Londres 01

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JACQUIE D'ALESSANDRO

DESPIERTOS A MEDIANOCHE

Y cuando regresara, lo haría con una nueva esposa. «Para. Deja de pensar en eso.» Sí, tenía que dejar de pensar en ello. Porque cuando lo hacía, le dolía tanto que apenas podía respirar. Sarah se acercó a la ventana y rascó a Danforth detrás de las orejas. El perro levantó su mirada oscura con una expresión que parecía decir: «Oh, sí, justo ahí.» —Adiós, amigo —susurró—. Te voy a echar de menos. Danforth inclinó la cabeza y lanzó un gruñido como si preguntara: «¿Qué pasa? ¿Tú también te vas?» —Siento que no hayas podido conocer a mi Desdémona. Creo que os hubierais llevado como los panecillos con la mantequilla. Danforth se relamió ante la mención de su comida favorita, aunque en lo que a él concernía, todas las comidas eran sus favoritas. Le dio una última palmadita, y tras despedirse de Tildon, salió de la casa. Había un montón de actividad en el camino de acceso para vehículos. Un lacayo llevaba baúles y otros bultos más pequeños de equipaje; los viajeros permanecían en grupitos, despidiéndose y esperando para irse. Sarah vio a Carolyn, que hablaba con lord Thurston y lord Hartley. Cuando se acercó, oyó que su hermana decía: —¿Pueden perdonarme, caballeros? Tengo que hablar con mi hermana. Aunque ambos caballeros parecían reacios a renunciar a su compañía, se alejaron para unirse a lord Berwick y el señor Jennsen, que también aguardaba en las cercanías. —Gracias, me has salvado de verdad —dijo Carolyn en voz baja después de que Sarah y ella se hubieran alejado unos pasos—. ¡Cielos! ¡Creo que lord Hartley estaba a punto de declararse! —¿Declarar exactamente qué? Carolyn soltó una risita. —No estoy segura, pero no deseaba oírlo fuera lo que fuese. Se detuvieron al lado del carruaje de Carolyn que llevaba el escudo de armas de los Wingate en las portezuelas lacadas en negro. Carolyn le dirigió a su hermana una mirada inquisitiva. —¿Estás bien, Sarah? Antes de que Sarah pudiera contestar, Carolyn continuó rápidamente. —Diría que estás ansiosa por regresar a casa, si no fuera porque estás pálida y tus ojos... parecen tristes. Para mortificación de Sarah, se le llenaron los ojos de lágrimas. —Estoy cansada —dijo. Su conciencia la regañó, porque si bien era cierto que se sentía cansada, no era la verdadera razón. Carolyn extendió la mano para coger la de Sarah y le ofreció una sonrisa alentadora. —Esta noche dormirás en tu cama. Descansarás mejor en un entorno familiar. Sarah se tragó el nudo de pena que se le puso en la garganta al pensar en su cama, en su solitaria cama. Ciertamente, no podría dormir. Carolyn le apretó suavemente la mano. - 199 -


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