Desacuerdos 5

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Política y poética de la transgresión - 29

sistente potencial desmitificador (Jones 1985; Arthur 1982; Stamm 1982; Davis 1975). Hasta Terry Eagleton quiere rescatar la idea bajtiniana del carnaval cuando lo ve como un modelo utópico estrechamente ligado a una visión momentánea de los constructos ideológicos de dominio, una “suerte de ficción”, una: retextualización temporal de la formación social que saca a la luz sus fundamentos “ficticios”. (EAGLETON 1981: 149)

Desde esta perspectiva, lo carnavalesco pasa a ser una fuente de acciones, imágenes y roles que se pueden recordar y utilizar tanto para modelar y legitimar el deseo como para “degradar todo lo espiritual y lo abstracto”. “La alegre vulgaridad de los que no tienen poder se utiliza como arma contra la pretenciosidad y la hipocresía de los poderosos” (Stamm 1982: 47). En una descripción más interesante de este papel utópico/crítico del carnaval, Stamm continúa: En su lado positivo, el carnaval sugiere la gozosa afirmación de la transformación. Es la colectividad frenética, la sustitución del principio individualizador por lo que Nietzsche denominaba “la vida brillante de los juerguistas dionisíacos”… En su lado negativo, crítico, el carnaval sugiere un instrumento desmitificador de todo lo que en el orden social dificulta el acceso a esa colectividad: la jerarquía de clase, la manipulación política, la represión sexual, el dogmatismo y la paranoia. En este sentido, el carnaval entraña una actitud de irreverencia creativa, una oposición radical a la ilegitimidad de los poderosos, a lo taciturno y lo monológico. (STAMM 1982: 55)

Aunque sea refrescantemente iconoclasta, esta explicación tampoco resuelve ninguno de los problemas hasta aquí planteados con respecto a las implicaciones políticas del carnaval: su nostalgia; su populismo acrítico (el carnaval con frecuencia denigra y demoniza, en un proceso de humillación desplazada, a los grupos sociales más débiles, menos fuertes, como las mujeres, las minorías religiosas y étnicas, aquellos que “no pertenecen”); su fracaso en su intento de acabar con la cultura dominante; su complicidad permitida. De hecho, los teóricos y críticos que se mantienen apegados a los festivos términos de la formulación bajtiniana son incapaces de resolver esos dilemas clave. Sólo cambiando las bases del debate completamente, transformando lo “problemático” del carnaval, se pueden resolver esas cuestiones. Eso es lo que tratamos de hacer nosotros con respecto al cúmulo actual de estudios inspirados en Bajtín. Proponemos así un esbozo de análisis político y estético que intenta ampliar la visión de Bajtín y evitar las limitaciones que hemos identificado en su obra. Hemos preferido, por consiguiente, considerar el carnaval como un caso más en una economía general de la transgresión y en la recodificación de las relaciones alto/bajo de toda la estructura social. Las categorías simbólicas del realismo grotesco localizadas por Bajtín se pueden volver a descubrir en las dinámicas que mandan en el cuerpo, la casa, la ciudad, la nación: una gama muy amplia, en realidad, de dominios interconectados.


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