emoción. Yo soy uno de esos soldados, yo pasé por esa experiencia, habla el capitán primero Martín D. Rivera quien fuera miembro de la escolta del general Villa y ayudante del coronel Candelario Cervantes, comisionado en la brigada Guerrero en esa ocasión segunda batalla de Celaya. La columna de caballería que había partido de la hacienda de La Cal, punto situado al sur de Salamanca, seguía por los caminos que conducen a la hacienda de Crespo, punto de cita para la concentración de todas aquellas fuerzas. Una hilera de trenes que parecía interminable sale de Salamanca conduciendo la infantería y la artillería. Llegan a Crespo y desembarcan tan aprisa como la maniobra lo permitió. Son los contingentes de la brigada Benito Artalejo del general José Ruiz Núñez los primeros en hacer su arribo. Llegan los trenes uno tras otro. Tanto infantería como artillería se alistan inmediatamente. El personal del servicio sanitario y ambulancia es el último en llegar. En esos momentos se incorporaron los exploradores y los espías que informaron al cuartel general minuciosamente de los movimientos y de las posiciones que guardaba el enemigo dentro de Celaya. Los datos que se recabaron no eran halagadores. Sin embargo el general Obregón pudo ocultar el movimiento y cantidad de su caballería ya que ninguno de los espías se enteró del lugar que la caballería guardaba. Esa sería la sorpresa que el general Obregón reservaba a los norteños. Una vez que se tomó nota y sopesado el significado de los datos que los espías aportaron al cuartel general, los generales Ocaranza, Paliza, Morín y Barrios trataron de influenciar al general Villa. “—Señor general Villa, Obregón tiene muy fuertes posiciones en la plaza. Le convendría a usted madurar un plan y sopesar los medios de ejecutarlo”. Villa les contesta: “—señores generales, si yo entretengo los días en el estudio de muy buenas operaciones, descubriré primero que no dispongo de los elementos con qué consumarlas”. Más adelante les agrega: —supongo que por ahora no los he de conseguir sino mediante una hazaña venturosa de mis armas”. (Durante este cambio


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de impresiones estuvieron presentes el general Madinabeitia y coronel Enrique Pérez Rul). A las doce de ese día se dio la orden de avanzar sobre Celaya. Tomaron la derecha las fuerzas de la brigada Guerrero del general Cruz Domínguez, con los jefes Fernando Reyes, Julián Pérez, Julio Acosta, Miguel Gutiérrez, Ramón Córdoba y Valentín Vázquez; la brigada Querétaro del general Joaquín de la Peña, Tito Ferrer y Tovar; general Jesús Síntora, con los contingentes de Michoacán, fuerzas dependientes de las brigadas del general Abel Serratos a las inmediatas órdenes de los generales Dussart y Bonifacio Soto, mas los chihuahuenses de Macedonio Aldama. Toman la izquierda la caballería de las brigadas Robles, primera y segunda del mando de los generales Margarito Salinas, Jerónimo Padilla, Dionisio García, coroneles José Mejía, Juan Castro, Isabel Cruz y Luis Durán; la segunda al mando del general Canuto Reyes, Félix Guzmán, Pablo Díaz Dávila, Tranquilino Moreno, Pablo Rodríguez y J. Inés Vargas; los contingentes de los generales Francisco Carrera Torres y Pánfilo Natera. Etc. Por el centro avanza la infantería de las brigadas Triana, Bracamonte, Gonzalitos, San Román, más algunos contingentes a mando del general Fructuoso Méndez y otros. Cada brigada manda por delante una línea de tiradores. Tras la infantería avanza parte de la artillería. Tras la caballería que avanza por la derecha, marcha en su apoyo la artillería de los generales José María Jurado y Lucio Fraire. Tras esa artillería iba la caballería de la brigada Artalejo con José I. Prieto, Jesús Manuel Castro, Pablo López, Donato Barragán y Nieves Quiñones; La Trinidad Rodríguez al mando del general Isaac Arroyo, Juan Pedroza, Liborio Pedroza, Manuel Tarango, Domingo Gamboa y Carlos González; la brigada de César Felipe Moya, Albino Aranda y Mateo Villanueva. El avance se ejecutaba con bastante precisión y a medida que las brigadas se iban aproximando al enemigo extendían sus líneas.44 Simultáneamente, a la misma hora, acompañado de los genera44 Ibídem, pág. 198


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les Manuel Madinabeitia y Nicolás Fernández, coronel Jesús Ríos, jefe de su escolta, el general Villa recorre la línea que iban estableciendo sus brigadas. Eran entre cuatro y cinco de la tarde. En el pueblito de Santa Cruz se habían detenido algunos contingentes de caballería y de ese lugar se desprendió el general Eduardo Ocaranza con el mayor Almaguer y una pequeña escolta, juntándose al grupo que seguía al general Villa. En ese mismo sitio Villa recibió a varios de los jefes de estado mayor. En el extremo sur de la derecha villista avanzaban las fuerzas de la brigada Guerrero, por ambas riveras del río La Laja. Serían las seis de la tarde y ya se había generalizado el fuego por todo el frente de combate. Cuando Villa se reúne con los generales Cruz Domínguez y Fernando Reyes, jefes encargados del mando de aquellas fuerzas ya posesionadas de la hacienda de Trojes, extrema derecha villista, ya cruzaban en parte el río de la Laja otras fuerzas norteñas que estaban empeñadas en formar combate en el puente de la carretera Celaya-Apaseo. Era la medianoche. Por los partes de novedades de los jefes de los estados mayores que se recibían en el cuartel general, se tenía la seguridad de que todas las armas y servicios, inclusive comunicaciones, sanitario y de ambulancia funcionaban perfectamente, cumpliendo todos con su deber. Entre los jefes que acompañaban a Villa iba el general Antolín, pues no obstante lo ladino y el mucho colmillo de Villa, ese general se lo andaba vacilando, pues era espía de los carrancistas. Villa personalmente lo mata, pero será cuando éste ya le haya ocasionado mucho daño. Los asaltos de los norteños se suceden uno tras otro, para esa hora siendo rechazados; pues de continuo se vieron obligados a retroceder, no se podía hacer otra cosa ya que el terreno donde se combatía les era adverso. Y solamente en el puente sobre el río de La Laja empujaron a los carrancistas rechazándolos hasta dentro de Celaya. En esa acción se distinguieron los muchachos del chihuahuense Macedonio Aldama. En esa parte del frente los servicios de ambulancia eran dirigidos por el coronel Pedro Cesareti, duranguense. Fue en esa parte de la línea donde hicieron contacto los soldados de las puntas de la izquierda y derecha villistas. Fuerzas de Canuto Reyes


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por un lado y de Cruz Domínguez por el otro. Personalmente el general Canuto Reyes rinde parte de novedades al general Villa. Los generales Manuel Madinabeitia y Manuel Banda con una fracción de la escolta recorren la línea del fuego impartiendo órdenes. Los carrancistas valientes y decididos estaban soportando las embestidas de los norteños. Unos y otros confiaban en el triunfo. Aprovechando la oscuridad de la noche los villistas adelantaron sus líneas hasta una distancia de cuatrocientos a quinientos metros de las trincheras del general Obregón y al amanecer del día 14 las caballerías se habían replegado y sólo las infanterías ocupaban posiciones frente a los carrancistas. Desde el primer momento la situación fue dura para los villistas: el terreno les era completamente adverso. Se movían arrastrándose para no ser cazados como liebres. Poco después, en la mañana, se reanudaron las cargas de la caballería norteña sin más resultado que quemar gente y municiones. Al pintar el alba de ese día 14 de abril, algunos escuadrones de la brigada Bracamonte, comandados por Fermiza, Rosales, Valles y Contreras, reforzados por los continuos asaltos de la caballería de los generales José Chávez y Tranquilino Moreno, tras penoso avance, fueron levantando a los carrancistas de sus posiciones los cuales fueron inmediatamente reforzados con nuevos contingentes cuando claramente se podía apreciar como los carrancistas ya empezaban en varios puntos a desalojar sus posiciones. Una hora más o menos después los Cazadores de la Sierra dependientes de la brigada Guerrero, comandados por los mayores Alejandro Aranda, Ramón Acosta y Teódulo Barrera Vázquez, tío del autor de estos apuntes, cargaron sobre los carrancistas en la hacienda de Castro. Eran las seis de la mañana. Con esta acción se inicia el ataque de los norteños por el extremo sur de la derecha villista. Como si el propósito fuera encontrar un punto débil en la línea del general Obregón, los villistas machacan dando asaltos por distintas partes de las defensas de Celaya. Al puesto de mando de la brigada Guerrero llega el teniente coronel Cipriano Vargas, con instrucciones especiales del general Villa,


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lo acompaña una pequeña escolta y los Dorados Marcos Torres, Jesús Díaz, Manuel Montalvo, José Copas, Reynaldo Mata y Faustino Acosta. Cito sus nombres en homenaje al valor. Son ellos quienes encabezan las cargas de caballería norteña que se dan en esa parte de la línea de ese día 14 de abril; por cierto que fue el punto donde los batallones rojos ocupaban posiciones. Viendo el general Obregón que los batallones rojos estaban siendo desalojados de sus posiciones, acudió él personalmente al frente de su escolta y la del general Benjamín G. Hill en su auxilio, combatiendo hasta restablecer las citadas posiciones. Sobre este hecho los norteños recuerdan: nos atacaron con fuego de ametralladoras y ante aquel fuego infernal no nos quedó más remedio que replegarnos. Y siguen: esto sucedió tras de haber combatido en la hacienda de Castro, donde los carrancistas se hicieron fuertes, pero que finalmente los aventamos hasta el perímetro de la población. Tan fuertes eran las posiciones del general Obregón que bastaba que en cualquier punto de la línea nos agrupáramos atacando para hacer presión en un intento de romperlas, para que nos salieran al encuentro con fuegos concentrados y cruzados de ametralladoras. Al más bragado se le resfriaba el coraje, recordaba el teniente coronel Reynaldo Mata, uno de los que muy de cerca anduvieron con Villa. Tras de continuo combatir nos sorprende la noche; se han dado muchos asaltos, repetidos con terquedad y sin embargo no se ha logrado quebrantar la resistencia enemiga. A eso se debió que el general Villa decidiera combinar los ataques que simultáneamente se habrían de dar al siguiente día por la mañana. Hasta aquel instante que era la medianoche, se había combatido sin tregua por treinta y dos horas y las bajas se contaban por millares. Se había combatido encarnizadamente al poniente de Celaya, de sur a norte, donde los carrancistas se sostuvieron firmes ante las cargas dadas con aterradora frecuencia. Sin embargo, debido a las lluvias se suspendieron los asaltos de la caballería norteña. Y entre tanto, en pleno aguacero, porque llovía a torrentes, se reúnen con el general Cruz Domínguez los también generales Julián Granados, Julio Acosta, Fernando Reyes, Joaquín de la Peña y Jesús Síntora Domínguez que era el


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jefe de ese sector. Se trataba de combinar el plan de ataque para el día siguiente, según lo había determinado el cuartel general, de cuyas instrucciones era portador el general Gabriel Valdivieso, allí presente…45 Decía Villa: —Considerando esa misma noche cómo no lograba yo debilitar ninguna de las defensas levantadas para contenerme, sino que parecían más potentes cada vez, y como se agotarían pronto las pocas municiones que les quedaban a mis tropas, ordené lo necesario para que a la otra mañana aumentara nuestra acción sobre la retaguardia enemiga. Se dispuso que el general Gabriel Valdivieso con una columna de caballería al mando del general Baudilio Uribe, con dos batallas al mando de Durón González y cierta cantidad de parque máuser, diera la mano, como dicen los serranos al general Cruz Domínguez que comandaba las fuerzas de la extrema derecha y que es la que ha de encargarse del citado ataque a la retaguardia enemiga por el oriente de Celaya. Eso dispuse yo como hincapié que desazonara a Álvaro Obregón, pues al enterarse de la nueva forma de mi ataque se vería obligado a distraer o llevándolas al sitio que yo quería, algunas de las fuerzas de su centro, o de su derecha, o de su izquierda. Eso pensaba Villa. A mí me tocó acompañar al general Valdivieso, me refería el mayor José Meléndez, por la ribera del río de La Laja hasta el puesto de mando del general Domínguez. Estas fuerzas habían abandonado el terreno que conquistaron por la tarde del día anterior, retirándose hasta el otro lado del río, en previsión de una sorpresa durante la noche y que el río tuviera una fuerte avenida por los aguaceros que nos estaban cayendo (como si fuera poco). Una vez que se terminó con la junta de generales y demás jefes que presidió el general Do45 Ibídem, pág. 201


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mínguez, asistido por Valdivieso, se determinó la forma en que se iba a combatir al aclarar del siguiente día. Los carrancistas no se movían para nada, en sus posiciones permanecían esperando. Al aclarar del día 15 se inició nuestro avance y nuestras fuerzas cruzaron una vez mas el río de La Laja a ocupar de nuevo las posiciones que se habían dejado por la noche. Antes de que las tropas se desplegaran, el general Valdivieso las arengó diciéndoles: —Hay que desplegar valor hasta conseguir la toma de esta plaza que se necesita en bien de la causa del pueblo, por el cual peleamos. Aunque en verdad todas aquellas tropas no carecían de entusiasmo pues en ellas era evidente, antójase salvaje si se mide por la furia con la que se había venido combatiendo.46 Así y todo, al aclarar ese día 15 de abril, las fuerzas de la extrema derecha villista se empeñaron en combate, atacando con denuedo las trincheras del general Obregón. Su comienzo fue venturoso. Las líneas carrancistas empezaron a sentir quebranto. Recreció el combate en esa parte del frente, al mismo tiempo que oportunamente, el general Obregón reforzaba admirablemente las fuerzas en ese punto. Los villistas redoblaron sus asaltos con loca decisión sobre las trincheras de Celaya por el lado de las labores de la hacienda de San Juanico, en cuyo sector atacan los villistas de los generales Isaac Arroyo, Juan Pedroza, Manuel Tarango y Carlos González. Tras esa caballería avanzaba la infantería comandada por los generales Fructuoso Méndez, Dionisio Triana, Macario Bracamonte, José Herón González y otros cuerpos independientes de las brigadas. He ahí a los norteños, espoleados por el ansia de Cruz Domínguez y a su derecha las de Canuto Reyes. Sobre las trincheras del general Obregón a lo largo de las labores de las haciendas de San Antonio y San Juanico al poniente de Celaya; en tanto simultáneamente por el oriente atacaban como ya se ha dicho, las fuerzas de Cruz Domínguez y a su derecha las de Canuto Reyes. Fue tan tremendo el empuje de los atacantes que en varios puntos fueron rotas dichas defensas, levantadas las líneas y aventadas hasta adentro de Celaya. 46 Ibídem, pág. 201


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Porfiados los villistas seguían atacando con admirable valor… …Son las ocho de la mañana del día 15 de abril. La infantería villista ha ido avanzando tras las cargas de la caballería; pero como en todo punto que recrece la presión de los atacantes, inmediatamente el general Obregón refuerza ese punto, los norteños son tomados por el fuego infernal de todas las armas carrancistas que en aquellos momentos disparaban a toda su capacidad. Por la retaguardia, es decir, por el oriente de Celaya simultáneamente estaban atacando a la misma hora, con algunas ventajas, la caballería villista de los generales Canuto Reyes, Pánfilo Natera, Francisco Carrera Torres y Margarito Salinas. Habían dejado tras ellos a la infantería, avanzando paso a paso. Todas las armas de ambas partes estaban funcionando a toda su capacidad. Los asaltos arreciaban y eran suicidas en ciertas partes de la línea del fuego. Por la parte del camino de Celaya–Apaseo, se combatía encarnizadamente. Lo mismo sucedía en los terrenos de la hacienda de Castro, donde la caballería de las brigadas Guerrero, Querétaro y Cazadores de la Sierra, mas los contingentes de Michoacán de Jesús Síntora, iban tomando posiciones frente a las trincheras del general Obregón. Los villistas han agotado sus municiones, esa es la verdad. Se dio la orden de repliegue a los contingentes que ya no tenían cartuchos.47

47 Ibídem, pág. 204


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LA DIVISIÓN DEL NORTE LLEGA AL RECODO DE SU VIDA Retroceden los villistas, paso a paso, como dijeran los franceses por boca de Jean Camp… de posición en posición, con el Mauser vacío y el alma destrozada. Este es el momento que Obregón esperaba para lanzar su carga poderosa que ha de limpiar el terreno hacia Irapuato. Y efectivamente, el caudillo sonorense, atento, ha venido observando y calculando en los movimientos de los villistas, el instante en que ha de tomar la ofensiva. Dejemos que el mismo general Villa nos lo cuente y de sus MEMORIAS, por Martín Luis Guzmán, tomo los siguientes párrafos: Pensaba yo entre mí: Señor, dónde está la caballería de Álvaro Obregón? ¿Pelea toda ella como gente de infantería? Y me contestaba que así tenía que ser, conociendo la grande fe que Obregón tenía en la dicha arma. Pero sucedió entonces, conforme me absorbía yo en aquellas cavilaciones, que divisé ya en movimiento envolvente sobre las posiciones de mi extrema izquierda aquellas mismas columnas de caballería enemiga que mis ojos estaban buscando. (Obregón había tomado la ofensiva y ordenado el avance de todas sus fuerzas que ocupaban posiciones y las enormes reservas de caballería)… Y era, según luego habría de saberse, que durante los dos días que llevaba la batalla, lo más de la caballería de Obregón, del mando de Fortunato Maycotte y Cesáreo Castro, se había situado con gran disimulo muy hacia la retaguardia, entre los mezquitales que hay a un lado de la Hacienda de Apaseo. Al ver yo cómo aparecía quedo aquel movimiento, y cómo se acrecentaba luego, y me amenazaba, y me cercaba, llamo a varios oficiales míos y los despacho con la orden de que se resista hasta la muerte en aquel ataque, mientras yo organizo una columna y acudo con ella a desbaratarla. Porque claro comprendí cómo todo el triunfo de Obregón estaba en los buenos resultados del referido movimiento, y cómo eso me sería favorable si conseguía paralizarlo. Mas luego se descubrió que venían muy numerosas aquellas co-


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lumnas de caballería, compuestas de no menos de cinco o seis mil jinetes y que traían tan bien concertado su avance y lo hacían con tan grande decisión, que mi extrema izquierda no lo podía contener, aunque se sacrificara toda. (El general Manuel Madinabeitia reúne unos trescientos hombres, con el general Manuel Banda, José F. Fernández, Gorgonio Beltrán, y Manuel Baca, con sus respectivas escoltas, y dos escuadrones de la escolta del general Villa, comandados por Pedro Luján, Carmen Ortiz, y Joaquín Álvarez). Aunque así fuera —sigue diciendo el general Villa—, reuní alrededor de mi persona cuantos oficiales míos se hallaban cerca de mí, más mi escolta, más otra gente, y yo a la cabeza de ellos, salimos a toda rienda a detener el nuevo enemigo que avanzaba. O sea que por ese lado (Hacienda de Burgos) recreció la lucha hasta su más alto furor, arrebatados los enemigos por la fuerza de su empuje y ansiosos nosotros por quitar ímpetu al ataque con el ataque, no con la defensa. (En ese instante se reunió con Villa el general Isaac Arroyo con su escolta y una fracción de caballería del mando del coronel Luna). Y la verdad es que aquel primer impulso de los hombres que me rodeaban desconcertó en parte al dicho movimiento envolvente, sigue recordando Villa. Digo que tal como yo lo esperaba se rehicieron algunas de nuestras filas, y nos dieron su auxilio echándose a la pelea detrás de nosotros (generales Juan Pedrosa y Carlos Gonzales) y a mi izquierda, y a mi derecha, con lo que todos unidos debilitamos los primeros ataques de aquella caballería de Cesáreo Castro y Fortunato Maycotte ; y como les desbaratáramos una parte de su línea, empezaron por allí a retroceder y a desbandarse, según mis hombres crecían en su arrojo. (Hasta aquel momento se había combatido sin cesar durante ocho horas. Este es el momento cuando los villistas habían comenzado a retroceder en varias partes porque no tenían municiones). Dejemos que Obregón nos lo cuente: “A mediodía del 15 y cuando el combate estaba más reñido, em-


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pezaron a llegar a nuestro campamento pequeños grupos de nuestra caballería dando partes alarmantes y asegurando que nuestras fuerzas empezaban a retroceder; ordené entonces el avance de toda nuestra infantería, apoyando el movimiento de la columna de caballería y dirigí al Primer Jefe un telegrama en el que le decía: Celaya, Gto., 15 de abril de 1915. En estos momentos tomo la ofensiva con todas las unidades de combate de este cuerpo de ejército y, para la tarde habré destrozado al enemigo o quedaremos derrotados los dos. Respetuosamente. General en jefe, Álvaro Obregón.” Sigo con el relato de Villa: “pero en eso estábamos cuando vino en ayuda de la caballería enemiga lo más de la infantería del ala derecha (derecha de Obregón, izquierda de Villa, o sea la infantería de los batallones del general Manso)… más la del centro (brigada Laveaga) que vio deshecha nuestra formación (aquí está la traición del cura Triana) y ocupadas todas nuestras armas en defendernos, lo que la aseguraba del riesgo de que la atacáramos. Y entonces ocurrió que juntas aquella infantería y aquella caballería, con un total de no menos de diez mil hombres, las dos nos abrumaron bajo su peso, sin contar yo con medio a qué acudir, pues mi grande escasez no me había consentido dejar reservas para esos trances. Se desgobernó así todo aquel flanco mío, y parte de mi centro, y se replegó mi infantería (San Román y Gonzalitos), retrocedieron los sostenes de la artillería (brigada Artalejo, generales José I. Prieto, Pablo López, Jesús Manuel Castro, y José Ruiz Núñez) y se vieron envueltos mis cañones en forma que ni yo ni nadie podía recurrir a nada para salvarlos. Más o menos a esta última hora se sintió por mi ala derecha (caballería de Cruz Domínguez) otro movimiento de caballería igual al que estaban haciéndonos por la izquierda, y de tal modo se con-


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sumó esta otra maniobra, validos ellos de la poca gente con que se cubría por allí mi línea, que ya estaban sobre mi referido flanco, y ya lo desquiciaban, y ya lo traían desbaratado. (Allí sucedió que el general Síntora con 1,300 hombres cubría las posiciones de la derecha de las fuerzas de Cruz Domínguez, y al instante, como si obedeciendo una orden, o una señal, al mismo tiempo que se inicia el avance de la caballera del general Obregón por ese sector. Síntora abandona con sus 1,300 hombres las posiciones que debió defender, y la caballería del G. Obregón se coló por dicho lugar hasta colocarse en la retaguardia de las brigadas Querétaro, Guerrero y Cazadores de la Sierra)…cuando todavía sostenían la pelea muchas de las tropas mías de la izquierda (Canuto Reyes, Margarito Salinas y Pánfilo Natera)… y sus cañones, mientras lo mismo estaban haciendo mis cañones y mis tropas de retaguardia. Quiero decir que se nos presentó aquella otra acción envolvente por la izquierda de ellos, sin que las más de mis fuerzas de mi derecha y de mi retaguardia pudieran advertirla o estimarla en todos sus grandes riesgos, por lo que no se acogieron ellas desde luego a la oportunidad de retirarse sino que siguieron combatiendo, unas por no saber bien lo que pasaba, otras en su ilusión de que el referido ataque enemigo se podía contener. Y aconteció al fin que tampoco por mi flanco de la derecha consiguieron resistir mis hombres, aunque lo intentaron, sino que después de caer muertos o heridos muchos de ellos, fueron desamparando sus posiciones de la orilla del río y abandonaron su campo y se replegaron por aquella ribera”. Hasta aquí lo relatado por el propio general Villa.48 El poderoso ejército del general Obregón ha logrado hacer que la División del Norte diera media vuelta, dejando máquinas de ferrocarril muertas, mucha artillería, armamento, parque de cañón y de 75 milímetros, aparte de gran cantidad de prisioneros. El coronel Kloss tuvo intervención directa en los fusilamientos de prisioneros de clase para arriba; en cuanto a tropas, éstas fueron resguardadas en un corralón, para el rato. 48 Ibídem, pág. 207


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Sobre los prisioneros, el general Álvaro Obregón dirigió al Primer Jefe, don Venustiano Carranza, el siguiente mensaje: Celaya, Gto., abril 16 de l915. Primer Jefe. Faros, Veracruz. Hónrome comunicar a usted que anoche fueron pasados por las armas 120 oficiales y jefes villistas, entre ellos Joaquín Bauche Alcalde y Manuel Bracamonte, de Sonora. Haberse encontrado muertos en campo de batalla generales ex federales Magoni, Mesa y Menese. Número aproximado de prisioneros 4,000... El Señor Carranza —afirma el general Barragán— guardó discretamente el anterior documento sin darle ninguna respuesta.49

LA AUDACIA DE VILLA Y EL VALOR TEMERARIO DE OBREGÓN Después del desastre villista en Celaya, el ejército del Norte se concentra en la plaza de Aguascalientes, disponiendo del tiempo suficiente para su rápida reorganización, y rehaciéndose fuertemente, con miras a presentar la batalla decisiva al poderoso ejército del general Álvaro Obregón. Esta reorganización y agrupamiento de los diversos contingentes villistas ha sido posible debido a la lentitud con que se ha venido moviendo el ejército carrancista. Pues el general Obregón efectuaba sus movimientos con muchas precauciones en previsión de una sorpresa. En verdad, ni Obregón ni sus generales consideraban derrotado al ejército villista. Y no estaban equivocados: aquel ejército tomaba tregua únicamente para volver a la carga. El día 24 por la mañana entran a la plaza de León, Gto., las 49 Ibídem, pág. 211


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brigadas villistas, Guerrero, Cazadores de la Sierra, Villa, Madero, Chao y los contingentes del general Abel Serratos. Las comandan los generales Cruz Domínguez, Julio Acosta, Julián Granados, José E. Rodríguez, Pablo C. Seáñez, Máximo García, Manuel Chao, Bonifacio Soto, etc. Ese mismo día 24 de abril, las avanzadas villistas exploraban por las haciendas de Los Sauces y Nápoles. Los contingentes del general Obregón habían ocupado Silao. Dos días después, el 25 y el 26 la caballería villista al mando del general J. Isabel Soto, duranguense, sostiene las primeras escaramuzas con la caballería carrancista Fortunato Maycotte en la hacienda de los Sauces, norte de Silao. Ese mismo día el cuartel general villista libra órdenes al general Pánfilo Natera para que aliste sus fuerzas, las cuales cubrían la línea de Dolores Hidalgo. El día 26 las fuerzas del general Álvaro Obregón se extienden desde Silao hasta la hacienda de Romita, a su izquierda, y a su derecha hasta las haciendas de los Sauces y Sotelo. Los villistas, duranguenses, se repliegan, obedeciendo las órdenes del cuartel general del norte. El general Obregón ocupa Irapuato y se atrinchera fuertemente. Luego avanza y ocupa Silao, y se atrinchera alrededor de la población. Los villistas siguen retirándose lentamente hacia el norte. Entre el elemento villista ha predominado la creencia de que el general Obregón había concebido la idea de que la batalla se daría en Irapuato o Silao.50

LA OPINIÓN DEL GENERAL ÁNGELES El general Felipe Ángeles aconsejaba la conveniencia de resistir en Aguascalientes, y hasta se hizo un estudio del terreno en los alrededores de dicha plaza, donde él creía que debería librarse la batalla, y en efecto se levantó un plano. Villa lo objetó. Según los so50 Ibídem, pág. 225


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brevivientes, el general Villa, soldado nato, tenía lo suyo. El ya había concebido un plan y escogido el terreno donde quería enfrentarse al poderoso ejército del general Álvaro Obregón. El general Ángeles proponía abandonar las plazas de León y Lagos y fortificarse en Aguascalientes. Pero Villa no escuchó las razones del gran artillero y le ordenó hacer un reconocimiento del terreno, entre León y Silao, y disponer la línea de posiciones que han de ocupar las fuerzas de la División del Norte, para dar la batalla decisiva. Sin pérdida de tiempo Ángeles se traslada a León y desde luego estudia el terreno —futuro teatro de la sangrienta batalla— ayudado por su estado mayor al mando del coronel Luna. El día 29 los contingentes del general Obregón están a la vista de los exploradores norteños del general José Galaviz, ocupando la Estación Sotelo, y los villistas observan desde la hacienda del mismo nombre. Se trataba del convoy en el que viajaba el propio general Álvaro Obregón, avanzaba también la caballería carrancista que por ambos lados lo protegen, y los villistas de José Galaviz y Marcial Ortiz se repliegan sosteniendo ligeras escaramuzas para no perder el contacto. El tren explorador del general Obregón se adelanta desde estación Trinidad, dejando atrás al grueso del Ejército de Operaciones. Los villistas continúan replegándose. Hasta aquel momento los norteños se ven obligados a replegarse rápidamente burlando un movimiento de flanqueo del enemigo por la hacienda de La Loza. Los pobladores de esas haciendas en su mayoría eran simpatizantes de los norteños, lo cual ayuda mucho a éstos por los informes precisos que se obtenían sobre los movimientos de los Carrancistas. Debo anotar que la gente villista que comandaba el general José María Fernández, era, en su mayoría, gente natural de esa región. … Mientras tanto, el general Villa, empujado por su desesperación y ansias de venganza, llega a León y establece su cuartel general en la casa conocida como las Monas, residencia del general Abel Serratos, gobernador de Guanajuato. Ese mismo día terminaron su concentración las fuerzas del general Felipe Angeles, procedentes de Monterrey, y también la caballería de los generales Rodolfo Fierro,


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José Valles, José Rodríguez, Miguel Hernández, Tomás Olivas, Carlos Almeida,, Tomás Rivas, Margarito Salinas, Jerónimo Padilla, y Guillermo Maya, las cuales reemprenden la marcha saliendo a tomar posiciones frente al enemigo, el cual rápidamente se ha atrincherado en estación Trinidad, disponiéndose a la defensiva. Allí, en estación Trinidad están con el General Alvaro Obregón los generales Benjamín Hill, Francisco R. Manso, Severiano A. Talamante, Fermín Carpio, Fortunato Maycotte, Francisco C. Contreras, etc., y coroneles Juan Torres, Cirilo Elizalde, Silva, etc. A cada momento que pasa nos vamos acercando al punto donde hemos de presenciar la más grande batalla de toda la revolución. Y, entretanto, ya no hay tiempo que perder, nunca lo ha habido, por otra parte, tras arribar a León los contingentes norteños, parten inmediatamente a tomar posiciones frente al poderoso enemigo que es el ejército de operaciones, frente a estación Trinidad, en una extensión de 22 km., desde la hacienda de Otates, hasta Santa Ana del Conde. Se advierte un frenesí en los frentes por fortificar sus líneas, pues uno y otro ejército toman la ofensiva. El día 30 de abril la caballería de la segunda brigada Chao, comandada por los generales Eulogio Ortíz y Amador Payán, atacan y derrotan al general Francisco Murguía en la hacienda de la Sandía, causándole al bravo carrancista sensibles pérdidas. Los villistas levantan el campo y al siguiente día se repliegan, ocupando nuevas posiciones. La línea de fortificaciones adquiere la forma de semicírculo y todos aquellos preparativos presagian una sangrienta y decisiva batalla.51

51 Ibídem, pág. 227


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EL DRAMA DE TRINIDAD Lo diré con las frases gráficas del coronel Bernardino Mena Brito, combatiente de Trinidad con las fuerzas del general Obregón: La caballería del general Francisco Villa estaba compuesta de los jóvenes más fuertes que podía reclutarse en el norte de la república. Cada soldado era un centauro con carabina corta y dos pistolas calibre 45; con tales armas no se preocupaba de las riendas del caballo ni del lugar en que iba a morir. Alegres, bulliciosos y temibles eran los guardias del temible guerrillero. Todos eran rancheros del tipo mestizo. Su grito de guerra era “¡Viva Villa!” y con fe en el triunfo atacaban sin miedo las trincheras enemigas. La infantería del general Obregón se componía de mestizos Mayos e indios Yaquis de Sonora, obreros de la capital, e indios reclutados en el centro de la república. Eran también tipos de recia contextura. Parecían figuras animadas de un fresco pintado por Orozco o Rivera. Esta infantería había detenido dos veces a la caballería villista y contribuido a derrotarla en los campos de Celaya. Entre estas dos fuerzas iba a realizarse el combate mas duro de la revolución. Villa estaba dispuesto a derrotar a Obregón en el combate y Obregón tenía la seguridad de derrotar a Villa. Paisajes de luz y color cubren los campamentos militares de México. Se pelea cantando. Se injuria llorando y se bendice riñendo. Y sólo se piensa en estas palabras: patria, justicia y libertad. Por eso, aquí, es más fuerte para nuestro pueblo, el pensamiento de soldado que la compleja retórica del intelectual. Las dos fuerzas se decían reaccionarias, y las dos habían nacido de la revolución. Cada quien quería ser más radical, pero el terreno


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que se pisaba era el Bajío, donde el ambiente religioso, clerical hace pensar en la presencia de Dios. Los campos de la estación Trinidad en pleno mes de mayo eran ocupados por las fuerzas del general Obregón. Las líneas enemigas extendíanse por varias decenas de kilómetros frente a las nuestras, que formaban círculo. Los dos ejércitos estaban rumiando silenciosamente su próxima victoria. La caballería villista denunciaba sus movimientos por las largas polvaredas que verticalmente se erguían hasta las nubes. Por las sendas polvorientas y desiertas se agitaban fácilmente los cascos de los corceles de guerra. La batalla iba a principiar.

OCHENTA CARGAS DE LA CABALLERÍA VILLISTA Las cargas de la caballería villista se habían sucedido una tras otra hasta llegar a ochenta. Ochenta cargas de caballería es algo digno de ser retenido por la pupila de un soldado. No quiero describirlas. Egoístamente me las quiero llevar dentro de mí hasta la tumba. Sobre todo en esta época de mistificaciones, ¿quién entendería el amor, la fe, los ideales que fortalecieron el espíritu para dar esas famosas cargas y para resistirlas? Solamente diré que antes de que se sintiera la presión de la caballería, se venía tendiendo una nube de polvo tan densa, que impedía ver todo; parecía una columna de humo lanzada para proteger los corceles. Nuestros soldados, desde la primera línea de defensa rechazaban al enemigo, pero estaban fatigados, nerviosos, y por qué no decirlo, llevaban dentro el temor de ser barridos por aquellas compactas hileras de corceles desbocados que conducían hábiles jinetes y temibles


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tiradores. La desesperación más grande para los combatientes era causada por el polvo que en los ojos, en la nariz y en la boca, hacía estragos tremendos, al grado que cada quién parecía que tenía estos órganos de papel esmeril. El color, el olor y el sabor del polvo, constituía la pesadilla principal de nuestras fuerzas. El campo se había llenado de muertos y las bajas causadas por uno y otro lado se contaban por miles; de general a soldado. La saña con que se había peleado no tenía rival. La guerra era a muerte, no se pedía perdón ni se tenía misericordia. Lucha salvajemente destructora de nuestras guerras civiles. México que destruye a sus juventudes valientes para dejar escondidos en las ciudades a los cobardes y falaces que van a sustituir a los muertos a la hora del triunfo. Críticos de la revolución que no vivieron estas horas de angustia y desesperación. Madres que tuvieron ojos con que llorar a sus hijos muertos, la desesperación de su pueblo y la miseria de su hogar, y que, ahora, abandonadas, casi siempre van cargando el peso de un lisiado por la guerra de la revolución. El paisaje en la tarde, empezaba a pardear. Los fusiles denunciaban sus disparos con el amarillo eléctrico de sus fogonazos. Toda actividad empezaba a decaer en el campamento; el polvo también empezaba a bajar, el enemigo se retiraba hasta ponerse fuera del alcance de nuestros proyectiles. Los disparos se hacían intermitentes y, en un momento, como si alguien lo ordenara, se hizo el silencio.


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PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN LOS CIELOS El estado espiritual de un ejército después de una batalla es sumamente sensible para la emoción. Cada combatiente que ha estado tan cerca de la muerte eleva su espíritu hasta el máximum de su capacidad y un éxtasis profundo invade la materia. En ese estado, aprovechando el silencio que se hizo, medita, cuando de pronto se dejan escuchar lejanas las campanas de una iglesia dando el toque de oración. Subo sobre el bordo que sirve de trinchera para ver y oír mejor. En mi cerebro cruzan instantáneamente aquellos versos: “Ve a orar, hija mía que es la hora del silencio y del pensar profundo…” Mi pensamiento retrocede muchos años y me siento pequeño, hambriento y descalzo, formando rueda con mis hermanitos y rezando con mi madre la oración de la tarde en una pequeña ciudad del Golfo. Una soldadera que me escucha, principia a rezar en voz alta el bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar. Los que estamos cerca repetimos la oración. La voz va corriendo tan rápidamente en la línea del fuego, que las palabras son pronunciadas por todos. Uno que otro tiro de algún enemigo rezagado resuena en el frente. Nadie hace caso. Se esta rezando al Dios de los cristianos… nuestra oración continuaba cada vez más fervorosa. Nunca he oído pronunciar con tanta fe “Dios te salve María, llena eres de gracia”. De repente un rumor lejano, semejante al zumbido de las moscas nos hizo presumir que el enemigo estaba entonando la misma oración y entonces surge de las trincheras, espontáneo, el “Padre nuestro que estás en los cielos”. El silencio se hace en el campamento y una noche como pocas, subraya la paz entre los combatientes. La furia, la rabia, la desesperación de minutos antes se vuelve


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silencio, y sólo uno que otro herido inconciente musita sus plegarias de dolor. No se si las fuerzas villistas habrán rezado aquella noche, pero yo, que estuve en las líneas de fuego del general Obregón, aseguro que desde aquel día comprendimos que la fe religiosa y los mistificadores no eran una misma cosa. Que triste es hacer recuerdos del pasado. Pensar que se han muerto los hombres más valientes de México, para dejar en muchos puestos públicos a una legión de individuos que persiguen a los revolucionarios, prostituyen a sus hijos y niegan el trabajo a los familiares de quienes murieron por el ideal pensando en redimir a la patria y dar un ejemplo al proletariado universal. Tragedia de los pueblos jóvenes que no supieron recoger experiencia de la historia, sino que amasan el porvenir con la sangre del presente, de sus mejores hijos y del estudio de sus propios fracasos.52 Al acercarse Villa y acompañantes a los potreros de la hacienda de Duarte, se presentó el general Saturnino Cedillo, acompañado del coronel Gonzalo Rodríguez y su escolta personal, informando que sus fuerzas, con su hermano Magdaleno, estaban por arribar. Desde luego el cuartel general les asignó tomar posiciones en la falda de la sierra, al lado izquierdo de los norteños y Villa decide establecer su cuartel general en el Mirador de Otates y se establecen allí Madinabeitia, Giner, Pérez Rul y el numeroso grupo de ordenanzas. Como primera providencia, se ordena despejar de enemigos los cerritos del lado oriental de Otates. Orden que cumplen los generales Cruz Domínguez, Canuto Reyes, y Rodolfo Fierro, atacando ferozmente a los carrancistas que ocupaban los citados cerros. Se combatió durante toda la tarde y al caer la noche los obregonistas se retiraron, dejando muchos muertos, heridos y prisioneros. Salió ligeramente herido en un muslo el desalmado general Fierro, y en una mano el coronel Julián Cárdenas. Los prisioneros son estrechamente interrogados por el general Madinabeitia, pues el cuartel general se interesaba por 52 Ibídem, pág. 229 - 231


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saber, a punto fijo, en qué parte del frente actuaría personalmente el general Álvaro Obregón… Entretanto, frente a la hacienda de Duarte se emplazó la artillería al mando del general J.M. Jurado, con su sostén al mando del general Julián Granados. Estas piezas tomaron bajo sus fuegos a la hacienda de La Loma Colorada… Por alguna razón el cuartel general dispuso que sobre el sector de Santa Anna del Conde se desplazaran las mejores baterías y en mayor cantidad, comisionando al general Miguel Saavedra frente a la hacienda de El Resplandor. El general Felipe Ángeles personalmente vigiló que se cumplieran esas disposiciones. De los informes sacados a los prisioneros recién capturados se deducía que el general Álvaro Obregón no actuaría en Trinidad, que es donde se hallaban sus trenes, sino en Santa Anna del Conde.53

OBREGÓN ASTUTO PREPARA LA SORPRESA AL GENERAL VILLA Ahora habla el coronel José María Jaurieta: Las fuerzas del general Obregón ocuparon las haciendas de Los Sauces, La Losa, Santa Ana del Conde, Estación Trinidad y San José del Resplandor. Y los villistas nos replegamos al norte. Se libran las primeras escaramuzas desde el día 1 al 5, y el 7 se inicia el ataque por parte de las fuerzas del general Álvaro Obregón. Repentinamente nos vimos atacados por fuertes contingentes de caballería, se supo luego que eran los valientes regionales de Coahuila al mando del general Alejo González. El combate, como todos esos combates fue muy reñido. Pardeando la tarde los rechazamos. Por nuestra parte, combatió la gente de la Morelos con Mateo Gurrola, Enrique Borunda y Guadalupe Saavedra. Al caer la noche se hizo el silencio. Al oscurecer, el general Villa, acompañado del general y gobernador 53 Ibídem, pág. 232 - 233


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Abel Serratos, se trasladó en su automóvil a ciudad de León y dejó órdenes en el sentido que en caso de que el enemigo re-atacara, su escolta personal tomara parte en la pelea, en el lugar que se necesitara. Así las cosas, al pintar el alba del día 8 comenzamos a ser atacados furiosamente por la caballería obregonista, la cual se empeñó en combate formal contra nosotros en el cerro de la Cruz, y puntos circundantes. Venían en la primera línea desplazada la caballería, apoyada por fuertes líneas de tiradores infantes. Ante el peligro de perder el cerro de la Cruz, el cuartel general villista mandó a la línea de fuego todos los elementos de que pudo echar mano y hasta la escolta personal del general Villa toma parte, yendo a un lado de la brigada Fierro, tomando la vanguardia con los contingentes de los generales José Valles Jordán y Carlos Almeida. Osados, atrevidos y sin medir peligros, atacaron con arrojo brutal. Pues para entonces la caballería obregonista había obligado a los norteños a retroceder, paso a paso, disputándose el terreno palmo a palmo. Pero en esos precisos instantes arriba la caballería de Fierro, Valles Jordán y Almeida, y ahí entran los Dorados del general Villa. Pronto se dejó sentir la presencia de aquella caballería, fogueada y escogida. Los dragones obregonistas hicieron alto, se pararon en seco, se les resfrió el coraje, no resistieron el arrollador empuje de los dragones villistas. En su retirada tan desastrosa dejaron un cañoncito, dos ametralladoras y un rifle Rexer y muchos heridos y prisioneros. Los perseguimos hasta los tajos de la hacienda de La Losa, de cuyo punto ellos contraatacaron con el apoyo de numerosas fuerzas de refresco, tanto de caballería como de infantería. El combate a pesar de haberse librado sobre terreno plano, fue muy duro, sangriento y en ocasiones se combatió cuerpo a cuerpo, revueltos unos con otros. Estas confusiones se debieron tal vez a que el terreno es plano pero muy boscoso, hay mucho mezquite. De allí nos retiramos al mismo tiempo que éramos re-atacados por numerosísimas fuerzas de todas las armas, la artillería obregonista emplazada al pié de la loma de las Ánimas, nos batió con un fuego muy certero. Nos replegamos hasta la hacienda de Otates y el Cerro de la Cruz quedó en poder


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de los obregonistas. Al siguiente día, muy de mañana, regresó de León el general Villa acompañado del general Antonio Orozco. Hasta aquel momento nadie en el cuartel general, en el mirador de Otates, ha tenido un momento de descanso; todo ha sido actividad. El general Villa llega de excelente, pero en cuanto se entera de lo sucedido, se pone furioso. Pues acaba de perder tres hombres a los cuales él apreciaba mucho: el general Lucio Fraire, y los mayores Refugio Gracidas y Anacleto Fernández. Manda llamar al general Rodolfo Fierro y le ordena ponerse al frente de las fuerzas de su propia brigada, más la Guerrero con Cruz Domínguez y Fernando Reyes, con Julián Pérez y Rafael Medrano y también la segunda Robles de Canuto Reyes, y que echara fuera al enemigo de las posiciones que había perdido. Sin pérdida de tiempo se ponen en marcha aquellas fuerzas a conquistar las posiciones que el enemigo nos había arrebatado tras tremenda batalla.

SEIS CARGAS VILLISTAS Seis veces cargan los norteños y seis veces son rechazados por los obregonistas. Durante este contra-ataque, el general Villa iba con nosotros. Nos reagrupamos para dar la séptima carga y en eso vimos a los obregonistas abandonar sus posiciones, retirándose maltrechos y castigados. El Cerro de la Cruz quedó por fin en poder de los norteños. Del citado cerro bajaron al general Rodolfo Fierro herido de un balazo en la caja del cuerpo. Están heridos también los coroneles Tiburcio Maya, José Nieto Houston, ambos Dorados del general Villa, el coronel Rafael Medrano, e igualmente sacan herido al valiente capitán Pedro Navarro, ayudante del general Fierro. Los villistas sufren sensibles pérdidas. Del regimiento de Julián Pérez se llevan heridos a casi todos los nativos de Pedernales, Rubio, Cerro Prieto y San Borja, Chih; se contaron de esa gente sesenta heridos y mueren Pablo Vega, Lauro Vázquez, Laureano Ávalos, Pancho Reyes, Deme-


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trio García y Juan Vega; todos ellos del distrito de Galeana, Chih. Y también el conocido Güero Johnson, de Casas Grandes, Chih. Todos los heridos en esa parte del frente fueron recogidos por los camilleros del servicio de ambulancia que dirigió el coronel Pedro Cesareti, conocido duranguense. Al día siguiente desde el mirador de Otates se pudo escuchar el tiroteo de un fuerte combate que se libraba en el sector de Santa Anna del Conde, y como de momento arreciara en intensidad el fuego el cuartel general pidió informes. Se trataba de un ataque que el mando obregonista desató con el propósito de echar a los villistas fuera de aquellas posiciones y tomar ellos posesión de los tajos que hay frente a Santa Anna. Unas horas después se presentó en aquel lugar el propio general Villa con la escolta de Dorados y una fracción de Cazadores de la Sierra con Julián Granados y Samuel Rodríguez. Cesó el fuego y los obregonistas se replegaron. Nuevos combates parciales se siguen librando a lo largo del extenso frente, tratando uno y otro bando de probar la fortaleza del adversario. Y entre tanto, se rompe el fuego sobre la Hacienda de San José del Resplandor, donde los contingentes de la Brigada Benito Artalejo con los generales Pablo López, José Torres Dey y Jesús Manuel Castro, derrotan a los carrancistas y toman posesión de la finca de dicha hacienda. Tras los encarnizados encuentros que sostuvimos, disputándonos la posesión del Cerro de la Cruz en el Sector de Otates, se preparó el ataque general que hubo de iniciarse a las cinco de la mañana del día siguiente. Ante el empuje de la infantería villista, los obregonistas paso a paso se fueron replegando, y los villistas aventándolos de sus primeras líneas. Luego, bajo el amparo del fuego de las baterías emplazadas en la Loma Colorada, los carrancistas se atrincheraron rápidamente, resistiendo el ataque villista. Al cabo de ese tiempo se ordena la entrada de la caballería villista al mando de José Rodríguez, la comandan Miguel Hernández Díaz, Javier Hernández, Gorgonio Beltrán y Guadalupe Saavedra. Estas fuerzas cargaron en


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forma espectacular en repetidas veces, y no lograron desalojar a los obregonistas de sus terceras líneas en que se atrincheraron. Esa artillería obregonista nos estuvo martillando con fuego muy certero por lo que nuestra caballería se esparció en amplio frente, y a pesar de aquel fuego tan duro se sostuvieron, siendo a ratos, desparramada por el fuego de la Loma Colorada. Por supuesto, en todos los sectores se estaba combatiendo con igual furor. La caballería villista de los generales José I. Prieto, Julián Granados, coroneles Fortunato Barragán Barajas, Samuel Rodríguez y Macedonio Aldama, en combinación con las fuerzas de Dussart y Bonifacio Soto, rompen el fuego sobre las trincheras del General Obregón en el sector de Santa Anna del Conde. La lucha se recrudece con admirable vigor y por el sector central se desplaza avanzando firmemente la infantería villista que comandaban los bravos generales José San Román, Macario Bracamonte, José Herón González y Fructuoso Méndez apoyada por la caballería de la primera Brigada Robles del general Margarito Salinas y Gerónimo Padilla, y la Brigada Juárez de Durango con Eladio Contreras y Fabiano Hernández. Los generales Villa y Ángeles, seguidos de la Escolta de Dorados, iban recorriendo la extensa línea de fuego. En el instante que llegamos al puesto de mando del general Calixto Contreras, se hizo el silencio. El fuego se había suspendido totalmente por ambos lados. En ese sitio se hallaban los generales J. Isabel Soto, Hilario Rodríguez y Pedro Fabela, con el jefe del estado mayor del General Contreras, coronel Máximo Mejía Sanabria, cuando llegamos con el General Villa. Los dos ejércitos guardaban la misma actitud expectante. Uno y otro esperaban ser atacados para responder el fuego. La revolución dividida en dos bandos: carrancistas y villistas. Aferrados a la idea de hacerse pedazos en busca de un mejor destino para la Patria. ¡Qué ironía! Lo mejor de los hombres del México Revolucionario se hacían añicos entre sí, para dejar que del destino de la revolución se adueñaran los oportunistas y los ladrones…


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OBREGÓN QUEDA MANCO Y DERROTA AL GENERAL FRANCISCO VILLA A las primeras horas de la madrugada del tres de junio de 1915, el General Villa abandona la Hacienda de Silao y se traslada y establece en un cerrito que está al sureste de Estación Trinidad, siempre dentro de la retaguardia de los carrancistas, operando desde ese punto. Distribuyó puestos avanzados a distancia, se comunicó con el General Ángeles, dio instrucciones a su puesto de mando en Otates, punto principal del sector norte. El cuartel general trató a todo trance de localizar el punto exacto de donde operaba el General Álvaro Obregón. Este dato se lo arrancaron a los prisioneros carrancistas en poder de la División del Norte. Estos revelaron que el General Obregón tenía su cuartel general en la Hacienda de Santa Anna del Conde. Ese mismo día, al pintar el alba, recorrían la línea de fuego los generales Madinabeitia y Práxedes Giner Durán, acompañado de los demás jefes del estado mayor para revistar una caballería que estaba en unos cerritos al noroeste de la Hacienda de Santa Anna del Conde, pero al enfrentar a la hacienda se le ocurrió al General Giner pedir al General Madinabeitia la autorización para que el tercio de artillería a las órdenes del General Miguel Saavedra Pérez, que acababan de rebasar, cañoneara dicha hacienda ocupada por fuerte núcleo carrancista, y autorizado, regresó hasta donde estaba Saavedra. Cumpliendo la orden inició un fuerte cañoneo sobre la finca, dando por resultado que ahí surgiera el Manco de Celaya, porque un cañonazo le tumbó el brazo derecho al General Álvaro Obregón; por lo que se ha creído entre los villistas, que es al General Práxedes Giner Durán a quien debe el General Obregón la gloria de haber llegado a ser el heroico Manco de Celaya. Esta fue, militarmente, la fase verdaderamente crítica de la Batalla de Trinidad, porque al caer herido el General Álvaro Obregón se le dio por muerto, y con la velocidad de meteoro cundió la noticia por todo el frente carrancista, creando al instante una sensación de


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desorientación entre la tropa, que experimentó el abatimiento. La Hacienda de Santa Anna del Conde, recordaba el General Juan B. Vargas, emerge de una especie de loma. Como punto de observación estratégico es magnífico, y también como blanco de artillería. El General Obregón utilizó esa eminencia del monte para dirigir la batalla. Al pie norte de la hacienda existe un jagüey y depósito de agua bordado por una especie de calicanto, provisto de paso estrecho que sirve de comunicación con el casco de la hacienda. Alrededor de la pequeña presa estaba acantonada la infantería y disponía de loberas en previsión de ataque, nosotros desde el cuartel general de la artillería, con el General Felipe Ángeles, coroneles Fernando González, José Castro y Luna, observábamos el terreno que ocupaban los carrancistas y que estaba siendo cañoneado por la artillería. La iglesita sobresalía muy poco del caserío. Una columna de polvo se levantaba cada vez que estallaba una granada de nuestras baterías, que no dejaron de disparar durante toda esa mañana del día tres de junio. Desde nuestro punto de observación se podía apreciar con claridad los estragos que causaban las granadas disparadas por los norteños del estoico revolucionario Miguel Saavedra Pérez. (Esas granadas fueron disparadas con acierto de artillero profesional. Pero precisamente por haber tenido acierto, Saavedra pagó con su vida colgado de un árbol en el Puente del Santo Niño en la Ciudad de Chihuahua, cuando por uno de esos coqueteos de la veleidosa fortuna, los carrancistas de Murguía lo aprehendieron en el panteón de la Merced).


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EL DESASTRE La guerra reserva muchas sorpresas, rememoran los norteños. Tras haber estado combatiendo casi a diario por espacio de treinta y dos días, los villistas han terminado por sitiar completamente en Estación Trinidad, al poderoso ejército del General Álvaro Obregón. Derrotada la caballería del caudillo sonorense en las Haciendas de Nápoles y Silao, se concentran en Santa Anna del Conde, quedando dentro del círculo de fuego que los norteños han ido cerrando cada vez más. Por el extremo sur habían unido sus nuevas líneas de fuego, pasando por la retaguardia de los carrancistas, con sus elementos en Santa Anna, que comandaban los generales Calixto Contreras y José I. Prieto; y por el extremo norte vinculaban con los fuegos de los Hermanos Cedillo y José Rodarte. Como reservas se contaba con las caballerías de las dos Brigadas Villa, con los generales Miguel Hernández Días, Pablo C. Seáñez, Carlos Almeida, Tomás Olivas y Francisco Hernández Díaz. Estos contingentes permanecían acantonados en un monte de mezquites que hay en las lomas al norte de la Hacienda de Nápoles; y en la Hacienda de Silao esperaban las fuerzas al mando del General Manuel Chao, con Sóstenes Garza, Merced Arroyo, Silverio Tavares, Alfredo Nevares, F. Valles y otros; Máximo García, con los jefes subalternos Carlos Garría Gutiérrez, Juan Pablo Estrada. También se contaba con los contingentes de Natera, Tomás Domínguez, Santos y Félix Bañuelos y algunas otras brigadas, entre éstas la Querétaro y el Regimiento Hidalgo al mando del General Tito Ferrer Tovar. Se aproximaba el momento crucial: la derrota. Con inquebrantable paciencia ha venido el General Obregón soportando aquel asedio brutal por espacio de treinta y dos días, en Estación Trinidad sin que se hubiese decidido a tomar la ofensiva, pero él siempre les ha contestado que aún no era tiempo, que habría que esperar. Nada de prisa, nada de impaciencia; ya llegará el momento. ¿Qué es lo que esperaba?


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Se reparten las dotaciones de municiones entre las fuerzas villistas, principalmente las tropas que operan en el sector de Santa Anna del Conde, derecha del frente villista. Allí apareció el parque falsificado. Entre la tropa de la Brigada Benito Artalejo se oía clamar a los soldados: ¡Qué pasa con este parque! Los norteños cogían las cajas de cartuchos, las rompían en el suelo y cargaban sus carabinas y disparaban, solo para comprobar que los cartuchos apenas y tronaban y las balas caían a escasa distancia de ellos. Asombrados y desconcertados se daban cuenta que aquel parque no servía. Como haya sido, al rayar el alba del día cinco de junio, espoleados por el ansia de librarse del círculo de fuego que los estrangulaba, y ardiendo en decisión, con tremendo empuje, lograron los contingentes obregonistas al mando del bravo zacatecano Francisco Murguía abrirse paso a través de las líneas villistas en un punto de la extrema derecha, en el Resplandor. En cuestión de instantes los obregonistas sorprendieron a los norteños de Calixto Contreras y José I. Prieto, y tras romper el sitio escaparon fuertes contingentes de caballería e infantería. Los villistas reaccionan como siempre de la misma manera, combatiendo retiran su artillería. Y entre tanto, acuden en su auxilio la caballería de las Brigadas Juárez de Durango y la Artalejo y se enfrentan al ciclón y logran detener el alud, y tapan el claro conectando de nuevo la línea de combate con el punto quebrantado, y se cierra otra vez el sitio, quedando dentro el grueso del ejército de operaciones del General Obregón. Los contingentes que lograron salir del sitio se fueron al Cerro de Jerez, el cual está con dirección a la ciudad de León, Guanajuato. De allí fueron desalojados por la caballería villista de Canuto Reyes que los atacaron y echaron fuera. Son las nueve de la mañana cuando en el cuartel general de la División del Norte en Otates, se reciben los primeros partes con la novedad, los lleva personalmente el Coronel Máximo Mejía Sanabria, jefe del estado mayor de Calixto Contreras, de que al rayar el alba el enemigo carrancista, en un forzado ataque de sorpresa había roto la línea de fuego por el sur de la vía derecha; pero tam-


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bién parte de los jefes de sectores, comunicando que se había vuelto a restablecer la línea en el punto quebrantado, sin más novedad. El General Calixto Contreras había ordenado un vigoroso contraataque sobre El Resplandor, logrando rechazar al enemigo y cubrir el punto de ruptura. Entre tanto, el cuartel general se comunica con el General Villa, que a esa hora se hallaba observando desde un punto cercano a Nápoles, pues ignoraba lo que había acontecido en Sector de Santa Anna del Conde, frente al Resplandor. El coronel Gregorio Casas, del estado mayor fue quien llevó la noticia al General Villa. Por su parte, el Cuartel General de Otates hizo caso omiso de las fuerzas enemigas que rompieron el sitio alejándose con rumbo desconocido. Se sustentó el criterio de que enemigo que huye, puente de plata. Por lo que Villa se concretó en tener sitiado al grupo principal del ejército de operaciones, que permanecía fortificado dentro de Trinidad, en donde se hallaba gravemente herido el Señor General Álvaro obregón. Con terca esperanza, Villa sin descansar en su afán de vencer militarmente al General Obregón, le tiene sitiado y le ha derrotado por dos veces a su caballería. Ahora lo sabe, Obregón está a las puertas de la muerte; pero su instinto le dice que la hora del caudillo sonorense aún no había llegado. Los villistas finalmente, de vencedores, resultaron vencidos. Villa se derrotó solo, por el hecho de que al cuartel general se le olvidó informar a la infantería villista, cuya ala izquierda estaba comandada por los rurales Eduardo Ocaranza y Fructuoso Méndez, de que se estaban moviendo precisamente por detrás de ellas, las caballerías villistas al mando de Sánchez y con destino a León. Este nefasto olvido dio lugar a una confusión, ya que creyeron que la infantería obregonista que los envolvía, e iniciaron una retirada que pronto se convirtió en desbandada incontrolable. Un hecho importante se sumó a al auto derrota villista. Cuando Magdaleno Cedillo al frente de ocho mil hombres se encontraba en el extremo de las dos líneas del ala derecha y del ala izquierda villis-


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ta abandonó la línea de fuego dejando un boquete de once kilómetros o más en las filas villistas, por donde salieron de su sitio las ya derrotadas tropas carrancistas de Obregón. Ante el error del cuartel villista vinieron la confusión y desbandada de la infantería villista y la traición de Magdaleno Cedillo. Villa, en consecuencia, ordenó la retirada, aceptando a regañadientes su derrota.54

54 Ibídem, pág. 254



EPÍLOGO: SUS VIDAS



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elén nació en los llanos de Reforma, Chihuahua, en el año de 1897. Fueron sus padres Pascasio Domínguez y Josefa González. Eran pequeños propietarios de tierras y ganados; tradicionales y católicos. Vieron con buenos ojos el inicio de la revolución mexicana y la apoyaron en 1910. A Belén se le dio el leer y el escribir, el catecismo y la historia. Los trazos de caligrafía con que se expresaba eran claros, decididos y elegantes, como ella. La Revolución fue su medio y el entorno de la infancia y adolescencia. Conoció y sufrió los hechos de Cerro Prieto. Padeció la persecución de los carrancistas y la guerra de guerrillas en 1916. En el mes de agosto de 1914 se casó con el general villista Cruz Domínguez. Permanecieron juntos cuanto las circunstancias les permitieron. Desde Chihuahua emprendieron camino, junto a la División del Norte, hasta la ciudad de México con la ilusión de una vida nueva. Allí vivieron unos meses hasta que el general recibió la orden de ir en persecución del presidente Abelardo Gutiérrez que traicionaba los Acuerdos de Aguascalientes y huía con su gabinete en los primeros días de enero de 1915. La actitud inexplicable de personajes como José Vasconcelos, Ministro del Gabinete del Gobierno de la Convención, y de grandes generales villistas que traicionaron la Causa, habría de hacer mella en los ánimos de la brigada Guerrero. En sus voluntades. En abril de 1915, Belén, junto a otras mujeres, amistades y esposas de villistas, viajaban al norte, cuando se dieron cuenta del desastre de Celaya. Haciéndose pasar por una maestra que regresaba a dar clases preguntó con serenidad por los nombres de los soldados y oficiales fusilados en masa por Obregón. No prosiguió hasta conocerlos. Cruz no estaba entre ellos. Llegó a Chihuahua poco antes que el Ejército de la Contención,


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la brigada Guerrero, y estuvo atenta a su llegada a la Quinta Luz. Los guardias no la dejaron acercarse ni le creyeron que fuera la esposa del general. Ella persistió y por fin pudo pasar a verlo y abrazarlo. Cuando salieron, el general se apoyaba sobre sus hombros. La sonrisa de Belén encontró hospitalidad de regreso al pueblo de Carichí, y allí un poco de paz. El acoso de los carrancistas no se hizo esperar y Belén hubo de vivir escondida en las montañas, auxiliada por la generosidad de la gente del pueblo. El Santo Niño, como ella, vivía de pueblo en pueblo de hogar en hogar, hasta quedar lisiado de un brazo. En el mes de marzo el general junto a sus soldados volvió a la guerra, contra extranjeros y nacionales, igual de extraños. Belén quedó sola. Por temporadas su casa era una cueva… la cueva de Belén, decían en el pueblo. Un día de nublados grises, un amigo de ellos y asistente del general, le trajo la noticia de su muerte y los pormenores de su sacrificio. El hijo que nacería, no conocería a su padre. Se llamó Cruz. Tiempo después, Belén, con la mirada limpia, con el corazón íntegro, con su vocación de rebelde, rehízo la vida, se casó. Tuvo siete hijos. Ella vivió la Revolución.

EL SANTO NIÑO: DIOS Los revolucionarios del norte lucharon con tanta fe que cuando fueron derrotados en el Bajío de México por el carrancismo escribieron para siempre la historia de su pueblo. Cien años antes en aquel mismo lugar comenzaba la lucha por la independencia de México y llevaban al frente a la Virgen de Guadalupe.


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El general Domínguez y los soldados, en abril de 1915, oraban en la capilla derruida de la Hacienda de Burgos en Guanajuato ante la imagen de un Niño Dios, antes de emprender la primera carga de caballería contra las fuerzas de Obregón. En la derrota de entonces, el dolor la desesperanza, la tristeza, son sentimientos que los mexicanos de hoy todavía no hemos comprendido ni valorado en su honda dimensión. Cercados, perseguidos, apenas si tuvieron tiempo de echar en ancas al Santo Niño de Praga de la Hacienda de Burgos que no se quiso quedar solo en la barbarie. Todavía le pidieron fuerzas para retirarse en orden y hacerse fuertes en León, Guanajuato para volver a dar la batalla. Oraban tanto, los villistas y los carrancistas, que antes de las balas se escuchaban los murmullos del Padre Nuestro y el silencio de creyentes y no creyentes. La lógica de la guerra, y de la razón, no explican el por qué unos estuvieron tan cerca del triunfo y fracasaron. Y los que estaban al borde del fracaso, triunfaron. Con dolor vivo, los revolucionarios del norte no tuvieron más remedio que aceptar la derrota y comenzar la retirada. Cuidar y curar a la tropa. Recobrar la esperanza mientras se caminaba. Resistir, pelear, esperar. Esperar a que el general Villa y sus generales pelearan en Sonora y regresaran al centro. Reencontrarse. En 1810 los insurgentes fueron presos en Durango y mandados por Elizondo a la prisión de Chihuahua. La Iglesia y el Poder degradaron a Don Miguel Hidalgo, lo excomulgaron y condenaron a muerte. El pueblo, en el corazón de Miguel Ortega y Melchor Guaspe, le dio ternura y dignidad. Don Miguel pudo ver a través de sus ojos a un pueblo solidario. En la derrota se había fraguado la libertad. En 1910 en el Bajío, en los campos devastados de Celaya, se había cimentado en el valor de unos hombres, la Revolución.


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Los generales Domínguez y Argumedo guiaban a la división del norte en retirada. Eran tantos los contratiempos, las deserciones, las traiciones, que a unos meses sólo quedaban en la Contención el general Domínguez y 500 jinetes de la brigada Guerrero. El general Argumedo fue fusilado en Durango por tropas federales. En los pueblos, en las ciudades, en los informes de los espías, en la perspicacia de algún soldado y de algún oficial se preguntaban por qué razón aquella tropa cuidaba al Santo Niño. Qué milagro grande le debían o qué tesoro guardaban en su interior. Nadie podía creer que aquellos jinetes no se doblegaran ni pudieran rendirse. Después de seis meses llegaron por fin a territorio de ciudad Camargo. Intentaron hacerse fuertes allí sabiendo que los federales los perseguían a unos cuantos kilómetros. En los primeros días de diciembre recibieron la noticia del fracaso de Villa en Agua Prieta, Sonora; y del apoyo del gobierno norteamericano al Carrancismo. El general Domínguez recibió la orden del propio Villa de fusilar a Don Silvestre Terrazas creyéndolo traidor. Pero no la acató: …El propio Silvestre Terrazas se salvó por muy poco de ser fusilado. Villa lo había enviado con otra carta para los comandantes carrancistas en que trataba de llegar a un acuerdo para la rendición de Chihuahua y ciudad Juárez. Antes de que Silvestre Terrazas alcanzara el último puesto villista, el caudillo decidió que él también era un traidor y un ladrón, y ordenó al comandante de ese último puesto, Cruz Domínguez, que lo ejecutara en cuanto llegara. Domínguez no cumplió la orden, sino que envió a Terrazas de regreso a la ciudad de Chihuahua. No se sabe con certeza si actuó por decisión propia, o si algunos amigos del Secretario, y sobre todo, el gobernador Fidel Ávila, intervinieron para salvarlo. Una vez más Villa


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envió a Terrazas en misión, esta vez a El Paso, Tex., donde debía negociar la rendición de las dos ciudades con el cónsul carrancista de esta ciudad. Terrazas temía que Villa decidiera de nuevo matarlo. Pero por fortuna para él, Villa acudió a despedirlo en persona a la estación. Terrazas le aseguró que él era el único civil que siempre le había sido fiel. —Me despido de usted con la satisfacción de poderle decir que le he sido leal hasta lo último, cosa que no pueden decirle tantos que cacarearon su adhesión a usted y le prometieron fidelidad hasta la muerte. Ya sabe usted que he sido y soy su amigo. —Y yo también… Estrecho abrazo nos despidió de esta vida siguiendo cada uno su camino.55 En unos días más, el general Domínguez reportó en el cuartel general de la Quina Luz, en Chihuahua, con 500 jinetes. Lo recibió el general Francisco Villa en persona. Belén, la esposa del general, estuvo allí para recibirlo y ayudarlo a caminar. Todavía traía un pie roto. En el regreso al pueblo, con alforjas vacías por campos desolados, algo había que no era pena, sino paz. En Carichí, frente al Santo Niño de Praga, encendieron una luz y rezaron juntos, por los caídos, por los que allí estaban. Eran ya los primeros días del año de 1916. Fue un milagro.

55 Francisco Katz. Op. cit. Pág. 120


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AL EXTREMO MANIFIESTO AL PUEBLO DE MÉXICO (Marzo de 1916. En la Sierra de Chihuahua) A la soberana República Mexicana: Tenemos el honor de informarles que circunstancias fatales aquejan a nuestra querida y amada patria debido a la intervención y entrada de estadounidenses en nuestro país. El gobierno de Carranza ha comprobado que es un traidor al acceder a permitir a una nación en armas poner el pie en nuestro amado suelo… Recordemos, queridos hijos de México, a nuestros ancestros y a los venerables patriotas de Dolores, Don Miguel Hidalgo y Costillas (sic), y Aldama, que, entre otros héroes, perecieron únicamente por darnos patria y libertad, y hoy debemos seguir sus ejemplos para no vivir bajo la tiranía de otra nación. Firman: Julio Acosta, Cruz Domínguez, Coronel Antonio Ángel y otro general villista. Julio Acosta, en enero de 1916, había aceptado la amnistía que el carrancismo ofrecía a los oficiales villistas. En marzo estaba otra vez en pie de guerra y decía por qué. Cruz Domínguez había regresado cansado pero vital, de soportar el peso de las batallas del Bajío y de la Contención en retirada. Tenía luchando desde 1910.


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En San Jerónimo, al pie del Cerro del Picacho que cuida el Valle de Santa Ana, en los primeros días de enero, el general Villa se enteró de la muerte de uno de los generales grandes de la División, su compadre José E. Rodríguez. Sufrió también la noticia de que el general parralense Madinabeitia, el jefe de su Estado Mayor, no se amnistiaba sino que se cambiaba de bando para perseguirlo. El general tomó tiempo para platicar con Domínguez y Granados. Seis años de lealtad al filo de la muerte iban más allá de los ideales y llegaban hasta los afectos y un mismo pensamiento. En el fondo de sus ojos, adivinó que no creían en la aventura de invadir Columbus, Nuevo México; y no estuvieron allí. Cuando en el mes de marzo de 1916 los norteamericanos invadieron México, después del ataque a Columbus, ellos no dudaron en levantarse en armas y ofrecer una resistencia sacrificada, pero organizada. En el ataque al pueblo de Guerrero, Chihuahua, ellos ya estaban allí. En enfrentamientos posteriores con los norteamericanos se fueron diezmando y quedando dispersos. Pero en Tomóchi, Domínguez y José Ríos, el jefe de los Dorados, atacaron a un regimiento extranjero haciéndole muchas bajas. Unos días después fueron sorprendidos en los llanos de San Juan Bautista, Chihuahua, por un regimiento guiado por indios apaches que conocían la región. Allí fueron masacrados y se dice que fue el mayor éxito de la expedición punitiva en tierras mexicanas. Había continuos ataques. El pueblo se defendía de una y mil maneras. En Parral, unos niños con sus padres y maestros apedrearon a una columna de soldados negros comandada por Tompkins. El hecho derivó en un enfrentamiento mayor. Hasta los carrancistas comenzaron a atacar a fuerzas norteamericanas. En el Carrizal, Municipio de Villa Ahumada, el 21 de junio, les hicieron 44 bajas y 24 prisioneros. Los carrancistas perdieron al general Gómez y a más de 30 soldados.


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En aquella situación precaria y extrema, el general Domínguez y unos cuantos soldados asaltaron la Cusi Mining Co., mina que era fuertemente custodiada.

EL ASALTO El general Domínguez con once soldados asaltó una de las minas norteamericanas del Mineral de Cusihuiríachi, Chih, a unos cuantos kilómetros del pueblo de Cuauhtémoc, Chih, lugar donde se asentó el cuartel general y un hospital del ejército estadounidense al mando del general Jack Pershing. Cusihuiríachi había nacido con la mina misma hacia 1695, al lado del centro misional de Carichí. Los indios rarámuri nunca vieron con buenos ojos la amenaza latente de los españoles y el trabajo en el fondo de la tierra donde habita el que vive abajo, el diablo. Los misioneros no tardaron en entrar en conflicto con los mineros que traían las malas costumbres del robo, de la avaricia, de la embriaguez… Los mestizos, más tarde, aceptaron que era un mal necesario: unos necesitaban mano de obra barata, y otros, comercio para sus productos. Pero allí muchos gastaron y perdieron la vida. La mina, las minas del lugar, siempre fueron productivas y enormes cantidades de oro y plata salieron al extranjero a costa de la explotación de la tierra y de la gente. Cuando en 1916 el general Domínguez osó asaltar aquel mineral, en realidad solo tomó una mínima parte de lo que se le debía al pueblo. La gente del rancho de San Juan Bautista platicaba con asombro y satisfacción cómo habían ayudado a la luz de las lámparas de petróleo, a contar y a ordenar las moneadas acuñadas en oro y plata, sobre tablones de madera; y cómo, en la madrugada


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habían cargado las mulas, que se doblaban con el peso y se ladeaban al andar, con el rumbo de las cordilleras de Carichí. Era un tesoro, decían. Los villistas y los pobladores rebeldes de entonces más que con palabras se comunicaban con códigos y símbolos nacidos en la lucha y en la supervivencia de años. Asaltar al tren con norteamericanos en Santa Isabel, por Pablo López, no fue al azar, ni fue un hecho individual, bien sabían los villistas el alcance de sus acciones. Después, invadir Columbus no fue una aventura del general; allá fueron los que creyeron y sentían fuerza para intentarlo. Cien años cabalgaban por Babícora y la Ascensión rumbo al Puerto de las Palomas en la guardarraya con Nuevo México. El general Domínguez permitió que el pueblo y el villismo se enteraran de una acción que era de ellos también y se las compartió. En la cueva de Santa Ana, Pancho Villa se sonreía, burlón. Unos cuantos meses después, pasado el 6 de julio, cabalgaría desde un San Juan Bautista, en Durango, al otro en Chihuahua, para asaltar otra vez la misma mina de Cusihuiríachi. Era un préstamo, les dijo. Y antes de darse a algo que parecía fuga se cercioró que todos volvieran a sus labores. Necesitamos producir, les sentenció. Los carrancistas codiciosos habían perseguido al general Domínguez tratando de encontrar el tesoro enterrado; la gente, cuando hablaba, les daba pistas falsas y hacía comentarios burlones a sus espaldas… Pero ellos siempre supieron que el tesoro estaba en la montaña frente al pueblo y frente a la iglesia, por donde sale el sol, como debía de ser. Allí se quedó guardado como un símbolo del valor y de la rebeldía, porque el general Domínguez y el pueblo de Carichí así lo quisieron. Es su tesoro.


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VOLVERÉ En la montaña, Belén observa, ausente, mientras peina sus largos cabellos negros. Cruz, frente a ella, sueña. Eran sólo dos muchachos que anhelaban vivir. En el silencio Dios escuchó lo que le platicaban. Ellos lo que Él. Cruz le pidió a Belén que describiera el lugar donde se encontraban, desde los puntos cardinales. Ella lo hizo. En un sentido se veía, distante, la iglesia del pueblo de Carichí. En otro, el jacal del compadre; enseguida, los otros dos… —Si alguna vez sufren pobrezas mi hijo y tú, vengan a éste lugar y encontrarán para vivir. Belén, le pide que se amnistíe. Él, asiente, indefinido…, la abraza y su voz de tantas batallas, se quiebra…: —Volveré.

LA MUERTE Los generales ajenos, los de Carranza, jamás comprendieron que el tesoro que guardaba el general Domínguez no era de monedas de oro sino de fe. En una última batalla en el rancho de Tepórachi, entre Carichí y San Borjas, fue derrotado y preso por el general Ramos, que lo perseguía desde Guanajuato. Todavía tuvo arrestos para fugarse de la prisión. Invitado a amnistiarse, se presentó voluntario ante el general Elizondo en San Francisco de Borja, Chihuahua. Fue torturado y muerto sin mediar juicio alguno. Nunca les dijo ni dónde estaba Villa ni dónde sus entierros, ni nada.


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Una noche el soldado que lo vigilaba se acercó y le dijo: —General todo esto es injusto. Yo me voy y lo invito a que nos fuguemos. —No, soldado, gracias. Yo me quedo, pero tú sí vete—. El soldado se fue. Los carrancistas no pudieron comprender que un hombre luchara con tanto denuedo por la libertad, que vencido una vez más, con una tropa casi desarmada y descalza, no pidiera perdón ni se rindiera. En la noria de la escuela que usaban de cuartel, arrojaron el cuerpo del general, de 28 años de edad, ante la mirada incrédula de vecinos del lugar. Quiso el destino que la algarabía viva de los niños que aprenden a leer y a escribir acompañara su camino. Allí descansa.

LA RESISTENCIA Tres revoluciones ha hecho el pueblo de Carichí, Chihuahua. La primera cuando los indios Rarámuri decidieron asentarse en el valle. La segunda, cuando se encontraron con los misioneros jesuitas. La tercera, en 1910. Las tres quedaron truncas cuando fuerzas ajenas impidieron su realización. Pero de ellas siempre emergieron nuevos y más unidos. Los generales Granados y Domínguez tuvieron una muerte injusta y triste. Pero sus nombres quedaron en la imaginación de la gente junto a otros jóvenes del pasado tan presentes, los padres jesuitas, Tomás de Guadalajara, Rolandegui, Píccolo, Neumann, Ratkay, etc.


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El aporte que los dos generales hicieron a México está más allá de las armas. Ellos comenzaron juntos la revolución y así la terminaron. Su consistencia y lealtad fue admirable. Hoy, muchos jóvenes, han descubierto el valor de sus raíces y han creído en sí mismos. Están haciendo la nueva revolución.

POSDATA La Nueva Revolución nace de las cosas simples y cotidianas. Reconoce el valor de nuestro pasado, de nuestras creencias y de nuestros idiomas mestizos e indios. En la Escuela Primaria “10 de Mayo” del pueblo de Carichí, Chihuahua, han comenzado ya a estudiar su historia local. El maestro y director Profesor Enríquez, ha invitado a personas mayores del pueblo a dialogar con los niños de la escuela en la clase de Historia. Los niños están aprendiendo. Las biografías de Julián Granados y Cruz Domínguez que leeremos enseguida las redactó un niño de esta escuela. Su valor no es la precisión histórica, sino la identidad que en ellas encuentra.


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BIOGRAFIA DEL GENERAL GRANADOS* “El general Granados fue una de las personas más ilustres en el municipio de Carichí. Luchó contra el mal gobierno durante la Revolución Mexicana. Defendió los derechos y combatió la injusticia que existía en esa época. Es nativo de Carichí. Siendo hijo de doña Rosario Gutiérrez y del señor don José Orozco (Granados).56 Su casa era hecha de pura cantera de la cual se encuentran pocos restos. Desde muy pequeño manifestó una energía de carácter de valentía. Inició su lucha en el año de 1910 contra los carrancistas57 continuando hasta el año de 1916. Participó formando la escolta de don Francisco Villa. Combatió varios lugares con don Francisco Villa. Combatieron Columbus, E.U., quedando un poco derrotados. Huyeron hacia Chihua­ hua con miles de problemas porque estaba muy nevado y tenían que detenerse para ir quitando la nieve para poder avanzar porque los venían siguiendo. Participó en el ataque de la ciudad de Torreón obteniendo muy buen triunfo. A pesar que las tropas del enemigo carrancista los esperaban en la plaza de la ciudad con muchísimo resguardo. Hubo soldados villistas que lo querían prevenir para que no se acercara hasta que pasara el peligro, pero el valeroso Pancho Villa quiso atacar de inmediato y les dijo con las siguientes palabras: ahora o nunca, y se lanzaron al ataque logrando muy buenos resultados, a pesar que hubo pérdida de vidas de ambas partes. Esta batalla fue bastante sangrienta porque dicen que corría la sangre por las calles como río. El general Granados viajó también a la Ciudad de México en trenes equipados, con caballos, monturas, víveres y sus tropas bien 56 El apellido verdadero es Granados 57 Se refiere al Porfiriato


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equipadas con sus armamentos. Ese viaje fue bastante difícil porque el enemigo les quemaba los puentes y les descomponía las vías del tren, pero a pesar de todo lograron llegar a la ciudad de México. Este viaje a la Ciudad de México fue por causa de la muerte de don Francisco I. Madero para sacar del poder a don Victoriano Huerta, que sí lograron sacarlo. Fue cuando don Francisco Villa se sentó un momento en la silla presidencial pronunciando las siguientes palabras: YO NO DESEO ESTA SILLA SINO LA JUSTICIA DE MÉXICO. Las tropas carrancistas tomaron Carichí en dos ocasiones. La primera vez que entró el enemigo en Carichí todo estaba en calma. Las tropas del general Granados no se encontraban en el lugar. En la casa únicamente se encontraba la esposa del general doña Refugio Orozco, su hija Senobia Granados y su hijo mayor llamado Cruz Granados, que fue el que enfrentó solo el ataque de la tropa de la siguiente manera. Recargado detrás de un árbol de tabachín que se encontraba en el patio y acompañado de carabinas fue disparándoles de dos en dos conforme iban entrando hasta que se le terminó el parque se dieron cuenta que era el hijo del general de tan sólo quince años de edad lo hirieron de muerte. Cuando se dio cuenta el general Francisco Villa lo mandó trasladar de inmediato al lugar más cercano con atención médica que en ese tiempo era Cusihuiriachi. En ese lugar duró quince días, en ese lapso se presentó el general Villa en Cusi llevándole un diploma de general en jefe en caso de que se salvara pero desgraciadamente murió. El joven Cruz Granados se encuentra sepultado en Carichí dentro de la capilla llamada “Capilla de Lourdes”. El segundo ataque a Carichí fue por Elizondo Cavazos58 también carrancista. En esta ocasión sí se encontraba el general Gra58 Por los generales Elizondo y Cavazos.


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nados, pero únicamente con la mamá y la esposa, sus tropas tampoco estaban en el lugar. El general Granados se subió a las azoteas para recibirlos enfrentándolos él solo, les disparaba por los canales y pretiles de las azoteas. La mamá y la esposa de abajo le aventaban el armamento para que siguiera disparando. En ese momento llegaron sus tropas muy a tiempo y lo ayudaron en ese combate. Tomaron presos a los que quedaron vivos y no les quedó más remedio que se volvieron villistas. En el año de 1916 el general Granados fue fusilado en Guerrero por el general Maclovio Herrera.59 En ese mismo lugar se encuentran sus restos. En vida del general sacaron un tesoro muy grande, fue trasladado en una calesa rumbo al panteón para dejarlo a su familia, pero no han podido localizarlo. La gente que observó cuenta que eran barras de oro.

*Nota del autor: Relato escrito por un niño de la Escuela Primaria Oficial de Carichí, Chih., dirigida por el Prof. Enríquez. En consulta hecha a la señora Delfina Vega.

59 Fue fusilado por el general Elizondo.


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BIOGRAFÍA DEL GENERAL CRUZ DOMÍNGUEZ* El general Cruz Domínguez es otra de las personas ilustres de Carichic. También era villista anduvo igualmente luchando por la justicia con el general Granados y el general Francisco Villa. Lo perseguía el enemigo por los cerros de enfrente, rumbo al Yeso, ahí tenía sus escondites. El general Domínguez también era muy rico. Llevó a su esposa al cerro para decirle dónde exactamente le iba a dejar un tesoro, se pusieron de acuerdo dejando una señal y otra señal era derecho a las puertas de la iglesia; pero hubo gente que los estaba escuchando y le robaron el tesoro a la esposa. Cuando fue a dar una vuelta ya estaba escarbado y ya no había nada. Al general Domínguez lo tomaron preso. Al tomarlo preso lo torturaron mucho haciéndolo caminar por braseros de lumbre.

* Nota del autor: Escrito por un niño de la Escuela Primaria Federal “10 de Mayo”, de Carichí, Chih., dirigida por el Prof. Enríquez. En consulta hecha a la señora Delfina Vega.


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NOMBRE DE JESUS CARICHÍ Esta misión fue fundada por Tomás Guadalajara el 9 de noviembre de 1675. Hubo una primera construcción, muy pobre, iniciada entonces y una segunda que estaba en construcción en 1678. Sin embargo, el padre Francisco María Píccolo, quien llegó después de 1683, inició otra iglesia que es el extraordinario edificio actual. El padre Neumann, quien fue el encargado de la misión después del padre Píccolo y hasta su muerte en 1732, reportó que en la nueva construcción había trabajado un maestro, tallando cantera, ayudado por los indígenas. Efectivamente, sabemos que este maestro era Simón de los Santos, constructor de la parroquia de San José del Parral entre 1678 y 1686. Después, estuvo en Carichí, hasta 1698, cuando llegó a Durango para participar en la recons-


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trucción de la catedral. Es el único caso documentado hasta ahora de un maestro constructor en una de las misiones, pero seguramente los hubo en las otras iglesias importantes de los jesuitas. La portada de la iglesia, tallada por Simón de los Santos, es sencilla, con el monograma de Jesús al centro. En la pared del ábside una cruz en relieve dentro de un arco, señala el lugar del altar mayor. La torre que era, por lo menos en parte, de ladrillo, fue reconstruida entre 1940 y 1969. Lo que hace la de iglesia de Carichí un monumento notable y único en su planta de tres naves, separadas por doce columnas de grandes troncos de madera, originalmente pintadas para que aparecieran de piedra. El altar también es de madera y de la misma época. Al ver el interior de la misión, no puede uno dejar de recordar las basílicas paleocristianas de Roma, y es muy posible que Piccolo también habría querido recordarlas, para dar a su iglesia el carácter de esa primera arquitectura cristiano, muy apropiada para la nueva cristiandad tarahumara. Después de la expulsión (de los jesuitas) el cuidado de esta iglesia pasó al clero secular.60

60 Clara Bargellini, Misiones y Presidios de Chihuahua. Pág. 113


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Cruz Domínguez Gamboa con un grupo de revolucionarios de Carichí, Chih.

Julián Granados y su familia


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Generales Cruz Domínguez y Julián Granados

Generales Julián Granados, Macario Orozco y Epitacio Gutiérrez (México, D. F. 1914)


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General Cruz Domínguez Gamboa (vestido de charro), Acompañado de S. Villanueva y del capitán Ramón Urbina en la Cd. de México, D. F. el 8 de enero de 1915)

CRÉDITOS: La fotografía de la portada es propiedad de la Familia del Sr. Victoriano Díaz, historiador de la región. Las otras fotografías de los revolucionarios fueron facilitadas por el Lic. Reydezel Mendoza. Gracias.


Los generales Granados y Domínguez tuvieron una muerte injusta y triste. Pero sus nombres quedaron en la imaginación de la gente... El aporte que los dos generales hicieron a México está más allá de las armas. Ellos comenzaron juntos la revolución y así la terminaron. Su consistencia y lealtad fue admirable. Hoy, muchos jóvenes han descubierto el valor de sus raíces y han creído en sí mismos. Están haciendo la nueva revolución. La Nueva Revolución nace de las cosas simples y cotidianas.


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