Fanzine Erreakzioa-Reacción Nº11

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ser castrados— constituye una gran mitigación de esa ansiedad endógena, aunque a la vez es un logro frágil que requiere una incesante revalidación. Sin duda uno de los puntos clave de todos estos temas es el concepto de represión. Para Freud, «la teoría de la represión es la piedra angular sobre la que se basa toda la teoría del psicoanálisis», y por supuesto su importancia va mucho más allá del pensamiento psicoanalítico.7 Podríamos decir, en una paráfrasis reductiva, que la represión freudiana es un mecanismo interno defensivo —el prototipo de los mecanismos de defensa en general de acuerdo con Laplanche y Pontalis— que, de hecho tiene su origen y su modelo en la prohibición externa.8 La civilización, según el punto de vista freudiano, no puede coexistir con el sentido de omnipotencia del individuo si este no se corrige, con la satisfacción sin trabas del deseo de por sí insaciable del individuo, con su expresión sin censura o incluso con su propia experiencia. Internalizar la prohibición social de forma eficaz pero no paralizante es, para el psicoanálisis freudiano la tarea de maduración del individuo. Aunque las diferentes clases de políticas psicoanalíticas hayan insistido en mayor o menor grado en las necesidades represivas de la civilización frente a las ilimitadas exigencias del deseo individual, lo que tales argumentos consiguen es reforzar un único supuesto estructurante: que en última instancia la actividad psíquica, por definición, se constituye por la lucha entre el deseo intrínseco y la prohibición impuesta o internalizada. Otros conceptos definitorios, tales como el propio inconsciente con su inaccesible topografía y sus singulares imperativos hermenéuticos, se fundan en la absoluta primacía de la represión. En el psicoanálisis freudiano, la represión es a la vez completamente necesaria y ampliamente suficiente como determinante de la naturaleza de la vida psíquica. Melanie Klein, como Silvan Tomkins, no trabajan tanto contra el concepto de represión como en torno a él. Sin cuestionar la existencia ni la fuerza de los mecanismos represivos —tanto externos como internos— Klein los contempla en el contexto de otros conflictos y peligros anteriores más violentos que, en contraste, proceden directamente de las dinámicas internas de la psique emergente en lo que Klein vino a llamar la posición esquizoparanoide. Para Klein todo el conjunto de la dialéctica freudiana entre el deseo y la prohibición es solo un desarrollo secundario más entre otros muchos. Más aún, la estructura y la importancia de la represión como mecanismo de defensa secundario varían en función del modo en que el individuo haya gestionado dichos mecanismos de defensa primarios como la separación, la omnipotencia y la proyección e introyección violenta.

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Son cinco los elementos violentos que definen la posición esquizoparanoide en la que nacemos, en toda su terrible fragilidad. El primero es la incapacidad del self para comprehender o tolerar la ambivalencia: la insistencia en el «todo o nada». El segundo es su consiguiente y «esquizoide» estrategia: separar tanto sus objetos como el self mismo en objetos-parte muy concretamente imaginados, que solo pueden ser vistos de forma exclusiva como mágicamente buenos o malos, siendo estas últimas calificaciones no designaciones éticas, sino juicios cualitativos que se perciben como si de ellas dependiera la vida o la muerte. El tercero, como mencionaba más arriba, es que en la posición esquizoparanoide también el sentido de la acción tiene solo


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