Agustín Monsreal, La niña con anteojos de caramelo

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La niĂąa con anteojos de caramelo AgustĂ­n Monsreal



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Colección Mandrágora

Naveluz Benjamín Barajas, director de la colección Edgar Mena, edición y dirección de arte

Secretaría General, Departamento de Comunicación, Proyectos Editoriales, Departamento de impresiones de CCH Naucalpan. Calzada de los Remedios 10, Colonia Los Remedios, Naucalpan, México, CP 53400.


LA NIÑA CON ANTEOJOS DE CARAMELO Agustín Monsreal


Primera edición, enero de 2019.

DR (2018), UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán, CP 04510, México, Distrito Federal.

ISBN: "Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio, sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales".

Printed in Mexico


LA NIÑA CON ANTEOJOS DE CARAMELO Agustín Monsreal



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LA NIÑA CON ANTEOJOS DE CARAMELO Cuento folclórico en un acto muy breve A Germán Castillo Personajes: Oradores (cinco). Dueño de la casa, padre de la Niña. Dueña de la casa, madre de la Niña. Niña con y (después) sin Anteojos de Caramelo. Sirvientes (dos). Invitados a Granel.

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Escena única: Un vasto jardín circundado por altos muros recubiertos de alambre de púas, donde se celebra una importante fiesta. El mobiliario se compone de una pequeña mesa desvencijada, y media docena de sillones sucios y plagados de remiendos. Todos los asistentes a la fiesta visten atuendos nuevos y brillantes, aunque de notorio mal gusto; todos usan antifaces negros y llevan, en la mano izquierda, una banderita tricolor y en la derecha un látigo. Están formando un semicírculo, como si posaran para una fotografía de fin de cursos. Los Sirvientes, que en la parte posterior de sus chaquetillas traen inscrito el lema “Birlibirloque, creo en ti”, les arrojan, con una mezcla de sumisión y rabia contenida, serpentinas, globos y papel picado. Más allá de los muros se escuchan estallidos de cohetes, repiques de campanas, gritos, chillidos, lamentos, insultos. Los presentes, imperturbables, sonríen entre sí. 10 –


Música de fondo, al iniciarse la escena, “Así es mi tierra”. El Orador Uno se levanta y toma el centro de la escena, después de recibir una indicación del Dueño de la Casa, a quien se advierte que todos adulan y temen. Orador Uno (Hombre con síntomas claros de opulencia y terco acento extranjero)-: La nación se encuentra ebria de gozo. Es para mí un honor el reafirmar ante ustedes que los recursos económicos de Birlibirloque son abundantes y su repartición justa y equitativa entre todos los ciudadanos. Regresa, sonriente, a ocupar su lugar en medio de aplausos comedidos por parte de los Invitados a Granel. Afuera se oyen silbidos y trompetillas. Orador Dos (Hombre tipo acarreador de multitudes)-: Los artesanos y trabajadores manuales en general tienen en este régimen excelentes oportunidades de ocupación, perciben salarios sin precedentes en nuestra historia y gozan de prestaciones sociales únicas en su género en todo el Continente. Exclamaciones de admiración e intercambio de apretones de manos. A una señal del Dueño de la Casa, aparecen los Sirvientes trayendo bandejas y ánforas. Sirvientes (Hombres famélicos que caminan encorvados, como si cargaran sobre sus espaldas el peso de una brutal lápida milenaria)-: Tamales. Agüitas frescas. Atole. Tamalitos. Camotes. – 11


Atolito. Camotitos. Tamales. Camote. Aguas frescas. Atole. Los Dueños de la Casa, con mal fingido disimulo, arrastran aparte a los Sirvientes y los golpean con sus látigos. Dueños de la Casa-: ¡Estúpidos! ¡Idiotas! ¡Imbéciles! ¡Indios! ¿Cuándo diablos van a entender? ¿Cuántas veces hay que repetirles que el camote y el atole son para los de afuera? ¡Bestias! Todos los asistentes a la fiesta rodean a los Sirvientes caídos y ovillados en el suelo, y descargan sobre ellos latigazos, puntapiés, salivazos, gritando estúpidos, animales, indios, el camote y el atole son para los de afuera, idiotas, bestias. El Dueño de la Casa ejecuta un ademán enérgico y se hace un hondo silencio. Los Sirvientes salen de escena arrastrándose dolorosamente y, en cuanto acaban de salir, los Invitados a Granel se abrazan, se felicitan, se carcajean y vuelven a ocupar, con tranquilidad, sus lugares. La Dueña de la Casa, con las manos entrecruzadas sobre el pecho, y con el rostro arrebolado por la emoción, se dirige a los Invitados a Granel. Dueña de la Casa-: Las madres birlibirloquenses agradecemos, desde lo profundo de nuestro amante corazón, la valiosa colaboración de unos y otros en favor de todos. Las madres birlibirloquenses estamos, como hemos estado a través de los siglos, al lado de quienes debemos estar. Las madres

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birlibirloquenses somos y seremos, hoy y siempre y a pesar de todo… ¡madres birlibirloquenses! Los Oradores y los Invitados a Granel abren los brazos en cruz y luego los cierran significativamente, como guardando en forma simbólica en su propio corazón a la Dueña de la Casa, quien recibe de su marido un casto beso en la frente. Mientras se desarrolla esta acción, se escucha una grabación que dice: “Ningún acento profanó el sentimiento nacido del dolor y la amargura, y pareció que sobre aquel ambiente flotaba inmensamente…” Sobreviene una pausa larguísima, tensa, durante la cual todos se miran con caras de perplejidad hasta que, por fin, concentran sus miradas en el Orador Tres, que repara en ello tardíamente. Orador Tres (Hombre con claro aspecto de catedrático en la luna)-: La educación es nuestro principal objetivo, la niñez nuestra preocupación primordial. En nuestro país la juventud no carece de aulas ni de campos deportivos ni de instalaciones militares (silbido estridente del Dueño de la Casa, como de arriero atajando a un animal que se le desbalaga). Y en las universidades, templos de la diosa cultura, la tranquilidad y el

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orden están muy por encima de los transitorios e insignificantes vaivenes de la doméstica agitación política. (Concluye casi con un desmayo, en virtud de lo cual no advierte las miradas fulminantes que le dirigen los demás.) Aparecen los Sirvientes, uno cargando una voluminosa cámara entre fotográfica y de televisión, y el otro un lápiz y una libreta de notas. Aparece también, inocentemente, la Niña con Anteojos de Caramelo, quien hace una reverencia a los presentes y besa las manos de sus padres. El Sirviente de la cámara saca fotos y hace diversas tomas en tanto que el otro apunta las palabras de la Niña con Anteojos de Caramelo. Niña con Anteojos de Caramelo-: Los niños somos felices. Los niños somos felices. Los niños somos felices. (Así hasta que su madre, piadosamente, la obliga a cerrar la boquita.) Aplausos condescendientes y muestras de afecto: “Muy bien, muy bien.” “Encantadora.” “Qué buena educación.” “Es un verdadero ejemplo”, etc. La Niña con Anteojos de Caramelo toma asiento en un banquito dispuesto atrás de las sillas de sus padres, y en cuanto lo hace éstos la ocultan completamente. En ese instante, del otro lado de los muros, crece una gritería infernal en la que 14 –


destacan voces aterradas de mujeres y niños: “Córranle.” “Allá vienen.” “Córranle.” Y en seguida innumerables llamadas de auxilio rotas por golpes secos y aullidos de sirenas que aumentan su volumen hasta volverse insoportables. El Dueño de la Casa da una orden al Orador Cuatro, que apresuradamente toma el centro de la escena. Orador Cuatro (Hombre que trae una gran cantidad de micrófonos frente a él)-: En nuestra noble ciudad capital los pequeños comerciantes ambulantes son socorridos perpetua y religiosamente por sus hermanos encargados del orden público. Gracias a esta ayuda, nuestra noble capital es una ciudad limpia de pordioseros y desocupados. Orador Dos-: Asimismo, conciudadanos, la tierra ya es de quien la trabaja, y a ello debemos la enorme satisfacción de ver nuestras leales arterias citadinas recorridas diariamente de arriba abajo y de sol a sol por nuestros hermanos campesinos, en cuyos rostros de tezontle y tepalcate se advierte el íntimo, el sagrado orgullo de ser birlibirloquenses. Orador Cinco (Mujer con voz de oh cuán dulce es el mundo)-: Imitemos a nuestros queridos hermanos campesinos, a nuestros – 15


paladines de la tierra birlibirloquense: en nuestras próximas vacaciones, colaboremos con el engrandecimiento de la nación, ¡seamos turistas en nuestra propia tierra! ¡En nuestra propia patria! De pronto aparece la Niña con Anteojos de Caramelo parada sobre su banquito; se ha quitado los anteojos de caramelo y los ha comido casi por completo, lo que causa una tremenda consternación general. Niña sin Anteojos de Caramelo-: Los niños somos felices. Los niños somos felices. Los niños somos… Dueña de la Casa (Llevándose las manos del pecho a la cabeza, enloquecidamente)-: ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! La Niña sin Anteojos de Caramelo se vuelve a ver a su padre. Dueño de la Casa (Sacando el cinto y golpeando ferozmente a la Niña sin Anteojos de Caramelo)-: ¡No! ¡No! ¡No! ¡No! Los Cinco Oradores (Al unísono)-: Por favor. Por favor. Por favor. El Dueño de la Casa suelta por fin a la Niña sin Anteojos de Caramelo, que huye despavorida. Los Sirvientes entran cargando un gran legajo que entregan al Dueño de la Casa; éste lo coge, lo acomoda sobre las espaldas de los Sirvientes y lo abre. Dueño de la Casa-: Haciendo una glosa de lo expuesto hasta ahora, informamos que el progreso de una nación se mide comparando realidades con realidades y normas e instituciones con normas e instituciones. 16 –


Todos los asistentes aplauden como un solo hombre, se ponen de pie gritando bravos y vivas y obligan al Dueño de la Casa a dar una vuelta al escenario agradeciendo con las manos en alto a sus infatigables admiradores. Después se trepa a una silla y los Oradores e Invitados a Granel, uno a uno, en correctísima formación, pasan delante de él y estrechan su mano. Habrá quienes repitan la operación varias veces, como los niños cuando se forman para recibir la colación en las posadas navideñas. Mientras dure esta ceremonia, los Sirvientes repartirán manjares y aguas de sabores entre los miembros de la Gran Familia. Poco a poco, cada cual volverá a ocupar su puesto del principio. Orador Uno-: El mole estuvo riquísimo. Orador Dos-: Y el agua de tamarindo, deliciosa. Orador Tres-: Y el ate de guayaba semejaba una fórmula de los propios ángeles. Dueño de la Casa-: Todo se lo debemos a nuestros preclaros antepasados, de cuyas ubres de sabiduría he mamado los sólidos principios que rigen esta Casa. De ahí que los elogios expresados por ustedes a nuestra humilde gastronomía doméstica, hayan revivido en mi memoria los versos de un insigne poeta precortesiano: “Lo hecho en la gran Birlibirloquechtlan está bien hecho.” – 17


Orador Cuatro-: Admirable, amigos nuestros, verdaderamente ad-mi-ra-ble. He aquí cómo, con la decidida sencillez que le es característica, nuestro egregio anfitrión nos ha revelado una más de sus facetas humanas, altamente espirituales, que adornan su regia personalidad. Todos se ponen de pie y aplauden con infinito agradecimiento. Aparece de nuevo la Niña sin Anteojos de Caramelo. Niña sin Anteojos de Caramelo-: Los maderos de san Juan piden pan y no les dan… Más allá de los muros, un coro gigantesco y desesperado acompaña la recitación de la Niña sin Anteojos de Caramelo. Además, se oyen voces que gritan “No queremos fiesta, queremos pan”. El pánico se apodera de los Oradores, que se arrodillan ante el Dueño de la Casa solicitándole su protección. La Niña sin Anteojos de Caramelo y el coro de afuera repiten el estribillo en voz cada vez más alta. Dueña de la Casa-: ¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate! Niña sin anteojos de Caramelo-: Los maderos de san Juan piden pan y no les dan… Dueño de la Casa-: ¡No! ¡Nunca! ¡Nunca! Niña sin Anteojos de Caramelo-: Los maderos de san Juan piden pan y no les dan… El Dueño de la Casa se abalanza sobre la Niña sin Anteojos 18 –


de Caramelo y la golpea con el látigo. La Dueña de la Casa también empuña el látigo y empieza a descargarlo sobre la Niña sin Anteojos de Caramelo. En un momento dado, los Oradores y los Invitados a Granel hacen lo mismo. Afuera, el coro continúa repitiendo “los maderos de san Juan…” y “no queremos fiesta, queremos pan”. Los Sirvientes reaparecen y se esfuerzan por ayudar a la Niña sin Anteojos de Caramelo, pero los Oradores, los Invitados a Granel y los Dueños de la Casa los hacen también víctimas de su rabia. Más allá de los muros, las armas de fuego escupen descargas cerradas y se escuchan gritos de terror por todas partes. Los Dueños de la Casa, los Oradores y los Invitados a Granel dejan por fin de golpear con sus látigos a la Niña sin Anteojos de Caramelo y a los Sirvientes, que yacen en el suelo. Los amordazan, los atan con correas y los obligan a arrodillarse. El Dueño de la Casa pone un pie sobre la espalda de las Niña sin Anteojos de Caramelo y levanta un puño, igual que un gladiador triunfal; en esta actitud permanecerá hasta el término de la obra. Dueña de la Casa-: ¿Era necesario? Dueño de la Casa-: Era indispensable. Las medidas a medias, son medias medidas. El camino no podía ser otro. Orador Cuatro (ante su multitud de micrófonos)-: La tranquilidad reina en el país. Nuestras relaciones exteriores – 19


son favorables, se respeta la libertad de expresión, no existen presos políticos ni manchas de sangre en las manos de nuestro salvador. Orador Dos (ejecutando un saludo marcial tipo hitleriano)-: En ningún periodo de nuestra existencia política habíamos tenido un motivo tan abundante de felicitarnos mutuamente por los progresos de la República y de la libertad, como en el presente. Orador Cuatro-: Bendigamos, queridos conciudadanos, esta mano poderosa a la que reconocemos deber tantos beneficios, y hagámonos dignos de la continuación de su favor, esforzándonos en conservar tan inapreciables bienes. Todos los Oradores (postrados en acción de gracias ante el Dueño de la Casa)-: La paz sea contigo, y con nosotros, y con nuestros bienamados padres, y con nuestros bienamados hijos. Afuera continúan inacabables los gemidos sufrientes de una multitud amordazada y los murmullos de una oración fúnebre. TELÓN

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FICCIÓN SEDICIOSA COMO UN CADÁVER MAQUILLADO

¡A la gente se le ocurre cada cosa! ¡Ah, la gente! ¡Mira tú que salir ahora con que frankestein era un muchacho malo! Pues no, fíjate que no, para nada. Que parecía un poquitín áspero de carácter, ni quien lo dude, y que se cargaba una cara brusca de volcán en erupción, una mirada imponente de águila real, una estatura de rascacielos y una complexión de locomotora más o menos agraviante e intimidativa, ni hablar; pero, ¿y qué con eso? Qué derecho tiene nadie de juzgar y censurar como si fuesen enfermedades secretas o actos fuera de la ley estas sólidas cualidades de nacimiento, estos méritos individuales de la naturaleza humana. Pues ningún derecho, digo yo, ninguna autoridad moral. No sé tú qué opines de tus orejas, por ejemplo, o de las meninges de tu hermana. – 21


Bueno, la cuestión es que estos dones y facultades, hay que reconocerlo en su descargo, se debían a una mera circunstancia genética, ya que era muy idéntico a su padre, un viejito a la mitad de la vida muy bien conservado para su edad, hombre de abultada ciencia, chaparritico él, de estampa apacible, risueño y calvo, bizco del ojo izquierdo (¿o se trataba del derecho?, no estoy seguro) y apasionadamente distraído, por lo cual los detectives privados de la oficina de migración lo confundían a cada rato con jack el destripador. Pero además, estas virtudes lo convertían en el solterón más popular entre las viudas que iba dejando a su paso la guerra y daban armas a sus enemigos de miércoles y sábados en el dominó para considerarlo juicioso, sensible, extravagante y depravado. En realidad, a lo más que llegaba el pobre anciano era a llevar de vez en cuando una existencia nocturna moderadamente canalla y disipada. Y, merced al extraordinario parecido físico e inmoral que desde el primer instante hubo entre él y su unigénito, el doctor frankestein lo bautizó con su mismo nombre por tres razones: la primera, esa vanidad ordinaria de cualquier padre primerizo; la segunda, esa vanagloria vulgar de todo hombre de ciencia (quién sabe hasta cuándo se les va a quitar a los papás y a los científicos esa manía de ponerle su nombre a cuanto se les para enfrente); y la tercera nadie ha conseguido averiguarla, 22 –


aunque se sospecha que muy posiblemente se trate de una combinación de las dos anteriores. Y ahí tienes que, para envidia de muchedumbres, el pequeño frankestein, no obstante estar estigmatizado desde la más tierna infancia por la orfandad, pues todo el barrio sabía que la mamá falleció justo dos años antes de que él naciera, conoció una niñez repleta de mimosidades y regalos, rodeado de flores azules y amarillas y arroyuelos verdinegros y vacas asombradas con el rudo paso de los trenes y charlas vespertinas y aleccionadoras acerca de un dios sereno y sabio allá en las alturas, mero atrasito de esa nube panzona, ¿la ves? Poquito antes de cumplir los diecisiete sostuvo, con cierta tía materna, una minuciosa experiencia íntima y definitiva que lo marcó para el resto de sus días con media docena de cicatrices de arañazos en la espalda. Y luego, como a casi todo adolescente, le dio en una época por las recias pasiones prostibularias, la hombría menor del alcohol, el cigarro, el aburrimiento, y por la idea vil y obsesiva de que su padre era un perro sarnoso y desdentado, un represor hediondo y cruel que no lo comprendía, encima de que lo echó a la vida sin consultarlo; tú sabes: yo no te pedí nacer, mejor hubiera nacido muerto, lo que pasa es que a mí nadie me quiere… las burradas de siempre. Andando en tales andares, alguna compañera de clase lo instruyó en el uso del preservativo – 23


y, con todo y eso, no menos de varias veces tuvo que utilizar penicilina para sacarse del cuerpo males venéreos inconfesables. De esta manera, entre angustias y depresiones y picardías carnales, éxtasis místicos, frentazos contra las matemáticas y una que otra acción de gracias dominical, transcurrieron sus primeros años de universitario; los siguientes los pasó casi de incógnito debido a que se le llenó el rostro de granos, y para que la profesora de natación y la de lectura de los clásicos no le jugaran bromas macabras, en las aulas se disfrazaba de bufón enano en la corte del rey Arturo, de cretino en las carreras de caballos o de persona decente. Más tarde, estimulado por las aventuras cinematográficas de francisco de asís y de felipillo de jesús, y a causa de la experiencia atroz y sublime de haber padecido acné, se le ocurrió, tras una larga, profunda, agotadora meditación en movimiento de treinticinco segundos y medio, inscribirse en un curso de actuación stanislavskiana por correspondencia con el sórdido propósito de consagrarse en espíritu y materia a los arbitrios del séptimo arte. Se aplicó al estudio bastantes horas diarias y en menos de dos semanas obtuvo su título y su diploma de actor. Consciente de que las cosas deben hacerse como se deben hacer, determinó comenzar como los grandes: desde abajo. Así que se metió a trabajar de mesero en un restorán llamado 24 –


Los sótanos del quinto infierno, de engrasador de rieles en el subterráneo, de bailarín de tap en un bar de los subsuelos y de florista en las bodegas de una funeraria. Al cabo de unos diez días fue descubierto por un rastreador de talentos y de este modo, un viernes a eso de las ocho de la noche, emprendió al fin la veloz carrera de astro universal en jólivud. Su padre, cuando se enteró de la noticia, estuvo a punto de sufrir un infarto glandular, exclamó ¡por las pantuflas del papa!, pegó tres salticos de dicha y extirpó de su laboratorio las numerosas y sugestivas fotografías que atesoraba de la virginal pola negri y colocó en su lugar las de la melindrosa y cursilínea jean harlow, con quien su muchacho de porra iba a rodar en su primera película caracterizando a un inculto indio comanche (sin parlamentos). Sólo que frankestein, en su bella candidez, no contaba con la índole dispareja del destino, que al igual que el macho cabrío en la montaña suele maniobrar en forma impredecible. Por aquellos tiempos la humanidad, no contenta ni agradecida con la depresión económica y las metódicas humoradas bélicas de moussolini, de hitler y de franco (esos tres simpáticos granujas que aún hoy nos estremecen con sus maldades y sus locuacidades), deseaba experimentar un nuevo estilo de placer para distraerse de los problemas cotidianos. Buscando – 25


y rebuscando, los cerebros de la mercadotecnia del celuloide dieron entonces con la improvisación harto genial del monstruo de la pantalla y el cándido frankestein, después de haber interpretado en siete filmes el papel de siete incultos indios comanches (sin parlamentos), y no nada más porque estaba maniatado por un contrato explotador sino también porque había invertido cuanto le pagaron de adelanto en un lujoso vestuario personal consistente en un esmoquin, dos pantalones de lana irlandesa y una corbata hecha a la medida, se encontró forzado a abolir su proyecto de ser el primer galán feo pero con apostura impúdica y encajar en la personificación antidotada y excremental de ese mal bicho que estrujó los corazones del orbe con sus villanías. ¡Imagínatelo al pobre! Y surgió así el terrible engendro de tacones desmedidos, párpados acostados y gruesos tapones de corcho en la yugular que nos acobardó la niñez con sus braceos de sonámbulo, sus complejos de grandulón sanguinario y sus gruñidos y mugidos horripilantes a manera de parlamentos. La magistral actuación de frankestein estuvo a punto de deshonrarlo con un premio de la academia, pero se lo birló drácula, que en aquella ocasión revivió ante las cámaras a lord byron tomando el sol boca arriba. Y, no obstante que su magnificencia dio la vuelta al planeta y por doquier el público desquiciado y lujurioso lo ovacionaba y 26 –


lo imprecaba ¡monstruo!, ¡monstruo!, ¡tú sí eres un lascivo, un legítimo monstruo!, esta conmoción universal duró lo que en la eternidad perdura un segundo, pues detrasito de frankestein vinieron, bien te has de acordar, acontecimientos históricos tales como la bomba atómica y mickey mouse y bambi y las comedias musicales a todo color y la televisión en blanco y negro, y por supuesto, del benemérito adefesio sólo quedó un remedo de memoria, el necesario apenas para meterles su ración de espanto a las jovencitas que todavía se orinan en la cama. Las multitudes, veleidosas e ingratas por naturaleza, lo habían olvidado. ¿Por qué son tan injustas y malagradecidas las multitudes? Misterio. Misterio inescrutable. Sin embargo, no concluye ahí la firme epopeya de frankestein, ya que tuvo un nuevo resurgimiento y fue éste, en realidad, el que le zampó la penitencia, es decir, la fama infausta que en el mundo tiene de muchacho perverso: realizó para el cine la primera versión, la auténtica, fidedigna, clásica, la más espantosa de todas cuantas se han cometido, de aquel ogro barrigudo devotamente reputado por su aviesa, ruin, real, escalofriante carcajada de felicidad: ¡santa claus! (24 explosivas, horripilantes risotadas en vez de parlamentos). Infamia célebre, estupidez genial, aberración tan siniestra, tan perniciosa, tan deleznable, – 27


que su propio padre exclamó ¡ah, muerte de kukulkán! y, sin avisarle siquiera por teléfono o por telegrama, le retiró a un mismo tiempo la mensualidad y la palabra y clausuró el famoso museo doméstico que había instalado en la vestíbulo de su laboratorio para declarar a su muchacho monumento nacional. Lástima, de veras una lástima, ya que se trataba de un museo en el que hoy podríamos venerar a muy bajo costo objetos insustituibles del pasado de frankestein cuya contemplación nos helaría la sangre: el triciclo que usó de los 9 meses a los 12 años, un diente de leche, el hilo de pescar con que su padre le arrancaba los dientes de leche, sus primeros calzoncillos rojos, una fotografía de cuerpo entero con Mary Shelley en las costas de Escocia, la cucharita de plata con que comió avena durante el sarampión, El Sexo Naturista (tomos l8 al 23) de la Enciclopedia Nutricional mi Órgano de Choque y Yo, con anotaciones certificadas de su puño y letra; las anginas y el apéndice que le extirparon a los 4 y a los 8 años respectivamente, un zapato izquierdo cuya autenticidad aún está en litigio y dos caramelos a medio chupar. En fin, continuemos en vez de lamentarnos por lo que ya no tiene remedio. La cuestión es que, ladinamente torturado por la repulsa que causaba en todas partes, desportillado en su fuero interno por el fantasma indoblegable de su propia 28 –


creación, semejante a un atónito leproso que llevase el collar de la orden de los hermanos de caín, frankestein arrastró su infortunio cruel por incontables bajos fondos, barriadas de inmigrantes y estaciones de servicio, hasta que en una de sus tantísimas caídas, a la sombra de un delicado crepúsculo de otoño, un ferrocarril de carga lo depositó en un pueblecito grisáceo de la frontera sur del norte, junto con 300 cabezas de ganado que también viajaban en pos de mejor suerte. Allí, estragado por las muchas muelas amarillentas de la desgracia, turulato de hambre, flaco, desnutrido, famélico, igualito a robinson crusoe a su regreso de la isla, a pocos suspiros de fallecer de inanición pues llevaba más de 49 días de alimentarse sólo con naranjas echadas a perder que topaba en los caminos, no le quedó otro remedio que dejar a un lado el orgullo y la decencia y casarse al vapor con la hija medio imbécil de un terrateniente imbécil por completo. La existencia del pobre frankestein en los últimos tiempos había sido una auténtica tragedia neoclásica y era de esperar que acabase cometiendo una estupidez irreparable. Pareció entonces que los cielos despejaban sus nubarrones para el infeliz actor desempleado; pero lo que es haber nacido de nalguitas y traer el santo de espaldas: la joven cónyuge y heredera, pese a ser gorda -insuperablemente gorda, gordísima – 29


según consta en su fe de bautizo- y de poseer varios cientos de hectáreas y caballos indómitos y algunas decenas de trabajadores indocumentados y recursos financieros de sobra para mandarse construir obras de riego y adquirir semillas mejoradas y cerros de fertilizantes, pues no, ni modo, la inocente salió más estéril que el sueño de una ternera enamorada. Y con todo y eso, mira tú, nuestro héroe le fue fiel desde el minuto que la conoció hasta el día en que cumplió los seis meses de matrimonio, que fue cuando un pastel de pollo aderezado con un escopetazo en medio del pecho le provocó un fallecimiento audaz, magnífico, por lo rápido y lo inesperado. "¡Todo el mundo a bordo!", azuzó enigmáticamente en su penúltimo estertor agónico; en el último ya no alcanzó a articular palabra, por lo que el enigma quedó sin resolver. La inconsolable autoviuda, con palabras que repitieron a la mañana siguiente casi todos los diarios –incluidos los de australia central–, expresó ante el sarcófago de su amado que morir es el sino de cuanto en la tierra florece –grave verdad para frase tan breve en un funeral, ¿no te parece?– Y durante el novenario, entre sorbo y sorbo de café, agudas conversaciones de modas con las amigas y suspiros inevitables consagrados al ausente, escribió este espléndido poema que no le publicó nadie: Antes mis ojos vivían para verte 30 –


desde que te fuiste viven para llorar. Mi abuelo, que en su juventud lo conoció de oídas, confirma y sostiene que no, que frankestein no era malo, qué iba a ser, al contrario, que poseía configuración de santo y hábitos de buey educado en la indigencia: "El perjuicio estuvo en que sacó el vicio del papá, que era un adicto del imperialismo jolivudense, y eso fue en verdad lo que lo perdió. Lo demás son ocurrencias, invenciones que de puro ociosa fabrica la gente." Ah, la gente.

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CISNE ROJO

A los diecisiete años cometió su primer trabajo profesional; a los veintitrés la fama le otorgó reconocimiento y a los veintisiete se casó con la primera y única mujer que tuvo lugar en su vida. Se sabe que no tuvo madre, o más exactamente, que ésta lo abandonó, apenas unas horas después de parirlo, por acudir insensata tras un destino vergonzoso. Esta circunstancia desafortunada, hasta donde nos es dado conocer, no perduró en su alma. Era un hombre obeso de claros rasgos infantiles, con una noble tendencia a la calvicie y unos ojos siempre dispuestos al asombro. Su mayor virtud consistió en no incurrir jamás en un crimen gratuitamente, es decir, jamás entreabrió siquiera su corazón a las pasiones y rencores comunes a los demás mortales, – 33


es decir, jamás odió ni desdeñó a nadie –a pesar de que fue su propio padre, quien se ejercitaba con un fervor blasfematorio para vengarse de la ausente desnaturalizada, el que acuñó en él la vocación, le suministró el primer consejo y le maduró el temple en medio del infatigable aprendizaje. Puntual a sus principios naturales, ejecutaba su oficio con pulcritud y con un definitivo sentido de la piedad, sin consentir jamás la efusión de una sola gota de sangre innecesaria ni un padecimiento un grado más allá de lo indispensable. Aunque practicaba con gran soltura el rigor, el orgullo y en mínima medida la vanidad, rechazaba sin ostentación el premio fácil de las adulaciones. Algún vago historiador destinado al polvo y a la sombra lo acusa de amoral y pretende escamotearle sensibilidad artística y sentimientos humanitarios. Desmiente tan perversa intención el hecho de que el ilustre criminal, en una de sus admirables conferencias, confesó con trémula sinceridad que las lágrimas y el luto de huérfanos y viudas en la miseria, penosa consecuencia de sus meritorios actos, lo abundaban en cierta infelicidad, ciertas refriegas espirituales consigo mismo, cierto desasosiego en el corazón. Asimismo (para peor vanagloria del falaz intelectual), es ampliamente conocido que nuestro fervoroso emisor de la muerte, en su calidad de Fundador y Director hasta en dos oportunidades del Instituto Nacional del Crimen 34 –


(INC), afanó sin claudicaciones ni fatigas su inteligencia y sus reducidos lapsos de reposo en la busca de métodos científicos que aboliesen la precocidad pandillera y la ineptitud de las cloacas, las operaciones facilitadas por la soberbia y significadas por la barbarie, la temeridad tempestuosa y el valor irracional, prácticas a las que él se manifestaba atinadamente contrario por conformar éstas el desaforado vicio de la crueldad. Asesinar con pulcritud era una cuestión de ética, de belleza, de elegancia. Nunca propició ni aceptó, por otra parte, el reto envidioso de las disputas en los reñideros del Sindicato (asistía por mera disciplina y por un sólido principio de conciencia gremial), ni tampoco las sobradas provocaciones y las tontas pendencias conyugales, que sobrellevaba con resignación comprensiva, colmada de entereza y humildad. De igual manera, su amor paternal nunca mereció tacha. A los cuarenta y cinco años de edad, condescendiendo a los ruegos y presiones familiares, abandonó las armas, los merodeos metódicos y las emboscadas, las nieblas, las complicidades nocturnas, las esquinas arriesgadas, el espionaje calculado y preciso, los pacientes agazapamientos y las mansas ansiedades, los oídos sordos a las voces del soborno y la compasión, los ocasionales rumores del escrúpulo, el pudor, el remordimiento, y se restituyó a la vida privada para disfrutar en su pequeña dicha de los recuerdos. – 35


El tiempo suele proporcionar ingratitudes y olvidos; pero también acrecentar la memoria pública de algunos hombres. Tal ocurrió con el protagonista de nuestra semblanza. A su muerte, acaecida diecinueve lentos años más tarde en su villa de reposo, rodeado de su viuda y sus hijos inconsolables (ninguno siguió los ejemplares y dignos pasos de su padre; se consagraron uno a uno reprobablemente a malbaratar la existencia en torpes bohemias y en inútiles licencias mundanales), comparecieron para exhibir sus lágrimas discretas y su pena genuina, como último y leal homenaje, sus eternos deudores: aristócratas, amantes resentidos, líderes obreros, políticos y otros diversos próceres y divinidades de nuestra sociedad nacional. Hoy, una calle, el Auditorio del Instituto y una glorieta citadina lucen con pundonor su nombre.

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LA JORNADA DEL OFICIANTE

Hoy se cumplen –quién lo dijera– siete años ya de que mi padre fue fulminado por la aurora. Una imprudencia breve, unos cuantos segundos de luz bastaron para poner fin a su inmortalidad. Hoy sólo nos queda su memoria, y la recordación ejemplar de lo que sucedió para aprender a ejercer dominio sobre las tentaciones, y sobre nuestra natural avidez. Una es la tiniebla, y ella sola nuestro territorio, el escenario donde se dignifica nuestro destino. Mi padre era profesor interno en un colegio para señoritas, en el cual dictaba cátedras de Ética y Teología, y era famoso por su divina locura de doctrinar nuevas gentes. Merced a sus amplias y reconocidas excelencias pedagógicas, se le concedió la – 37


licencia de impartir los cursos una vez que el sol –rival indigno– hubiera cedido ante el extraordinario empuje de la sombra. A causa de su resuelta e inmodificable disposición a las horas nocturnas, así como a las temerarias impetuosidades de su temperamento, jamás había sido apreciado por sus colegas, seres de naturaleza frágil y por demás ordinaria, apóstoles penuriosos de lo meramente mundanal y mezquino que consideraban su devoción por la oscuridad como una simple extravagancia, otra excentricidad en este universo agraviado de excentricidades. Sin embargo, una de las virtudes definitivas de mi padre fue la de volar siempre muy por arriba de esas vagas, terrenales e incoloras argucias de corredor, y de tener para ellas una sólida y única respuesta: el desprecio. Aquella medianoche, al surgir de las bondades del sueño, experimentó en el alma la codicia inflexible de los buenos tiempos, por lo que se prometió ser pertinaz, laborioso, espléndido consigo mismo, con sus ansias y nutrirse sin más límite que su propia, auténtica felicidad. Antes de abandonar la breve hondura de la celda donde habitaba comprobó la impecable sencillez y elegancia de su atuendo, pulimentó con justo orgullo viril las agujas de su herramienta dental e hizo centellear cuatro cinco oportunidades la sagacidad dorada de sus pupilas para verificar que se encontraban en plena forma. 38 –


Por mera costumbre, verificó que las luces de los demás claustros destinados al personal docente ya estuviesen apagadas y, sin mayor tardanza, guiado por los olores exactos de su obsesión, se dirigió a la residencia donde una vez más habría de oficiar. El silencio era grandioso; igualmente portentosa era la negritud absoluta del cielo. De todos los poros de la tierra se desprendía una oportuna humedad, un cierto aroma místico que dulcificaba entera la delgadez del aire. Imponente y preciso, mi padre realizó un gallardo llamamiento corporal y de inmediato comparecieron ante él las Siete Hijas de la Luna (cómplices dichosas, y guardianes fieles, testigos sagaces e invariables de sus innúmeras hazañas), quienes se pusieron a revolotear colmadas de júbilo a su alrededor. El viento, vuelto en sí de su letargo, comenzó a aullar semejante a una bestia primigenia. Como cabía suponer, todas las puertas del plantel se hallaban aseguradas con picaporte. Mi padre concentró entonces la flama poderosa de su vista a través de una de las ventanas del piso superior y la joven Enedina, al sentirse convocada, resbaló quedamente del lecho para franquear el paso. Era una de sus alumnas predilectas, y por lo general el puerto de partida de sus ansias tumultuosas (tenía las mejillas finas y purísimas como la plata, el cuello apetitoso y distinguido; color naranja, – 39


largos y trenzados invariablemente los cabellos). Mi padre hizo un ademán raudo y solemne y se deslizó suelo abajo la capa. Envolvió con sus puntiagudos brazos los redondos hombros de la doncella estremecida por el frío; le acarició fervoroso las comarcas del cuerpo con las uñas y la lengua y luego se inclinó, enérgico, veloz, con idolátrica exaltación, a gustar en ella el sabor de la ventura. Fue un apogeo austero, pero ejemplar. A un gesto vertical y categórico que mi padre ejecutó con la extensión cerosa casi transparente de su mano, las Siete Hijas de la Luna refrenaron sus enfáticos clamoreos, ascendieron como plumas conducidas por el viento y se dispersaron cual ávidos reptiles por la azotea del edificio a murmurar sus albos secretos, y a esperar. La Madre, voluminosa y complacida, mantenía cubierta su palidez bajo una aglomeración de nubes pardas. Una vez que el comedimiento natural de mi padre extenuó la intensidad del gozo con la deliciosa Enedina, se deslizó a la alcoba contigua donde ya lo aguardaba Jacobita (más tierna pero más robusta). Volvieron sus uñas cárdenas a trazar prolijos laberintos de caricias, y sus pupilas anhelantes a convulsionarse; volvió a sentir que relampagueaba en su interior aquel insobornable brío que le permitió multiplicar a tan grande escala la especie. 40 –


Después continuaron en su afanoso trayecto la jugosa señorita Luvia y la fragante, casi niña Carlota; más tarde las exquisitas y sensuales Armanda, Camila, Eulalia, Nidia, Mélida y Benedicta. En recuerdo de sus legendarias mocedades –prodigios perdurables, milagros sustanciales que nadie ha conseguido equiparar–, de las noches soberanamente perfectas en que la reciedumbre espléndida de sus aguijones dejaba lívidas a tantas y tantas criaturas, mi padre fue recorriendo uno a uno los numerosos dormitorios de la vieja residencia: perforando, paladeando, succionando colegialas –tan pródigas, tan rebosantes de savia hirviente que parecían celestes veneros inagotables. Ya estaba su proverbial deseo más que satisfecho y el amanecer próximo a anunciarse, cuando por uno de esos incorregibles caprichos del azar se le incrustó en los ojos, con el ardor afrentoso y fiero de una blasfemia, la sonámbula hermosura de la señorita Gertrudis, nueva en el colegio y desconocida por él. La adolescente transportaba la maravilla de su belleza con una espontaneidad casi aérea, recatado apenas el aroma uniforme de la piel por una túnica traslúcida, altivos e inmaculados los senos, abundante y laciamente derramada la cabellera sobre el declive mórbido de la espalda. Quedó mi padre hecho un pasmo, tan deslumbrado por la revelación que por un buen rato no fue capaz de pensamiento ni movimiento – 41


alguno. Desde que era carne su carne y sus huesos eran huesos, no se había removido en lo más hondo de su ser la serpiente de la pasión de tan apremiante manera. (Ah, la pasión, ese infierno particular.) Y así como hay quien por simple insensatez corre ciego de fe y precipita su fortuna en el abismo, así mi padre, obstruida la razón, aniquilada la voluntad, esmeró lo que restaba de su instinto y su destreza a consumar el encuentro con la gloria mediante aquel ángel iluminado por los favores de la gracia. (Ah, desdichado padre mío, que al no ver un punto más allá de la satisfacción de su pecado, no advirtió que se desbarrancaba él mismo de las manos de la suerte.) Las Siete Hijas de la Luna cesaron su rumoreo y enrabecidas, desesperadas, profirieron espeluznantes alaridos anunciando la inminencia fulgurosa del peligro; se desgarraron los albos hábitos; azotaron sus cuerpos frenéticos y sus garras contra puertas y ventanas; chillaron, maldijeron, se horrorizaron, y acabaron por desteñirse, enloquecidas de dolor y desesperanza, entre los últimos restos mortales de la noche. Y cuando mi padre gozaba la plenitud de su hartazgo se le vino encima, ruin, arteramente esplendorosa la luz de la mañana y lo hizo polvo. Un puñado de polvo que la acción amorosa del viento lenta, callada, benignamente dispersó. 42 –


En ese entonces cumplía yo diez años. Esta medianoche alcanzo mi mayoría de edad ritual y, una vez concluida la ceremonia de iniciación, saldré a las parcelas del mundo para inaugurar doncellas y venerar así la memoria exacta de mi padre.

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LANOCHE DEL SANTUARIO A Joaquin Tamayo 1.- Tarda mucho en salir. 2.- Sí. Tarda mucho. 1.- Ya es tarde. Bueno, siento que ya es tarde. 2.- También yo siento que ya es tarde. 1.- A veces, creo que te cuesta mucho trabajo esperar, que necesitas grandes esfuerzos para mantener tu corazón de pie. 2.- Sí. A veces me cuesta mucho no perder la fe. 1.- No debemos perderla, es lo único que nos queda. 2.- Sí. Es lo único. A veces pienso… 1.- No pienses. No debemos hacerlo. La razón perjudica la fe. 2.- Es cierto. La perjudica. 1.- Sale por este lado. Sale y lo ilumina todo. – 45


2.- Sí. Sale por ahí. Si es que sale. 1.- Tiene que salir. Es cierto que tarda demasiado ya, pero tiene que salir. Y todo se iluminará. 2.- ¿Y si no sale? Sólo me pregunto. 1.- No te preguntes. La fe no admite preguntas. Debemos aceptar la espera así como aceptamos la vida. 2.- Sí. El hecho de vivir y el hecho de esperar son lo mismo. ¿Es eso? 1.- Mi corazón sabe que si hay amor tiene que haber unos brazos abiertos. 2.- El amor es como la esperanza, un pedazo de luz entre la niebla. 1.- Es mejor vivir en el amor, en esa certeza del corazón que es el amor. 2.- Sí. Ha de ser mejor. 1.- ¿Sabes? En estas tinieblas apenas distingo cómo eres. 2.- Sí. Somos casi invisibles. 1.- Algunas veces se me ocurre que te pareces mucho a mí, o que yo me parezco a ti, o mejor dicho, que tú y yo nos parecemos. 2.- A mí también me ocurre algo semejante. En realidad yo no recuerdo cómo soy, pero se me figura que he de ser como tú. 1.- Yo tampoco me acuerdo, pero a veces me hundo en mi memoria, y me busco, y tardo mucho buscándome, y cuando por fin me encuentro, resulta que yo no soy el que buscaba, 46 –


resulta que cuando me encuentro soy tú. 2.- Sí. Ha de ser por el tiempo. Tanto tiempo de estar juntos. 1.- Vivimos continuamente reflejados. 2.- Sí. Somos nuestro propio fantasma. 1.- Y nuestras voces son sólo ecos, sombras de ecos. 2.- Sí, pese a estar tan cerca, nuestras voces son sólo cuchicheos, chisporroteos de una lumbre que ya no es. 1.- Esperando lo mismo. 2.- Esperando. A veces pienso si no esperamos en vano. 1.- No debemos pensar. Saldrá, te lo aseguro. 2.- Mi casa siempre estuvo llena de jaulas y de pájaros. Las jaulas eran de todos tamaños y de todas las formas, pero ninguna tenía puerta, así que los pájaros iban y venían y nadie podía saber si eran siempre los mismos. 1.- En mi casa no había pájaros porque las jaulas tenían puertas. Toda la gente se nos reía en la cara porque nuestras jaulas siempre tenían puertas. 2.- Las casas de la gente también tienen puertas, y la gente va y viene y uno sabe que la gente siempre es la misma. 1.- Con puertas o sin puertas, la gente siempre es la misma. 2.- Abiertas o cerradas sus puertas, la gente siempre viene del mismo sitio y siempre se dirige hacia lo mismo. 1.- Tiene un solo principio. – 47


2.- Y un solo fin. 1.- Tanta gente. Tanta. 2.- Y siempre lo mismo. 1.- Sí. Tanto cielo. Tantas estrellas y mundos. 2.- Tanto esperarlo a que salga. 1.- Un día y otro. 2.- Antes y después. 1.- Lo he imaginado tantas veces. He imaginado su tamaño, inabarcable, demasiado para mis ojos. Y su color único, excepcional. Entonces, de pronto, descubro que soy feliz. 2.- Yo no tengo idea de lo que es ser feliz, no alcanzo a concebirlo. Me cuesta creer que sea posible. 1.- Es como un jardín que lo abarca todo. 2.- Para mí es como una confusión que se me atora en la garganta. 1.- Todo se aclarará cuando salga. 2.- Sí, su claridad me ayudará a comprender. A quedar limpio de dudas. 1.- Nos liberará de la oscuridad. Nos enseñará el fuego más profundo. 2.- ¿El fuego de la verdad? 1.- El fuego de tu verdad y mi verdad. 2.- De nuestra verdad. Y su resplandor será eterno. 1.- Y este eclipse total acabará. 48 –


2.- Sí. Llegará a su fin esta invariable soledad nocturna. 1.- ¿Oyes? Es el silencio, que hace un ruido extraño. 2.- Sí, suena como los ruidos dentro del sueño. 1.- Cuando él salga todo será distinto. 2.- ¿Y si llega a no salir? 1.- Estaríamos perdidos, condenados a echar raíces en las tinieblas. 2.- Creo que yo ya estoy echando raíces. Te miro y sé que mis raíces son cada vez más hondas en la sombra. 1.- No lo sabes. No puedes saberlo. Es el cansancio que te hace creerlo. Es la fatiga por la espera. 2.- Ya no hay más espera. Se acabó. No saldrá. 1.- Saldrá. No desfallezcas. Ven, bebe de mí, de mi fe. Yo tengo más tiempo que tú esperando, y sé que no es en vano. 2.- Pero esta espera es infinita. 1.- Aun así es preferible. Siempre es preferible. 2.- ¿Aunque no salga? 1.- Aunque tarde en salir. 2.- ¿Vale más esperar? 1.- Es preferible esperar. Siempre es preferible. 2.- ¿Aunque tarde tanto que cuando salga ya sea demasiado tarde? 1.- Debemos seguir alimentando nuestros ánimos, no permitirnos que se desgracie la esperanza. Mantener la fe en alto. Como una bandera en alto, que respira. – 49


2.- Una pálida bandera inmensa que respira. 1.- Necesitamos que sea así. 2.- Sí, es necesario. Así será. 1.- Se han consumido ya todas las posibilidades del día. La súplica del sueño envuelve la tierra. Descansa, y si puedes dormir, duerme. 2.- Cuando duermo siento que me alejo, y que me doy la espalda. Dormir es como verme yéndome. Y no me gusto de espaldas. Soy otro, aun cuando sé que soy yo. 1.- ¿Y duermes realmente? ¿No será que crees que duermes, que lo inventas, que te haces el dormido? 2.- Estoy afuera y adentro del sueño al mismo tiempo. De este lado y del otro lado de mí mismo. 1.- Es muy difícil, muy agotador estar en los dos lados a la vez. 2.- Mi cabeza está llena de preguntas, no puedo descansar. ¿Cómo es? ¿Tú lo sabes? 1.- No sé si es un resplandor o una sombra esquiva. Si es un clamor o un hastío lleno de silencio. Pero sé que es. 2.- Y si es, con eso basta, ¿verdad? 1.- Sí, con eso.

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índice 7 19 30 34 40

La niña con anteojos de caramelo

Ficción sediciosa como un cadáver maquillado

Cisne rojo

La jornada del oficiante

La noche del santuario



DIRECTORIO UNAM Dr. Enrique L. Graue Wiechers Rector Dr. Leonardo Lomelí Vanegas Secretario General Ing. Leopoldo Silva Gutiérrez Secretario Administrativo Dr. Alberto Ken Oyama Nakagawa Secretario de Desarrollo Institucional Lic. Raúl Arcenio Aguilar Tamayo Secretario de Prevención, Atención y Seguridad Universitaria Dra. Mónica González Contró Abogada General Mtro. Néstor Martínez Cristo Director General de Comunicación Social CCH Dr. Benjamín Barajas Sánchez Director General plantel naucalpan

Mtro. Keshava R. Quintanar Cano Director Mtro. Ciro Plata Monroy Secretario General Lic. Joaquín Trenado Vera Secretario Administrativo Ing. Reyes Hugo Torres Merino Secretario Académico Mtra. Angélica Garcilazo Galnares Secretaria Docente Mtra. Rebeca Rosado Rostro Secretaria de Servicios Estudiantiles Damián Feltrín Rodríguez Secretario de Atención a la Comunidad Ing. Verónica Berenice Ruiz Melgarejo Secretaria de Cómputo y Apoyo al Aprendizaje C.P. Ma. Guadalupe Sánchez Chávez Secretaria de Administración Escolar Ing. Carmen Tenorio Chávez Secretaria Técnica del Siladin Lic. Reyna I. Valencia López Coord. de Seguimiento y Planeación Mtra. Diana Contreras Domínguez Jefa de la Oficina Jurídica Mtro. Édgar Mena López Jefe del Departamento de Impresiones


se terminó de imprimir el ??? de ??? de 2018 en el Departamento de Impresiones del Colegio de Ciencias y Humanidades Naucalpan, Calz. de Los Remedios 10, Colonia Los Remedios, CP 53400 Naucalpan de Juárez, Estado de México. La impresión es digital y se realizó sobre papel Cultural de 90 grs. y cartulina Eggshell de 260 grs. para los forros. La familia tipográfica que se utilizó es Trinité 1. El cuidado de la edición estuvo a cargo del editor y el autor. El tiraje consta de 200 ejemplares.

Monóculo


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