Álvaro Aragón Ruano
cabaña ganadera y la reducción de los pastos naturales, como consecuencia de las desamortizaciones, el avance de la agricultura y sobre todo de las políticas de mejora de las especies que se llevarán a cabo desde mediados del siglo XIX, la demanda de pastos artificiales se amplió con lo que los ayuntamiento arbitraron el sistema de concurso público o almoneda para la adjudicación de los mismos. Así ocurrió en el caso de Oiartzun, donde entre 1885 y 1889 se vendió la hierba de los prados de Madalensoro, Iturriotz y Urkabe, propiedades concejiles, únicamente a cuatro vecinos del valle a cambio de 25 pesetas en cada caso, con derecho a dos cortas, una en mayo y otra en noviembre231. A comienzos del siglo XX, también en Oiartzun, los prados permanentes se sembraban con alfalfa y trebol, mientras que los prados alternos lo hacían con maíz, faosha y nabo; una vez recogida la cosecha de maíz, se sembraba alholva al voleo, aunque su uso excesivo parece que se desaconsejaba. Donostia, donde el ayuntamiento exigió el 5 de julio de 1900 a los tablajeros, vendedores de carne con sabor a alholva, que hubiese previo reconocimiento facultativo. Debido al mal sabor que dejaba esta planta forrajera en la carne para consumo humano, el ayuntamiento aconsejaba suspender la ingestión de alholva diez días antes de la venta. La ciudad extendió su solicitud a los ayuntamientos donde se efectuaban las compras de la carne consumida en ella, para que fuese efectiva la prohibición. En julio de 1900, el Conde de Torre-Muzquiz pedía al alcalde de Oiartzun que aconsejase a sus ganaderos no alimentar al vacuno con la dicha planta forrajera o al menos no diez días antes de su venta232. A pesar de las circulares y peticiones, la prohibición no se cumplía, por lo que en 1901 la Diputación optó por imponer fuertes multas. Todavía en 1905 las protestas seguían reproduciéndose233. El cultivo más productivo y extendido era sin duda el de la alfalfa. Según el ingeniero agrónomo Aguirre, en 1903 los terrenos buenos producían 2.000 quintales métricos o 200 toneladas de alfalfa por hectárea, los de mediana calidad 100 quintales o 10 toneladas y los de mala calidad 50 quintales o 5 toneladas, lo cual permitía el mantenimiento de un importante contigente de ganado. En 30 metros cuadrados se recogían 5 arrobas de alfalfa, es decir, 57’5 kilos, que, una vez seca, suponía la cuarta parte, 14 kilogramos. Durante el año se hacían cinco cortes, pero el primero y el quinto eran medianos, por lo que por hectárea resultaban finalmente 208 quintales métricos, es decir, 20’8 toneladas. El mismo ingeniero calculaba que en Oiartzun existían 2.000 hectáreas de baldío y monte comunal despoblado, 30 hectáreas de terrenos particulares cercados, esto es, una hectárea por cabeza de ganado. El ganado lanar y caballar se aprovechaba todo el año del pasto de la sierra, no así el vacuno. La mayor parte del ganado vacuno permanecía estabulado, mientras que el que se mantenía sólo del monte era escaso. El ganado estabulado era sacado de la cuadra al monte un mes en primavera y otro mes en otoño. El ganado ovino era el único que era custodiado por pastores, generalmente familiares del dueño. En Oiartzun por aquel entonces existían 90 hectáreas de pastos artificiales lo cual era suficiente para el ganado de la jurisdicción. Meses antes, en agosto de 1903, siete pastores de Oiartzun no permitieron al guardamontes y a los operarios que estaban trabajando en la escarda y preparación de tierras, la plantación de 12.000 robles en Bidamacueta, anteriormente terrenos ondazilleguis ocupados por castañales, pues en ellos tenían refugio sus rebaños en días de tempestad y en invierno. Pedían que se acotaran las suertes en montes más altos y alejados. Hasta entonces los pastores venían disfrutando del pasto, gracias a la pérdida de castaños, por enfermedad, a finales del siglo XIX. Sin embargo, aquellos vecinos que no se dedicaban al pastoreo se lamentaban amargamente de la improductividad de 231
A.M.O., C, 4, 13, 6. A.M.O., B, 5, 3, 1. 233 ARAGÓN RUANO, A.: La ganaderia guipuzcoana…Op.cit., pp. 93-94. 232
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