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Introducción

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16demayo2023

16demayo2023

No sé por dónde comenzar y a la vez siento que decir eso es el comienzo más trillado, uno en el que encontrar un pretexto para arrancar lo que creo puede ser una larga conversación que no dura lo de un máster. Y tal vez ese sea un buen punto de partida, la idea de que este proceso será uno que me abra ventanas a nuevas experiencias y encuentros con la vida, donde a través de la pintura pueda seguir construyendo y representando diversidad de realidades.

Esta experiencia tiene dos raíces, dos razones de ser. La primera es, indudablemente, conocer el primer mundo, conocer de dónde sale todo lo que me ha educado, los cuadros que he visto, las historias que he oído. Me enseñaron el león, la jirafa y el elefante, antes que el jaguar o la anaconda o tal vez la rana. Mi educación fue una educación construida desde lo propuesto por occidente y yo como colombiano medio soy reflejo de eso, de una colonización normalizada dónde todo se absorbe sin formular preguntas, sin cuestionarse el cómo o el dónde o el por qué.

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La segunda razón por la que busque venir al primer mundo y en especial al País Vasco es su territorio, su geografía, su historia y cultura, algo que de algún modo reconozco y ahora comprendo por qué me resulta cercano. La historia de mi familia materna me lleva de vuelta a un territorio parecido, el Valle de Tenza, lugar de montañas, de ríos encañonados, de personas con rasgos comunes. Mi abuelo, de hecho, era un hombre blanco de ojos más bien claros y de contextura grande, rasgos que veo en este lugar. Tal vez el origen de parte de mi familia se encuentre en lugares como estos y eso ya, de por sí, justifica el viaje.

Me postulo entonces, como un visitante del tercer mundo que busca a través de su mirada entender lo que vieron los pintores que construyeron las escuelas de las cuales hago parte, quiéralo o no, las escuelas pictóricas del lado occidental del mundo y que espera encontrar con ello, nuevos caminos para avanzar en la construcción de mi propio paisaje.

Paisaje social: La vida

Paisaje social, aquél que está determinado por constructos sociales como raza, género, posición económica, espacios determinados por medio de ordenación territorial, el paisaje sobre el que transcurre la vida y que me lleva a enfrentarme por primera vez al lienzo blanco en tierras vascas.

La selva, ¡qué extraño! (es lo primero que pensé en el momento en que comencé a trabajar en este máster). Extraño porque soy de ciudad, por que todo mi trabajo siempre gira en torno a los fenómenos sociales (como la ruina), que permean mi obra y mi labor como docente, alimentándose entre ellos, generando conexiones y preguntas que reverberan en la imaginación y en la práctica pictórica

Continúo pensando: ¿por qué la selva? Tal vez porque otra parte de mi familia vive allí, en el Amazonas, tal vez por las experiencias particulares o profesionales que me marcaron, o tal vez por que este espacio en el que habito ahora, es todo lo contrario a esa selva. Aquí todo está sistematizado, ordenado, configurado de una manera racional, allá el aparente azar, el aparente caos, lo “ordena” todo.

La selva también puede ser la representación arquetípica del lugar de donde provengo: colombiano es sinónimo de tropical y esta última pasa por sinónimo de mexicano, por ende todos somos mexicanos. Para la muestra “millones de botones”, pero un ejemplo basta: la última película de Disney (Encanto), en la que se muestra una cultura diversa, multiétnica y pluricultural como algo plano y genérico, porque allí, por debajo del río Bravo que divide América del Norte del resto del continente (aunque algunos crean que América termina en esa ribera), somos todos lo mismo (con palabras inconscientes e ignorantes de una compañera), es decir, unos putos negros.

Hubo un día en los lejanos días, en un viaje nunca repetido para mi pesar, nos encontramoslosmexicanosyyo,juntoalatorreEiffelesperandosubirenelascensor. Deprontounasjóvenesespañolassedanvueltasorprendidasporqueestaspersonas detrássuyohablanespañol,seinteresanensaberdedóndevenimosysesorprenden aúnmásdesaberqueenMéxicosehableespañol.Cargamossobrenuestroshombros conlapena,yprobablementelamaravilla,dehabernoshechoinvisibles.

Divago, me desvío, pero la selva y su humedad, sus sonidos, me tocan, me tocan sus recuerdos y aquí, al otro lado del mundo, son más intensos.

Agarro unas fotos de archivo que cargo conmigo de ese tiempo en que fui docente en Vaupés, en la Amazonia Colombiana, y comienzo a pintar tomando como referente una de esas imágenes. Quiero hacerla lo más parecida o cercana a ella misma, guardando la distancia que el gesto de mi mano me permite, pero entiendo y soy consciente que el hiperrealismo no es lo mío. Lo mío es algo más fluido, está mediado por mi mano y mi ojo, pero también por mi escuela y el lugar al que pertenezco.

La necesidad de una representación figurativa es una incidencia casi obscena, por ser más real que lo real, pero esto ya está guardado para otros lenguajes como los digitales, donde la inmediatez y la eficacia son sinónimos de calidad que asombran a cualquiera, que nos ciega con destellos de realidad.

Continuó pintando, pensando en una grisalla, preparo un tono muy suave que me permita abordar los primeros trazos de la imagen, algo que me anima a comenzar de inmediato. También, Descubro el papel para óleo (que es esta maravilla) listo para usarse. Pongo las primeras pinceladas y todo fluye con naturalidad, me emociono y suelto mi mano. Repito pinceladas con distintos ritmos, tamaños, direcciones, trato de que todo, en su diferencia, sea homogéneo (¿emulando a Disney?), casi como coordinando. Encuentro una noticia sobre Colombia: el presidente colombiano ha dado un discurso en las Naciones Unidas y sus palabras han provocado revuelo; tengo que verlo, paró de pintar y de inmediato lo busco.

Y entre todas sus palabras, que duraron 19 minutos, encontré unas que retumbaron en mi cabeza por el momento, porque hablan del país, de su actualidad:

Allí hay una explosión de vida. Miles de especies multicolores en los mares, en los cielos,enlastierras...vengodelatierradelasmariposasamarillasydelamagia.

Allíenlasmontañasyvallesdetodoslosverdes,nosolobajanlasaguasabundantes, bajantambiénlostorrentesdelasangre.Vengodeunpaísdebellezaensangrentada.3

Sin adentrarme mucho en lo político, pienso en estas selvas que estoy pintando, selvas rojas, no hay ninguna reflexión, quiero pintar selvas rojas, selvas de sangre. Pinto una, dos, no son rojas sangre, más bien magentas y provocan ternura, ni miedo, ni soledad, ni ese frío que nos atrapa y esa sensación de ser algo efímero en este vasto espacio que es la Amazonía, un lugar atiborrado de vida que nos supera, incluso en nuestra imaginación.

Un solo color en todas sus tonalidades. Un degradado que me permite jugar con la forma y la luz, todo está claro, eso lo sé hacer.

Me alejo del cuadro, respiro y recorro el espacio y empiezo como un intruso a observar lo que hacen el resto de compañeros. La intriga me impulsa a preguntar por quiénes son, de dónde vienen, pero lo que más me sorprende es esta diversidad aparente que da la primera impresión, donde todo aún no se ajusta y el cerebro lo está organizando. Infinidad de colores que invaden el espacio, formas manchas, cóncavo, convexo, un sinfín de recursos.

Regreso y continúo con estos paisajes selváticos, no puedo alejar la sensación de la selva, del sonido del río, del poder de la naturaleza. Esta extrañeza se convierte en imágenes. Pintó alrededor de unas cuatro o cinco obras dedicadas a este tema, sin embargo siguen siendo inertes, no logró capturar esa magia. Aunque a mis compañeros, poco acostumbrados a este territorio, les llama la atención lo representado, pero solo por el hecho de lo desconocido, porque a nivel de imagen o de construcción, les sabe a poco (ya que es una simple representación de la foto).

¿Qué es en últimas esta representación? Algo que se sale de mi cabeza por momentos, casi que con la misma intención de atrapar el instante, pero desde la lejanía en espacio y tiempo. Y esa distancia me hace pensar mucho. Pienso en la forma en que se configuran las relaciones sociales.

En la selva, cuando fui enviado por el Ministerio de Educación, representé al hombre blanco que trae el desarrollo, el dinero, el aparente progreso. Allá, el color de mi piel determina cómo me ubico. Pero aquí, en el País Vasco, dejó de tener esa posición y pasó a la margen opuesta, a la del migrante moreno.

El pasaporte me dio la entrada a este lugar y también será el que me abra las puertas de regreso a mi país. El pasaporte es, en últimas, ese objeto que representa el territorio y lo determina desde las prácticas políticas: garantiza el estar, el irse, el volver; puede permitir o eliminar el libre tránsito de las personas por el territorio, incluso al punto de no poder imaginar la posibilidad de recorrer este vasto mundo.

Nunca había pensado en este objeto como un elemento básico y necesario para recorrer el paisaje de mi vida y tampoco había pensado en lo que significa el pasaporte colombiano en este mundo de relaciones sociales y económicas que nos llenaron el planeta de fronteras reales y custodiadas, pero también imaginarias.

Las fronteras son múltiples y los muros que nos cercan, no solo son físicos. Mi representación del mundo y del paisaje, está permeado por esos límites que me hacen preguntarme ¿en últimas, cuál es el límite entre una idea u otra?

Tu pasaporte define lo que conoces, el acceso que tienes a la información y a los privilegios o a las carencias, tu pasaporte en últimas determina que tengas unas comodidades básicas y dignas para transitar y habitar, o que no puedas pasar de la puerta imaginaria que es la frontera y fallezcas en medio del mar, en la nada, en la desesperación para encontrar un lugar donde se nos permita ser.

En su aspecto más simple, el pasaporte tal y como lo conocemos, es la evolución de un documento que nos autoriza a pasar de un lugar a otro, y esto ya determina nuestra forma de relacionarnos con nuestro entorno y con la historia (ya en la Edad Media europea, existían las cartas de paso que autorizaban o no, el transitar por un reino, por las tierras de un señor, por un territorio).

Y estas líneas imaginarias, representación de la realidad geográfica o social, enmarcan la producción propia. En este momento no solo el territorio se presenta como un fenómeno diferente, sino las mismas posibilidades de representación cambian, son otras. No es posible representar lo que no conozco, no es posible pintar el paisaje sin transitarlo, y eso es lo que sigo intentando hacer: recorrer el paisaje de mi vida para traspasarlo en arquetipos pictóricos.

Paisaje pictórico: ¿Romántico yo…?

Travelling

Cuando este recorrido dio inicio, comenzó conmigo deslizándome sobre la tabla, entre buses de transporte urbano, carros y motos, mientras iba reconociendo el lugar que habitaba y que me permitía construir una imagen de la ciudad. Con la tabla, no solo me desplazaba hasta las aulas universitarias donde cursaba Artes Plásticas, también exploraba y reconocía el espacio urbano que habitaba, y hacía parte de los “parches” {peña} de skates que se tomaban las plazas de la ciudad para desafiarse a lograr el salto deseado. La visión de la ciudad desde el skate daba una perspectiva, pero también una velocidad en el desplazamiento.

Bogotá estaba, en ese momento como ahora, compuesta de una mezcla de estilos, en los que se podían reconocer las distintas épocas de construcción a través de su arquitectura, pero también se reconocían los espacios en ruinas. No era extraño encontrar los despojos de una casa venida abajo en la calle o abandonados en un potrero; tampoco era raro encontrarse con el edificio que tuvo un momento de gloria y que con el paso del tiempo y la transformación de los usos del espacio urbano, mostraba las huellas del deterioro y el abandono.

Con los días, esas imágenes fueron alimentando mi proceso creativo y empezaron a verse reflejadas en mis primeros trabajos. La ruina era elemento central de todo lo que pintaba y lo que estampaba en grabados. Pero no solo era la ruina del presente que habitaba, también la del pasado de la ciudad y de momentos definitivos en su historia, como el 9 de abril de 1948, fecha en que ocurrió el llamado “Bogotazo”: una rebelión sin precedentes en la capital, por la muerte del líder político Jorge Eliecer Gaitán, la “esperanza del cambio”.

En esas andaba cuando ocurrió un evento definitivo para mi vida: una lesión de ligamentos en una rodilla me llevó a una sala de cirugía y tuve que abandonar el skateboarding.

Luego de la recuperación y con el paso del tiempo, la bicicleta se convirtió en mi medio de transporte habitual y con él, mi campo visual se transformó. Las calles, plazas y recovecos urbanos que son los lugares de todos los días para un skate, fueron desplazados. La bicicleta te obliga a hacer otros recorridos, a buscar otros lugares por donde andar y genera la necesidad de avanzar hacia la carretera. La bicicleta necesita el espacio abierto, un espacio expandido donde la órbita de la ciudad se desvanece y se abre la mirada, para intentar comprender en alguna medida, la magnitud del entorno.

Cambio de ruta

A partir de ese momento, los recorridos se ampliaron cada vez más fuera de la ciudad y el proceso personal como creador se fue transformando, y coincidió con el cambio de visión de las ruinas y los fragmentos de ciudad abatidos por el tiempo.

De pronto, una capa de pintura y una nueva mirada, convirtió a la ruina en algo “cool”. La necesidad del mundo del mercado de abarcarlo todo, terminó absorbiendo y volviendo estético el deterioro, la ruina: de repente un apartamento (piso) tipo “loft”, donde las paredes y objetos deteriorados adquieren un valor de uso y se convierten en algo deseable y rentable, impulsa el mercado… o el mercado impulsa la estetización de lo precario. Pero no cualquier precario, sino un precario intencional, un precario que no resulta de la carencia, sino del poder adquisitivo.

Lo que en apariencia reivindica la “ruina”, esconde la gentrificación de los centros urbanos.

La precarización de la vida se estetiza, aparentemente las cosas ya no se arreglan porque se prefiere un acabado “rústico”, “industrial”, en realidad la capa de pintura resulta ser un velo que nos impide ver lo que se encuentra en el fondo. Como Betty la fea, famosa telenovela hecha en mi país, que poco tiene de fea pero se vende como tal, como las rasgaduras en la ropa tan vigentes hoy: la ruina tratada, reconfigurada y procesada, se vuelve objeto de consumo.

Pero eso era lo que pasaba y lo que pasa en el mundo de lo privado, en lo público, en lo colectivo, el mundo se deshacía en pedazos. Y ese fue mi planteamiento en mi obra, tesis de pregrado, una obra que se tituló “Fragmentos de realidad”, ubicada en un amplio salón donde habitualmente funcionaba un taller para estudiantes de Bellas Artes.

Allí compuse un enorme vacío, donde las ventanas bloqueadas con estructuras compuestas de pedazos de tabla -ruinas-, impedían la vista del entorno del edificio y concentraba la mirada en el centro vacío y ruinoso, porque era el proceso que sufría en ese momento la facultad y la universidad: se estaban viniendo abajo por el abandono y la falta de recursos, las grietas aparecían por todos lados, y ninguna capa de pintura blanca lograba encubrir esa realidad. Aquí nadie podia encubrir la ruina ni la podía convertir en algo deseable y esa era mi denuncia.

Cuando el objeto de la denuncia se convierte en objeto de admiración y de comercio, la mirada cambia, y también la manera en la cual uno lo enfrenta. Y por eso no me resulta extraño ahora, con el visor puesto en el pasado, que el foco de mi mirada se haya desplazado y se haya transformado también.

Fragmentos de historia, fragmentos de paisaje

Poco a poco y a la par con mi andar por el afuera, con los recorridos en la bicicleta, mi mirada dejó de posarse en el fragmento roto de ciudad, ahora veía el paisaje. Y el paisaje como un fragmento de un todo, igual que la ruina, pero también como una composición de fragmentos.

A principios del siglo XIX, de la mano de artistas viajeros y hombres de ciencia como Alexander Von Humboldt, el paisaje deja de ser ese lugar organizado, armónico y lleno de información por recorrer, para convertirse en una nueva experiencia sensorial. El paisaje cobra vida por sí mismo y se convierte en una expresión estética y filosófica del territorio, cada uno con su particularidad.

Así, a la par con esos viajeros románticos europeos de la primera mitad del siglo XIX, me empiezo a plantar frente al paisaje: lo miro, lo contemplo, lo exploro y lo trabajo en mi pintura. De la estética de la ruina, que ha naturalizado lo descompuesto y fragmentado sin remedio, me traslado a la estética del paisaje, orgánico, donde el fragmento hace parte de una composición, de un todo.

De la monocromía que tiene la ruina original, antes de la capa de pintura decorativa, me traslado a la policromía del paisaje.

En esta nueva apuesta, la intención es clara: usar el recorrido como la base de la experimentación, de la experiencia del conocimiento, pero también como el principio que alimenta mi creación y lo que enseño. Porque en ese momento son esos dos los ejes fundamentales de mi trasegar con el arte y la pintura: continúo en proceso de formación, pero también soy formador. Aprendo y enseño, y con ese hacer a mis espaldas, parto.

El primer mundo

La primera impresión: es más húmedo de lo que esperaba.

La segunda: encuentro un taxista acomedido, amable.

Lo que más impresiona es el olor. Todo cambia a partir de este sentido, del oler, es el primer impacto; luego la mirada, pero con una sensación de ceguera (con tanto cambio en el entorno, no alcanzo a reaccionar a los detalles pequeños).

Prendo la televisión, quiero ver, escuchar un canal vasco. Después de un momento lo logro, corro de inmediato a desempacar la bici compañera de viaje. Esta es la primera vez para ella fuera de nuestro territorio, de nuestra geografía.

Inflar neumáticos, cuadrar cambios, ajustar pedales y timón, me encuentro preparado y desciendo en el elevador que me indica el nivel primero en euskara y luego en castellano (esto me recuerda la TV, la he dejado prendida, tal vez no).

Primer nivel, un recibidor muy pijo y a la moda, espacio para trabajar y demás, sillas sobrias, pero suntuosas, madera y metal, todo con acabados de lo mejor. Puerta giratoria y fugas.

Estoy afuera, tomo aire, enchoclo las calas y comienzo a pedalear los primeros metros. Recuerdo que de refilón, unas cuadras más abajo, vi el estadio San Mamés. Fue imposible no fijarme en él, decido tomar rumbo hacia allá. Llego a la ría (río Nervión). A la altura de Deusto veo un carril bici, sobre el andén (bidegorri). Ya empiezo a aprender términos claves para moverme en la bici, porque tengo claro que la mayoría del tiempo, me transportaré con ella. Tomo el carril bici, paso por el puente de Euskalduna y desembocó de inmediato en la margen izquierda. Las flechas y señalizaciones me marcan la ruta, una grúa y algunos barcos llaman mi atención, esto evidencia de antemano la cultura del lugar, el mar huele por el camino. Continúo por está ruta roja, comienzo a tomar más velocidad y me percato de la hora: las 19:40, inmediatamente pienso que Colombia, a esta hora, ya está en oscuridad total.

Paisaje fragmentado: El devenir

Me interesa lo que les interesaba a los viajeros del siglo XIX: redescubrir el mundo y la naturaleza, a través de los recorridos que hago y en ese sentido va también mi propuesta hacía el futuro. Quiero pintar mi paisaje, pero también quiero transmitirles a mis jóvenes estudiantes, que en la exploración de su propio paisaje (rural o urbano) están la experiencia, el conocimiento y la construcción de su propia visión del mundo, sea esta estética, cultural, ética, política...

Y es por ello que surge la necesidad de alimentar este proceso con nuevos paisajes y nuevos recorridos, que permitan ampliar el trabajo creativo y profundizar en el proceso formativo.

Me paro en este punto para abrir la mirada y proyectarla hacia otros mundos posibles. Como el viajero de hace casi doscientos años, fijo el punto de visión en redescubrir un nuevo paisaje, el del llamado “nuevo mundo”; me propongo ser un viajero posmoderno, un viajero en tiempos líquidos y volátiles, que desde su bicicleta se pregunta cómo se construyó ese paisaje, ese fragmento del todo que observo.

Estoy determinado a reconocer el territorio que habito en el momento, cualesquiera que sea el territorio y el momento, y descubrir cada rincón desde la mirada que es fruto del andar. La bicicleta me permite y me permitirá indagar y adentrarme en cada configuración del territorio, en cada suceso, en cada constructo social y en cada persona, llenando la memoria y cargándola de imágenes fragmentadas. Cada pestañeo de mis ojos me permitirá agregar detalles que tomarán luego forma en mi memoria, en mi forma de pintar, en mi forma de atrapar las imágenes en el cuadro.

Pero no será ya solamente el representar imágenes, será un hacer complejo en el que al superponer capas de óleo, se constituya una nueva realidad sobre el lienzo. Una realidad también representada en los espacios vacíos, en las fronteras que determinan el espacio y que son parte fundamental de nuestros propios imaginarios.

Walter Benjamin en “Tesis de la filosofía de la Historia”, relaciona la construcción de la historia con una montaña de escombros donde cada fragmento representa un pedazo de esa historia, pero al mismo tiempo señala cómo en esa acumulación quedan ocultos segmentos o simplemente pierden su estructura y desaparecen, dando paso a nuevas realidades: realidades fragmentarias escogidas por nuestros propios intereses, algo que para mi puede ser fundamental, para el otro ya puede ser olvido.

Mis cuadros, por ahora, buscan representar esta acumulación, el abarrotamiento de información que nos construye, velos que impiden ver el todo y solo dejan fijar la mirada en fragmentos, en pedazos, en instantes.

Imposible olvidar nuestro paisaje más cotidiano, la pantalla del dispositivo y que en un texto de 1996, Arthur C. Danto ya relacionaba con ciertas prácticas de la pintura occidental:

Corazón de Jesús en vos confío de Luis Gordillo, con su disposición de paneles virtuales,tienelasintaxisylapresenciadeunretabloconpredela,aunquetambiénse puedevercomoundibujosobrelaimagineríadelmonitorcorrientedeunWindows, que ha llegado a ser un objeto visual familiar en el mundo contemporáneo y, por ende,implicaunaterceradimensióno,cuandomenos,generaasualrededorloque Stelladenominóunespaciodetrabajo.2

En un tiempo en que el flujo de imágenes es tan contundente y vasto que avasalla, mi pintura pretende ser denuncia otra vez de un hecho, que lleve a pensar en la necesidad de recuperar la contemplación del paisaje y revalorar los espacios recorridos.

Por ello las composiciones acumulativas, las construcciones descompuestas, las imágenes que se sobreponen una sobre otra, que borran o resaltan la evidencia de lo ya existente tras el velo de muchos colores, olores, sensaciones.

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