El Diario NTR

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De viaje con Vila-Matas

DANIEL DE LA FUENTE

Agencia Reforma

MONTERREY, Nuevo León. Para hablar de Dublinesca, su más reciente novela, Enrique VilaMatas dice que contesta según quién se lo pregunte: si toma el estilo de esos escritores que acaban de ganar un premio, afirma que su libro narra el eclipse de Samuel Riba, un editor barcelonés que acaba de deshacerse de su sello y se encuentra en el ocaso de su vida. Si lo hace con un amigo, no le cuenta el argumento y le habla “de un libro otoñal, de estilo con-

sumado, como el que analiza Edward Said en On Late Style: Schönberg, Rothko, Picasso, superándose a sí mismo, derrotando su joven yo...”. “Dublinesca -le digo a ese amigo- es una especie de paseo privado a lo largo del puente que enlaza el mundo casi excesivo de Joyce con el más lacónico de Beckett y que, a fin de cuentas, es el trayecto principal de la gran literatura de las últimas décadas: el que va de la riqueza de un irlandés a la deliberada penuria del otro; de la era Gutenberg a Google; de la existencia de lo sagrado (Joyce) a

la era sombría de la desaparición de Dios (Beckett), de lo epifánico a la afonía...”. Sin embargo, si el escritor se lo cuenta al sujeto que va a su lado en el tren que va de Madrid a Barcelona, le advierte: “Trata de alguien que se aburre y quiere celebrar un funeral por el mundo (por su propio mundo también) y descubre que la ceremonia le permite tener algo que hacer. Es decir, encuentra su futuro en lo apocalíptico”.

Vuelta al sueño premonitorio Tras la recepción de libros como Bartleby y Compañía, El Mal

de Montano y Doctor Pasavento, que pueden sumar una trilogía insuperable y por demás celebrada, ¿cómo nace Dublinesca? “Siempre decía en las entrevistas que mi obra me había impedido, para bien o para mal, saber quién soy”, comenta en entrevista por correo electrónico. “Trasladé esta cuestión a un editor barcelonés retirado al que el catálogo no le ha dejado saber cuál es su verdadero genio. “En cuanto a temores, los habituales en estos casos: temor, por ejemplo, a no estar a la altura de las

ambiciones iniciales”. De entre los momentos más álgidos de la odisea de Samuel Riba, quien decide vivir el Bloomsday, y con ella el funeral de la imprenta, Vila-Matas recupera la escena de la vuelta al alcohol en el pub islandés. “Toda la novela es un viaje al centro de un sueño premonitorio. Y esa escena es el centro -emocionante como nada lo ha sido antes en mis libros- del sueño”.

¿Qué hay de este editor en su personaje? “Creo que el número de entrevistadores honrados que se obsesionan con un solo clavo es infinito. Me siguen preguntando por una cuestión que se aclara nada más al ponerse a leer la novela, donde se ve perfectamente que he creado un personaje más cercano -en todo caso- a mí mismo o a un personaje de ficción que a algún editor de la vida real”.

El sueño de la vida, sin duda. El escritor, una de las voces más maduras por su técnica de literaturizarlo todo y de poblar sus libros de citas y pasajes de autores, ha aclarado que Riba no es Jorge Herralde, el fundador de la editorial Anagrama en la que Vila-Matas alcanzó la celebridad, pero que hace poco abandonó para cambiarse a Seix Barral. —En realidad no se parecen, aunque percibo el eco de muchos.

—Por un lado veo la presencia de Brooklyn y de Auster en su novela. Por otro, recuerdo su artículo No soy Auster. “Le confesaré que invento mi soledad de la misma forma que para el narrador de La Ciudad de Cristal identificarse con Auster se convierte —¿se acuerda usted?— en ‘sinónimo de ser


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