Siempre estaré para tí

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de su abuelo y colgándose de su cuello para darle un beso en la mejilla. —No es nada, niña. Nada que no te merezcas —el anciano la abrazó y besó su frente, haciéndole cosquillas con su poblado bigote blanco. —Te verás tan hermosa con ellos, Clarita —su abuela se colocó el vestido contra el cuerpo y dio un par de vueltas, imitando un paso de vals—. Ah, si yo fuera un par de años más joven… —musitó soñadoramente, moviéndose en un remolino de telas de faldas y enaguas. —Mujer, deja de dar vueltas como un trompo y ve a ayudar a Clara a vestirse. Esos vestidos han tardado una eternidad en llegar —gruñó su abuelo, colocándose las gafas sobre su ganchuda nariz para mirarlos mejor, como si quisiera inspeccionarlos de cerca—. Tamara pronto estará aquí. Rápido, niña, ve a probártelos antes de que tu madre llegue. Elige el más hermoso y póntelo, ¿me has entendido? —Pero, abuelo, son demasiados —musitó Clara, al ver que otra mucama entraba con otra pila de cajas entre los brazos. —¿Creías que íbamos a permitir que tu madre te viera una vez más con un raído vestido de diario? —gruñó él—. ¡Ni pensarlo!, no cuando su otra hija está vestida con lo mejor de Boston. —Es cierto. Tú eres nuestra nieta y estás a nuestro cuidado, y no te quedarás atrás —le aseguró su abuela, tomándola de la mano para llevarla con ella—. Te vestiremos con estos hermosos trajes y tu madre esta vez no tendrá ningún pero ante ti. Clara alzó las cejas, sorprendida al ver llegar a otras dos mucamas con varias cajas más, tan finas que debían de venir de una elegante tienda directamente desde México. —Pero esto es demasiado —musitó Clara, pasando la palma de las manos por encima de una de las telas de los vestidos, una rica seda de tono rojo con rico bordado en hilos dorados—. Sólo se puede usar un vestido a la vez, ¿para qué quiero yo tantos? —Siempre tan sencilla, hija —gruñó su abuelo, aunque había orgullo en sus ojos al mirarla—. Te lo mereces, es todo lo que cuenta. Ahora ve con tu abuela y date prisa, tu madre debe estar a punto de llegar y tendrás que estar lista para ella. —¡Gracias! —Clara besó una vez más a su abuelo en la mejilla y luego abrazó el regordete cuerpo de su abuela—. ¡Gracias a los dos, nunca podré pagarles todo lo que hacen por mí! —Eres nuestra nieta, no tienes nada que agradecer —dijo su abuelo, ocultando una sonrisa colmada de cariño bajo su espeso bigote. E hinchando su pecho, añadió—: Eres nuestro mayor orgullo, hija. Y mereces vestir tan bien como cualquier otra nieta nuestra. Si tu madre no se da cuenta de lo valiosa que eres, se puede ir al infierno. Mi Clara no se quedará deslucida al lado de nadie mientras yo viva. —Abuelo, yo… —No digas nada, hija. Sólo ve a vestirte y luce preciosa para la llegada de tu madre. Compláceme con eso, mi niña y me daré por bien servido. Clara le dedicó una sonrisa profundamente agradecida a su abuelo y lo abrazó una vez más, sin palabras que añadir que no estuvieran ya dichas con ese gesto. Y entonces, siguió a su abuela fuera de la habitación, más que dispuesta a complacer a su abuelo con su pedido.


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