Boletín osar n°27

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5 d. Formar para ser presbiterio: la fraternidad “La vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en su Iglesia. No hay discipulado sin comunión”. (DA 156) “Al igual que las primeras comunidades de cristianos, hoy nos reunimos asiduamente para “escuchar la enseñanza de los apóstoles, vivir unidos y participar en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42). La comunión de la Iglesia se nutre con el Pan de la Palabra de Dios y con el Pan del Cuerpo de Cristo” (DA 158) Por otra parte es ya muy conocida la afirmación de Pastores dabo vobis: ““el ministerio ordenado tiene una ‘radical forma comunitaria’ y puede ser ejercido sólo como ‘una tarea colectiva’. Sobre este carácter de comunión ha hablado largamente el Concilio, examinando claramente la relación del presbítero con el propio obispo, con los demás presbíteros y con los fieles laicos” (PDV 17) Como la lectio divina es la pedagogía ideal para profundizar el encuentro con Cristo y llegar a la docibilitas, lo es también para llegar a la fraternidad cristiana, ya que ésta no se da de cualquier manera, no es una simple filantropía sino que tiene un modo original: cuando dos o más, por la gracia y la oración progresan en la asimilación a Cristo, progresivamente se van identificando con su modo de pensar, sentir y obrar, se encuentran, comienzan a entenderse, salen de la experiencia de Babel y experimentan la experiencia de Pentecostés. Por eso Cristo es el fundamento de la fraternidad cristiana, por eso cuando la fraternidad cristiana no se da, antes de preguntarse por los límites humanos de comunicación hay que preguntarse por la oración. En segundo lugar hay que trabajar el sentido de pertenencia en el nivel humano, cristiano y presbiteral. Nivel humano de la pertenencia Es constatar, darse cuenta que cada persona conoce su identidad, se conoce a sí misma a partir de otro y sobre todo recibiendo amor. En el origen humano del sentido de pertenencia está la experiencia de filiación. Descubrimos por primera vez quiénes somos recibiendo amor de nuestros padres. La primera vez que dijimos “papá” o mamá”, fue expresar la experiencia de recibir amor, de ser hijos. Supimos que éramos hijos porque tuvimos unos padres que nos dieron amor. La propia identidad entonces no se descubre de manera “autista” sino en la apertura a los demás, recibiendo y dando amor. Nivel cristiano de la pertenencia El fundamento de este nivel de pertenencia es el bautismo y la confirmación que nos hacen hijos de Dios. Cuando dos o más crecen en esta dimensión de filiación divina, van comulgando en unos mismos valores, en los valores evangélicos. Nace la fraternidad cristiana, que no tiene origen en la carne y la sangre sino en el Espíritu de Dios. Esta fraternidad es más fuerte que la de los lazos familiares y se manifiesta de manera radical en la vida consagrada, experiencia de dejar la propia familia para vivir la fraternidad cristiana. La fraternidad sacramental de los presbíteros El fundamento ontológico de este nuevo nivel de fraternidad es el sacramento del Orden compartido por dos o más sacerdotes. La ordenación sacerdotal nos hace sacramentalmente hermanos. Esta fraternidad hay que profundizarla por el compartir, el encuentro. Los sacerdotes tenemos, a partir de la gracia sacramental, que aprender a ser amigos, a saber vivir juntos, a trabajar juntos, compartir operativo que se expresa en una pastoral orgánica. Eso se comienza a aprender en el seminario. El seminario tiene que preparar acoger el don de la fraternidad sacramental. II. EL AUTÉNTICO DISCÍPULO ES MISIONERO a. ¿Quién es un buen pastor? Para pensar la formación pastoral de los seminaristas nos podríamos preguntar sobre algunos rasgos del perfil del pastor, quién es un buen pastor y quién no lo es. Cuales son los síntomas de una cosa y la otra. a.1. El buen pastor no es… El buen pastor no es necesariamente el que trabaja mucho pastoralmente, por que la acción es ambigua y a veces sólo es signo de un fuerte personalismo que impide la comunión operativa en una pastoral orgánica. Trabajar mucho a veces es también signo de neurosis, de quién no quiere detenerse a pensar porque tiene problemas existenciales que no sabe como resolver. También suele ser expresión del activismo de quien no sabe detenerse a rezar y a confrontar sus caminos con los de Jesús para no correr en vano. Buen pastor no es necesariamente el que aparentemente reza mucho o ha reducido su ministerio a la liturgia, porque ese estilo de vida puede esconder actitudes de encierro, comodidad, falta de sensibilidad y compromiso para con los problemas de la gente, pereza…


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