Siempre estaré para tí

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—No soy un mendigo, pichón. —No, por supuesto que no —ella frunció el ceño ante ese apodo—. Sólo quiero ayudarle. —Eres demasiado amable para ser real —Clara se estremeció. Veía cierta dureza en sus ojos, a pesar de que sonreía. —No lo soy. Es sólo que sé lo que es pasar hambre y no tener nada, por ello intento evitar en lo posible esa situación a otros. Si está en mi mano ayudar, lo hago. No es cosa de otro mundo. —En este mundo, sí lo es. —Yo no… —Pichoncito, no voy a discutir contigo —él posó una mano sobre su hombro y se acercó un paso a ella—. Por mí, lo que tú digas está bien. Sus ojos negros se clavaron en ella y, por un momento, Clara se sintió invadida por su mirada, como si intentara ver dentro de ella, desnudar su alma. —¡Clara, al fin te encuentro! —Alexander apareció de la nada, y de un pestañeo a otro se encontró a su lado, envuelta por su brazo—. Veo que tienes compañía. —Oh, sí… Es un cliente. Buscaba el comedor —le explicó Clara. —Muy bien, en ese caso, deberías indicarle que el comedor está por allá —señaló hacia una puerta lateral—. Y de paso hacerle saber a este hombre que esta zona es únicamente para empleados, y los clientes del hotel no pueden entrar aquí. —Oh, ya entiendo, es usted un empleado entonces —dijo el hombre, mirando de forma desdeñosa a Alexander. —Es usted sordo o no entiende bien, el comedor está por allá. Ya puede irse —le dijo Alexander, actuando más rudamente de lo que Clara recordaba haberlo visto antes. —Alexander, ¿estás bien? Pareces molesto… —Estoy muy bien, ahora que te he encontrado —él miró con ojos asesinos al hombre antes de fijar la vista en Clara—. Habíamos quedado de vernos esta tarde. —¿Ah sí…? —Clara arqueó las cejas, sorprendida—. ¡Oh! Lo siento, lo había olvidado. —No te disculpes, pichón —interrumpió el hombre—. Las cosas sin importancia suelen olvidarse. —¿Por qué no te metes en tus propios asuntos? —espetó Alexander, fulminando con los ojos al hombre—. Y para todo esto, ¿qué quieres con Clara? Ella frunció el ceño, extrañada por el modo tan rudo de comportarse de Alexander. —Lo que tenga que ver con este pichón es mi asunto, Collinwood. Alexander no se inmutó por el hecho de que ese desconocido conociera su nombre. La mayoría de las personas de la redonda lo hacían. —Su nombre es Clara y ella nada tiene que hacer contigo —le dijo—. Desaparece o te haré desaparecer a la fuerza. —No me asustas, Collinwood. Si quieres pelear, encontraste a tu gallo. Aquí, ahora, cuando quieras —siseó, posando una mano sobre su cartuchera—, veamos quién es el más rápido. —Por mí, perfecto… —¡Alexander, ya basta! —Clara detuvo a Alexander por el pecho antes de que se


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