La cocina de los conventos

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Roma y pasando por papas, emperadores y conventos, se decantaría hasta nuestros días. Álvaro Cunqueiro nos recuerda que “la cocina de los papas de Aviñón es una de las grandes cocinas de la Cristiandad. Toda la ciencia culinaria romana se injertó en ella y fue aumentada con las salsas de la Provenza. Aquí conocieron los papas los vinos de Borgoña que bajan por el Ródano (Urbano VI prefería el de Châteauneuf; el Tetrarca aseguraba que este papa consideraba que eran cinco los elementos: tierra, fuego, aire, agua y vino de Châteauneuf). En Aviñón triunfaba una cocina de una nobleza y una solidez incomparables... Sus santidades mantenían la afición romana a las salsas verdes, los pichones, las menestras y los pastelones; y aquí la ayudaron con las truchas, los mujeles, el jamón saboyano y los hortelanos, esos pájaros que en septiembre, en los campos de avena, son sabrosas bolitas grasas que estaban en la sartén llena de aceite”. Y volando o caminando o por raro milagro, la sagrada cocina cristiana de Occidente permanece, se espiga en los libros del pasado y en las leyendas, siendo punto de partida —y también de llegada— para redactar un texto, mejor o peor, que nos habla de ese arte tan singular, y tan necesario siempre, que se llama gastronomía. Víctor Alperi

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