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ARDILLAS: un llanto en la primavera del 2020

Por Ángel Fuentes

En un árbol de un parque ubicado en el centro de una gran ciudad, había una ardilla sentada en una de las gruesas ramas leyendo una revista. Su lectura pronto fue interrumpida cuando llegó otra ardilla.

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–¿Qué pedo? – saludó la ardilla lectora, quien inmediatamente notó tristeza en la cara de la otra.

–Que pedo –dijo la otra–. ¿Qué haciendo?

–Leyendo un rato el Nigromante. Ora el tema principal fue acerca del huevo. Está interesante.

–Ah no mames. Ya me lo imagino –dijo alzando las cejas, pero la tristeza era evidente.

–Sí. ¿Y tú? ¿De dónde vienes o qué pedo? –cerró la revista.

–Fui a ver a mi morra.

–¡Ah! ¿Y qué tal?

–No pus… –giró hacia su izquierda, bajó la mirada y dio un paso–. No pus...

–¿Ajá? –dijo la otra ardilla levantando su brazo con la palma hacia arriba e inclinando un poco la cabeza.

–Ya cor…tamos –dijo en voz baja.

–¿Qué, wey? ¿Que corta…?

–¡Sí, mi pana, cortamos! –dijo en voz alta y comenzó a llorar.

La otra ardilla dejó la revista en la rama, se levantó y fue a abrazar a su amigo.

–Vaya noticia, colega. La última vez que los vi, hace una semana creo, se veían bien.

–Sí, sí –decía sollozando–, pero las cosas ya no eran lo mismo, ¿sabes? –y se enjugó las lágrimas con un pañuelo blanco que traía, como si ya hubiera planeado aquel llanto a lado de su amigo.

–La flamita ya se había apagado, mi pana, ya se había apagado… –agregó.

Después de varios segundos, las lágrimas cesaron. Se separaron y se sentaron.

–¿Y cómo lo tomó ella? –preguntó.

–Bien, supongo. Ella me dijo lo mismo que te acabo de decir, y lo que ambos ya presentíamos: ¡que la flamita se había apagado!

–Por lo que me cuentas, amigo, terminaron bien, ¿no?

–Sí, mi pana. Ni peleados, ni encelados, ni nada. Un final bueno, quiero creer.

–Sabes, una amiga ayer me comentaba que mantener el deseo de estar con la otra persona, dentro de una relación, es de lo más importante, bello y, quizá, de lo más difícil mientras el tiempo va avanzando.

–¡¡Chale, we, no mames!! –exclamó su amigo y se puso a llorar otra vez, pero ahora, con más enjundia y sosteniendo el pañuelo contra su cara.

Fansu le abrazó ahora con un solo brazo mientras escuchaba su llorar ahogado.

–Llore, llore… ¡pero machin, ¿eh?!

Minutos después, cuando el sollozo fue disminuyendo, Fansú le dijo:

–¿Un poquito mejor?Royo asintió varias veces con su cabeza.

–Venga, mi pana. ¿Una bonice de mango o qué pedo? Yo invito.

–Sí, amigo –respondió.

Royo dobló el pañuelo y se sonó la nariz. Fansu se levantó, tomó la revista y entró a su casa, ubicada dentro del tronco de aquel árbol. Dejó en el sofá la revista y tomó de la mesita su cartera. Desde ahí adentro, vio a su compa, quien observaba sentado y con ojos rojos y llorosos la gran ciudad que se imponía allá adelante, después de aquel gran terreno de pasto verde y recortado, bajo el resplandeciente cielo azul.

–No entiendo –decía Royo–. Todo estaba bien, era lindo y… derrepente… todo aquel rico vaso con agua de limón se terminó, así, gluc, alv. –dijo mientras simulaba tomar un vaso con agua (de limón, claro)–. ¿En qué habremos fallado? ¿O... simplemente se había acabado?... Sí… creo que fue eso.

–“Recuerdos, aprendizajes... –dijo Fansú mientras cerraba la puerta–, es con lo que te quedas. ¡Y tus ojos han cambiado! Pues miraste por otra ventana la vida”. ¿Recuerdas? Escribiste eso mucho antes de salir con ella.

–Sí, lo recuerdo –se levantó–. Recordaré el primer y último beso; la primera mirada y más.

–Vientos, papi.

Cuando bajaron del árbol, Royo, para cambiar de tema, comentó:

–Por cierto, ahora esos panas andan con cubrebocas, ¿verdad? ¡Los humanos!

–¡Sí! Quién sabe por qué.

–Escuché por ahí que es por algo de un bicho. ¡Y que la situación no solo pasa aquí, en la ciudad, sino en todo el mundo!

–¡No mames! – dijo asombrado Fansu.

–Neta –afirmó Royo–. Pero igual sería cosa de investigar.

–Pues ha de ser por el bicho ese, porque el aire aún es bueno.

–Sí… por lo menos.