misery

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Sí, claro que podía. El guión del escritor era que Annie aún vivía, aunque entendía que esto era sólo ficción.

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Realmente fue a comer con Charlie Merrill. La conversación fue la misma. Sólo que al entrar en su apartamento, sabía que era la mujer de la limpieza la que había levantado las alfombras y, aunque se cayó y tuvo que contener un grito de terror cuando Annie se alzó como Caín de detrás del sofá, sólo era el gato, un siamés bizco llamado Dumpster que había encontrado el mes anterior en la perrera. Annie no estaba porque Annie no era una diosa sino una loca que le había hecho daño por sus propias e inescrutables razones. Annie había conseguido sacarse de la boca y de la garganta la mayor parte del papel y salió por la ventana mientras Paul dormía drogado. Logró llegar hasta el establo y allí se cayó. Estaba muerta cuando Wicks y McKnight la encontraron; pero no por estrangulación, ni asfixia. Había fallecido a consecuencia de una fractura de cráneo recibida al golpearse con la repisa de la chimenea, cuando resbaló y fue a dar contra ella. Así que, en cierto modo, la había matado la máquina de escribir que Paul había odiado tanto. Pero había hecho planes para él. Esa vez ni siquiera le bastaría el hacha. La habían encontrado fuera de la porqueriza de Misery con una mano alrededor del mango de un serrucho. Todo eso pertenecía, sin embargo, al pasado. Annie Wilkes estaba en su tumba. Pero, como Misery Chastain, descansaba allí inquieta. Él la desenterraba una y otra vez en sus sueños, y en sus fantasías cuando estaba despierto. No se podía matar a una diosa. Se la podía emborrachar temporalmente con bourbon, pero eso era todo. Fue al bar, contempló la botella; luego, volvió a mirar hacia donde estaban las galeradas y las muletas. Le echó una ojeada de adiós a la bebida y volvió a sus cosas.


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