“Mi mayor lujo es no tener que justificarme ante nadie”. Lagerfeld
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POR Marlene Diveinz FOTO cortesía Chanel
odría ser una vida marcada por la guerra, la destrucción y la supervivencia. Quizá la pasión para crear el mundo de la moda, a pesar de la crítica. O la determinación de perder 40 kilos en un año para vestir un traje andrógino de Hedi Slimane cuando tenía 70. “Mi mayor lujo es no tener que justificarme ante nadie”, una de las frases más célebres de Lagerfeld, no fue suficiente para la muerte repentina y su vida se revela a través de fragmentos únicos en la memoria. HUMANO, 1933 Hamburgo es la segunda ciudad más importante de Alemania y sede del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. El 10 de septiembre, en la casa de un pragmático comerciante de origen sueco y de una madre prusiana, sensible y severa, resuena el llanto del recién nacido que opaca el eco lejano de las multitudes que profieren el “¡Heil, Hitler!”. CULTO, 1940 En la escuela, Karl dibuja y es un lector ávido. No atiende otras materias. Aprende francés mientras juega a quitarse la edad. Cinco años menos. Ni uno menos ni uno más. En la infancia no es asunto de vanidad como en la edad adulta, al contrario, parecer o ser mayor es un privilegio. El juego se torna costumbre hasta el día de las esquelas. FUERTE, 1943 Los bombardeos de la “Operación Gomorra”, durante la segunda guerra mundial, hicieron de Hamburgo un cascarón. Cifras citan 40.000 víctimas civiles y un millón de desplazados. Karl había sobrevivido a la destrucción. Años atrás, a las bofetadas que su madre le propinaba cuando no respondía con inteligencia mordaz. Había aprendido, también, el arte de olvidar y reinventarse. De la guerra no hablará más. De su madre sí, en numerosas ocasiones: “Cuando era un niño, mi madre siempre me dijo que podría
despertarme en mitad de la noche gravemente enfermo, así que siempre tenía que estar impecable. Ahora me río pero creo que todo el mundo debería irse a la cama como si tuvieran a su cita en la puerta”. TALENTOSO, 1952 A los 19 años las calles de París representaban la belleza y la libertad. Acompañado de su madre, una práctica común en las mujeres no así en los varones en esa época, Karl era verdaderamente feliz. Ella sabía que los trazos de dibujo y el interés por la literatura y el cine expresionista de su hijo merecían otros aires, lejos del Hamburgo tradicionalista. Reconoció el talento y apostaba a las posibilidades del unigénito. TENAZ, 1954 La guerra no perdona vidas, ciudades, memorias. Mientras París es otra vez como en otras tantas guerras, hálito para los sobrevivientes, Karl, que no era tan Lagerfeld, presentó el dibujo de un abrigo con escote en la espalda al reconocido concurso del Secretariado Internacional de la Lana. Ganó, junto a otro ícono de la moda, Yves SaintLaurent, amigo y colega hasta que la rivalidad por un amor los separó. CREATIVO, 1955 Karl era, Karl. Así lo llamaban en la mítica casa de alta costura del diseñador Pierre Balmain, su punto de partida después de ganar el premio. Karl no era esa larga lista de atributos de leyenda en vida: efigie erguida, sempiterno traje negro, coleta plateada con moño mozartiano, lentes oscuros o manos envueltas en guantes y anillos. Era humano, un poco snob y nada excéntrico. Lo definían, acaso, sus pasiones: “Las tres cosas que más me gustan son la moda, la fotografía y la literatura. Estas tres cosas las hago y todo viene de mi 17