Biografias de Howard W. Hunter

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la ayuda del andador y de las abrazaderas. Con el tiempo, logró caminar sin ellas, siempre que alguien lo acompañara para ayudarle en caso de que trastabillara. Antes de la operación, los médicos le habían dicho que el dolor le persistiría por unos seis meses. Después de un año, aún lo tenía aunque con menor intensidad, por lo cual estaba muy agradecido. Su victoria mayor tuvo lugar el jueves 15 de diciembre. En esa fecha escribió: "Hoy fue un día especial. Tuvimos la última reunión de 1988 en el templo y ésta fue la primera vez, desde el 13 de agosto de 1987, que asistí sin andar en la silla de ruedas. Hoy fui al templo con el andador. Lo hice lentamente y con dificultad, pero lo conseguí siendo acompañado por Neil McKinstry, el guardia de seguridad, quien caminó a mi lado preparándose para sostenerme en caso de que me cayera. Cuando entré en la sala del consejo, los hermanos se pusieron de pie y me aplaudieron. Esta fue la primera vez que alguien aplaudió en el templo. Todos han sido muy amables y atentos conmigo, y han pedido por mí en casi cada una de las oraciones pronunciadas en este último año. En su gran mayoría, los médicos me habían dicho que nunca más podría yo estar de pie o caminar, pero no tuvieron en cuenta el poder de la oración."3 A mediados de febrero de 1988, uno de los terapeutas fue con Howard al Tabernáculo para ayudarle a practicar cómo caminar hasta el pulpito y regresar a su asiento. "Quedé sorprendido al poder hacerlo; quizás me será posible permanecer de pie ante el pulpito cuando tenga que hablar, cosa que los médicos me han dicho que no será posible." El departamento de mantenimiento de la Iglesia le hizo modificaciones en su silla sobre el estrado, alargándole los posabrazos y elevándole los almohadones para que le sea más fácil incorporarse. Después de varias sesiones de ejercicios, y de andar por el pasaje subterráneo entre el Edificio de Administración de la Iglesia y el Tabernáculo, finalmente se sintió listo para la próxima conferencia. El domingo 1o de abril de 1988, la mirada de todas las personas en el Tabernáculo estaba fija en el élder Howard W. Hunter cuando éste se levantó y, lentamente, caminó hacia el pulpito con la ayuda de un andador. El corazón de las otras Autoridades Generales, de los miembros de su familia y de otros que sabían cuánto había luchado por llegar a ese momento de su vida, latía con fuerzas mientras muchos oraban por él en silencio. En su diario anotó lo siguiente: "Todo anduvo bien hasta que llegué a la mitad de mi discurso, cuando de pronto perdí el equilibrio y caí hacia atrás en medio de un arreglo floral, yendo a parar a la plataforma del director del coro. El presidente Monson, el élder Packer y Dale Springer, un guardia de seguridad de la Iglesia, me levantaron sin demorar y continué con mi discurso." Quienes se hallaban escuchando la conferencia por radio y los que no estaban prestando mucha atención en el Tabernáculo o en sus hogares mientras seguían la sesión por la televisión, no se percataron de lo que había sucedido. Sólo se produjo una breve pausa y entonces el élder Hunter siguió hablando como si nada hubiera pasado y, cuando terminó su discurso, el presidente Monson comentó: "Todos los que lo hemos visto llegar hasta el pulpito, hemos presenciado un milagro." Luego, refiriéndose a la rápida recuperación del élder Hunter después de su caída, agregó: "Quizás no un solo milagro, sino dos." Al mediodía, los miembros de la familia Hunter se reunieron en su oficina para el tradicional almuerzo del que participan en días de conferencia general. Los nietos, quienes siempre se sienten cómodos en presencia del abuelo, comenzaron a hacerle bromas en cuanto a lo acontecido. "Sabemos, abuelo, que sólo quisiste llamar la atención", dijo uno de ellos. Otro agregó: "Tu discurso no era suficientemente bueno, así que se te ocurrió hacer algo más 161


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