Tras las huellas de Herminio

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LAS HUELLAS DE HERMINIO Un reportaje de PATRICIA REGUERO RÍOS y OLMO GONZÁLEZ


LAS HUELLAS Texto: PATRICIA REGUERO RÍOS Fotografías: OLMO GONZÁLEZ y archivo de la familia Ríos


DE HERMINIO Herminio trabajó más de veinte años en Alemania, un país al que llegó en los sesenta tras la firma de un convenio de inmigración que permitió al régimen de Franco rebajar el paro y a Alemania cubrir servicios y puestos de trabajo en su entonces boyante economía. Le pedí a mi abuelo que me contara su historia. Viajé con él a Hannover, la ciudad a la que llegó respondiendo a la llamada de los marcos alemanes. Quiero escribir su historia de sacrificio, olvido, tenacidad. La historia de su amistad con Klaus, el hombre que le alquiló una vivienda y que le felicita cada año por su cumpleaños. La historia de esas maletas llenas de las sobras del milagro alemán con las que mi abuelo cargaba cada mes de agosto para abrir de noche, en la cocina.


Maqueta de la cidad de Hannover en el Ayuntamiento

PRÓLOGO: Por algún sitio hay que empezar

“Cuando llegue, todos, firmes como una vela”, nos decía mi madre a los niños antes de que viniera mi abuelo

En enero de 2010 le pedí a mi abuelo que viajáramos los dos a Hannover. Yo sabía pocas cosas: que mi abuelo emigró a Alemania, que vivió allí (o, más bien, trabajó) veinte años, que le veía en el mes de agosto y que siempre venía con muchas maletas, maletas que abríamos en la cocina de la casa de Renedo de Valderaduey, en León, donde, por la noche, tras la cena, repartíamos ropa, carteras, relojes y, muchas veces, bicicletas que aún conservamos. No sabía nada de economía, relaciones hispano alemanas, crisis del campo o dictaduras. Mi prima Jimena y yo nos peleamos un año por una cartera roja. Tengo mala memoria y la recuerdo, entre otras cosas, porque la cartera sigue en un cajón de la casa del pueblo del que salió mi abuelo

en 1966. No recuerdo peleas por las bicicletas, que mi abuelo traía cada año. Sí recuerdo a mi madre, poniéndose seria con mis primos, mi hermano y conmigo, un día antes de que mi abuelo llegara al pueblo. “Cuando llegue, todos firmes como una vela”, decía, seria, mientras nos advertía de que hablar durante el Telediario no quedaría impune. Mi abuelo, supongo, ya vendría de camino mientras mi madre decía estas palabras que recuerdo como si las hubiera repetido año tras año. Cumplidos los 86, le pedí a mi abuelo que repitiera conmigo el camino de la emigración, un camino que había hecho de regreso en 1988 y que no había repetido desde entonces. Salimos de Madrid el 28 de enero.


Primera escala: mi abuelo sale del primer avi贸n, que llega con retraso a Zurich por el temporal de nieve


Herminio lee una de las páginas en las que explica por qué emigró, en el aeropuerto de Zurich

EL VIAJE Cuatro folios por las dos caras

Mi tío Enrique dice que Herminio lleva dos días encerrado respondiendo a unas preguntas que le envié

Me ha costado convencer a mi abuelo de que haga este viaje, pero lo he conseguido. He sacado los billetes de avión en cuando me ha dicho que sí, por si vuelve a echarse atrás. Nos vamos del 28 de enero al 1 de febrero. Le he pedido que me cuente su vida, para ir recopilando material. Dice mi tío Enrique que lleva dos días encerrado en una habitación, lápiz en mano, contestando a unas preguntas que le envié. La letra de mi abuelo es caligráfica. Aunque escribe a lápiz no borra, tacha. A las ‘tés’ les pone un enorme palo que abarca tres caracteres. Es una letra limpia, en unas líneas rectas, con unas mayúsculas majestuosas. Una letra esforzada que rebosa en unos folios amarillentos con un encabezamiento en alemán: ‘Speisekarte’.

La historia que quiero contar empieza en mayo de 1966, aunque yo no sepa por dónde empezar a escribirla. Mi abuelo, Herminio Ríos Fernández, salió de su pueblo ese año, un 11 de mayo. Tenía 43 años, esposa y seis hijos. Antes había pasado varias revisiones médicas en León y, tras acreditar que podía trabajar y que tenía todos los dientes, los inspectores le dieron a firmar un contrato para trabajar por un año en la ciudad de Hannover, en servicios municipales. Salió del pueblo cargando una enorme maleta con un palo apoyado al hombro. Así y en compañía de Gerardo recorrió a pie los siete kilómetros que entonces separaban Renedo del medio de transporte más cercano. Cada martes, cuenta mi abuelo, salía con dirección


a Alemania un tren lleno de portugueses y españoles. La recluta no era casual. Tras la firma del convenio hispano alemán por el que empezó el flujo de trabajadores españoles hacia Alemania, equipos médicos germanos recorrían la geografía patria en busca de mano de obra. “España quería un acuerdo de inmigración para quitarse de en medio excedentes laborales, posibles desempleados que pueden crear muchos problemas”, explica Carlos Sanz Díaz, experto en emigración hispano alemana. Los buscaban, me explica el profesor Sanz Díaz en su despacho en la octava planta del edificio de Historia de la Universidad Complutense de Madrid, en las zonas más pobres o con más parados potenciales, a sugerencia de las autoridades españolas. El esquema era claro: “todas las provincias que limitan con Portugal, Galicia, León, Zamora, Salamanca, Extremadura”. Es decir, las zonas más deprimidas de España, ya que “entonces era donde más desempleo y subempleo había, y donde más gente quería irse”. El régimen franquista no quería trabajadores vascos, madrileños o catalanes, procedentes de fábricas, organizados sindicalmente, en contacto con movimientos políticos. Unos 600.000 trabajadores españoles emprendieron ese viaje entre 1960 y 1973. Sólo el primer año lo hicieron 60.000. No son las cifras oficiales. Es la que ha calculado el profesor Sanz Díaz cotejando las cifras del Gobierno de Franco, que quiso canalizar toda la emigración, y los visados y permisos de

trabajo expedidos por Alemania en esos años. Eran ‘Gastarbeiter’, “trabajadores invitados”. Así empieza el relato de mi abuelo: “La salida fue muy pintoresca. De mi pueblo lo solicitamos cuatro, pero cuando nos llamaron para ir a León a firmar, dos desistieron: sus mujeres se apenaron mucho. Del Ayuntamiento de Villazanzo salimos en aquella expedición diecisiete hombres y dos mujeres, los hombres todos al Ayuntamiento de Hannover. Limpieza de las calles, aguas sucias, aguas potables, jardinería, matadero provincial”.

Herminio en sus primeros meses en Alemania, en una imagen de 1965


Trabajos en el aeropuerto de Zurich, paralizado por un temporal de nieve que retrasó nuestro vuelo

Tren y avión

“Comparado con el trabajo en el campo, aquello eran trabajines”, recuerda Herminio en el aeropuerto

“Hubo quien nos informó de que valía la pena, dicho por un familiar. Me dijeron que lo pensara bien antes de ir, porque si llevaba un contrato por un año no podría volver antes ni aunque muriera el más allegado de mi familia, algo incierto, ya que se podía venir una semana o inclusive a disfrutar las vacaciones anticipadas, siempre con permiso de la empresa”. Así que mi abuelo se decidió. Herminio miró atrás justo antes de tomar la curva que oculta el pueblo. Sintió nostalgia. Su compañero le dijo: “ni te lo pienses más porque en el pueblo está mal visto eso de marchar al extranjero dejando mujer e hijos”. “En el tren que iba hasta Hendaya, Francia, cambiábamos de trenes los cuales eran más confortables que los de España.

Travesamos Francia de Sur a Norte. Nos parecía otro mundo, qué estaciones tan grandes, qué ciudades, como Toulouse entre otras. Así hasta llegar a Colonia, Alemania. Como íbamos para muchas empresas, nos iban nombrando por un número que teníamos en el contrato.” “Desde allí con autocares, saliendo para distintas ciudades de Alemania hasta llegar a Hannover para entrar delante de un edificio que ponía Arbeitsamt. Ya íbamos a saber qué decía aquel letrero: aquello era una oficina de empleo. Desde allí nos llevaban a las residencias, que eran tres. Eso iba a ser nuestra casa. Entramos en el comedor y allí nos fueron distribuyendo por habitaciones que eran de dos, tres y cuatro personas. Nos decían que


fuéramos juntos los más convenidos o familiares, por la buena convivencia.” Esta vez, el viaje es en avión. La mitad de los aeropuertos europeos está paralizada por un temporal de nieve. Salimos con retraso del aeropuerto de Barajas, perdemos el vuelo de conexión que tenemos desde Zurich hasta Hannover y tenemos que esperar a que nos embarquen en otro. “Comparado con el trabajo al que estábamos acostumbrados en el campo, esos trabajines, que eran solo por la mañana, no eran nada, y decíamos, si tuviéramos un trabajo después, por la tarde... Un compañero mío, como no sabía explicarse, cogía una ramita de remolacha y decía yo trabajar, yo trabajar”, me cuenta mi abuelo mientras esperamos. A España, Herminio vol-

vía cada verano, fiel a las fiestas de San Roque y siempre en tren. Presume de haber pasado docenas de veces por París, aunque nunca se apeó del vagón. A Renedo llegaba cargado. Por la noche, abría maletas, y nos repartíamos lo que traía mi abuelo. Él pasaba el mes de agosto en el pueblo y, durante los días en que él estaba, a los niños mi madre nos mantenía a raya. Quizá sólo nos rebeláramos el día de San Roque, cuando tocaba pedir propina. Quizá porque costaba ganarlo, mi abuelo nunca fue generoso: nos daba cien pesetas a repartir, con suerte, entre cuatro. El profesor Sanz analiza las causas de la emigración a Alemania en su tesis, pero no lo resume mejor que mi abuelo, que a mis preguntas de por qué decidió irse contesta: “por los marcos”. Mi abuelo (sentado y con camisa blanca) en la cafetería de su lugar de trabajo


Klaus Muschner recibe a Herminio en el aeropuerto. Al lado, mi tía Piedad, que nos acompañó en el viaje

RELACIONES HISPANO ALEMANAS “No se alquila”

Klaus Muschner no ha dejado ni un solo año de llamar a mi abuelo por su cumpleaños desde que volvió

En Hannover, donde aterrizamos con mucho retraso, nos espera Klaus. Klaus Muschner no ha dejado ni un solo año de llamar a mi abuelo desde que volvió cada 25 de diciembre, fecha de su cumpleaños. Mi abuelo vivió en el sótano de su casa entre 1972 y 1988. La relación no siempre fue de confianza. El matrimonio Muschner había tenido una mala experiencia con una inquilina española, y fue reacio a alquilárselo a mis abuelos -mi abuela Marcelina siguió los pasos de mi abuelo un año más tarde-, que cuando pudieron permitirse alquilar el sótano (con dormitorio, salón, cocina y baño) ya llevaban varios años en el país. Klaus accedió, gracias a la mediación de unos amigos alemanes de mi abuelo. Al fin y al cabo,

de algún modo tenía que ir pagando las letras de la casa, en uno de los mejores barrios de Hannover, y su negocio -un kiosco de prensa, que hoy ha traspasado tras jubilarse- aún no daba para mucho. NO SE OLVIDA Mi abuelo le hacía el jardín y compartió con él fiestas y cumpleaños. Cuando vamos al patio, un árbol del jardín centra la atención de Herminio. “Éste lo planté yo”, piensa en voz alta. Mi abuela cuidó de las hijas del matrimonio y Frau Muschner me cuenta, señalando al suelo de la habitación de dos de sus cuatro hijas, que un día encontró a Marcelina allí tendida, junto a las niñas, todas dormidas. “Eso no se olvida”, dice. Quizá sea esta la verdadera historia. Quizá sea de esto de lo que quiero


hablar, y no del convenio hispano alemán, del flujo migratorio, de los intereses estratégicos que había tras la firma de este convenio que sacó a mi abuelo del pueblo. Quizá sea eso lo importante. Los Muschner nos reciben un día de nieve y mucho frío. Caroline, una de las hijas mayores, nos recoge junto a Klaus en el desolado aeropuerto de Hannover y nos pone al

día en el corto viaje en coche. En su casa, en el barrio de Kirchrode, el matrimonio Muschner nos ha cedido sus camas. Ellos dormirán en el sótano los cuatro días siguientes. Frau Muschner nos convoca a desayunar al día siguiente a las nueve en la cocina, mientras sus hijas abren una botella de Rioja y jugamos al cinquillo en su salón. Nieva fuera. Hace mucho frío. Herminio en un descanso, en la cafetería del ‘Depo’, su lugar de trabajo


Los Muschner enseñan a Herminio fotografías de su álbum familiar

Intercambio de trabajadores por turistas

El el 59, España aborda un plan de liberalización económica que crea mucho desempleo y subempleo

“España, vista desde Alemania, es un país anticomunista, conservador, fiable desde un punto de vista ideológico”, explica el profesor Carlos Sanz Díaz. “Un país donde no va a haber un cambio de Gobierno, que está colaborando en la defensa occidental a través de los pactos de España con Estados Unidos y que, por tanto, puede ser un aliado fiable si hay un conflicto con el bloque soviético, porque Alemania occidental es primera línea de guerra en una guerra fría.” “Es importante además el hecho de que España siempre apoyó la posición de Alemania occidental en torno a la cuestión alemana, es decir, Alemania siempre quiso que no se reconociera a la República Democrática Alemana, y España eso lo apoyó sin

fisuras. En otro nivel, había grupos de alemanes que veían con buenos ojos las dictaduras ibéricas, que les parecían regímenes no tan impresentables.” “A pesar de ello, en los cincuenta la relación de España con Alemania pasaba por una tensión no resuelta a cuenta de las propiedades alemanas en España. Las relaciones en los años 50 no terminan de ser buenas porque, después de la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno español bloqueó y después vendió a mayor parte de las propiedades alemanas en España.” “En el 58, ese problema se solventa con un acuerdo por el cual ponen fin a las cuestiones pendientes que tienen de la Segunda Guerra Mundial, dejan de pelearse por estas propiedades y mejoran las rela-


ciones. ¿Y cómo encaja esto con los acuerdos de migración? Se intensifican las políticas económicas y hoy sabemos que los flujos migratorios suelen ir acompañados de flujos de capital, intensificación de comercio.” “Si en los 50 ya venían turistas, en los 60 el turismo alemán se intensifica. España se convierte en potencia turística. Hay muchos alemanes, empresarios, que son pioneros del turismo de masas, con Manuel Fraga como ministro de Información y Turismo en el 62. Hay más flujos: España necesita divisas, y las va a aportar el turismo, las exportaciones y los emigrantes, que envían dinero a casa.” INTERESES MILITARES “Existe un tercer elemento que relaciona todo esto, dentro de este clima que hay desde el 58. Hay un momento en los años 60 en que España y Alemania están estudiando una posible cooperación militar, que básicamente consistía en que Alemania necesitaba tener unos campos de entrenamiento para su aviación, depósitos militares por si había una invasión soviética, y se sondea a España. Están muy cerca de firmarlo y en ese contexto puede haber una condicionalidad, porque España quería un acuerdo de inmigración. Quería quitarse de en medio posibles desempleados que pueden crear muchos problemas.” “En los años 50, se van de España unas pocas miles de personas de forma espontánea. En el 59 España aborda un plan de liberalización que crea mucho desempleo y subempleo, mientras países

como Francia, Bélgica o Alemania buscan mano de obra extranjera.” Mientras el ‘milagro alemán’ (el Wirtschafstwunder, un término acuñado en los 50 para describir el imparable crecimiento industrial de Alemania) se consolida, en los años 60 España despunta económicamente y hace tambalearse la agricultura tradicional, la vida del campo en los pueblos, el modo de vida de mis abuelos. Mi abuelo trabajando en el jardín de Klaus, con puro y tijera de podar


En los alrededores de Markthalle

“Nicht da”

Recorremos la ‘colonia’, una especie de camping en el que mis abuelos vivieron cuatro años

Una capa de varios centímetros de hielo cubre el suelo de las calles en Kirchrode, pero no impide a Klaus ir a nadar a las siete de la mañana. A las nueve, ha vuelto con Brötchen (panecillos) para el desayuno, y pregunta qué ruta quiere hacer mi abuelo. La ruta empieza al lado de la casa de los Muschner, donde vive el matrimonio Pammel. Mi abuelo trabajó en su casa como jardinero. No fue el único sitio donde hacía horas extra. Llegó a hacer los jardines de media docena de familias de este barrio, y la de los Pammel es una de ellas. No están en casa. Además de los Pammel, mi abuelo aún recuerda la casa de Dieter. Su vivienda, un piso mucho más modesto que las casas de Kirchrode, está cerca del ‘Depo’, el lugar de

trabajo de mi abuelo. De allí salían cada mañana los camiones de la basura. Dieter trabajaba en la cafetería del centro de gestión de residuos, hoy punto de reciclaje. Damos con su telefonillo en unos bloques azules que bien podrían haber estado en la Alemania del Este. Nadie contesta. “Nicht da”, dice Klaus. Tampoco hay nadie en casa. Mi abuelo le escribe una nota y se la deja en el buzón. Una nota con su letra esforzada, y el teléfono de la casa de los Muschner. LA COLONIA “Nicht da”, resume mi abuelo, que se entiende con Klaus en alemán. En Kolonie-Hannenburg, mi abuelo tampoco se encuentra. Recorremos varios caminos de esta ‘colonia’, una especie de camping de pequeñas


Herminio observa una vivienda en la que trabaj贸 como jardinero en Kirchrode


parcelas con huertos y una caseta para guardar herramientas. Ellos la usan como lugar de ocio, sobre todo en verano: de ello dan fe columpios, parques infantiles y sillas de terraza cubiertos por la nieve. Es pleno invierno, todo está vacío, nevado, y mi abuelo no sabe ubicar dónde vivió durante cuatro años con mi abuela. Las casetas de Hannenburg no tenían entonces agua corriente, pero mi abuelo parece haber olvidado las dificultades de sus primeros años en Alemania. Ni siquiera tiene queja de los inviernos. Una de las parcelas de la ‘colonia’ donde vivió mi abuelo


Mi abuelo escribe una nota para su amigo Dieter, que no estรก en casa


El ‘Depo’, centro de residuos en el que trabajó Herminio. Hoy los trabajadores son alemanes

EL TRABAJO Otros cubos de basura

Iba a volver pasado un año, pero poco antes de acabar el contrato habló con mi abuela. Le dijo que no volvía

Mi abuelo se ha pasado toda la noche mirando por la ventana. No podía dormir y, por la mañana temprano, ha visto pasar el camión de la basura. Era el trabajo que él hizo durante veinte años. Recorría cada día unos quince kilómetros delante del camión, sacando los cubos a la acera para que los recogieran los compañeros que venían detrás. Trabajaba de siete de la mañana a dos de la tarde, de lunes a viernes. Entonces, italianos, portugueses y españoles cubrían esos puestos, en los que fueron relevados por turcos y yugoslavos. En el ‘Depo’, el centro de residuos, donde empezamos la jornada, los trabajadores se ofrecen a enseñarle el interior de las instalaciones, pero me piden que espere fuera. Hoy, en los mismos vestuarios donde

se cambiaba mi abuelo, los alemanes han retomado los puestos de trabajo. Se acabó el milagro. Atravesando la ciudad en tranvía, en el barrio de Fahrenheiden, aún se ven las que fueron las residencias para trabajadores extranjeros. Mi abuelo dice reconocer la suya, un edificio rojo y color vainilla. Recuerda las instrucciones que recibió al llegar: nada de tender ropa a la vista, cuidado con el ruido, discreción en un país sin cortinas. Mi abuelo iba a volver pasado un año. Tenía en España mujer y seis hijos, al cargo de animales y tierras. Poco antes de terminar su primer contrato en Hannover, mi abuela le consultó por teléfono cómo sembrar las tierras para la temporada que empezaba. Herminio le dijo que no volvía.


Balcones de la residencia de espa単oles, el primer lugar de residencia de Herminio


Así es hoy el sótano de Klaus, que fue la vivienda de mi abuelo

La segunda vía: mi abuela

Conseguir un contrato para mi abuela fue fácil. Llegó en el 68 para trabajar como camarera de hotel

Una vez en Alemania, llevar hasta allí a amigos y conocidos que quisieran trabajar era fácil. Para empezar, “a los empresarios alemanes les interesaba contratar a todo el personal de una misma nacionalidad, porque así con un solo traductor economizaban”. Por otra parte, “había una red de recluta de personas de confianza”. El profesor Carlos Sanz Díaz se refiere a este sistema de recluta como ‘la segunda vía’. Esta vía, de algún modo, también era reconocida por el Régimen, si bien trastocaba ligeramente sus planes de control de la emigración, ya que estas personas se iban del país al margen de los deseos del Instituto Español de Emigración (IEE): era una empresa alemana quien reclamaba a un trabajador, dirigiéndose a la embajada o a

los consulados españoles en Alemania. El profesor Sanz Díaz cuenta una tercera modalidad: el tercer camino, lo que él llama “falsos turistas en mono de trabajo”. Pero fue la ‘segunda vía’ lo que permitió la llegada de mi abuela a Hannover. Según Herminio, después de tres años en el país él ya “parloteaba alemán”. “Un compañero de trabajo alemán me preguntó por qué no traía a la mujer”, explica. Conseguir un contrato para mi abuela fue una tarea sencilla: un compañero de trabajo fue a ver al director de un hotel y le dijo que Herminio estaba interesado en que fuera mi abuela. El director se ofreció a hacerle un contrato. Y así fue. “Cuando vine de vacaciones le dije a mi parienta: en estos días llegará tu contrato para ir a Alema-


nia. Mandaron una carta diciendo que se presentara allí en un plazo de cinco días a firmar el contrato, pero ella dice que no va, que allí no sabe hablar. Yo le dije: tampoco los tartamudos sabe hablar y se entienden. Tenía un plazo de cinco días, de no ir, decía la carta, se entiende que desiste. Dejó pasar cuatro días y al fin al insistirle tanto se decidió. Yo le dije: o jugamos los dos o rompemos la baraja”. Mi abuela Marcelina llegó a Alemania en el 68, contratada para trabajar como camarera de hotel. Cambiar de empleo tampoco era difícil entonces: del hotel pasó a trabajar a un hospital, una actividad que, como mi abuelo, compaginaba con trabajo en casas alemanas. Cuando ella llegó, mi abuelo dejó la residencia de trabajadores para mudarse a la ‘colonia’, en la que estuvieron cuatro años, antes de mudarse al sótano de la casa de Klaus. MUJERES Según Carlos Sanz Díaz, “la mano de obra española fue de la más feminizada”. El porcentaje de mujeres era especialmente alto, explica, y en algunas fábricas, el empresario reclamaba sólo mujeres. Por ejemplo, explica Sanz, la fábrica de galletas alemana Balsen contrataba a mujeres de la zona de Aguilar de Campó, en Palencia, donde habían trabajado en la española Fontaneda, y empresas pesqueras contrataban a trabajadoras gallegas. El accidente de coche de mi tío Enrique en 1976 dio un giro a los planes familiares. Mi abuela renunció a los marcos y volvió a España.

Marcelina y Herminio, en Hannover, en una imagen de los años sesenta


Estalactitas de hielo en una calle de Hannover

Pluriempleo

“Con unos mil marcos ingresábamos en nuestra cuenta en España 15.000 pesetas”, recuerda mi abuelo

“Se ha consolidado la idea de que los españoles se integraron especialmente bien. Iban a trabajar, no daban problemas, no tenían una religión diferente”, dice el experto en relaciones hispano alemanas. Y, desde luego, mi abuelo no dio problemas. No tenía tiempo. Mi abuelo ya lo dice al principio de sus ocho páginas de historia: el motivo por el que emigró fueron “los marcos”. “Recuerdo el primer giro que hice a España, se cambiaba el marco a 15’50 pesetas”, dice. Y echa cuentas: en la central térmica de Velilla del Río Carrión pagaban 3.000 pesetas al mes en el año 65. Trabajando en Alemania, “con unos mil marcos ingresábamos en nuestra cuenta en España 15.000 pesetas”. Me sorprende con qué detalle recuerda las cifras: “El con-

trato que yo llevaba ponía 2’97 marcos por hora y en el año 88 cuando me jubilé eran 14’90 por hora”. Mi abuelo, que escribe con faltas de ortografía, demuestra muchas más habilidades que yo con los números. Y, echando cuentas de nuevo, le pareció que, si en el servicio municipal de basura trabajaba desde temprano hasta las dos o las tres de la tarde, le quedaban muchas horas libres en el país de los marcos. Empezó a trabajar también como jardinero en el barrio y, en la temporada de verano, cuando abrían las terrazas de los restaurantes, sumó a sus dos trabajos el de camarero en el zoo de Hannover. Un zoo que a las cuatro de la tarde, en pleno invierno, está cerrando sus puertas. También para nosotros.


Herminio utiliza un calzador para prepararse antes de salir


El matrimonio Pammel nos enseña una foto de su hija Astrid

Las mismas campanas

En cuanto cruzamos el puente, Herminio va dos pasos por delante. Conoce el camino a Saint Clement

La nieve en Hannover nos da un respiro. Hace sol, pero llevo tres días con las botas húmedas de andar por la nieve y tengo que recordarme una y otra vez a mí misma por qué quise venir en invierno. Alemania es invierno. Yo también he vivido aquí, y sé que el verano es la excepción. Era por eso. Atravesamos el centro de Hannover a toda prisa porque queremos llegar a la iglesia de Saint Clement antes de la hora de misa. En cuanto cruzamos el puente, mi abuelo va unos pasos por delante, seguro del camino. Gira a la izquierda y llegamos, justo a tiempo. Están sonando las campanas, un sonido evocador para mi abuelo. El cura nos echa y sólo nos da tiempo a echar un vistazo al interior de esta iglesia en la que, entonces, los emigrantes aba-

rrotaban la misa en español del domingo. Creo, por lo que cuenta mi abuelo, que quitando alguna cerveza o una fiesta familiar en casa de Klaus, el domingo sería el único día de ocio para Herminio, que señala un edificio más pequeño anexo a la iglesia. “Aquí era donde nos reuníamos con Cáritas”. El cura y Cáritas eran los vínculos con España de mi abuelo, y recuerda el día en el que el párroco reunió a los emigrantes para advertirles de que Alemania quería cerrar el grifo de la emigración: en el año 1973 Alemania deja de contratar en el extranjero. Hay dos cosas que no me cuadran en esta historia. La primera es que mi abuelo no me hable de la dictadura, y que el Régimen ni siquiera estuviera presente en las reuniones


La iglesia de Saint Clement, donde se oficiaban en los 60 misas en espa単ol


de españoles. Le pregunto al profesor Sanz, ya que mi abuelo parece haberla olvidado por completo. “Sí hay encuestas sociológicas de esos años, pero es difícil que los motivos políticos aparezcan en estas encuestas. Es muy difícil de objetivar en un país donde no se hacían realmente encuestas, donde no se podía preguntar a la gente, o la gente no iba a responder sinceramente si estaban descontentos del Régimen”. ¿NO ES LO MISMO? La segunda es que Herminio no acepte comparaciones entre la emigración de los sesenta y los migrantes de hoy. No es lo mismo, insiste, porque todos los españoles iban con contrato. Pero, aunque asegura no conocer a ningún español que llegara a Hannover sin contrato, Carlos Sanz Díaz calcula que un tercio de la emigración española a Alemania no siguió el cauce previsto por el Gobierno español, el único considerado legal. Puedo imaginarme a los emigrantes de hoy echando las mismas cuentas de mi abuelo: ¿cuántos pesos, quetzales o sucres vale un euro?

Herminio consultando un diccionario de español-alemán



Renos en el Tiergarten, el parque de animales

EL RETORNO Tiergarten

Mi abuelo se empeña en volver andando a casa de Klaus. Temo que se pierda, pero se guía por los árboles

Entre las fotografías que conserva mi abuelo de su paso por la ciudad de Hannover hay una en la que está en el Tiergarten (un parque con animales en estado de semilibertad) con mi abuela. No sé si es eso lo que él recuerda, pero se ha empeñado en volver. Antes de ir hacia el parque de animales pasamos de nuevo por la casa de los Pammel. Esta vez, sí abren la puerta. Entramos en un pequeño salón, y ni siquiera nos sentamos. Nos enseñan una foto de su hija, que acaba de ser madre. Es Astrid. Mi abuela se acuerda mucho de los hijos de los Pammel, sobre todo de Thorsten, el hijo pequeño. Mi abuela Marcelina, que tiene dificultades para hablar desde que sufrió una embolia, no olvida las palabras de Thorsten, tantas veces re-

petidas: “Marcelina, was hast du heute mir gebracht?” (“Marcelina, qué me has traído hoy”). Ella siempre llevaba un juguete o una chuchería. ÚLTIMO PASEO Klaus no ha entrado. No dice nada, pero no parece tener mucha simpatía por el matrimonio. Nos damos prisa, porque espera fuera para ir al parque de animales. En nuestro último día en Hannover, entramos en el parque, completamente blanco. Empieza a nevar fuertemente. Hay renos y jabalíes. El viaje toca a su fin y Herminio se empeña en alargarlo. Nos pide ir andando hasta la casa de Klaus después de visitar el Tiergarten. Le dejamos solo, y yo temo que se pierda, pero los jardines y los árboles le ayudan a ubicarse y llega poco des-


pués de que lo hagamos el resto, el coche. Frau Muschner ya nos espera con la comida, pero aún queda algo del viaje: la mujer de Dieter ha visto la nota que mi abuelo dejó en el buzón el primer día y ha ido a verle. Su marido, cuenta, está en el hospital, ingresado, y siente no haber podido ver a mi

abuelo. Como con Klaus, mi abuelo se entiende con ella en alemán y yo, que hablo y entiendo sin dificultades, a veces no les sigo. No sé si hablan de sus cosas, del pasado, de lo compartido. O si es que cada uno escucha algo que no entiende, y luego interpreta aquello que le gustaría oir. Herminio con un amigo alemán en la casa de mis abuelos en Valladolid


Herminio escribe un mensaje en el Museo de la Ciudad

Veinte años caben en un remolque

Mi abuelo trabajó hasta el último día de 1988 y volvió exactamente un mes y diez días después

Carlos Sanz Díaz estima que el 80 por ciento de los españoles que emigraron a Alemania ha vuelto. Junto con los italianos, los españoles eran la inmigración más orientada al retorno, aunque calcula que allí quedan unos 113.000. Con los acuerdos cerrados en el 73, empezó el viaje de vuelta. “Teóricamente, el Gobierno español facilitaba el retorno, pero en realidad no hubo ayuda hasta la democracia, porque se miraban los intereses a corto y medio plazo, y lo que importaba era aliviar el problema de empleo y conseguir divisas”, dice Sanz Díaz. Por su cuenta volvió mi abuelo, con ayuda de Thomas, un compañero de trabajo que se ofreció a hacer con él el viaje de vuelta. Las cosas de mi abuelo cabían en un pequeño remolque. En ese remolque iría el

recorte que me ha traído como parte de su historia en Hannover: “Ganz Kirchrode wird Hermenio Ríos nach zwanzig Jahre sehr vermissen” (“Todo Kirchrode echará de menos a Herminio tras veinte años”). Mi abuelo decía en esa entrevista que iba a volver al menos una vez al año a Hannover. Se ríe recordándolo. Esta vez, la vuelta es en avión. Es 1 de febrero de 2010 y Frau Muschner dice que hace exactamente veintiún años que mi abuelo emprendió el regreso. No es exacto: mi abuelo volvió el 10 de febrero. Recuerda la fecha con la misma precisión que el cambio de marcos a pesetas. “En la empresa me dijeron que si quería dejar de trabajar el día de mi cumpleaños, el 25 de diciembre, pero yo trabajé hasta el último día


del año. Luego, estuve un mes y diez días”. Herminio cumplirá estas navidades 87 años. Volvió hace ya veinte, pero siempre habla de Alemania, y siempre con admiración. No tiene reproches para un país que buscó en las zonas más pobres a los trabajadores que llamó ‘invitados’, como esperando que no se quedaran. No tiene malos recuerdos, conserva un fiel amigo, y al trabajo que realizaba se refiere como “trabajines”.

Será eso lo que aportan los años, o el trabajo, o la guerra, o la dictadura que él no ha mencionado una sola vez. Se siente afortunado y agradecido, o eso parece por la inscripción que deja en el Museo de la Ciudad de Hannover, con su letra esforzada, sus haches majestuosas, y sus ‘pés’ de libro de caligrafía: “Herminio Ríos, 24 años en Hannover, me jubilé con salud. ¡Gracias por mi suerte! Un español emigrante”. Recorte de un periódico local que le dedicó un artículo cuando se jubiló



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