La comunicación

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Carlos Arturo Quintero G贸mez Presb铆tero de la di贸cesis de Armenia, Colombia. Comunicador social. Periodista. Secretario Ejecutivo del Departamento de Comunicaci贸n, CELAM.



Con las debidas licencias eclesiásticas. © Carlos Arturo Quintero Gómez, Pbro. © Consejo Episcopal Latinoamericano, CELAM Reservados todos los derechos Carrera 5 Nº 118-31 Apartado Aéreo 51086 celam@celam.org Tels: (571) 657 83 30 Fax: (571) 612 19 29 Bogotá, D.C., 2008 ISBN: 978-958-625-689-6 Centro de Publicaciones Avenida Boyacá Nº 169D-75 Tel: (571) 668 09 00 Fax: (571) 671 12 13 editora@celam.org Diseño de carátula: Luisa Fernanda Vélez Diagramación: Doris Andrade B. Impresión: Digiprint Editores E.U. Tel.: 430 70 50 Impreso en Colombia - Printed in Colombia


Presentación Vivimos una época en la cual las posibilidades de comunicación han crecido y gracias a los permanentes aportes de la tecnología, las alternativas de comunicación se extienden a nuevos campos y permiten llegar, prácticamente, a cualquier lugar del mundo. Sin embargo, también encontramos permanentemente expresiones de incomunicación, de no escucha de las necesidades y expectativas del otro, que se traducen, con frecuencia, en intolerancia, marginación, exclusión. La cultura mediática con sus diversos lenguajes y oportunidades se constituye en un desafío para la acción evangelizadora, que por naturaleza es la comunicación de una Buena Nueva, de una persona, de una propuesta de vida. Los discípulos misioneros estamos llamados a comunicar a nuestros hermanos la invitación de Jesús para un encuentro con Él, para transformar su vida cotidiana; para conocerlo cada vez más a través de la catequesis y la vida sacramental; para que


también ellos se constituyan en comunicadores de la verdad, del camino y la vida que Él nos ofrece. El autor de este aporte a la profundización de las orientaciones de Aparecida sobre el tema de la comunicación, presbítero Carlos Arturo Quintero, comunicador social, nos conduce desde la reflexión sobre la importancia de la comunicación para la acción evangelizadora hasta llevarnos al desafío que ahora enfrentamos: la Misión Continental; pasando por el papel de la comunicación en la comunión eclesial y su contribución a la pastoral de la esperanza y la comunicación. Confiamos que las reflexiones y sugerencias aquí contenidas ayuden a las Conferencias Episcopales, pero especialmente a las Jurisdicciones eclesiásticas, a aprovechar mejor las oportunidades que nos brinda hoy la cultura mediática para llevar a todos los rincones el mensaje de Jesús y su invitación a la vida plena.

+ Víctor Sánchez Espinosa Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de México Secretario General del CELAM

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l tema de la comunicación toma cada vez más fuerza en el escenario eclesial. No hay duda que a lo largo de los siglos, desde la gran invención de la rueda, el trineo, las carreteras, el automóvil, pasando por la invención de la imprenta, el teléfono, la bombilla eléctrica, la telemática, la informática, estos inventos le han planteado grandes desafíos a la Iglesia, en su tarea evangelizadora. La Iglesia ha sentido la necesidad de reflexionar en torno a este avance vertiginoso que la desborda.

Y aunque en algunos momentos de la historia, la Iglesia ha asumido una actitud de cautela y de reserva frente a los medios de comunicación social, su actitud, en palabras de Felicísimo Martínez, se debió al factor novedad, al origen de los medios en medio de intensos debates políticos, ideológicos y religioso y al hecho de que la Iglesia y sus


instituciones fueron objeto de una crítica enconada y a veces, calumniosa, por parte de determinados sectores de la prensa y otros medios (1) (cfr. Felicísimo Martínez. Teología de la Comunicación, p. 49). Poco a poco, los Sumos Pontífices se dieron a la tarea de contemplar la bondad de los medios y empezaron a promover la formación de agentes de pastoral, comprometidos con el mundo de la comunicación, para que desde su actividad profesional, dieran fe de su catolicidad y no tuvieran miedo a proclamar el evangelio. También promovieron la creación de medios de comunicación católicos y el uso de los medios, al servicio de la Evangelización.

La Iglesia, se fue abriendo al maravilloso mundo de la comunicación, con sendas cartas pastorales y el reconocimiento de estos “maravillosos inventos” (2) (Inter Mirífica 1). León XIII, por ejemplo, afirma la necesidad de una prensa católica. Pío XI, reconoce que el triunfo de la prensa es un hecho irreversible, en 1931 inaugura Radio Vaticano y publica la encíclica ‘Vigilante Cura’, sobre el cine y en 1936, abre la primera exposición mundial de la prensa católica.

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Con el Pontificado de Pío XII, aparece ya una solicitud más pastoral; los medios de comunicación son recomendados como medios necesarios para el cumplimiento de la misión de la Iglesia. En su encíclica Miranda Prorsus, sobre el cine, la radio y la televisión, el Papa reconoce el influjo de los medios en el modo de pensar y obrar de los individuos y de la comunidad (3) (Encíclica Miranda Prorsus. “Motivos de interés de la Iglesia”). Juan XXIII, valoró los medios como eficaces instrumentos al servicio de la humanidad y de la Iglesia y a partir del Concilio Vaticano II, con la aprobación del Decreto Inter Mirifica, se abre la posibilidad de una reflexión más profunda sobre una pastoral de la Comunicación, que será materia de reflexión en años posteriores. Decreto Conciliar, que es la expresión de una sentida preocupación de la Iglesia. El Papa Pablo VI, inauguró la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, celebrada por primera vez el 7 de mayo de 1967. Mensajes dirigido a los comunicadores sociales, a los periodistas, directores de los medios, para comprometerlos, como actores públicos, en el ejercicio de su actividad, a construir una sociedad nueva, más justa y

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más humana, recordando su responsabilidad social. Reflexionan sobre los medios y la niñez, la familia, la Internet, la ética en la comunicación, la verdad y el protagonismo, buscando sembrar la esperanza en los seres humanos sobre un mundo mejor. El Papa Juan Pablo II, llamado el Papa comunicador, advirtió sobre el uso de los medios de comunicación para el proceso evangelizador y en sus mensajes y encíclicas hizo referencia permanente a los medios y a la comunicación, como camino hacia la comunión.

Otros documentos se escribieron, para propiciar la reflexión iniciada en Inter Mirífica, como la encíclica Communnio et progressio, escrita por mandato del Concilio Vaticano II, en 1971 y luego, para conmemorar los veinte años de la Comunnio et progressio, en el año 1992, el Pontificio Consejo para las Comunicaciones sociales nos ofrece la instrucción pastoral, Aetatis novae, en la que se reconoce que no hay lugar en el que no se haga sentir el impacto de los medios de comunicación sobre las actitudes religiosas y morales, los sistemas políticos y sociales, la edu-

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cación (4) (Instrucción Pastoral Aetatis Novae, n. 1).

Por su parte, el Papa Benedicto XVI, consciente de estos avances tecnológicos advierte que los medios de comunicación social en su conjunto no solamente son medios para la difusión de las ideas, sino que también pueden y deben ser instrumentos al servicio de un mundo más justo y solidario (5) (Mensaje de su Santidad Benedicto XVI para la XLII jornada mundial de las comunicaciones sociales. “Los medios: en la encrucijada entre protagonismo y servicio. Buscar la verdad para compartirla”. 4 de mayo de 2008).

Pese a todo lo que se ha avanzado en la reflexión, en torno a la importancia de la comunicación para la Iglesia, aún se le mira, en algunos sectores, con cierta reserva y cautela, ha costado sacrificio abrirse a este mundo fascinante e incluir la comunicación, como algo prioritario, en los planes de pastoral. Así lo expresa el Papa Juan Pablo II, en su encíclica Redemptoris Missio: Generalmente se privilegian otros instrumentos para el anuncio evangélico

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y para la formación cristiana, mientras los medios de comunicación social se dejan a la iniciativa de los individuos o de pequeños grupos y entran en la programación pastoral sólo a nivel secundario. El trabajo en estos medios, sin embargo, no tiene solamente el objetivo de multiplicar el anuncio. Se trata de un hecho más profundo, porque la evangelización misma de la cultura moderna depende en gran parte de su influjo.

El Papa, se refiere a la comunicación como un areópago y nos recuerda que el primer areópago de los tiempos modernos es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola (6) (n. 37).

El Documento Conclusivo de Aparecida retoma el tema, en los numerales 491-500. Habla de los nuevos areópagos y centros de decisión, entre los que enumera como ambientes donde tradicionalmente se hace cultura: el mundo de la comunicación, la construcción de la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos, sobre todo las minorías, la promoción de la mujer y de los niños, la ecología y la protección de la naturaleza.

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Y “el vastísimo areópago de la cultura, de la experimentación científica, de las relaciones internacionales” (7) (DA 491).

Los modernos medios de comunicación social son una prueba fehaciente de la importancia de este areópago que es el fenómeno comunicacional. Su poderío ha revelado dimensiones insospechadas de la comunicación, y ha abierto horizontes imprevistos a la actividad comunicativa. Ellos representan hoy el areópago o el lugar de debate de los principales problemas de la sociedad. Son el ágora del debate cultural, político, económico, religioso... De ellos se ha dicho ya casi todo para destacar su importancia y su poderío comunicativo: que la torre de las comunicaciones es la nueva Catedral de las ciudades modernas; que los modernos medios de comunicación social están creando una nueva cultura; que son la nueva escuela y los nuevos maestros; que son los nuevos canales de socialización; que son el nuevo consultorio espiritual, psiquiátrico, sentimental; que son el areópago, el ágora, la palestra de la sociedad moderna (8) (cfr. Felicísimo Martínez, Teología de la Comunicación, p. XIII).

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Reflexión personal y comunitaria: 1. ¿Cómo crees que ha sido la actitud de la Iglesia a lo largo de los siglos, frente al fenómeno de la comunicación? 2. ¿Qué documentos de la Iglesia conoce usted, que hable sobre los retos y desafíos del mundo de la Comunicación? 3. ¿Cree usted que la evangelización es posible realizarla sin necesidad de la Comunicación? 4. ¿Por qué crees que la Iglesia ha asumido, muchas veces, una actitud de reserva y cautela, frente al surgimiento de los medios de comunicación? 5. ¿Cómo cambiar esta actitud por una actitud de acogida, de diálogo y participación?

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I Una mirada a la Comunicación

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esde el discurso inaugural en Aparecida, el Papa Benedicto XVI, nos ofrece una reflexión profunda sobre la importancia de los medios de comunicación para la catequesis y la evangelización. El Papa dice: no hay que limitarse sólo a las homilías, conferencias, cursos de Biblia o Teología, sino que se ha de recurrir también a los medios de comunicación: prensa, radio y televisión, sitios de Internet, foros y tantos otros sistemas para comunicar eficazmente el mensaje de Cristo a un gran número de personas y luego agrega: se hace necesaria también una catequesis social de la Iglesia, siendo muy útil el compendio de la doctrina social de la Iglesia, pues hay que recordar que la


evangelización ha ido unida siempre e la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana (9) (DA Discurso inaugural).

1. La Comunicación en Aparecida El tema de la comunicación, en Aparecida, nos dejó un buen sabor, porque si damos una mirada al documento de Preparación y al documento Síntesis –instrumentos de trabajo hacia la V Conferencia–, el tema de la comunicación no aparecía como algo esencial; se mencionaba el tema, se hablaba de medios, de globalización, de un nuevo areópago, pero sin lugar a profundizaciones. El documento de Aparecida, en cambio, desde el comienzo hasta el final deja entrever la importancia de la transversalidad de la comunicación, como algo esencial a la vida de la Iglesia. Este aspecto es muy importante, porque significa que la comunicación, de la que nos hablaba el Papa Juan Pablo II, como “camino hacia la comunión”, hoy más que nunca, es un reto y un desafío para la Iglesia. Así, la comunicación, se convierte en una de las claves de interpretación de Aparecida.

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Repasemos sobre lo que el documento habla acerca de la “Pastoral de la Comunicación”, en los numerales 484-490. Quiero sugerir los temas que resalta cada número y sus consiguientes retos y desafíos pastorales, que nos hagan pensar no sólo en una Pastoral de la Comunicación, sino también en una reflexión profunda sobre la “Teología de la Comunicación”, pues la comunicación humana, hunde sus raíces en la comunicación divina. Advierto, sin embargo, que estos numerales no dicen todo lo que el documento nos habla, en su riqueza doctrinal, acerca de la comunicación. A lo largo de este texto, lo iremos descubriendo. 484: Tema: Hace énfasis en la Cultura mediática. Retos: Conocer los nuevos lenguajes (nuevas tecnologías), para ayudar a la comprensión de nuestra misión. Reconocer que la Comunicación va más allá de los medios. 485. Tema: El Primer Anuncio, es decir el kerigma. Reto: Debe hacerse haciendo uso de los medios de comunicación social.

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puestos al servicio del evangelio. Gracias a ellos podemos hablar a las multitudes.

486. Tema: Compromiso de acompañamiento –de los Señores obispos– a los Comunicadores.

Retos: Conocimiento de una nueva cultura de la comunicación, promoción de la formación profesional, atención especial a directores, programadores, periodistas y locutores. Creación de medios de comunicación en la Iglesia y presencia en los medios existentes. Educación en la formación crítica, promoción de una nueva cultura que proteja a los niños, jóvenes, a los vulnerables. Desarrollo de políticas de Comunicación para una Pastoral de la comunicación más efectiva. Esto implica una nueva mentalidad y formarnos para ayudar

487-488. Tema: Internet, maravillosa invención de la técnica. La Iglesia se acerca a este medio con realismo y confianza. Internet, es medio, no es fin.

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Retos: Sumergirnos en la aventura de la utilización de su potencial para proclamar el evangelio. Y en el numeral 489 se recuerda a los padres de familia el compromiso de alertar a sus hijos frente al uso de la Internet.

489. Tema: Las Relaciones interpersonales.

Reto: Los medios de comunicación no sustituyen las relaciones personales ni la vida comunitaria. Pero pueden propiciar estos espacios de comunión.

490. Tema: Exclusión digital.

Retos: Crear puntos de red y salas digitales para promover la inclusión; aprovechar los recursos que ya existen. V. gr: la RIIAL y su proyecto Tri-milenio.

Es importante, en este compromiso pastoral de la Iglesia, asumir y aplicar, en el proceso comunicacional de la Iglesia, la metodología desarrollada en Aparecida: ver, juzgar y actuar, de manera que un análisis sobre la importancia de la comunicación para la vida de la Iglesia de cuenta de las luces y las

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sombras, debilidades y fortalezas, para que la Iglesia, en su acción evangelizadora, ilumine el mundo de la comunicación, se abra aún más a las posibilidades que brinda la comunicación como proceso de relaciones, en orden a la construcción de comunidad y asuma con alegría el reto de usar los medios de comunicación para la evangelización.

2. Concepto de la comunicación y realidad comunicacional en la Iglesia Cuando hablamos de comunicación nos referimos a un proceso, definido por el teórico Lasswel como: “Proceso en el que alguien dice a otro alguien algo, a través de algún cauce o canal y con algún efecto”. Esta definición nos ayuda a comprender que la comunicación es un proceso de relaciones, fundamento de las relaciones humanas, es poner en común, comprometerme con el otro, hacer del otro un interlocutor válido. Viene del latín Communis que significa comunidad, por lo tanto, tiene que ser un camino para la construcción de comunidad. Al respecto Luis López Forero, en su obra Introducción a los medios de comunicación, dice:

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El término comunicación, debe reservarse a la interrelación humana, o sea, al intercambio de mensajes entre hombres, entre personas, independientemente de los aparatos intermediarios que se empleen para facilitar la interrelación a distancia (10) (Luis López Forero, Eusta, p. 31).

Aquí se entiende entonces por qué cuando la comunicación se reduce a una visión instrumentalista, pierde su fuerza. Esto quiere decir, que la comunicación no se debe reducir a los medios, éstos son una parte importante de ese maravilloso mundo de la comunicación. Si la comunicación no aparece como algo esencial en nuestras relaciones, se la reduce a una comunicación despersonalizada, que en vez de construir, deshumaniza, se vuelve impersonal, los medios pasan a ser fines y las personas terminan por ser tratadas como si fueran instrumentos. Es el caso de los medios de comunicación en donde la primicia noticiosa llega a ser más importante, que lo que hay detrás de cada rostro humano; cuando se sacrifica la verdad por

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el exhibicionismo o el sensacionalismo o cuando al periodista se le trata como traficante de noticias y no como sujeto que también piensa y siente, como si su misión fuera solamente lanzarse al escenario de la vida, para comunicar, informando sucesos y acontecimientos. Aparecida en este sentido nos lo recuerda: Los medios de comunicación, en general, no sustituyen las relaciones personales ni la vida comunitaria local. Sin embargo, los medios pueden reforzar y estimular el intercambio de experiencias y de informaciones (11) (DA 489).

Al entender la comunicación como un proceso de relaciones, el hombre se hace sensible al reconocimiento del otro, comprende su ser social por naturaleza, sabe que no está sólo, que a su lado hay otros seres humanos, como él, con cualidades y defectos, acepta que tiene una misión en el mundo y que, en su diario vivir, comparte con los suyos alegrías y tristezas, éxitos y fracasos, sueños e ideales. Felícisimo Martínez, en su obra Teología de la Comunicación, advertía, hablando de estas relaciones,

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que “Comunicarse es confrontarse con los demás, ponerse frente a ellos, mirarse de frente, expresarse de frente. En estos gestos están en juego las experiencias más hondas de la existencia humana: el amor y el odio, la comunión y la soledad. En este esfuerzo por la comunicación personal están en juego el dulce sabor del éxito o la amargura del fracaso humano. Confrontándose con los demás, el ser humano se conoce a sí mismo, se autodefine y hace conciencia de su identidad. Confrontándose con los demás, recorre el camino de la maduración personal hasta consumar su ciclo de comunión personal. O, por el contrario, se encuentra con la incomunicación y la soledad, que constituyen el abismo más hondo y la expresión más radical del fracaso humano. “Comunicarse o no comunicarse” (12) (Felicísimo Martínez, Teología de la comunicación, p. XIII). La comunicación se vuelve esencial en la vida del ser humano. La Iglesia no puede ser ajena a esta realidad, porque ella misma está fundada sobre un hecho de comunicación, su tarea evangelizadora consiste en anunciar a Cristo, que ha venido al mundo, asumiendo nuestra

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condición humana, Él es la Palabra de Dios, el Verbo hecho carne (13) (cfr. Prólogo de san Juan 1). Para el periodista colombiano, Javier Darío Restrepo, La Iglesia está transversalizada por el hecho comunicacional. Las formas –la palabra, la comunicación de los bienes–, es un proceso de acción. Se pone en común los bienes, los pensamientos, las tristezas o las alegrías (14) (Entrevista DECOS-CELAM, 2006).

Por esta razón la Iglesia está llamada a ser signo de esperanza y de misericordia.

En América Latina, el tema de la Comunicación ha sido inherente a la vida de la Iglesia, la reflexión ha estado en todos sus escenarios, desde Río de Janeiro en 1955, en Brasil, pasando por Medellín, Puebla, Santo Domingo, hasta llegar a Aparecida; los obispos se han dado a la tarea, con mayor o menor vehemencia, de reflexionar sobre la importancia de una pastoral de la comunicación para la Iglesia. El mismo Papa Benedicto XVI, en su discurso inaugural, en Aparecida advierte:

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No hay que limitarse sólo a las homilías, conferencias, cursos de Biblia o teología, sino que se ha de recurrir también a los medios de comunicación: prensa, radio y televisión, sitios de internet, foros y tantos otros sistemas para comunicar eficazmente el mensaje de Cristo a un gran número de personas (14) (S.S Benedicto XVI. Discurso inaugural en Aparecida).

La Misión Continental por ejemplo, no se comprendería sin este proceso de comunicación. Sin embargo, aunque en la Iglesia, la comunicación se entiende como algo vital, como realidad imprescindible en sus procesos de evangelización y fundamental en la acción pastoral, con facilidad, su concepto se reduce a una visión mediática, hasta el punto de considerar que, en una Diócesis o Parroquia si se tiene una emisora, o un canal de televisión ya se está incursionando en el mundo de la comunicación. Ignoramos, en la práctica, que el diálogo del obispo con su presbiterio, los encuentros fraternales de los sacerdotes, la convocatoria a un grupo apostólico, las Asambleas Diocesanas, la liturgia

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misma, enriquecida con sus signos y símbolos, la homilía, son espacios y momentos de comunicación y en todos estos procesos de relaciones, se contempla la comunicación. De hecho Puebla nos recuerda que “evangelizar es comunicar”.

La riqueza de una Pastoral de la Comunicación en la Iglesia, está basada precisamente en este tejido de relaciones y en la armonía que puede darse entre lo que significa la comunicación como proceso y el uso de los medios para que las relaciones humanas se fortalezcan y las comunidades se consoliden. Hablar de una Pastoral de la comunicación es pensar que la Iglesia se construye con el aporte de todos, poner al servicio de los otros, los ministerios, dones y carismas, una pastoral que pone en ejercicio, la triple dimensión bautismal: sacerdocio, profetismo y realeza. La pastoral de la comunicación no es una oficina, ni son los medios de comunicación que se poseen en la Iglesia, es la atención especifica que se da a cada sector de la Iglesia, es la acción de la Iglesia, en orden al compromiso cristiano. Una pastoral de la comunicación

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debe estar atenta a los comunicadores sociales, periodistas, locutores, artistas, pintores, publicistas, fotógrafos, etc., a quienes debe brindarse un acompañamiento permanente, ofreciendo posibilidades de afianzar su espiritualidad para que, convencidos de su misión, se esfuercen por dar testimonio del amor de Dios en el mundo, a través de la actividad profesional que desempeñan. Esta atención debe abrirse a otros escenarios: la familia, la juventud, la niñez, la parroquia, las comunidades de nueva evangelización. Una Pastoral de la comunicación debe estar anclada en la dignidad y promoción de los seres humanos, en la inclusión de los marginados y desfavorecidos, en la misión de la Iglesia universal, en el compromiso de todos los bautizados y en el servicio a la comunidad. La pastoral de la comunicación se transforma entonces, en un servicio de la Iglesia a la sociedad e impregna el ser y quehacer de la misma Iglesia.

Si hablamos de una Pastoral de la comunicación, podemos hablar también de una comunicación para la pastoral, que integra, dinamiza, unifica, da armonía y equilibrio a las relaciones sociales y en la Iglesia. Así

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la comunicación, es la savia que nutre la pastoral y conduce hacia la comunión. En la relación de Jesús, con sus discípulos se establece esta armonía y la comunicación se vuelve clave en el proceso evangelizador. Veámoslo gráficamente: Jesucristo es la Palabra de Dios, es la comunicación de Dios, Él ha venido para comunicarnos la vida. Como discípulos, acogemos esa palabra y la guardamos en el corazón, nos convertimos en profetas, en comunicadores de esa vida, en proclamadores de la verdad. De esa comunicación con Dios, surge el compromiso apostólico, de llevar a nuestros hermanos la Buena Noticia. Comunicar significa entonces ofrendar, entregar, compartir, transmitir no un concepto, sino una vida; transmitir en el caso de nuestra fe, no un conjunto de doctrinas, sino a Cristo mismo, capaz de transformar nuestra Vida. Comunicar implica por lo mismo, corresponsabilidad, interacción, diálogo, escucha. Así, cuando el discípulo, siente que debe luchar por su santificación, no se siente solo, su camino lo vive en comunidad; es allí, en la comunidad, donde experimenta el gozo de compartir su fe y de ayudar a sus hermanos, en el camino de la salvación. Interactúa con otros, aprende de

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los otros, está con los otros, para los otros y junto a los otros, construye su vida.

El discípulo, que vive en comunidad, es consciente de sus limitaciones, sabe que no es omnipotente, con humildad acepta sus limitaciones y en actitud de respeto, acepta a sus hermanos en la fe, acepta las diferencias y construye la unidad, en medio de la diversidad. Se abre al dialogo, entiende que éste es el único camino para la reconciliación y la armonía comunitaria, la expresión de la caridad, la manifestación de su deseo de crecer y ayudar a los otros. De esta manera una comunicación para la Pastoral viene a fortalecer los procesos de comunión y a generar espacios de comunión. El discípulo entonces se convierte en un agente creativo, dócil y alegre, que “comunica los valores evangélicos de manera positiva y propositiva” (15) (DA 497).

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Reflexión personal y comunitaria: 1. ¿Qué nos dice el Documento Conclusivo de Aparecida, sobre el fenómeno de la Comunicación? 2. A la luz de los numerales 484-490, que habla sobre una Pastoral de la Comunicación ¿Qué retos y desafíos se le plantean a la Iglesia para llevar a cabo su misión? 3. ¿Cuál ha sido la realidad comunicacional en la Iglesia de América Latina y El Caribe, sus luces y sombras? 4. ¿Por qué crees que nos hemos demorado tanto para asumir como evangelizadores los retos de la comunicación en la Misión de la Iglesia?

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II Un camino hacia La Comunión

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n este camino de configuración con Cristo, el proceso de formación de los discípulos misioneros, pasa por algo esencial: un encuentro íntimo y personal con Jesús, en el que Cristo comunica su vida misma, el creyente asume una actitud de acogida y de escucha de la Palabra y comprende que su Maestro le llama a un proceso de conversión. Su actitud de escucha y de apertura a la acción de Dios en la oración, en la lectura asidua de la Palabra, en esa comunicación permanente con Jesús, le hace reconocer, que cuanto recibe de Jesús, debe compartirlo. Su compromiso misionero nace precisamente de ese encuentro que se revitaliza en la comunidad. Veamos el proceso en el discipulado, en sus aspectos fundamentales: encuentro con Jesucristo


vivo, conversión, discipulado, comunión, misión, y reconozcamos los trazos de este proceso de comunicación:

3. Discípulos, misioneros El creyente, para vivir un encuentro íntimo con Jesús, necesita abrir el corazón, entrar en sintonía con Él, abrirse a su gracia, dejarse llenar de su amor. La apertura, implica la escucha de la Palabra y escuchar es una dimensión comunicativa fundamental en los seres humanos. Cristo comunica vida a sus discípulos y los colma del Espíritu Santo para que, a su vez, los discípulos, como misioneros comuniquen esta presencia a sus hermanos. Su opción apunta a una plena configuración con Jesús, pues no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (25) (DA 244).

El encuentro con Cristo, introduce al discípulo en una óptica nueva de la vida, aprende a ver el mundo de manera diferente y se

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sumerge en un proceso de conversión. Para lograrlo, el discípulo debe entrar en diálogo con el mundo, con sus hermanos y con Jesús, a través de la oración. Esto es comunicación. La conversión es entonces un camino hacia la tierra prometida, hacia la Pascua, hacia la comunión. Se trata de una conversión en doble vía: una conversión personal de mente y de corazón, renovación interior que debe reflejarse en el ser y quehacer del misionero y una conversión pastoral, entendida como apertura a las iniciativas de la Iglesia, creatividad en la aplicación de las estrategias para anunciar a Cristo, preocupación por el anuncio de la Buena Nueva, vivir en plena comunión eclesial, trabajar por una reforma de las estructuras caducas (17) (DA 379) y poner los carismas al servicio de la unidad de la Iglesia. Pues la unidad es clave en este camino misionero: para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado (18) (Jn 17,21).

Esta conversión, como nos lo recuerda el Nuevo catecismo,

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se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (Am 5, 24; Is 1, 17), por el reconocimiento de nuestras faltas, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús (16) (Nuevo Catecismo n. 1435).

Un itinerario que exige una búsqueda, un encuentro, una conquista, hasta la plena comunión con Jesús.

De la conversión se pasa al discipulado y el discípulo está llamado a vivir y encarnar la Palabra de Dios, ser otro Cristo para la humanidad. El discipulado es un don de Dios, un itinerario hacia la santidad, que implica caridad pastoral, integridad, rectitud de intención, docilidad al Espíritu Santo, pasión por Jesús y por la humanidad. El discípulo pone todo sus carismas al servicio de la unidad en la Iglesia, su libertad la expresa en la obediencia y en el hacer la voluntad de Dios, vive su fe con alegría y dona su vida, a imagen de Jesús, que ofrece su vida en la

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cruz. Se hace discípulo por la escucha y acogida de la Palabra de Dios, como lo expresa el apóstol san Pablo: Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu Corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y si crees en tu Corazón que Dios le levantó de entre los muertos, Serás salvo (Rm 10, 8-9) (19).

El cristiano, que se deja transformar por el amor de Dios, emprende el camino de la comunión, que consiste en vivir en plena armonía con Dios, con sus hermanos, con la naturaleza y consigo mismo; reconoce que su misión consiste, no en anunciar su nombre, en buscar ser admirado y reconocido, sino en realizar una acción en nombre de Jesús. Esa comunión se evidencia en la vida de comunidad, en la celebración del domingo, día del Señor (20) (cfr. DA 251252), aprendiendo a aceptar las diferencias y la diversidad para construir la unidad, preocupándose por la edificación espiritual, por la fuerza del testimonio, el perdón, el respeto, la confianza mutua, el servicio a ejemplo de Cristo que no vino a ser servido sino a servir (21) (Mt 20,28), siendo dóciles

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a la acción del Espíritu Santo, haciendo una lectura de los signos de los tiempos, para descubrir la voluntad de Dios, manifestando disponibilidad para caminar por la senda del amor, la paz y la justicia. En la comunidad es esencial la comunicación, las relaciones interpersonales que van tejiendo una red de valores como el respeto, la sinceridad, la confianza, la transparencia, la fraternidad, la solidaridad, la misericordia, la unidad. Si no hay conciencia de este itinerario, el misionero no mostrará el rostro de Cristo y sus actitudes, estará lejos de ser un signo de la presencia de Dios. Finalmente, cuando el discípulo comparte su fe, ésta se fortalece y en la medida en que crece espiritualmente su convicción de ser misionero le hace salir de su comunidad para ir a anunciar la Buena Nueva. El discípulo misionero, viviendo su responsabilidad de bautizado, se hace evangelizador. Así, la misión es la consecuencia lógica de su respuesta de amor al Dios de la Vida. Sale a “comunicar”. Como evangelizador, comunica vida, esperanza, fe, sabiduría y, como testigo, en su manera de actuar y de vivir, muestra el rostro de misericordia de Jesús.

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Estos aspectos de la formación de discípulos reflejan muy bien el sentido de la comunicación y la manera cómo de asumirse el reto de ser evangelizadores para un mundo nuevo.

4. Todo evangelizador es comunicador y todo comunicador católico está llamado a ser evangelizador Cuando un Creyente ha acogido la palabra de Dios, ha vivido este encuentro con Cristo, se ha abierto a la conversión como camino hacia la comunión, se ha hecho discípulo de Jesús, expresa este discipulado en la comunidad de la que hace parte, se ha preparado y formado convenientemente en la escuela del amor (22) (cfr. DA 278), no puede quedarse pasivo, sino que sale como los apóstoles a predicar el evangelio. Se convierte en mensajero de la paz, en peregrino del amor y en héroe de la fe, capaz de dar la vida, por sus hermanos. Su vida es cántico de alabanza, la misión es su bandera y se lanza a la conquista de un mundo más justo y más humano, se hace mensajero de la vida, como dice el profeta Isaías: qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz,

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que trae la Buena Nueva, que canta la verdad (23) (Is 52,7).

La Iglesia recuerda a los bautizados la gran misión de ser discípulos y misioneros, lo que implica seguir a Jesús, vivir en intimidad con él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Ser discípulos y misioneros supone estar enraizados en Él (24) (cfr. Discurso inaugural del Papa en Aparecida n. 3). Como bautizado, evangelizado, se hace evangelizador y como evangelizador, comunica un mensaje, trasmite el mensaje de la Salvación, comprende que su misión en el mundo y en la historia es ser defensor de la verdad y promotor de la justicia y la dignidad humana.

Hemos afirmado que todo evangelizador es comunicador, entonces podríamos decir también que, los comunicadores católicos, en este sentido, están llamados a ser evangelizadores. En este contexto, los obispos reunidos en Aparecida, instan a los comunicadores a ser protagonistas de una Nueva Evangelización sin Fronteras, dado que el comunicador católico como hombre y mujer de Iglesia, lo que hace es prolongar la actividad mesiánica de Jesús, es decir, se

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hace sacerdote, profeta y rey. Así lo expresa el Documento de Aparecida en su numeral 30: La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes (cf. Mt 9, 35-36). Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cf. Fil 2, 8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (cf. 2 Co 8, 9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (cf. Lc 6, 20; 9, 58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (cf. Lc 10, 4 ss). En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios, en la gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio (26).

Hay, por lo tanto, que esforzarse, para cumplir la misión, en recuperar la identidad católica; el comunicador católico tiene que ser un testigo, un ser humano que ama la vida y se convierte en su defensor, se preocupa por investigar, es consciente de su

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responsabilidad social y su actuar está en consonancia con los principios éticos, no negocia con la noticia, no vende su conciencia, no deja corromper su corazón, sabe que su bien máximo es servir a los demás, pues como lo menciona el documento en el numeral 52: Entre los aspectos positivos de este cambio cultural aparece el valor fundamental de la persona, de su conciencia y experiencia, la búsqueda del sentido de la vida y la trascendencia (27).

Todo lo anterior, exige tener en cuenta la realidad en la que estamos sumergidos, un ambiente de exclusión, de marginalidad en la que los menos favorecidos siguen siendo los más afectados. El compromiso de los comunicadores debe apuntar precisamente a la promoción del ser humano, ser sensibles a los signos de los tiempos, entrar sin miedo en el mundo y descubrir en él las huellas de Cristo. Si el comunicador, discípulo y misionero, se ajusta al mandato de Jesús: “Id por todo el mundo y proclamad el evangelio” (28) (Mt 16, 15-18), puede entender su misión y contribuir a la construcción de una

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sociedad nueva y de una Iglesia renovada por el amor, haciendo posible, con su trabajo un “estado permanente de misión”, como lo expresa el mismo San Pablo: “Evangelizando a tiempo y a destiempo” (29) (2 Co 11, 2327). En Aparecida escuchamos la llamada del Señor para estar con Él y llevar la Buena Nueva, reconociendo que la comunión es misionera y la misión es para la comunión. (30) (ChL 32 citado por D. Ap 163). Todos los agentes de pastoral debemos formarnos y preocuparnos por ayudar con sentido de corresponsabilidad en la misión que nos compete como bautizados. Ser conscientes de la necesidad de una “conversión pastoral”, que nos ayude a entender que “hemos sido llamados para estar con Jesús y ser enviados a predicar” (31) (Mc 3,13-19). Por todo lo anterior, nos sentimos estimulados a invitar a todos los Comunicadores católicos, a trabajar unidos, en comunión con la Iglesia Universal, por una sociedad más justa y humana, por una Iglesia renovada, en la que evangelizados, nos convirtamos en evangelizadores, nos preocupemos por ser auténticos discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en

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El, tengan vida y en donde los comunicadores lleguemos a ser evangelizadores, convencidos de nuestra vocación de discípulos misioneros.

Reflexión personal y comunitaria:

1. ¿De qué manera, un comunicador social, un periodista, un artista, un fotógrafo, un publicista, un gerente de un medio, puede ser discípulo misionero? 2. A la luz del Proceso de formación del discípulo ¿cómo puedes vivir este encuentro íntimo y personal con Jesús, para ser Profeta de la esperanza? 3. ¿Cómo pasar de una concepción instrumentalista de los medios, a una compresión de la comunicación como proceso, como camino hacia la Comunión? 4. ¿Cuáles son los miedos y temores que me impiden asumir el compromiso como Comunicador, en la tarea de la Nueva Evangelización? 5. ¿Cómo hacer de la Pastoral de la Comunicación, una Pastoral de la Esperanza y de la Comunión?

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III Retos y desafíos Pastorales

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espués de la reunión general de Obispos en Aparecida y de conocer el Documento Conclusivo, muchos se preguntan: ¿cuándo empieza la misión? La respuesta es simple: la misión comenzó hace más de dos mil años, cuando Cristo envió a sus apóstoles a predicar el evangelio: Id y haced Discípulos a todas las naciones, Bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado (32) (Mt 28, 19-20).

Entonces le fue confiada a la Iglesia esta acción misionera.


5. El gran reto: la Misión Continental La Iglesia es esencialmente misionera, ella existe para la misión, esa es su identidad propia, así lo advierte el Papa Pablo VI en la Encíclica Evangelii Nuntiandi en el numeral 14: La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa (33).

El mandato misionero de Jesús es un imperativo. “Vayan”, un verbo activo que indica la necesidad de encender la llama del amor por la misión, arder de amor por Jesús y preocuparse por anunciar la Buena Nueva de la Salvación sin escatimar esfuerzos. Este es un compromiso, que no corresponde sólo

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a los religiosos y religiosas, a los obispos y sacerdotes; es un compromiso de todos los bautizados.

La Misión Continental es el desafío, que abre posibilidades para emprender esta tarea de comunicar vida donde hay signos de muerte, comunicar esperanza donde hay desesperación, comunicar fe y confianza donde hay duda e intriga, comunicar unidad donde hay división, comunicar amor donde hay odio, comunicar la paz, donde hay guerra. Y qué importante en este proceso misionero, despertar el entusiasmo por usar los grandes medios de comunicación y hacer uso de otras herramientas comunicacionales sencillas pero significativas, los micro-medios, como el socio-drama, la cartelera interna, el periódico mural, los espacios y momentos de comunicación de la parroquia. Valorar los procesos de comunicación de nuestras comunidades y sus relaciones. La Misión Continental exige, abrirse a los medios de comunicación, aprovecharlos para la promoción y difusión de la riqueza eclesial, de la Buena Nueva, pero esta será una primera exigencia, pues toda la Misión

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tiene que ver con el proceso mismo de comunicar. El compromiso de la misión, comporta en el agente de pastoral, en primer lugar, una revisión de vida, que lo lleve a aferrarse más a Cristo, a asumir la cruz como camino de dolor y sufrimiento para llegar a la gloria.

El uso de los medios de comunicación, es fundamental, la acción de los comunicadores sociales es vital, la aplicación de estrategias de comunicación es imprescindible. Hay un deseo profundo de construir la Iglesia, como casa y escuela de la comunión (34) (cfr. NMI 43), y la necesidad de servir a la sociedad, en especial a los pobres. Y una de las metas que se nos plantea en el folleto sobre la Misión Continental, tiene que ver precisamente con la atención pastoral a los constructores de la sociedad, que tienen la misión de forjar estructuras justas, que estén al servicio de la dignidad de las personas y de sus familias; como asimismo de los comunicadores sociales, para que alienten el crecimiento de una cultura que sea manifestación del reinado de Dios (35) (Orientaciones: Misión Continental, para una Iglesia misionera, p. 24).

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El mismo folleto nos advierte sobre la necesidad de asumir una serie de recursos para la Misión que sean signo de comunión eclesial. Desde la formación de los misioneros, pasando por la necesidad de tener algunos gestos y signos de comunión hasta el hecho de pensar en los nuevos lenguajes. La misión debe ser conocida, evaluada y en cierto sentido asumida por la iglesia, con un lenguaje comprendido por nuestros contemporáneos. Solamente así la fe cristiana podrá aparecer como realidad pertinente y significativa de salvación. Pero, esta misma fe deberá engendrar modelos culturales alternativos para la sociedad actual (36) (DA 480).

En la misión hay que optimizar el uso de los medios de comunicación católicos, haciéndolos mas actuantes y eficaces, sea para la comunicación de la fe, sea para el dialogo entre la Iglesia y la sociedad (37) (DA 497). Y esto implica el conocimiento de los nuevos lenguajes, para poder llegar a todos los rincones del mundo. En el Mensaje final de Aparecida los obispos nos recuerdan:

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Al terminar la Conferencia de Aparecida, en el vigor del Espíritu Santo, convocamos a todos nuestros hermanos y hermanas, para que, unidos, con entusiasmo realicemos la Gran Misión Continental. Será un nuevo Pentecostés que nos impulse a ir, de manera especial, en búsqueda de los católicos alejados y de los que poco o nada conocen a Jesucristo, para que formemos con alegría la comunidad de amor de nuestro Padre Dios. Misión que debe llegar a todos, ser permanente y profunda (38) (Discurso Final de Aparecida).

El discipulado necesariamente pasa por la renuncia. No es fácil renunciar a las seguridades humanas, desinstalarse, como Abraham (43) (Gn 12,1), salir, de nuestra tierra, superar nuestras diferencias, afianzar la convicción del seguimiento de Cristo, llenar el corazón del amor de Dios y ser testigos de su resurrección. El discípulo que ha acogido la Palabra de Dios, deja que Cristo actúe, que Él sea su razón de ser, que Él sea el centro de su vida. En otras palabras, como San Pablo, el discípulo, todo lo llega a considerar pérdida con tal de ganar a Cristo (44) (Flp 3,7-8).

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La misión de la Iglesia, no puede ser por lo tanto, un momento para encender la hoguera y dejar que el viento sople sobre el brasero, hasta que se apague el fuego encendido. Tiene que ser un acontecimiento de gracia, un kairós, que anime la vocación misionera de los cristianos, fortaleciendo las raíces de su fe y despertando su responsabilidad para que todas las comunidades cristianas se pongan en estado permanente de misión (45) (Orientaciones: La Misión Continental. Para una Iglesia misionera. C. I. n. 2).

Se trata de un Nuevo Pentecostés, un pasar de la pasividad a la acción, de una pastoral de la conservación a una pastoral de convicciones profundas, de una fe desencarnada a una fe coherente, de un anuncio descontextualizado a un kerigma que lleve a revitalizar el encuentro con Cristo vivo y a despertar el sentido misionero, en otras palabras: salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos, para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado

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nuestras vidas de sentido, de verdad y amor, de alegría y esperanza (46) (DA 548).

Concluyamos con una cita del mensaje final, de los obispos en Aparecida: Jesús invita a todos a participar de su misión. ¡Que nadie se quede de brazos cruzados! Ser misionero es ser anunciador de Jesucristo con creatividad y audacia en todos los lugares donde el Evangelio no ha sido suficientemente anunciado o acogido, en especial, en los ambientes difíciles y olvidados y más allá de nuestras fronteras (49).

6. Recomendaciones prácticas Vivimos en una sociedad sobre informada, que Marshal Mac Luhan ha denominado la Aldea global. Una sociedad inmersa en las autopistas de la información que no logra asimilar los acontecimientos cotidianos cuando se están difundiendo otros nuevos. No se puede ignorar que en este mundo complejo en el que constatamos el avance de la ciencia y la tecnología, las relaciones humanas se han ido debilitando, lo que

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implica, desde la Iglesia, un trabajo arduo por recuperar el auténtico sentido de la comunicación y comprender que los procesos comunicacionales, ad intra, deben llevar a la comunión entre los seres humanos, a generar relaciones más humanas y a despertar la sensibilidad por el otro.

Esta acción pastoral de la Iglesia, requiere la comprensión de Aparecida como un nuevo Pentecostés, un acontecimiento eclesial que nos estimula a vivir nuestros compromisos bautismales y a un despertar misionero. Estas recomendaciones, son propuestas sencillas, que pueden ayudarnos a valorar más la comunicación en nuestro itinerario evangelizador. Una primera recomendación es evitar correr el riesgo de sumergirnos en un ambiente de estructuras y saturación de información, que termine por aniquilar la acción del Espíritu. Pensar que la Misión es una imposición, concebirla como una carga pastoral. He ahí la importancia de planear, de adaptar las recomendaciones del CELAM y las Conferencias Episcopales, a cada Iglesia Particular, teniendo en cuenta sus propios planes de

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pastoral. Si la Misión Continental es un signo de esperanza para la Iglesia hoy, habría que pensarla como un acontecimiento de gracia, en el que podemos expresar nuestra comunión y fraternidad. En segundo lugar, es importante crear canales acertados de comunicación que consoliden los vínculos entre el obispo y su presbiterio, los sacerdotes entre sí, las comunidades religiosas, el pueblo de Dios y ayude a superar conflictos y divisiones, mediante una espiritualidad del perdón y la reconciliación. Solamente cuando la comunicación entra a hacer del conflicto una oportunidad de crecimiento, cuando somos capaces de reconocer la diferencia, estamos en la posición de apertura a la comunicación transformadora.

En tercer lugar, abrirse gozosamente al uso de los medios masivos, preocuparse por brindar información oportuna y veraz, para lo cual debe asesorarse de comunicadores sociales expertos, o promover la formación de agentes de pastoral, en el área de las comunicaciones. Una respuesta a estos desafíos, es la consolidación de las oficinas

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de Comunicación y Prensa en las Iglesias Particulares. En las Conferencias Episcopales donde ya existen, revisar los planes de pastoral y tener claridad sobre las políticas de comunicación e integrar y articular los esfuerzos de una oficina de comunicación, de prensa e informática/RIIAL. Si estas fuerzas están integradas a la pastoral de conjunto de la Conferencia Episcopal, la acción evangelizadora será más fecunda. En el caso de la Misión, cada frente de pastoral, debe hacer lo que le corresponde pero integrados en un plan de acción. En cuarto lugar, sería oportuno dar mayor impulso a la enseñanza de la comunicación en los Seminarios Mayores e incluir un componente comunicativo en todos los proyectos de la pastoral. Este es un ingrediente fundamental, por cuanto tiene que ver con los enfoques. Un proyecto que implique este componente necesariamente tiene en cuenta los procesos de relaciones, no basta con la información. El componente comunicativo, apunta a la elaboración y diseño de estrategias de comunicación, desde la convocatoria y diseños metodológicos, hasta la interacción, relaciones públicas,

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comunicación interpersonal, articulación de procesos y transversalidad.

En quinto lugar, es pertinente revisar las estructuras caducas (50) (DA 365) que hay al interior de nuestros Organismos eclesiales. Y dentro de esas estructuras caducas, revisar todo lo relacionado con la concepción de la Comunicación y su aplicación en la misión de la Iglesia. A lo anterior, quiero sumar algunas recomendaciones prácticas de orden comunicacional, para la Iglesia, que son sugerencias del periodista colombiano, Javier Darío Restrepo, ofrecidas en una entrevista al Departamento de Comunicación del CELAM, en el año 2006 (51) (Entrevista DECOSCELAM, 2006).

1. Superar la idea de que comunicación es lo mismo que medios de comunicación. Los medios de comunicación son una forma de comunicarse, que serían inútiles sino existe una comunicación en la Iglesia, dentro de ella misma y de ella con los fieles. Algunos creen que los medios de comunicación son algo trivial, banal.

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2. Superar la idea de que los medios de comunicación son profanos, pueden ser tan profanos como el agua, el trigo, el vino, todo depende del uso que se haga. y que son sólo instrumentos de propaganda.

3. Superar la idea de que comunicar es predicar, que predicar es comunicar. Se está comunicando el párroco en la forma en que se dirige a los fieles, en la forma en que trata a los fieles, en su forma de vestir. Hay que referirnos al evangelio para saber como era la relación de Cristo con su pueblo… reproche, arroja a los cambistas del templos, exige, enseña, es comunicación efectiva 4. Admitir que comunicar es todo en la pastoral. La pastoral es compartir, una forma de comunicar, anunciar una buena noticia que no será si la gente no toma nota de que existe esa noticia, debe haber comunicación. Comunicar es un acto horizontal que deja de lado los autoritarismos y arrogancias de quien tiene poder y pone en funcionamiento el verbo servir como alma de toda comunicación.

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5. La comunicación efectiva es la que se hace entre iguales. No hay comunicación efectiva entre una relación de arriba-abajo. La encarnación fue hacerse Dios igual a nosotros… es comunicar. desaparece la diferencia y el Verbo se hace carne… porque la utilización de la palabra Verbo, como sinónimo de Jesús?. Si alguien dudase que la comunicación es esencial en la vida de la Iglesia no ha comprendido la encarnación.

6. Comunicar no es hacer relaciones públicas; lograr una opinión favorable para alguien o para algo, no es presentar el verdadero rostro de la iglesia. Comunicar es más que eso, conseguir un criterio cristiano sobre los hechos. Es decir, sensibilizar la opinión sobre procesos de cambio, lograr la lectura en común de la escritura de Dios en la historia. Un medio de comunicación de la iglesia tiene que hacerse a partir de estas apreciaciones. Así comunicar lo es todo dentro de la Iglesia.

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7. Una Pastoral de la Esperanza y de la comunión Hemos hecho un recorrido por el Documento de Aparecida, su referencia permanente a la comunicación y el discipulado misionero que implica precisamente la convicción de ser comunicadores de esperanza, en esta sociedad individualista y consumista, en la que debemos actuar con coherencia y convicción.

La sociedad en la que vivimos, saturada de información y de sucesos no siempre esperanzadores, necesita de profetas de la esperanza. Cuando vemos un noticiero, una telenovela o escuchamos la radio, nos damos cuenta de la inversión de valores en la sociedad y de la cantidad de notas revestidas de sensacionalismo, muchas de ellas, ensalzando lo negativo e incluso haciendo apología de la infidelidad, de la mentira, de la vanidad, de la intriga, etc. Hemos escuchado con frecuencia afirmaciones como estas: “eso es lo que pide la gente”, “eso es lo que vende”, pero no se puede sacrificar la verdad por el afán de lucro ni aprovecharse del dolor y el sufrimiento humano para desvirtuar el verdadero rostro del hombre.

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Tampoco ignoramos el esfuerzo de muchos medios y comunicadores, que realizan un trabajo digno, de compromiso serio con la paz, con la solidaridad, con la justicia, con la dignidad humana. Es importante, que la Iglesia, desde una Pastoral de la Comunicación bien diseñada, oriente, instruya y anime a vivir la comunicación ad intra y hacia fuera, como un proceso de relaciones que permita fortalecer los lazos de fraternidad, la ayuda mutua entre los seres humanos, la colaboración entre los pueblos y una conciencia clara de trabajar arduamente por la convivencia y la reconciliación. Una pastoral de la esperanza y de la comunión que genere en los corazones de hombres y mujeres de nuestro tiempo un ardor misionero, un deseo de trabajar por la comunidad, de ser constructores de paz y de justicia. Una pastoral de la comunicación, que sea un camino de construcción de comunidades, una puerta hacia la comunión eclesial y el dialogo con el mundo, que sea evidencia de profetismo. Sin esperanza, el mundo se vuelve un caos, se pierden las ganas de vivir, no hay para ni

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por qué luchar. Una pastoral de la esperanza, tiene que darle sentido a nuestra vida, ese sentido que lo inspira el Dios de la vida y de la paz. Ese sentido que solo podremos reconocer cuando al mirar al otro, le reconocemos, como hermano y no como enemigo. Una pastoral de la comunión que nos haga comprender que es posible construir juntos caminos de reconciliación, que podemos ser defensores de la verdad, hombres y mujeres libres, enamorados de la vida, conciliadores y promotores de los valores evangélicos. El Papa Benedicto XVI, en audiencia privada con los participantes del Congreso mundial de radios Católicas que se realizó en Roma, del 19 al 21 de junio del 2008 nos recordó: El evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida (Spe Salve, 2).

Esta auto-comunicación de Dios es la que ofrece un nuevo horizonte de esperanza y de verdad a las esperanzas humanas, y de esta esperanza es de donde surge, ya en este mundo, el inicio de un mundo nuevo,

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de esa vida eterna que ilumina la oscuridad del futuro humano” (52).

Así que, levántate, no tengas miedo, no estás solo, Cristo hace camino contigo. Responde generosamente a la llamada del Señor y sé un misionero. Como el Profeta Jeremías, déjate seducir por la Palabra de Dios: me sedujiste y me dejé seducir (39) (Jr 20,7), como el profeta Isaías, escucha la voz de Dios: ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? y responde con prontitud: aquí estoy, Señor, envíame (40) (Is 6,8), como los apóstoles, que dejándolo todo (41) (Lc 5,11), siguieron a Jesús, dile hoy al Señor: Señor quiero ponerme en tus manos, haz de mi un instrumento de tu amor y tu misericordia; como la Virgen María, responde al Señor: aquí está tu esclava, tu servidor, hágase en mi, según tu palabra (42) (Lc 1,38).

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Reflexión personal y comunitaria: 1. ¿En qué consiste el gran reto de la Misión Continental y cómo podemos aprovechar mejor los medios de comunicación para su promoción y difusión y el anuncio de la Buena Nueva? 2. ¿De qué manera podemos aprovechar mejor los medios de comunicación, para nuestra tarea evangelizadora? ¿Cómo usar los nuevos lenguajes para evangelizar, buscando llegar a todos los rincones de nuestra Diócesis y Parroquia? 3. ¿Qué lugar ocupa la comunicación en su vida personal, en su comunidad, en su acción pastoral? 4. ¿Cómo vivir una conversión personal y pastoral a la Comunicación? 5. ¿Cómo ser discípulos misioneros, comunicadores de vida, de esperanza, de alegría en una sociedad individualista, inmersa en la angustia y la desesperanza?

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Bibliografía • Bridges, J.K. Transportes terrestres. Ed. Salvat, S.A., Navarra, 1969. • Celam. La Misión Continental, para una Iglesia misionera. Centro de Publicaciones, Bogotá, 2008.

• Celam-Decos. Comunicación, misión y desafío. Centro de Publicaciones, Colombia, 1997.

• Concilio Vaticano II. Inter Mirífica. Ed. BAC, Madrid, 1966. • Documento Conclusivo, V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Centro de Publicaciones, Bogotá, 2007.

• López Forero, Luis. Introducción a los medios de Comunicación, USTA, Bogotá, 1986.

• Martínez Díez, Felicísimo, O.P. Teología de la Comunicación, ed. BAC, Madrid, 1994.

• Restrepo, Javier Darío. Entrevista DECOSCELAM, Bogotá, 2006.

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Índice Presentación.......................................................................... 5

Introducción............................................................... 7 Para la reflexión............................................................ 14

I. Una mirada a la comunicación...................... 15 1. La Comunicación en Aparecida........................ 16 2. Concepto de la comunicación y realidad comunicacional en la Iglesia . ................................. 20 Para la reflexión............................................................ 30 II. Un camino hacia la Comunión........................ 31 3. Discípulos, misioneros ........................................ 32 4. Todo evangelizador es comunicador y todo comunicador católico está llamado a ser evangelizador ............................................... 37 Para la reflexión............................................................ 42

III. Retos y desafíos pastorales.......................... 43 5. El gran reto: la Misión Continental.................. 44 6. Recomendaciones prácticas............................... 50 7. Una Pastoral de la Esperanza y de la comunión..................................................... 57 Para la reflexión............................................................ 61 Bibliografía............................................................................. 62



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