Padres e hijos

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Iván Turgueniev

Padres e hijos

losas que lo circundan ha tiempo se cubrieron de hierba; las cruces grises de madera rodaron y se escurrieron al pie de sus antaño rojos techos; las losas todas se mueven, cual si alguien las levantase por debajo; apenas si dos o tres entecos arbolillos dan una exigua sombra; las ovejas andan continuamente junto a las tumbas... Pero, entre éstas, hay una en que no repara nadie, a la que ningún animal se acerca; sólo los pájaros se posan en ella y cantan al amanecer. Una verja de hierro la circunda; dos jóvenes abetos se alzan en cada uno de sus extremos. En ese sepulcro está enterrado Yevguenii Basarov. A él, desde la próxima aldehuela, suelen venir con frecuencia dos viejos decrépitos..., marido y mujer. Sosteniéndose el uno al otro, caminan con pesado andar; lléganse a la verja, se hincan de rodillas y largo rato lloran amargamente, largo rato miran con atención la muda piedra bajo la cual reposa su hijo; cambian breves palabras, sacúdenle el polvo a la losa, enderezan las ramillas de los abetos y de nuevo pónense a rezar, y no pueden moverse de aquel sitio, en que les parece estar más cerca de su hijo, de su recuerdo... ¿Serán estériles acaso sus oraciones, sus lágrimas? ¿No es todopoderoso el amor, el santo, abnegado amor? ¡Oh, no! Por apasionado, pecador y rebelde que fuese el corazón que esa tumba encierra, las flores que en él crecieron nos miran plácidas con sus inocentes ojos, nos hablan no sólo de un eterno descanso, de ese gran descanso indiferente de la Naturaleza; nos hablan también de la paz eterna y la vida infinita...

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