Fugitiva

Page 118

José Libardo Porras Vallejo

FARC nos quieren matar, que nos maten. Ya no nos importa... Allá Elisa estudia y tiene amigos... ―Aquí podría poner otra vez el negocio. Dígame qué necesita. La necesitada se estremeció: sus necesidades eran su cadena. Volvió a la imagen del árbol desmochado. Necesitaba tierra, agua, aire y luz. Libertad de acción, espacio. Que nada la atara. ―No me pregunte qué necesito. No me ofrezca nada. Yo no voy a abusar de usted ―al terminar de hablar ya se había arrepentido: ¿que no le ofreciera nada?, ¿quién, si no él, podría ayudarle? Ya no había reversa: las palabras tenían vida, ella se debería mantener en su punto y asumir las consecuencias. ―No es abusar de mí. Es que le quiero ayudar ―pretendía decirle “La amo”, no obstante le salían sino palabras de las que se usan para formalizar un trato. Pero las palabras en sí no tenían trascendencia. Confiaba en que ella, si estaba enamorada, aunque él le hablara de la guerra, interpretaría ese otro significado y captaría en el tono y en el volumen de la voz sus intenciones. ―Ya nos ha ayudado. Y si lo que le gusta es regalar, ya me regaló flores... Y el vestido ―una respuesta pintiparada para un torneo de apariencias en que hubiera que mostrar inflexibilidad en lo de no abusar aprovechando las circunstancias, y no es que quisiera aparentar sino que sus palabras eran un río que la arrastraba en su cauce; luchaba contra el peligro de que Gerardo la atrapara en su red de generosidad, mas lo hacía como si se hallara ebria, sin concien236

cia, y al fin de cuentas resultaba una lucha contra sí misma. Cogió los aretes entre los dedos y agregó―: Y estos aretes, tan bonitos. Gerardo trató de ver en el fondo de ella como el viajero que mira en lontananza el albergue adonde precisa llegar. Vio que el camino era de cabras, mas no lo doblegaría: así tuviera que pisotear su alma avanzaría por él paso a paso, incluso con más ímpetu cuanto más endiablado se le presentara, pues eso sería prueba de lo alto de su destino: le habían inculcado el cuento de las diferencias entre un sendero alfombrado de rosas y uno alfombrado de espinas. Lo otro con que fantasea el viajero es que el albergue acuda a su encuentro; él lo ensayó: ―Omara, vengan a vivir en mi casa ―de nuevo era su versión de “La amo”. Sobresalto. Al oír a Gerardo formularle esa propuesta Omara adquirió conciencia de que la había estado esperando. ¿Su deseo la desbordaba hasta el punto de que él lo había notado? ¿Su ansiedad le ponía letreros en la frente? ―Con más razón tengo que trabajar ―contestó como si subrayara cosas sabidas, aunque, como se acaba de indicar, no era dueña de sus palabras―. Con más razón no puedo dejar que usted nos mantenga. ¿Usted aceptaría que yo lo mantuviera? Gerardo enmudeció. Le acababa de proponer a Omara un sacrificio que él no realizaría en sí mismo y ella se lo enrostraba. Omara exigía que él la considerara su par. ¿Dónde quedaba su condición de hombre, su fuerza, su derecho a la preponderancia? 237


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.