revista cacharros 8y9

Page 104

Cacharro(s) 8/9

ropa no. Está en los zapatos. O en un sombrero. O en unos guantes. Coges a una persona que se acaba de morir. Pones su sombreo, sus guantes y sus zapatos en la cama, y los miras, y te puedes volver loco. No lo hagáis. De todos modos, ellos ahora saben algo que tú no sabes. Tal vez. Hoy ha sido el último día de carreras. He apostado en las apuestas entre hipódromos, en Hollywood Park, por Fairplex Park. He apostado en las 13 carreras. He tenido un día de suerte. Salí totalmente refrescado y reforzado. Ni siquiera me he aburrido allí hoy. Me sentía lleno de energía, conectado. Cuando estás arriba, es cojonudo. Te das cuenta de cosas. Volviendo en el coche, por ejemplo, te fijas en el volante. El salpicadero. Te da la sensación de que estás en una maldita nave espacial. Zigzagueas entre el tráfico, con pericia, no con zafiedad; calibrando las distancias y las velocidades. Tonterías. Pero hoy no. Estás arriba y sigues arriba. Qué extraño. Pero no intentas resistirte. Porque sabes que no va a durar. Mañana no hay carreras. Las de Oaktree son el 2 de octubre. Las carreras se suceden sin parar, corren miles de caballos. Es algo tan ponderado como las mareas, y parte de ellas. Hasta sorprendí al coche de la poli, siguiéndome por la Harbor Freeway en dirección sur. A tiempo. Reduje a 95. De repente, el poli se me descolgó. Me mantuve a 95. Casi me había sorprendido a 120. Odian los Acuras. Me mantuve a 95. Durante 5 minutos. El poli me adelantó a 140. Adiós, amigo. Odio las multas, como todo el mundo. Tienes que usar continuamente el espejo retrovisor. Es sencillo. Pero al final te acaban pillando. Y cuando lo hagan, ya puedes alegrarte de no estar borracho o colocado. Si es que no lo estás. En cualquier caso, ya tengo el título. Y ahora estoy aquí arriba con el Macintosh, y tengo este maravilloso espacio delante de mí. Suena una música terrible en la radio, pero no se puede esperar un 100% todos los días. Si consigues un 51, has ganado. Hoy ha sido un 97. Veo que Mailer ha escrito otra enorme novela sobre la CIA y etc. Norman es un escritor profesional. Una vez le preguntó a mi mujer: “A Hank no le gusta lo que escribo, ¿verdad?” Norman, a pocos escritores les gustan las obras de otros escritores. Sólo les gustan cuando están muertos, o si llevan mucho tiempo muertos. A los escritores sólo les gusta olisquear sus propios zurullos. Yo soy uno de ésos. A mí ni siquiera me gusta hablar con escritores, mirarles, o —peor todavía— escucharles. Y lo peor es beber con ellos; se babean de arriba abajo, son realmente patéticos, parece que anden buscando el ala protectora de su madre. Prefiero pensar en la muerte que en escritores. Mucho más agradable. Voy a apagar la radio. Los compositores a veces también la cagan. Si tuviera que hablar con alguien creo que preferiría, con mucho, a un técnico de ordenadores o al director de una funeraria. Bebiendo o sin beber. A poder ser, bebiendo.

02/10/91; a las 23.03 h. La muerte les llega a los que esperan y a los que no. Un día hirviente hoy, un día hirviente y estúpido. Salí de Correos y el coche no me arrancaba. Bueno, yo soy un buen ciudadano. Pertenezco a una asociación de ayuda en carretera. De modo que necesitaba un teléfono. Hace cuarenta años había teléfonos en todas partes. Teléfonos y relojes. Siempre podías mirar a algún sitio y ver la hora que era. Eso se acabó. Ya no te dan la hora gratis. Y los teléfonos públicos están desapareciendo. Seguí mis instintos. Entré en Correos, bajé por las escaleras y allí, en un rincón oscuro, solitario y sin anunciar, había un teléfono. Un pegajoso y sucio y oscuro teléfono. No había otro en tres kilómetros a la redonda. Sabía cómo manejar un teléfono. Tal vez. Información. Oí la voz de la operadora y me sentí a salvo. Era una voz tranquila y aburrida, que me preguntó qué ciudad quería. Le di el nombre de la ciudad y de la asociación de ayuda en carretera. (Tienes que saber cómo hacer todas estas pequeñas cosas, y tienes que hacerlas una y otra vez, o estás muerto. Muerto en la calle. Ni atendido ni deseado.) La señorita me dio un número, pero era el número equivocado. Era el del departamento comercial. Luego me pusieron con el taller. Una voz viril, relajada, cansada pero combativa. Estupendo. Le di la información. “30 minutos”, me dijo. Volví al coche, abrí una carta. Era un poema. Dios. Hablaba de mí. Y de él. Nos habíamos cruzado, al parecer, un par de veces, hacía unos 15 años. Él me había publicado también en su revista. Yo era un gran poeta, decía, pero bebía. Y había vivido una vida miserable y arrastrada. Ahora los poetas jóvenes bebían y vivían vidas miserables y arrastradas, porque creían que así era como se hacía. Además, yo había atacado a otras personas en mis poemas, incluyéndole a él. Y me había imaginado que él había escrito poemas nada halagadores sobre mí. No era cierto. Él era en realidad una buena

104


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.