misery

Page 32

Solo en casa de Annie Wilkes, encerrado en aquella habitación. La distancia entre ese lugar y Denver era cómo la que existía entre el zoológico de Boston y África. Estaba en la cama, mirando al techo, con la garganta seca y el corazón latiendo a toda velocidad. Al cabo de un rato, el reloj de la sala dio las doce y la marea empezó a bajar.

14 Cincuenta y una horas. Lo sabía gracias a la "Flair Fine Liner" que llevaba en el bolsillo en el momento del accidente. La había podido rescatar del suelo. Cada vez que tocaba el reloj, se hacia una marca en el brazo. Cuatro marcas verticales y otra diagonal para cerrar el quinteto. Tenía diez grupos de cinco y uno más cuando ella volvió. Los grupitos, claros al principio, se fueron emborronando cada vez más, a medida que las manos le temblaban. No creía que se le hubiese escapado ni una sola hora. Había dormitado, pero no había dormido. Las campanadas del reloj lo despertaban cada vez que sonaban. Al poco tiempo, había empezado a sentir hambre y sed, incluso a través del dolor. Aquello se convirtió en una especie de carrera de caballos. Al principio, Rey del Dolor llevaba la delantera y Apetito seguía a unos doce cuerpos de distancia. Mucha Sed estaba casi perdido en el polvo. Al amanecer del día siguiente, Apetito empezó a presentarle batalla a Rey del Dolor. Había pasado casi toda la noche dormitando y despertándose empapado de un sudor frío, seguro de que se estaba muriendo. Al poco rato tenía la esperanza de que fuese así. Cualquier cosa para salir de aquello, Nunca había sospechado hasta qué punto podía llegar el dolor. Los pilotes crecieron y crecieron. Podía ver las lapas incrustadas en ellos, descubrió seres ahogados descansando en las hendiduras. Tenían suerte. Para ellos, había terminado el suplicio. Alrededor de las tres, cayó en una crisis de gritos inútiles. Al mediodía siguiente, hora veinticuatro, comprendió que además del dolor de sus piernas y de su pelvis, algo más lo estaba atormentando. Era la carencia. Ese caballo podría llamarse La Venganza del Yonki. Necesitaba las cápsulas por más de un motivo. Pensó en hacer un esfuerzo por salir de la cama; pero el golpe de la caída y la consiguiente escalada de dolor lo disuadían. Podía imaginarlo muy bien... ("¡Tan vivida!") cómo se sentiría todo eso. Podía haberlo intentado de todas maneras, pero ella había cerrado la puerta con llave. ¿Qué podía hacer, aparte de arrastrarse como una babosa y quedarse tendido ante la puerta?


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.