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La democracia

09/06/2013 El conflicto suscitado en Turquía, parece haber desatado una vieja discusión en el seno de la izquierda, que hace perder la cabeza a más de uno: La Democracia

La democracia es como la vida, se acepta o no se acepta, se admite estar vivos o se pone en práctica la eutanasia, no parece haber término medio, o es blanca o es negra. Ahora bien, democracias hay muchas, Pinochet, emuló a su admirado Franco con una democracia orgánica, Franco gozó del reconocimiento internacional y la homologación de Eisenhower por su democracia orgánica, incluso Hitler llegó al poder gracias a la democracia. La democracia a lo largo de los siglos ha sufrido una metamorfosis sorprendente, desde sus orígenes, la democracia sólo era practicable por los ciudadanos libres, es decir que los esclavos no ejercían la democracia. Las mujeres y los negros, ejercieron la democracia a partir del siglo XX y si le preguntamos a Nelson Mandela, nos dirá que a finales del siglo XX se pudo hablar de igualdad de derechos raciales. En muchos de los países considerados o admitidos como democracias, no existe libertad religiosa, igualdad de derechos

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para hombres y mujeres, libertad sexual… o tal vez seamos tan olvidadizos que el pensamiento global, la ideología dominante o la hegemonía, no nos deje ver la realidad. La libertad de manifestación, la libertad de expresión, no deben estar reñidas con la democracia, una cosa es manifestarse libremente en la calle y otra bien distinta los resultados en las urnas. Y es este el terrible juego, la temible ruleta rusa, a la que se enfrentan todos aquellos que aceptan el juego democrático, asumir, aceptar, tragar, con el derecho del discrepante a manifestarse y protestar contra la mayoría.

La democracia o se acepta o se desprecia

En eso consiste el juego, esas son las reglas para, la izquierda o la derecha, para turcos, americanos o venezolanos, es lo que hay. Y ahí no caben escusas, o se acepta el juego o se rompe la baraja, y el que no respeta las reglas del juego se expone al escarnio de los demás. Al enemigo hay que combatirlo desde todos los frentes, desde la calle con manifestaciones, en los medios con ideas y opiniones, para desmontar su pensamiento hegemónico, único y dominante y desde las urnas con el voto.

No valen las abstenciones pasivas, ni el pasar de la política, no valen las actitudes individualistas y el mesianismo, hay que tomar partido y organizarse, hay que ampliar la participación democrática, hay que expresar libremente lo que se piensa y después actuar en consecuencia. Pueden vencer en las urnas, pueden ser mayoría con los votos, pero no pueden prohibir la discrepancia y el derecho a disentir. En democracia, las minorías son tan importantes como las mayorías, ya que una no tiene razón sin la otra. La cuestión está en si se es capaz de aceptar la existencia de ambas, el respeto de ambas, su legitimidad y su derecho a existir. A las minorías se les calla fácilmente desde el pensamiento único, desde los aparatos ideológicos del Estado y desde la hegemonía. Hay que releer a Gramsci.