El erotismo

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GEORGES BATAILLE — EL EROTISMO

mundo de la actividad útil. El mundo sagrado está separado de la naturaleza por el trabajo; sería ininteligible para nosotros si no nos diésemos cuenta en qué medida el trabajo lo determinó. El espíritu humano, que el trabajo había formado, atribuyó generalmente a la acción una eficacia análoga a la del trabajo. En el mundo sagrado, la explosión de una violencia que las prohibiciones habían expulsado no tuvo el sentido único de una explosión, sino también el de una acción a la cual se le confería una eficacia. Inicialmente, las explosiones de violencia que las prohibiciones habían reprimido, tales como la guerra o el sacrificio —o la orgía— no eran explosiones calculadas. Ahora bien, en la medida en que eran transgresiones, y practicadas por hombres, se convirtieron en explosiones organizadas, actos cuya eficacia posible sólo aparecería más tarde, pero indiscutible. El efecto de la acción que fue la guerra pertenecía al mismo orden que el efecto del trabajo. En el sacrificio se ponía en juego una fuerza a la cual, arbitrariamente, se le atribuían unas consecuencias; a esa fuerza se la consideraba, pues, del mismo orden que una herramienta manejada por un hombre. El efecto atribuido a la orgía es de un orden diferente. En el ámbito de lo humano, el ejemplo es contagioso. Un hombre entra en la danza porque la danza misma le obliga a danzar. De una acción contagiosa, real en este caso, se consideró que implicaba en ella, no solamente a otros hombres, sino a la naturaleza. Así, de la actividad sexual —que, como dije, en su conjunto es crecimiento—, se consideró que arrastraba a la vegetación hacia el crecimiento. Pero sólo en un segundo término la transgresión es una acción emprendida con vistas a obtener una eficacia. En la guerra o en el sacrificio —o en la orgía— el espíritu humano, contando con el efecto real o imaginario, organizó una convulsión explosiva. Inicialmente, la guerra no es en principio una empresa política; tampoco es el sacrificio una acción mágica. Del mismo modo, el origen de la orgía no es el deseo de cosechas abundantes. El origen de la orgía, de la guerra y del sacrificio es el mismo: la existencia de unas prohibiciones que se oponían a la libertad de la violencia mortal o de la violencia sexual. Fue inevitable que esas prohibiciones determinasen el movimiento explosivo de la transgresión. Esto no quiere decir que nunca se recurriese a la orgía —o a la guerra, o al sacrificio— con el único objetivo de los efectos que, con razón o sin ella, se le atribuían. Pero se trataba en estos casos de la intervención —secundaria e inevitable— de una violencia extraviada en los engranajes del mundo humano tal como el trabajo lo organizaba. En estas condiciones, esa violencia ya no tenía únicamente el sentido animal de la naturaleza; la explosión, precedida por la angustia, asumía, más allá de la satisfacción inmediata, un sentido divino. Esa violencia se había convertido en religiosa. Pero, en su mismo impulso, adquirió un sentido humano; se integró en el ordenamiento de causas y efectos que, sobre el principio del trabajo, había construido la comunidad de las obras.

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