Justo serna anaclet pons la historia cultural autores, obras, lugares akal (2013)

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a través de la sus declaraciones a Denis Crouzet o a través de su breve autobiografía intelectual (A Life of Learning). Pero ahora solo nos interesa destacar su temprano compromiso con ciertos grupos radicales norteamericanos, próximos en algún caso al marxismo europeo que contemporáneamente se imponía en algunas universidades de nuestro continente. Ahora bien, los Estados Unidos de los años cincuenta no facilitaban actitudes de este tipo. Por eso, la trayectoria contestataria de la historiadora, paralela a la de su esposo, Chandler Davis, le supondría un grave contratiempo personal, llegando a tener retirado el pasaporte por supuestas connivencias con el comunismo, a juicio del famoso Comité de Actividades Antiamericanas. En todo caso, no nos interesa recuperar esa fase inquisitorial de su experiencia, aunque fuera un lastre de época con el que tuvo que cargar, con el que le toco vivir. Así pues, más allá de aquella acusación, infundada como otras tantas, lo que nos resulta verdaderamente significativo es la relación expresa e incluso anterior que ella admite haber tenido con las ideas de Marx. El marxismo fue para ella, como admite en su A Life of Learning, «una revelación» temprana, desde su época de estudiante. No es extraño, pues, que cuando ella empezó a publicar regularmente sus trabajos académicos, mostrara un evidente compromiso con la historia social que ahora denomina «clásica» y que, a su juicio, intentaba repensar a partir de sus investigaciones empíricas las ideas de Marx, pero también de Weber. De hecho, cuando hoy revisa lo que entonces aportó, subraya su preocupación por las clases populares del pasado más o menos remoto, por el día a día de los trabajadores de la Europa moderna, por los sentimientos de aquellos obreros, que no tienen por qué identificarse con los de nuestro tiempo. De ese modo, cuando investigue a mediados de los años sesenta sobre estas formas de trabajo y de relación personal no las juzgará como meras supervivencias precapitalistas, nos las apreciará como atavismos que desaparecen con la industrialización, sino como maneras de existir que tenían sentido para quienes las vivieron. Además, ella investigaba sobre Francia y era sobre el pasado de ese país acerca de lo que trataba, pero la historiografía gala par excellence, la de los Annales, no parecía estar abierta entonces al tipo de investigación que Natalie Zemon Davis practicaba. O eso, al menos, indica ahora. Ella misma reconoce que, en la primera mitad de los sesenta, la revista francesa privilegiaba entre sus páginas los trabajos de historia rural o regional y no aquellos como los que esta investigadora escribía, en donde se ocupaba de las tradiciones populares, de las costumbres y rituales del trabajo urbano y de la religión. Dicho así, parecería que el estudio de las clases y el estudio de las confesiones no eran materia común entre los franceses. Sin embargo, tanto la historia social, de la mano de Ernest Labrousse, como la historia de las mentalidades religiosas, en la obra de Robert Mandrou, eran estímulos ya presentes en los Annales de los años cincuenta que dejarían cierta huella en la década siguiente. 45

Historial cultural.indb 45

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