LIBRO BLANCO DE LA EDUCACION INTERCULTURAL

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Propuesta 4

Equidad

Una ciudadanía plural como tarea educativa y social Rosa Marí Ytarte Universidad de Castilla-La Mancha

La reflexión que nos plantea la idea de ciudadanía como uno de los objetivos principales de toda acción educativa desde una perspectiva intercultural requiere situar la educación en un marco global que la inscriba, de un lado, como proceso a lo largo de toda la vida y, de otro, como experiencia que se ubica en el conjunto de la comunidad, es decir, mucho más allá de la escuela y del periodo educativo obligatorio. Podemos considerar también que la ciudadanía en tanto que trabajo educativo no se reduce exclusivamente a la adquisición de conocimientos y competencias académicas, sino que implica la participación activa de los sujetos de la educación en tanto que protagonistas activos de su comunidad. Desde estas premisas, planteamos que la educación para la ciudadanía nos compete como educadores y educadoras a una reflexión y a una acción educativa que incorpore por igual las dimensiones sociales, políticas y educativas, y que estos tres procesos no pueden darse de forma separada. ¿Qué es ser ciudadano y ciudadana en última instancia? Tanto a nivel individual como comunitario, capacidad para ocupar el espacio público, para elaborar y producir cultura, para construirse como individuos autónomos y participar en los espacios sociales relevantes de las comunidades de referencia. Ello se concretaría en la puesta en marcha de modelos educativos que abarcaran, como hemos dicho, la dimensión social y política de la misma, a través de tres ejes o acciones principales: • En primer lugar, favorecer procesos educativos que den cuenta de una mundialización capaz de impulsar nuevas oportunidades de comunicación e intercambio y que favorezcan la participación de individuos y territorios en las redes globales. • En segundo lugar, el trabajo educativo también puede promover la legitimación de la diversidad cultural y social del mundo, su reconocimiento y puesta en valor como patrimonio humano común. • En tercer lugar, la educación puede situarse como aquella acción orientada a la consolidación del proyecto de la democracia, basado en la idea de la ciudadanía e igualdad. Ello supone una cierta asimilación a los valores democráticos y compartir unas reglas comunes de convivencia. Ninguno de estos tres niveles: participar de la mundialización, desarrollar la diversidad cultural y promover los ideales de ciudadanía y civilidad puede responder por sí solo a los retos que la interculturalidad plantea, sino que es necesaria su implementación común. Esto quiere decir que partimos de la premisa de que las políticas educativas deben desarrollarse conjuntamente con las políticas sociales (o entender que, al fin y al cabo, las primeras no dejan de ser también sociales) y romper con el “doble itinerario” educativo y social de atención a los ciudadanos y ciudadanas y a la población en general. En este sentido, es necesario reivindicar la necesidad de urgente de romper con esta doble vía de integración, donde lo social es considerado como programa de atención especializado para poblaciones en riesgo. Ubicando la diversidad cultural en su seno, se constata la mirada sesgada que aún permanece sobre la diversidad cultural como déficit/problema y no como potencial de una sociedad. La ciudadanía es tanto un proceso que hay que construir, posiblemente siempre inacabado, como un derecho. Una ciudadanía inclusiva requiere unos mínimos civiles y sociales que deben estar garantizados para el conjunto de la población, además de significar no tanto aquello que somos, como aquello que podemos hacer en común. Pero ciudadanía es también derecho a la 39


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