Palahniuk chuck el club de la lucha

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bolsas. Si te hubieras levantado a media noche y hubieses echado esa sustancia viscosa y blanca en una sopa de cebollas de California y te la hubieras comido como una de esas salsas para patatas fritas o brócoli. Ni por todo el oro del mundo deseaba que Marla abriese el congelador mientras estábamos los dos en la cocina. Le pregunté qué iba a hacer con esa masa blanca. —Labios estilo París —dijo Marla—. Cuando te haces mayor, los labios se hunden en la boca. Estoy ahorrando para una inyección de colágeno en los labios. Tengo casi más de un kilo de colágeno en el congelador. Le pregunté que de qué tamaño quería los labios. Marla me dijo que era la operación en sí lo que le preocupaba. Le cuento a Tyler en el Impala que la sustancia del paquete del Federal Express era la misma sustancia con la que fabricábamos el jabón. Desde que se había descubierto que la silicona era peligrosa, el colágeno se había convertido en un artículo muy preciado en las inyecciones para eliminar arrugas o rellenar labios finos y mejillas flácidas. Tal como lo había explicado Marla, la mayoría del colágeno barato es grasa de vaca esterilizada y procesada, pero ese colágeno barato no dura mucho tiempo en el cuerpo. Da lo mismo dónde te lo inyecten, por ejemplo en los labios, tu cuerpo lo rechaza y comienza a eliminarlo. Al cabo de seis meses, vuelves a tener los labios como al principio. El mejor colágeno, dijo Marla, es tu propia grasa extraída de los muslos, procesada, purificada e inyectada de nuevo en los labios. O donde sea. Este tipo de colágeno sí que dura. Aquella sustancia del frigorífico eran las reservas de colágeno de Marla. Cuando su madre se echaba algunos kilos de más, se hacía una liposucción y conservaba la grasa. Marla dice que el proceso se denomina «acopio». Cuando la mamá de Marla no necesita el colágeno, envía los paquetes a Marla. Ella nunca tiene grasa de más y su mamá cree que siempre es preferible que Marla use el colágeno de la familia a que use grasa barata de vaca. La luz del paseo se filtra a través del contrato de venta de la ventanilla y refleja las palabras «TAL COMO ESTÁ» en la mejilla de Tyler. —Las arañas —dice Tyler— pueden poner los huevos bajo la piel y las larvas abrirte túneles en ella. Así de mala puede ser la vida. Ahora mismo, este pollo con almendras, con su salsa caliente y cremosa, me sabe al colágeno extraído de los muslos de la madre de Marla.

Fue en ese momento, de pie en la cocina junto a Marla, cuando me di cuenta de lo que Tyler había hecho. ARRUGAS ESPANTOSAS. Y supe por qué le enviaba bombones a la madre de Marla. AYÚDAME, POR FAVOR. —Marla, ¿seguro que quieres ver el congelador?—, le digo. —¿Ver qué? —dice Marla.

—Nunca comemos carne roja —me dice Tyler en el Impala. Él no emplea grasa de pollo porque el jabón no se solidifica en pastillas—. Esa sustancia —dice Tyler— nos está dando una fortuna. Pagamos el alquiler con el colágeno. Le digo que debería habérselo dicho a Marla. Ahora ella cree que he sido yo. —La saponificación —dice Tyler— es la reacción química necesaria para fabricar un buen jabón. La grasa de pollo no sirve, ni tampoco la grasa con mucha sal. «Escucha —dice Tyler—. Tenemos que servir un pedido importante. Lo que haremos será enviar a la mamá de Marla más bombones y tartas de frutas. No creo que eso vuelva a funcionar. En resumen, Marla echó un vistazo al congelador. Vale, sí, primero hubo un forcejeo. Intento detenerla, la bolsa cae al suelo y se rompe sobre el linóleo y ambos resbalamos en aquella porquería blanca y


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