Regencia 04

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Jacquie D’Alessandro

Un Romance Imposible

—¿Es eso lo que quieres de mí, Alexandra, diamantes y perlas? —le preguntó despacio, con una mirada tan intensa que Alexandra supo que no estaba bromeando. A su mente acudieron dos ideas simultáneas. Una era la imagen de ella misma llevando un escotado y elegante traje de noche, con un collar de perlas color crema alrededor del cuello y colgando de sus lóbulos dos pendientes de diamantes. La otra era el cálculo de lo que esas joyas valdrían, un dinero que sin duda podría financiarla a ella y a su causa durante años. Y eso solo a cambio de lo que, creía intuir, le estaba entregando Colin en ese momento. Su confianza. Notó un nudo de emoción en la garganta. Por la expresión de Colin estaba claro que si ella le pedía joyas, él se las daría. Aquel atractivo hombre, al entregarle su confianza, se convertiría en una más de sus víctimas. Y cuando lo descubriese, la atracción y la admiración que pudiera sentir hacia ella en esos momentos desaparecerían. Sin embargo, aunque el tiempo que pudieran compartir en Londres fuese breve, Alexandra no quería pagar ese precio. —No, Colin. No quiero diamantes ni perlas. Colin no dijo nada durante varios segundos. Se limitó a pasar las yemas de sus dedos por sus rasgos, como si quisiera memorizarlos, acompañando con la mirada sus gestos. Alexandra deseaba fervientemente saber qué estaba pensando. Finalmente, dijo: —Gracias. —¿Por qué? —Por ser la única mujer que conozco capaz de pronunciar esa frase. Eres... extraordinaria. —Todo lo contrario, soy de lo más vulgar —dijo, pero pensó: Mucho más de lo que tú crees. —No, eres extraordinaria, en todos los sentidos, incluso en algunos que ni siquiera conoces. —Y pasó la yema de su dedo pulgar por el labio de Alexandra—. Puesto que no deseas ni diamantes ni perlas, dime qué quieres. —Está relacionado con nuestro... acuerdo. Necesito que me asegures que solo lo sabremos nosotros. Aceptan a madame Larchmont como una mujer casada, y no puedo arriesgarme a que mi reputación se vea mancillada por una aventura. —Tienes mi palabra de que te protegeré, de todas las maneras. —Gracias. Tampoco me gustaría... —vaciló.

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