Cuaderno 1

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Habían considerado que renegaban de sí mismos si no hubiesen vivido su misión en comunión profunda con este don fundamental que recapitulaba el de ellos. El profetismo se relaciona muchas veces con un don inicial hecho a una persona privilegiada que se convierte en fuente y canal de gracia para originar una vasta corriente profética. La historia de la Iglesia muestra muchos ejemplos, tanto en el pasado como en el presente. Pienso -sin querer ser exhaustivo- en los movimientos contemporáneos como los Cursillos de Cristiandad en España, la Legión de María en Irlanda, los Focolari en Italia, Taizé en Francia, etc. Estas corrientes interpelan a la Iglesia por el acento que pone en valores olvidados o difuminados, por el radicalismo evangélico y apostólico que recuerdan y realizan. En cuanto a la Renovación Carismática actual, nacida en Estados Unidos, es una corriente profética con una doble particularidad. En primer lugar, no se origina en el carisma de una persona concreta. No tiene un fundador: surge de forma casi simultánea y espontánea por el mundo. Por otra parte, por su amplitud y fuerza, representa una «oportunidad» extraordinaria de renovación para la Iglesia, por todas las virtualidades que encierra. A condición de que la Iglesia «institucional» sepa reconocer la gracia de la renovación que ofrece en tantos puntos y que sepa apoyarla guiando su evolución. A condición también de que la renovación sea profundamente eclesial, y evite la trampa de un profetismo marginal y arbitrario, a merced de todos -los falsos profetas y de toda sobrevaloración. Es necesario que nuestros hermanos separados -esencialmente los que pertenecen a las Iglesias Libres- comprendan que para el católico el profetismo no es una vía paralela, sino que debemos vivir este don en simbiosis con el don eclesial que para nosotros es la garantía suprema. Ayer Pedro y los apóstoles, hoy sus sucesores, el Papa y los obispos, recapitulan y autentifican todos los dones particulares que pueden aparecer en la Iglesia. El hecho de que a veces no hayan visto claro no cambia en nada la realidad espiritual. Es a su mismo fundador Jesucristo, a través de Pedro y sus sucesores, a quien los profetas se acercan cuando se acercan a los obispos. Es en una realidad mística donde han de enraizarse, la única que les permitirá dar plenamente el fruto de su propio don profético. Las ramas que no están unidas al tronco no dan el fruto del tronco. No pueden formar más que un matorral al lado del árbol y fragmentar un poco más la Iglesia, que ha sido hecha para ser una. Fe y revelaciones privadas. Hay que señalar que la santidad no se identifica con cierto número de fenómenos periféricos que se encuentran en la vida de los santos: visiones, revelaciones, palabras interiores de Dios. Son fenómenos accesorios que, como tales, no constituyen en modo alguno un test de santidad. Lo mismo ocurre con los carismas, que son dones hechos en primer lugar a la Iglesia, y que no santifican necesariamente a quienes los reciben para la edificación precisamente de la Iglesia en su conjunto. Una tentación sutil lleva fácilmente a concentrar la atención sobre los dones del Espíritu Santo más que sobre el mismo Espíritu Santo, sobre los dones extraordinarios más

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