Palahniuk chuck el club de la lucha

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Diecinueve El mecánico del club de lucha tiene el pie sobre el acelerador, permanece enfadado tras el volante, aunque de un modo sereno, y todavía nos queda algo importante por hacer esta noche. Antes de que se acabe la civilización tendré que aprender a leer las estrellas y a orientarme por ellas. Todo está tranquilo, como si condujéramos un Cadillac por el espacio. Tenemos que haber salido de la autopista. Los tres tíos del asiento trasero se han desmayado o están durmiendo. —Tuviste una experiencia casi de vida —dice el mecánico. Levanta una mano del volante y me toca el cardenal donde la frente chocó con el volante. Está lo suficientemente hinchada como para cerrarme los dos ojos y el mecánico recorre la hinchazón con la yema de un dedo frío. El Corniche coge un bache en la carretera y el dolor se cierne sobre mis ojos como la sombra que produce una visera. Los amortiguadores y el parachoques traseros crujen y rechinan en la soledad que rodea a nuestra precipitación por la carretera de noche. El mecánico me explica que el parachoques trasero del Corniche sólo está sujeto con unos cables y que casi fue arrancado al topar con el lateral del parachoques dentro del camión. Le pregunto si lo de esta noche forma parte de su misión en el Proyecto Estragos. —Es parte de ella —me dice—. He tenido que ejecutar cuatro sacrificios humanos y ahora debo recoger un cargamento de grasa. ¿Grasa? —Para el jabón. ¿Qué está planeando Tyler? El mecánico habla, y es como el mismísimo Tyler Durden. —Los hombres más fuertes y listos que jamás hayan existido —su rostro perfilado contra las estrellas que se reflejan en la ventanilla del conductor— y son hombres que trabajan en gasolineras o sirviendo mesas. La línea de la frente, las cejas, la pendiente de la nariz, las pestañas, la curva de los ojos y el perfil plástico de la boca destacan en negro contra las estrellas mientras habla. —¡Si consiguiéramos llevar a esos hombres a campamentos de instrucción y terminar de formarlos...! »Las pistolas se limitan a encauzar la explosión en una sola dirección. »Hay un tipo de mujeres y de hombres jóvenes y fuertes que quieren dar sus vidas por una causa. La publicidad hace que compren ropas y coches que no necesitan. Generaciones y generaciones han desempeñado trabajos que odiaban para poder comprar cosas que en realidad no necesitan. «Nuestra generación no ha vivido una gran guerra ni una gran crisis, pero nosotros sí que estamos librando una gran guerra espiritual. Hemos emprendido una gran revolución contra la cultura. La gran crisis está en nuestras vidas. Sufrimos una crisis espiritual. «Nuestro deber es enseñar a esos hombres y mujeres la libertad a través de la esclavitud; y el coraje a través del miedo. «Napoleón se jactaba de que podía conseguir que sus hombres dieran la vida por los jirones de una bandera. «Imagínate cuando convoquemos una huelga y todos se nieguen a trabajar hasta que redistribuyamos la riqueza del mundo. «Imagínate cazando alces por los bosques húmedos del cañón cercano a las ruinas del Rockefeller Center. »Lo que dijiste de tu trabajo, ¿lo decías en serio? —dice el mecánico. Sí, así era. —Por eso hemos cogido el coche esta noche —dice. Esto es una partida de caza y vamos a cazar para conseguir grasa. Nos dirigimos al vertedero de material médico desechable. Nos dirigimos al incinerador de material médico desechable y allí —entre las gasas quirúrgicas y las vendas ya usadas, y los tumores de diez años de antigüedad y los tubos intravenosos y las agujas desechables y despojos pavorosos, realmente pavorosos, entre las muestras de sangre y los trozos


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