Murtuus in Anima Revista nº 9

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Murtuus in Anima Revista. Año 2. Número 9. Octubre 2014. Director: Gabriela Córdoba. Edición/ Redacción: Mme. Eglantine, Gabriela Córdoba. Paginación: Hayden Coffin. Strigoi Publicaciones. Arcadia, Parterre bucólico. murtuusinanima@gmail.com http://murtuusinanima.wordpress.com/ Murtuus in Anima Revista es una publicación de Strigoi. Registro Nº 1209112322232 SafeCreative. Todos los derechos reservados. Prohibido reproducir total o parcialmente el material publicado en este número. Los artículos y colaboraciones son responsabilidad del autor y no reflejan el punto de vista de Murtuus in Anima Revista.


Trabajo de Tapa: Collage & Color por S. Angoisser, sobre un afiche de H. Gerbault.

A Nuestros Lectores ..................................................................................................... 6 La Tumba de Vlad Tepes por Constantin Rezachevici ........................................ 7-10 Arte: Edward Gorey ................................................................................................... 11 Masticación de cadáveres ..................................................................................... 12-16 SEGUNDO AÑO NÚMERO NUEVE

OCTUBRE 2014

Secretaria de Redacción: Fundadora-Directora: MME. EGLANTINE GABRIELA CÓRDOBA

Paginación: HAYDEN COFFIN

STRIGOI PUBLICACIONES 9. Bd. Corelli, Arcadia SOCIÉTÉ DES ARTISTES MORTS 3. Boulevard des Dechús




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OS grandes temáticas surcan las secciones del número nueve en esta ocasión, ambas susceptibles de ser tomadas como alegato infalible en los instantes en que debían deducirse los orígenes de la leyenda que se cernía sobre el héroe rumano histórico Vlad Tepes y el doble ideado por Bram Stoker en su novela decimonónica, y cuando se intentó elucidar la espeluznante costumbre de encontrar “cadáveres masticados” en los espacios sepulcrales de siglos pasados. La venganza y la tergiversación de sucesos, apoyada por la superstición más obstinada, son los incentivos que cooperaron para labrar los informes que recubren las próximas páginas. Además, en la sección Arte, un boceto de Edward Gorey hace las veces de aliño que acicala el menú lector que les brindamos. Descansados en el presentimiento de que les repercutirá en una solazada cena imaginaria con su comensal vampiresco favorito, les invitamos a pasar al salón para huéspedes y beber un gratificante refresco de estación. Que desfilen por una encantadora velada.

El Equipo de Murtuus in Anima Revista

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OS pasados meses de junio y julio de 2014 fueron sumamente substanciales para todos aquellos interesados en las ciencias arqueológicas y las pesquisas realizadas en torno a vampiros. Es que desde Estonia se anunciaba al mundo el hallazgo del verdadero sitio de reposo mortuorio de Vlad Tepes, una de las aberraciones con nombre y apellido más arquetípicas citadas a la hora de tratar con chupasangres. Los exploradores aseguraban que se situaba en una antigua capilla de Nápoles, en Italia, y que sería un tanto dificultoso conseguir el permiso expedido por las autoridades para poder llevar a cabo la apertura del féretro del noble. Certificaba Raffaello Glinni, uno de los arqueólogos encargados, que una simbología que anunciaba a gritos finalmente el lugar preciso de la tumba del otrora voivoda, realzaba decorativamente el arte funerario de la iglesia: “cuando observas las esculturas del bajo relieve, el simbolismo es obvio. El dragón significa Drácula y las dos esfinges opuestas representan la ciudad de Tebas, también conocida como Tepes. En ese símbolo, el nombre del Conde Drácula Tepes está escrito”. Y fue esa aseveración la que despertó en los integrantes de Murtuus in Anima Investigación sobre Vampiros un temblequeo sardónico casi lindante al que nunca apuntala a un estoico. Como primer punto a polemizar, conocemos que el dragón representa para muchas civilizaciones remotas en tiempo y espacio, infinidad de criterios elaborados a partir de intervenciones mitológicas y religiosas, entre los que remarcamos, porque caracteriza primordialmente estrategia y conducta en Tepes, el de adversario. Es más, el pueblo rumano lo rememora tanto por su villanía como por su intrepidez al enfrentarse a los conquistadores. La palabra draco fue sinónimo de demonio para ellos, pero también se la asociaba con el recibimiento del título honorífico otorgado por el rey Segismundo de Luxemburgo 7


(abuelo de Vlad) como creador de la Orden del Dragón. Quien obtuvo el nombramiento “Dracul” fue el padre de Tepes, no su hijo, que sí recibió el mote de “Empalador” debido a la mala reputación con la que irradió su nombre el pueblo otomano. Otra de las palabras que se han malinterpretado con el transcurso del tiempo y la sumatoria del influjo que ejerció la novela del escritor irlandés Stoker, Drácula, es “dragulea”, con la cual, en el idioma rumano, se nombra a un/a querido/a o amante. Con esto pretendemos explicar que, con demasiada probabilidad, el ícono de dragón no tenga porqué significar Drácula. Con referencia a la analogía pretendida entre la ciudad de Tebas y el apodo del voivoda de Rumania, el disparate desborda. No se han reconocido contactos entre los desplazamientos combativos del ejército valaco con Grecia, y mucho menos con Egipto. En lo que toca al nombre mencionado por Glinni, Conde Drácula Tepes, el engrudo grotesco entre un título nobiliario inexistente, el personaje de ficción creado por Abraham Stoker y el ya indicado vilipendio turco, haría tronar a cualquier príncipe europeo de antaño, en comunión feroz cuando insiste la venganza, con Vlad. Pero, a pesar de no pecar de ignorantes al momento de discernir acerca de sentencias por demás arriesgadas cuando sobre conexiones entre vampiros y Vlad Tepes se intentan, buscamos el aval académico adecuado que tamizara posibles deslices históricos y agitara algo del polvo morboso ficcional, tantas veces obrador desmedido, que traspasa su memoria. Siguiendo esa intención, recordamos el arduo trabajo emprendido por el Dr. Constantin Rezachevici, investigador en el Instituto Nacional de Historia Iorga, miembro de la Academia Rumana y profesor de la Facultad de Historia en la Universidad de Bucarest, y quisimos exponérselo a los lectores. En el artículo que cedió al capítulo canadiense de Dracula Research Centre, comandado por la también emérita profesora Elizabeth Miller, The Tomb of Vlad Tepes. The most probable hypothesis, Rezachevici, pródigo estudioso de la historia de su país rumano, incluso descarta la teoría que revela que la tumba de Tepes se halló, alguna vez, en el monasterio de Snagov. Inversamente, nos confirma sí que esa leyenda fue introducida por los monjes durante el transcurso de la mitad del siglo XIX. Posteriormente, engrosó su misticismo constitutivo cuando, en las primeras décadas del siglo XX, se iniciaron excavaciones arqueológicas que arrojaron que, posiblemente, la tumba había sido profanada, por no encontrarse en el sitio rastros de la presencia de ningún aristócrata. Ciertamente, no existen señas asequibles de que el gobernante de Valaquia hubiese sido sepultado en uno de los claustros más pintorescos de Rumania. Empero, Rezachevici nos remonta con él hasta la biografía documentada de Vlad. Expresa que, como es sabido por los panfletos de época, la crónica militar y las inscripciones de mortandad confeccionadas luego de traspasado el Medioevo europeo (sinnúmero escritos en lengua eslovena y rusa), su pariente, Basarab Laiota, siendo formal candidato a la corona valaca, se alió con los enemigos turcos y concluyó asesinando al sanguinario heredero, quien, a lo largo de tres periodos había ocupado el sitial rumano (1448, 1456-1462, 1476). Agrega “Indudablemente, Vlad fue asesinado en algún lugar del camino entre Bucuresti y Giurgiu. Su cadáver sin cabeza (enviado a Constantinopla), fue enterrado por su rival, Basarab Laiota, sin ornamentos especiales o alguna lápida identificativa, en alguna iglesia cercana conectada con su nombre. Existió un monasterio en esa área, documentado como Tepes desde el 27 de septiembre de 1461 –el monasterio de Comana, en el condado de Vlasca, emplazado en una posición estratégica–, a la izquierda y en la mitad del antiguo camino entre Bucuresti y Giurgiu”. Refuerza dicha hipótesis la opinión de los historiadores que asegura que el monasterio de Comana fue mandado a edificar por Vlad; por tanto, el patriotismo amoroso de su pueblo, también confirmado por la tradición, debe haber contribuido en un enterramiento digno del libertador que era. Como preferimos siempre las citas evidenciadas, proseguimos con la palabra de Rezachevici: “Es penoso que esa primera iglesia del monasterio de Comana, donde la tumba se instaló, ubicada en medio de aquel complejo arquitectónico del siglo XV, no haya sobrevivido. [...] A pesar de esto, a través de las excavaciones y la restauración de una segunda iglesia edificada años más tarde, que se realizaron en el terreno en los años 1971 y 1972, asomó una capa de ceniza que provenía, al parecer, de un incendio 8


TRES RETRATOS DE VLAD TEPES ELABORADOS POR GRABADORES MEDIEVALES. EL QUE SE OBSERVA ARRIBA HA SIDO FECHADO EN 1493. EN LA LÍNEA INFERIOR, DE IZQUIERDA A DERECHA, EL PRIMERO ES DE 1491 Y EL SEGUNDO, DEL AÑO 1485.

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que devastó la arboleda aledaña. En las cercanías de ese perímetro, algunas tumbas fueron datadas en el periodo que iba entre 1444 y 1574 [Vlad murió en 1476]. A tres metros de la primera construcción, en dirección noroeste, debajo de la naos del segundo monasterio, una torre de madera fue descubierta, erigida en el siglo XV. Un metro hacia el oeste se halló un grupo de celdas que seguramente habían pertenecido al monasterio levantado por Vlad Tepes en el medio de aquellas maderas y aguas. Indudablemente, los restos de lápida que pueden verse allí, atestiguan el lugar privativo que debía guardarse para depositar el cadáver de un fundador, y que puede sólo hipotéticamente ser atribuido a Vlad Tepes”. Ahora sí, francamente, sonreímos. ¡Cuán imperecedera insiste la Verdad cuando a ella se acude! Acaso este breve informe pudiese haber extendido su redacción… pero, tareas más imperativas nos reclaman: por la tarde, depositar flores frescas en la tumba de un magno estratega medieval y, con la llegada del anochecer, releer un clásico dentro de los cánones literarios que se han escrito sobre vampiros… Gabriela Córdoba

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GRAN CURTAIN, POR EDWARD GOREY. ESQUEMA DEL DECORADO PARA EL

ESCENARIO DE LA OBRA DRÁCULA, EL MUSICAL, PRESENTADO EN EL MARTIN BECK THEATRE (RENOMBRADO AL HIRSCHFELD THEATRE EN 2003). LA COPIA ESTÁ FIRMADA POR EL ILUSTRADOR EN EL EXTREMO INFERIOR DERECHO CON TINTA, Y DATA DEL AÑO 1977, TIEMPO EN QUE GOREY SE HALLABA EN NEW YORK. 11


MPLIAMENTE difundida a estas alturas del siglo XXI ha sido la influencia literario-folclórica eslava pasada en el bagaje que legitimó y justificó la concepción del vampiro como parte del conjunto de monstruosidades que transgredieron el orden natural y humano a través del emplazamiento del fenómeno quebrantador que detentan haciendo uso de los signos de fealdad, horror y repulsión. Alemania, como país que recibió numerosas huestes invasoras hacia el siglo XI de la Era Cristiana, fue testigo del amalgamiento entre costumbres, ritos y leyendas venidas con el pueblo eslavo y aquellas que en el propio territorio se habían forjado. De tal suerte, un vampiro particular se apoderó de las mentes temerosas de la región, al que los pueblerinos denominaron Nachzehrer. Las características que posee el monstruo destacan de las del resto de chupasangres conocidos y se desprenden originariamente del significado de la palabra: “quien devora después de su muerte”. Del mismo modo que lo hacían sus colegas en diversas latitudes, este vampiro germánico era un resucitado (o aparecido) que regresaba de la muerte para importunar el transcurrir de los vivos, especialmente el de sus familiares, amigos y vecinos, y como su antecesor dentro del folclore eslavo, su 12


fallecimiento, por lo general, ocurría bajo circunstancias inusuales (había sido víctima de algún accidente, cometió suicidio, o nació con una membrana amniótica rojiza que le cubría el rostro). Además, un Nachzehrer no sólo bebía la sangre de sus presas, sino que, enfatizando toda bestial práctica necrófaga, poseía el hábito de masticar sus extremidades y la mortaja con la que se le había dado sepultura, hasta acabar consumiéndose por completo. Difícilmente emergiera de su ataúd si esa rutina no había sido finalizada (y cuando anotamos “salir” pensamos no ya en una manifestación externa corpórea, sino en la revelación espiritual en forma de espectro maligno); por tanto, el método de exterminio de sus allegados y coterráneos era realizado mediante mágicos conjuros, los cuales le deparaban a tales desventurados un deceso inmediatamente posterior y cercano al tiempo de muerte del vampiro. Se pensaba que podía llegar a identificarse un Nachzehrer si se guardaba vigilia cerca del sepulcro de alguna persona fallecida (quien estuviera bajo sospecha de haberse convertido en esa larva) y se lograba oír el sonido que surgía cuando chupaba, masticaba y roía. Aunque, ya bien entrado el Siglo de las Luces, una vez que intervino la Iglesia, el interés académico de historiadores de la Naturaleza, médicos y filósofos, esa creencia fue considerada producto de la más descabellada superstición. Asimismo, cantidad considerable de eruditos tendieron a analizar el suceso desde sus perspectivas y conocimientos personales. Con toda probabilidad, existía una causa razonable que explicaba tal “peste vampírica” que asolaba hasta a los países más instruidos de Europa. Arriba entonces, con la predicha conjetura, Michael Ranfft, pastor protestante luterano, bachiller en filosofía por la Universidad de Leipzig, con sus obras De masticatione mortuorum in tumulis, (Oder

von dem Kauen und Schmatzen der Todten in Gräbern) liber singularis: exhibens duas exercitationes, quarum prior historico-critica posterior philosophica est, escrita en 1728; y Tractat von dem Kauen und Schmatzen der Todten in Gräbern, worin die wahre Beschaffenheit derer Hungarischen Vampyrs und Blut-Sauger gezeigt, auch alle von dieser Materie bißher zum Vorschein gekommene Schrifften recensiret werden, publicada en el año 1734. En ambos textos, Ranfft da cuenta de las macabras prácticas alimenticias mortuorias que describen al Nachzehrer y, de manera simultánea, presenta casos que servirán, en siglos posteriores a la publicación de sus tratados, como modelos inapelables de justificanción ante presencia vampírica –éstos son los sucedidos en Serbia, cuyo protagonismo ocupan Peter Plogojovitz y Arnod Paole, dados en las zonas de Kisolova (1725) y Medvegia (1731-1732) respectivamente, e investigados por las autoridades científicas y teológicas austriacas–. Alarmados por los fallecimientos sucesivos, que no poseían explicación natural y que venían a engrosar el extenso listado de los que ocupaban las primeras planas de los periódicos del 1700 atribuidos a las epidemias provocadas por vampiros que estaban arrasando Europa , los pobladores de las mencionadas aldeas serbias decidieron dar aviso a las autoridades imperiales. De ese modo, en los procedimientos investigativos intervinieron oficiales médico-legistas y anatomistas que aportaron seriedad y elaboraron registros “convincentes” durante el acto de apertura de las tumbas. Así, como describe Ranfft en De masticatione mortuorum in tumuli… ,debían comprobarse los signos que hasta esos años describían a un vampiro: “Sucede con estas personas, a las que se les llama “vampyri” que hay varios caminos por los cuales el cadáver rechaza descomponerse. Entonces es posible hallar que su piel, cabello, barba y uñas continúan creciendo.” Tanto en el sitio de reposo final de Plogojovitz, como en el de Paole, los investigadores encontraron cuerpos incorruptos que proseguían emanando sangre de orificios como nariz, orejas y boca y que, aunque conservaban el sudario con el que habían sido enterrados, éste lucía ensangrentado o con claras marcas de haber sido devorado. Piel, cabello y uñas antiguas se había desprendido para dar paso a la regeneración de nuevos. Sin embargo, la única vez que se mencionan indicios de masticación de animales domésticos, los que a su vez luego consumieron sus dueños convirtiéndose por esa actividad en vampiros, es en el caso de Paole. A decir verdad, la masticación de restos mortuorios llevada a cabo por los mismos fallecidos venía reportándose desde los inicios de la Edad Media. En 1721, un monje jesuita, Gabriel Rzaczynski, añade su testimonio al interés reciente que había despertado en los espíritus más curiosos el hallazgo 13


FRONTISPICIO

KAUEN

UND

(1734), DE WEIMAR/

DEL

SCHMATZEN

MICHAEL HERZOGIN

TRACTAT DER TODTEN

LIBRO

RANFFT. ANNA

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VON DEM IN GRÄBERN

© KLASSIK STIFTUNG AMALIA BIBLIOTHEK.


de vampiros, apuntando que “se encontraron cadáveres que no sólo descansaban largo tiempo íntegros, flexibles y ruborizados, sino que también movían la boca, la lengua y los ojos, los mismos que habían tragado sus mortajas y hasta devoraban partes de su propio cuerpo.” Estas precarias evidencias nacían del enorme desconocimiento por el que aún atravesaba la ciencia médica. Resultaba difícil determinar los signos infalibles de muerte: o bien se la abordada como un fenómeno incomprendido, o se la explicaba de manera imprudente mediante referencias a hechos reales abominables y vaguedades mitológicas. Recordemos también la acentuada sensibilidad que atravesaba los ánimos de las sociedades de aquellos siglos, cuando las enfermedades epidemiológicas, devenidas por guerras continuas, arrojaban cientos de muertos sobre las calles de las ciudades más numerosas, que permanecían semanas completas a la espera de ser sepultados. Si un eclipse de sol o de luna estremecía las fieles convicciones cristianas al punto tal de subvertirlas y hacer que se atribuyera el acontecimiento a intervenciones malignas, entonces el espectáculo macabro que proyectaban las contiendas obraba en la imaginación popular al igual que podía hacerlo una sustancia muchas de las veces adormecedora, otras tantas alucinógena. Recién a mediados del siglo XIX la medicina comenzó a presentar certidumbres ante las inquietudes sociales que exigían esclarecimiento frente a fallecimientos inexplicables. No obstante, algunas medidas preventivas continuaron aplicándose cuando se presentaban muertes dudosas: pruebas que lograran diferenciar las señales propias de un estado enfermizo con los de muerte definitiva (irritación de los labios y del paladar por medio de la introducción de una pluma, insuflación en la nariz del paciente, golpes efectuados en la planta de los pies con varas o látigos, o incisiones en diversas partes del cuerpo y amputación de dedos), cierta demora entre el pronunciamiento del diagnóstico final y la inhumación (desde veinticuatro horas si se trataba de una enfermedad crónica que había persistido durante seis semanas, hasta dos días enteros si sucedía que el enfermo había padecido algún mal nervioso, soporífero o convulsivo), y si los anteriores intentos no eran lo suficientemente indiscutibles, apelar a las “tecnologías de auto extracción sepulcral” a través de las cuales toda posible víctima de un entierro prematuro podía salir del fondo de su tumba, dando aviso rápido al sepulturero [En el nº 7 de Murtuus in Anima Revista esta última medida es desarrollada en el artículo titulado “Catalepsia y Vampirismo”]. Cabe destacar, retornando a la primera referencia sobre las bases tribales eslavas del Nachzehrer, que la mixtura resultante del contacto con la cultura alemana no hizo más que acrecentar los vestigios de un acervo mítico más antiguo, el romano. A pesar de que la integración de esa pluralidad de bagajes ideológicos tan nutridos acabó cristalizando la conformación del concepto del monstruo vampiro (por lo menos del europeo que conocemos), resulta forzoso admitir la asistencia de las larvae latinas. Según Apuleyo, son los “fantasmas errantes de los muertos sin morada” que provocan visiones terroríficas a las personas que los perciben. De naturaleza perversa, representan, junto a otros demonios menores, los intermediarios entre las divinidades y los hombres. Así es que se los puede llegar a impresionar o constreñir mediante rituales y súplicas, sin que por ello se posea la plena seguridad de su consideración. Las creencias populares y religiosas de los romanos suponían que estas larvas estaban íntimamente relacionadas con los magos y que obedecían a Hécate. Asimismo, el culto a los fenecidos mantenía lugares sociales y jurídicos comunes a los que ocupaban los vivos, por tanto todos los insepulti, privados de cualquier ceremonial público y privado, vagaban errabundos a expensas de ser conjurados por un hechicero vengador. Apuleyo los anuncia en uno de sus libros la vez que narra lo que le ocurrió a un familiar que viajó a Tesalia para velar el cadáver de un pariente por la noche: “se dice que ni siquiera permanecen seguros los sepulcros de los muertos, sino que se roban de las tumbas y de las piras funerarias, algunos restos y trozos de cadáveres, para perdición de los vivos”. Y una vez que esas brujas abandonan a las larvas como heraldos de su acción maléfica, se hacen presentes ellas mismas y se adelantan a los que proceden a la sepultura. En Tesalia todo poblador sabía que” las hechiceras mordisquean los rostros de los muertos por todas partes y los trozos que arrancan les sirven de ingredientes para sus prácticas mágicas”. Con las ejemplificaciones previas vemos de qué forma se interrelacionan antiguamente mitología, religión, folclore y ciencias médicas en una tentativa casi ciega por intentar especificar la “masticación de 15


los muertos en sus túmulos”. Anquilosadas estas mentes por la ausencia de herramientas que precisaran exploraciones, el recurso más añejo clausuraba en apelar a la sugerente superstición que no sólo no había terminado de detallar sucesos naturales, sino que arbitraba en los fallos técnicos en desmedro de un final experto adelanto positivo. En la actualidad, los especialistas forenses han explicitado que es por causa de la antropofagia cadavérica que un muerto puede exhibir partes faltantes en su cuerpo. Luego que ocurren la acidificación tisular, el enfriamiento, la deshidratación, la hipostasia postmortem, la rigidez y el espasmo cadavérico (fenómenos tempranos), y después de éstos la autolisis y la putrefacción cadavérica (fenómenos tardíos), sobreviene el trabajo de la fauna cadavérica. Incluso durante el tiempo de agonía, ya comienzan a actuar estos agentes en el cuerpo que se prepara para iniciar el proceso de muerte (sí, morir, no implica un momento sino que conlleva la concatenación de varias fases que comienzan una vez abolidas las funciones vitales del organismo). Insectos varios invaden al difunto. Las moscas depositan sus huevos en la región palpebral, comisuras de los labios y en el ámbito bulbar. Cuando sus larvas nacen secretan una enzima que acelera la destrucción de los tejidos, y si los restos fueron expuestos a la intemperie, con la consabida acción de diversos agentes climáticos, animales como ratas, perros, lobos y peces se encargan de comer las partes blandas, miembros y cartílagos. Quizá, no del todo disparatados los colofones de nuestros ancestros, sí actuaban larvas en el aún secretísimo evento mortuorio, pero distaban lo que un “diagnóstico de muerte cierta”, con su veredicto de “suspensión definitiva, irreversible y permanente” de las actividades orgánicas, distancian de ser consideradas vampirescas. Bibliografía: - Núñez de Arco, Jorge. La Autopsia. Sucre, Bolivia, 2005. - Ranfftii, Michaelis. De masticatione mortuorum in tumulis, (Oder von dem Kauen und Schmatzen

der Todten in Gräbern) liber singularis: exhibens duas exercitationes, quarum prior historico-critica posterior philosophica est. Martini, Leipzig 1728. - Vigné, J. B. Traité de la mort apparente. Des principales maladies qui peuvent donner lieu aux Inhumations Précipitées. Libraires de la Faculté de Médecine. Paris, 1841. - Visum et Repertum. Traducción, adaptación y notas por Luisa Romero y Jordi Ardanuy. 1999.

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