Querido lector. No lea.

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Jan Voss A partir de 1974 empecé a viajar constantemente en tren a Ámsterdam, estaba enamorado. Si ella no podía venir a Düsseldorf, nada me retenía en mi ciudad. De modo que era yo el que debía ir a Ámsterdam. En Ámsterdam, una ciudad que a mí, por lo que ya he dicho, me parecía maravillosa en todos los sentidos, abrió poco después sus puertas una librería que se llamaba Other Books and So. El carácter programático del nombre me quedó claro de buenas a primeras. Con veintinueve o treinta años, hacía ya tiempo que, como artista, me dedicaba a hacer libros y me movía entre gente que hacía libros. En aquella época me parecía la mar de normal que abriera un espacio concebido a propósito para libros singulares. Ulises Carrión fue la figura clave de aquel proceso. Lo conocí cuando, en el siguiente viaje, me presenté con una bolsa cargada de libros. Hacía algunos años que lo conocía de nombre. Sabía que era miembro del círculo de Ámsterdam que, en 1973, me había invitado a montar una exposición que se celebró a principios de 1974 en el In-Out Center. El In-Out Center era para mí una iniciativa de artistas de Latinoamérica e Islandia. (Digamos rápidamente, entre paréntesis, que hacía ya algunos años que el nombre circulaba como un eco enmudecido, cuando la exposición del MoMA In and Out of Amsterdam estaba de moda y en el libro opulento que la acompañó la gente buscaba en vano una mención al In-Out Center). En 1974, no obstante, fue a los islandeses a quienes tuve que agradecer la invitación a exponer. De ellos sabía que en su isla, apartada de todo, apenas tenían espacios dedicados al arte contemporáneo, a no ser que los propios artistas se ocuparan de ello. Me daba la impresión de que el In-Out Center era la puesta en escena de esa idea que traían de Islandia. De la situación en Latinoamérica no sabía nada. En Düsseldorf había un círculo mediático en torno a Beuys, para el que parecía haberse fundado el Deutsche Studentenpartei (Partido Estudiantil Alemán), pero no conocía ningún proyecto impulsado desde allí por artistas cuya relevancia me hubiera llamado la atención. Tal como la conocía, la tradición según la cual los “mejores” artistas entre los jóvenes se harían un hueco en las paredes de las galerías profesionales me parecía algo evidente, obvio y correcto. ¿Acaso no era yo uno de ellos? Bien que había una galería suiza que exponía mis cosas. Aunque muy modestamente, llevaba ya a algunos años viviendo de ello. Conocer a Ulises contribuyó a que pusiera en tela de juicio esta visión de las cosas. Y eso que hubo de pasar mucho tiempo hasta que advertí qué características de los diferentes modelos hacen posibles según qué consecuencias. El enfoque que mejor se ajustaba a mí tardó años en desarrollarse. Y, en todo este proceso, Ulises desempeñó un importante papel impulsor. Lo conocí en el sótano de la calle Herengracht. Me pareció un tipo rápido, diestro, elocuente y risueño. Y lo que tenía allí era sumamente interesante. Había cosas que apenas había visto en la vida, material impreso de todos los rincones del mundo dispuesto en estanterías improvisadas y sobre mesas de circunstancia. Me pareció un lugar muy significativo. El caso es que me entraron dudas. Como artista joven, sin que yo fuera muy consciente de ello, era un romántico. La idea de ser un pionero me satisfacía más que la de confabular y meterme en intrigas. Me atraían los rumores del Zeitgeist, que apuntaban a un concepto más amplio del arte. Pensaba en Robert Filliou, con quien compartía, entre otros, el taller de la Bagelstrasse en Düsseldorf. Su frase “El arte es lo que hace que la vida sea más interesante que el arte” me daba no pocos motivos para admirar en Ulises Carrión al inventor de una realidad que había que explorar con más detalle. Con todo, seguí sirviéndome de la imagen habitual de un artista de Düsseldorf que expone regularmente en galerías. Me llamaba la atención que, en Ámsterdam, buena parte de lo que hacían los artistas estuviera financiado por las autoridades. De hecho, me parecía un factor incómodo. No recuerdo si Other Books and So era en realidad una librería estatal, pero, en tanto ciudadano nacido en Alemania en 1945, aquel pacto se me antojaba inimaginable. El Estado no podía ser mi aliado en el cuestionamiento que yo hacía de mí mismo. Y así era cómo yo quería ver el sentido de mi actividad. Siguieron unos años de exposiciones y de acumular experiencias. El hecho de que el arte que más apreciaban los galeristas —el de lienzos con pintura encima que colgaban de clavos— se prestara particularmente

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