MUSEO FRANKLIN RAWSON. Historia y colección.

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“Composición” es, sin duda, una de las mejores pinturas de Enrique Borla, en constante tensión entre el realismo y la interpretación alegórica(40). Sin embargo su obra se desarrolló hacia lo anecdótico, como en “El espejo”, tres años posterior. La formación italiana de Borla, a comienzos de los años treinta, se percibe con claridad en la búsqueda de monumentalidad en el desnudo, que remite a las sibilas de Miguel Ángel. La idea constante de una tensión entre realidad cotidiana y extrañamiento se constituye como una marca de su tiempo –que se encuentra también en “Esquina” de Gastón Jarry y “Rincón íntimo” de Raúl Mazza, ambas presentadas en el mismo salón de 1940 (ns. 141 y 191)(41). Ana Weiss de Rossi y Francisco Vecchioli representan los extremos formales aptos para ingresar al salón: la primera, afirmada en el naturalismo; el segundo, en las fórmulas controladas del arte nuevo. En este sentido es interesante el transcurso de la obra de Salvador Stringa: de la estética del paisaje nacional de los años veinte hacia los paisajes urbanos estructurados en planos, bajo la impronta de Spilimbergo. El más interesante de ellos, “La esquina de enfrente”, del Salón Nacional de 1937 (n. 307), se encuentra en la colección. Otros artistas utilizaron los recursos plásticos del arte nuevo a la vez que defendían la pintura de asuntos desde otros derroteros de lo moderno, construyendo otras genealogías y marcos de referencia. La mujer ensimismada con una manzana verde de Alfredo Guido presenta una monumentalidad contenida, no exenta de sensualidad. Guido es una figura central de las artes visuales durante el peronismo, período en que se desempeñó como director de la Escuela de la Cárcova. Al igual que ocurrió con Enrique de Larrañaga y Adolfo Montero(42), la adscripción ideológica llevó su obra al ostracismo luego de 1955. Entre los retratos de Larrañaga –quien optó por la tradición moderna española, en particular de Gutiérrez Solana– sobresalen los dos dedicados a su mujer Isabel Roca. Ambos están fechados en 1937, año de su casamiento, uno en San Juan y el otro en el Museo de Bellas Artes de La Plata (este último obtuvo una medalla en la Exposición Universal de París de aquel año). Larrañaga retrata a su mujer como artista: en tonos fríos en un caso, cálidos en el otro. En el retrato de San Juan la tela está colocada sobre el caballete, e Isabel está pintando la naturaleza muerta dispuesta en el plano inferior de la pintura, a diferencia del cuadro platense donde es representada en actitud pensativa. De este modo, ambos retratos forman un programa sobre el arte de la pintura como pensamiento y práctica. En las naturalezas muertas de Isabel Roca, alumna de Forner, se percibe la influencia de Larrañaga. Es raro hallar una obra de Roca en colecciones públicas ya que, lamentablemente, abandonó temprano la pintura profesional. Un artista próximo a Larrañaga, compañero de proyectos de murales en los años treinta, es Ernesto Scotti, tan relevante en su tiempo. “La niña Cleo” de 1943, tal vez una artista de circo, es una de sus clásicas figuras sedentes. Los temas circenses fueron compartidos por Larrañaga y Scotti, y ambos obtuvieron con ellos premios en el Salón Nacional. Lorenzo Gigli, en su etapa de mayor producción (fines de los años veinte), recuperó su tierra natal de Recanati, de donde había emigrado de adolescente. Este reencuentro con lo ancestral potenció a su regreso a Buenos Aires, en 1932, la representación idealizada de su familia, del contenido religioso y místico, de la vida de los sectores populares. Desde fines de los años treinta, probablemente por el impacto de la guerra, realizó pinturas de fuerte dramatismo sobre el devenir de la humanidad, como “Inmigrantes”, “Balsa” y un conjunto formal y narrativo que integran obras como “Esto matará a aquello” y “Pánico”. Esta última, en la colección del Museo, representa la estampida de campesinos y animales de una aldea con un incendio al fondo de la tela. Otros artistas de los años cuarenta han quedado relegados desde los criterios autónomos del arte moderno, encerrados entre los movimientos de vanguardia, pero a su modo proponían sutiles renovaciones formales dentro de la “academia”. Algunos de ellos se vieron insertos en las etapas propias del desarrollo del arte en las provincias, como el sanjuanino Santiago Paredes y el entrerriano 40

“Composición” obtuvo el premio “Eduardo Sívori” en el salón de 1940.

41 La obra de Mazza participó luego del Primer Salón de Artes Plásticas de Empleados Públicos. Liga Argentina de Empleados Públicos, 1940, núm. 17. 42 La obra de Montero en la colección es una pintura de tipos chiriguanos, próxima a la estética de sus ilustraciones y murales, distante de los grabados pioneros en temática social.

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