El Nihilismo Europeo

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112 dænamiw y ¤n¡rgeia. Además, el propio Leibniz señala explícitamente en varias ocasiones la conexión entre la vis primitiva activa y la «entelequia» de Aristóteles. Así parece haberse encontrado el hilo histórico (¿o sólo historiográfico?) a lo largo del cual puede comprobarse la proveniencia histórica del proyecto del ente como voluntad de poder. Hasta ahora hemos comprendido a la metafísica demasiado exclusivamente como platonismo y con ello hemos menospreciado la repercusión histórica no menos esencial de la metafísica de Aristóteles. Su concepto metafísico fundamental, la ¤n¡rgeia, señala sin embargo de modo suficientemente «enérgico» en dirección de la voluntad de poder. Al poder le pertenece «energía». Pero queda abierta la pregunta, sin embargo, de si la «energía» así entendida acierta siquiera en lo más mínimo con la esencia de la ¤n¡rgeia de Aristóteles. Queda abierta la pregunta de si precisamente la referencia del propio Leibniz a la conexión entre vis y ¤n¡rgeia no reinterpreta la esencia griega de la ¤n¡rgeia en el sentido de la subjetividad moderna, después de que la ¤n¡rgeia aristotélica ya experimentara su primera reinterpretación con la interpretación medieval como actus. Pero más esencial que la comprensión de estas reinterpretaciones y del «efecto» ejercido por el pensamiento aristotélico en la metafísica occidental, es lo siguiente: en la esencia de la ¤n¡rgeia se mantiene aún originariamente unido lo que posteriormente se separó y entró en alternancia como objetividad y realidad efectiva, y se consolidó entre las determinaciones esenciales de la entidad en la metafísica moderna. La conexión histórico-esencial entre la ¤n¡rgeia y la voluntad de poder es más oculta y más rica de lo que podría parecer por la correspondencia extrínseca entre «energía» (fuerza) y «poder». Esto sólo puede señalarse aquí a grandes rasgos. Con Leibniz todo ente se vuelve «de tipo subjetivo», es decir, en sí mismo representante-apetente y por lo tanto eficaz [wirk-sam]. Directa e indirectamente (a través de Herder), la metafísica de Leibniz determinó el «humanismo» alemán (Goethe) y el idealismo (Schelling y Hegel). En la medida en que el idealismo se fundaba sobre todo en la subjetividad trascendental (Kant) y al mismo tiempo, pensaba de modo leibniziano, mediante una peculiar fusión y radicalización en dirección de lo incondicionado, se llegó a pensar aquí la entidad del ente a la vez como objetividad y como eficacia. La eficacia (realidad efectiva) es comprendida como voluntad que sabe (saber volitivo), es decir como «razón» y «espíritu». La obra capital de Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, reúne, junto con una exégesis muy exterior y superficial del platonismo y de la filosofía kantiana, todas las direcciones fundamentales de la interpretación occidental del ente en su totalidad, desarraigándolas y llevándolas a un plano de comprensibilidad que se inclina hacia el emergente positivismo. La obra capital de Schopenhauer se convirtió para Nietzsche en la auténtica «fuente» para la forma y dirección de sus pensamientos. A pesar de ello, Nietzsche no tomó de los «libros» de Schopenhauer el proyecto del ente como «voluntad». Schopenhauer sólo pudo «cautivar» al joven Nietzsche porque las experiencias fundamentales del pensador que se estaba despertando encontraron en esa metafísica sus primeros e insoslayables apoyos. Las experiencias fundamentales del pensador tampoco provienen de su disposición ni de su formación, sino que acontecen desde la esenciante verdad del ser, y es el estar transferido al ámbito de ésta lo que constituye aquello que corrientemente y desde una perspectiva exclusivamente histórico-biográfica y antropológico-psicológica se conoce como la «existencia» de un filósofo.


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