SOPA DE POLLO PARA EL ALMA

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Epílogo

Plegaria por mi madre Querido Dios: Ahora que ya no soy joven, tengo amigos cuyas madres han muerto. He escuchado decir a estos hijos e hijas que nunca apreciaron plenamente a sus madres sino hasta que era demasiado tarde para decírselo. Tengo la suerte de que mi querida madre aún esté viva. Cada día la aprecio más. Ella no cambia, pero yo sí. A medida que envejezco y aprendo, comprendo mejor que es una persona extraordinaria. Qué triste que no pueda decir estas palabras en su presencia, pero fluyen con facilidad de mi pluma. ¿Cómo comienza una hija a agradecer a su madre por la vida misma? ¿Por el amor, la paciencia y todo el trabajo que implica criar a un niño? ¿Por correr detrás de un bebé, comprender los cambios de ánimo de un adolescente, tolerar a un estudiante universitario que lo sabe todo? ¿Por aguardar a que llegue el día en que se dé cuenta de la sabiduría que realmente tiene su madre? ¿Cómo puede una mujer adulta agradecer a una madre por seguir siendo su madre? ¿Por estar siempre dispuesta a ofrecer consejo (cuando se lo piden) o permanecer en silencio cuando esto es lo que más se aprecia? ¿Por no decir "te lo dije" cuando hubiera podido hacerlo miles de veces? ¿Por ser esencialmente ella misma—amorosa, considerada, paciente y comprensiva? No lo sé, Dios mío, excepto pidiéndote que la bendigas tanto como lo merece y que me ayudes a vivir de acuerdo


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