Besar a un ángel - Susan elizabeth phillips

Page 86

Besar a un Ángel SUSAN ELIZABETH PHILLIPS

—No robé el dinero. Alguien me ha tendido una trampa. —Era evidente para Daisy que Sheba estaba detrás de todo eso. Alex tenía que verlo también. —¡No lo he hecho! Tienes que creerme. Las súplicas murieron en los labios de Daisy cuando observó el rígido gesto de su marido y supo que nada lo haría cambiar de opinión. Con una horrible sensación de resignación, le dijo: —No voy a seguir defendiéndome. He dicho la verdad y no voy a decir nada más. —Él se acercó a la silla de enfrente y se sentó. Parecía cansado, pero nada comparable a cómo se sentía ella. —¿Vas a llamar a la policía? —Nosotros resolvemos nuestros problemas. —Es decir, sois juez y parte. —Es mejor así. Se suponía que el circo era un lugar mágico, pero todo lo que ella había encontrado era ira y sospecha. Clavó los ojos en Alex, intentando ver a través de la impenetrable fachada que presentaba. —¿Qué ocurre si te equivocas? —No lo hago. No puedo permitírmelo. Daisy notó la fría certeza en la voz de su marido. Tal arrogancia era una invitación al desastre. Se le puso un nudo en la garganta. Ella le había dicho que no volvería a defenderse, pero aun así se sintió inundada por un tumulto de emociones. Tragando saliva, se quedó mirando las feas y finas cortinas que cubrían las ventanas detrás de Alex. —Yo no robé los doscientos dólares, Alex. Él se levantó y se acercó a la puerta. —Nos enfrentaremos mañana a las consecuencias. No intentes salir de la caravana. Si lo haces, no dudes que te encontraré. Ella oyó aquella voz helada y se preguntó qué clase de castigo le impondría. Sería duro, de eso no tenía la menor duda. Alex abrió la puerta y salió a la noche. Ella oyó el rugido de un tigre y se estremeció.

Cuando Sheba miró los doscientos dólares que Alex le daba, supo que tenía que escapar de allí y, un momento después, aceleraba por la carretera en su Cadillac sin importarle adónde iba; necesitaba celebrar la humillación de Alex en privado. A pesar de todo su orgullo y arrogancia, Alex Markov se había casado con una ladrona. Sólo unas horas antes, cuando Jill Dempsey le había dicho que Alex se había casado, Sheba se había querido morir. Había podido tolerar el horrible recuerdo del día en que perdió el orgullo, cuando se rebajó delante de él, porque había sabido que Alex nunca se casaría con otra. ¿Cómo iba a encontrar a una mujer que le comprendiera como lo hacía

Escaneado por PACI – Corregido por Mara Adilén

Página 86


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.