Virgen del sol

Page 130

privilegiada. Amaba las cumbres, eran su mejor maestro. Lo habían educado siguiendo su imagen severa, austera y distante, como a la mayoría de los qosqueños. Ahora, desde la piedra en que observaba el titilar de las antorchas del Qosqo, pensaba en Qusi Qoyllur, y desde la altura lo vio claro. Su condición de comandante militar, obtenida por destreza y no por línea sanguínea, hacía imposible ningún tipo de enlace con la hija del Hijo del Sol. Pero si algo había aprendido de la montaña era a perseverar y esperar en la distancia. No desesperaría por extraños y tenaces que fuesen esos nuevos sentimientos que lo abrasaban y le atontaban el conocimiento. —Comandante, la tienda está lista —lo devolvió al mundo un soldado de su guardia. —Tráeme una buena manta, esta noche dormiré en compañía de los Apus. Pasaron el primer día de camino descendiendo la cordillera, para empezar de inmediato a ascender el segundo cinturón de cumbres que protegían al Qosqo. Entre los hombres llegados de las planicies calurosas comenzaron a producirse las primeras bajas. Tupac Yupanqui ordenó el racionamiento de las hojas de coca, porque aquellos hombres las devoraban como único combustible capaz de hacerlos subir entre las piedras y escalones que conformaban el todavía cómodo camino. Los latigazos de sus jefes de escuadrón y el frío intenso comenzaron a mermarlos de forma alarmante. Apenas la mitad de aquellos hombres de piel morena, que se habían desprendido de las sandalias reglamentarias a las primeras de cambio, consiguieron sobrevivir a la primera semana de expedición. El cansancio y la falta de alimentos en las alturas iba dejando un rastro de hombres agotados en los márgenes del camino, mientras la tropa era aclamada allá por donde pasaba. Las gentes de los tambos y pueblos que cruzaban salían a vitorearlos, los agasajaban con comida que les daban en mano a su paso, y hacían sacrificios y ceremonias para facilitarles su misión. Los cadáveres no enterrados por los habitantes de estos pueblos eran sepultados siguiendo un breve rito oficiado por los sacerdotes que cerraban el infinito desfile militar. Las provisiones traídas del Qosqo, la ayuda desinteresada de los pobladores imperiales adeptos al Inca, y la caza que obtenían las patrullas de exploradores, bastaban para mantener a la tropa. Sin contar que casi la mayoría, sobre todo los que habían sido recluta-dos en los altiplanos, había añadido al uniforme reglamentario una bolsa de cuero llena de hojas de coca y ceniza suficientes para sobrevivir un largo mes. En las noches que habían conseguido montar un campamento capaz de albergar a toda la tropa, o en las que habían descansado en un tambo, los hombres


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.