Newsweek en Español 23 y 30 de julio 2012

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L A C I U DA D B RO O K LY N

EN 1996 me encontraba estudiando una maestría en escritura creativa día, a fines del verano, decidimos salir de California con apenas 300 en la Universidad de Columbia. Trasplantada de California, vivía con dólares entre ambos para formar un hogar en el oriente de Flatbush, mi tía en su apartamento de Manhattan, pero me sentía intranquila. en un grande y típico edificio de ladrillo rojo. A veces volvía a casa muy tarde de alguna fiesta y me acostaba en el Esa Brooklyn era emocionante y completamente desconocida. Las sofá para escuchar música en mi walkman, demasiado agitada para abarroterías de la esquina ofrecían alimentos que me remontaban a conciliar el sueño. Muchos domingos me levantaba tarde y, sin algo los trópicos: frijol de palo, bacalao salado, papayas gigantes y tersos que hacer, caminaba unos cuantos kilómetros hasta Chelsea, antes de aguacates. El delicatesen de nuestra cuadra vendía cangrejos azudar vuelta y regresar al centro de la ciudad, donde me acongojaba mi les que conservaban en un balde blanco de lavandería, amarrados y aspecto reflejado en los escaparates: el rostro inexpresivo, el cuerpo mirándonos fijamente con sus extraños ojos como cuentas. Música aterido por el frío. calipso y de salón hacía retumbar los vidrios de las camionetas colecEsa primavera me invitaron a una barbacoa en casa de un condis- tivas que pasaban por la calle; bastaba inclinar la cabeza para que se cípulo en Cobble Hill, Brooklyn. Al salir del metro lo primero que abriera la puerta y pagar un dólar 50 al conductor —lo mismo que me asaltó fue el silencio, como si la ciudad, repentinamente, hubiera el autobús— para ir al centro de la ciudad. Al enfilar por la Avenida decidido susurrar. Y a continuación obChurch, pasando tiendas de satinados servé la escala de mis alrededores. Todo vestidos de fiesta, bodegas de descuento tenía “tamaño humano”. Pocos edificios y espectaculares pelucas, veía chispazos se elevaban más de tres o cuatro pisos, de la antigua Brooklyn —la Breukelen de de modo que la luz del sol me acariciaba los colonos holandeses, con sus torres la cara. Una bóveda de verdor se mecía de iglesia y cementerios del siglo XVIII. sobre las calles —calles donde los niños Las contradicciones de tiempo y aprendían a montar bicicleta, calles por lugar me complacían, tal vez porque las que eché a andar con más lentitud de hacían eco de otras contradicciones en lo habitual. mi vida: me sentía feliz y triste, perdiCuando llegué a la dirección de la cada y rescatada, privilegiada y viviendo lle Bergen (un apartamento con jardín como una inmigrante recién llegada. donde un par de gatos se repantigaba Era la misma de siempre y, no obstante, en un pequeño huerto y resonaban las en ocasiones era una perfecta extraña, risas de gente de mi edad) me pareció incluso para mí misma. Sentada soque finalmente había escapado a las bre mis piernas en el sofá, escribiendo Brooklyn era “un lugar donde la gente no tenía prisa”. innumerables fachadas reflectantes de mis primeros poemas de verdad, era la ciudad. Había llegado a un santuario consciente de que seguía un derrotero interior, a un lugar donde la gente no tenía prisa ni se cruzaba en el claramente definido; pero si intentaba describir mi vida a otra camino. Aquel soleado día primaveral, en la idílica Cobble Hill, mis persona daba la impresión de estar completamente a la deriva. amigos y yo pudimos entregarnos sin miramientos al espontáneo acto Cinco años después, nuevamente sola, regresé a Brooklyn para de existir, y por primera vez desde mi llegada a Nueva York me sentí encontrar un barrio distinto. En esa ocasión comencé a oír de enteramente en casa. actores y novelistas famosos que emigraban a la zona. Como En el transcurso de unos cuantos meses conseguí mi propia y solea- había dado los primeros pasos para convertirme en una verdadera da dirección en Brooklyn, donde me levantaba temprano y escribía escritora, esa fue la Brooklyn que busqué, y al hallarla tuve mucho en el escritorio de mi reducida alcoba. Al caer la tarde subía por la cuidado de cometer los mismos errores que, dicen, cometen escalera de la línea R a la ya para entonces desolada Cuarta Avenida y todos los escritores: indiscreciones románticas, excesos, incapacirecorría las vacías cuadras hasta mi casa, sintiéndome como una pio- dad para ofrecer disculpas. Era el lugar idóneo para la mujer consnera. No importaba que muchos otros como yo hubieran vivido allí picuamente solitaria que creía ser. durante generaciones ni que mi estadía en el apartamento de amiga Ahora vivo en una Brooklyn diferente, a poca distancia de mi fuera solo temporal, o que hubiera de volver a California después de tercer apartamento. No sé describirla y si algo he aprendido es que, graduarme. Había descubierto lo que, para mí, era un Nuevo Mundo, al menos en mi caso, pasará algún tiempo antes que averigüe cómo y en él topé con una versión distinta de mi persona, mejorada con una es esta Brooklyn. Eso sí, puedo apostar a que dará cabida a otra novedosa sensación de pertenencia y esperanza. versión de sí misma que parecerá salida de la nada, dejándome con En julio del año 2000 me mudé por segunda vez a Brooklyn, du- la impresión de que es absolutamente nueva y necesaria. rante los primeros meses de un matrimonio del que demoraría cinco años en escapar —un par de muchachos que ni siquiera habíamos A principios de este año, Tracy K. Smith recibió el Premio Pulitzer cumplido los 30 años—. Él pintaba y yo escribía poemas hasta que un de poesía. Su obra más reciente es Life on Mars.

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NEWSWEEK

paul lowry

Tracy K. Smith nos habla de un barrio neoyorquino de “tamaño humano”


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