Beato Eugenio Ramírez Salazar

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Semblanza Beatos Martires Hospitalarios


Alfonso Antonio era su nombre de pila. El más joven del grupo de los mártires colombianos, era Alfonso, nacido en la Ceja, Antioquia, el 2 de septiembre de 1913. Hijo de José María Ramírez y Ana Rosa Salazar. Fue bautizado por el Pbro. Jesús María Piedrahita, Vicario de la hoy Basílica de la Parroquia del Carmen, el 4 de septiembre del mismo año. Años después, el arzobispo de Medellín Monseñor Manuel José Caicedo le confirió la gracia del Espíritu Santo con el sacramento de la confirmación, en la parroquia de San Nicolás de Rionegro en julio de 1915. El niño Alfonso fue inteligente, piadoso, obediente y servicial. Al amanecer, después de un rato de oración, se dedicaba a colaborar con a sus hermanas Justina y Rufina en el ordeño de las vacas, y con sus hermanos mayores Francisco y Joaquín en otras labores del campo, acorde a sus capacidades. Recibió la primera comunión en la catedral de Rionegro en enero de 1920, dos meses después, el 4 de marzo, murió su padre. A comienzos de 1921 ingresó a la escuela y en ella estudió por siete años. Estudiando o en labores era siempre muy diligente. Por sus actitudes y gestos se descubría en él que fue un alma de oración. Por su responsabilidad y

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aplicación, quienes lo observaron decían que “era un niño hombre”. En la oración, el estudio y el trabajo se fue desarrollando la semilla de su vocación. Con 16 años, su vida espiritual se centró en el amor a la Eucaristía y a la Virgen María, venerada en la advocación de Nuestra Señora de Chiquinquirá. El santo de su devoción era San Pascual Bailón, porque también como él, se mantenía siempre alegre. Sintiéndose llamado por Dios, a los 19 años, ingresó a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios el 6 de junio de 1932. Decidió dejarlo todo y seguir a Jesucristo, yendo tras las huellas de San Juan de Dios. Su familia se alegra de esta decisión de vida. Teniendo claras las cosas y dispuesto lo necesario para el viaje, con un ligero equipaje, el 5 de junio de 1932 parte del Tablazo para Bogotá, la tierra que Dios le mostró. Profesó el 24 de septiembre de 1933. Cuando fue destinado a ir a España, el Superior Provincial le comunicó que fue designado para ir a continuar su formación y trabajar en España. La noticia le fue motivo de gran alegría y decía “en España debe ser fácil santificarse, cuando hay tantos y tan grandes santos españoles”.

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Viajó en septiembre de 1934, se integró a la comunidad de Ciempozuelos y allí prosiguió su formación y la experiencia hospitalaria. Con mucha solidaridad se desempeñó en la vela nocturna, que consistió en cuidar a los enfermos con otros religiosos y uno que otro laico en turnos de seis a seis.

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